jueves, 31 de marzo de 2011

Impresiones de un gusano


La profesora de Lucía mueve mucho las manos, como si estuviera dirigiendo una orquesta de chimpancés nerviosos, pero delante de ella sólo estamos María y yo. Además de mover mucho las manos, habla muy deprisa, como un globo que hubiera retenido durante mucho tiempo el aire y por fin pudiera soltarlo. Casi puedo ver las palabras pasando por encima de mi. Estoy tan aturdido que no sé si atender a sus palabras o a sus manos. De verdad que no lo sé.

María la escucha con atención, con la parsimonia de la que ve subir un gusano peludo por la corteza de un árbol. En el cerebro de una mujer parece que hay tiempo suficiente para hacerlo todo. En el mío, no. Sólo he entendido la primera frase.

-Lucía va muy bien.

Que es una frase rotunda y definitiva. Puedes pedirle a alguien que te narre un partido o que te diga el resultado. Esa frase es el resultado, el marcador que demuestra que Lucía gana por goleada en todos los campos en los que se presenta. Yo me siento orgulloso como padre y más contento estaría si fuera su entrenador, pero no sé hasta qué punto un padre es entrenador o la habilidad de hacerlo bien sobre tierra o barro es algo genético.

Debate inútil porque después de esa frase, que es como una salsa dulce y densa en la que me gusta que el cerebro se reboce, no entiendo nada más. Nada. Las manos, los chimpancés, el globo naranja que se desinfla y mi incapacidad de organizarlo todo.

Presto atención entonces a cosas que no se mueven. En comparación con la profesora, todo está aún más quieto, un grado por debajo de la inmovilidad, para el que debe existir una palabra que yo no sé. Un tarro con un tallo verde, un cartel con la palabra blackboard, una caja con los lápices revueltos, una g de trazo grueso y grande pegada en una pared, una percha pequeña con un nombre escrito a mano encima, la tabla del pupitre en la que apoyo los brazos, una celda con una taza roja de plástico, un pequeño aparato de música, una flor pegada en el cristal, una lista encabezada por la palabra cuentas y , debajo, los nombres de todos los niños con distintas pegatinas azules al lado de cada uno.

Ese rápido inventario lo combino con miradas a la profesora para no resultar maleducado, porque esa profesora habla con cariño de Lucía, y eso es lo que más valoro. Cuando asumo que no voy a poder subirme a ese tren que se aleja, en el que mi mujer y la profesora hablan, dejo de correr y me dedico a pasear. Estar ahí sentado, en una clase de niños de seis años, sienta muy bien. Deberían alquilar estas aulas para ejecutivos desorientados o, en general, para desorientados. A pesar del desorden de los objetos, todo parece estar aquí en su sitio. Están en la fase del “Había una vez” y si consigues sentirte a gusto en una pequeña silla diseñada para el culo de un niño de seis años, el resto te será concedido.

Tan tranquilo estoy que acabo convirtiéndome en el gusano que sube por el árbol. Me cuesta un poco de tiempo darme cuenta, al cabo de un rato, de que esta tregua se ha terminado. Las dos mujeres se están poniendo de pie. Realizar la metamorfosis y convertirse en gusano es muy fácil, diga lo que diga Kafka, lo que duele es volver a ser persona en una historia que está más cerca del “colorín, colorado”.

-Y este es el pupitre de Lucía – nos dice la profesora al salir de clase. Me fijo en que tiene los ojos azules. En ese momento pienso que todas las profesoras deberían tener los ojos azules.

Paso la mano por el pupitre. Podríamos decir que es una caricia, sí, pero es que los gusanos somos así de sentimentales.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Con Édouard Levé en el metro.

Memorias. Empiezo "Autorretrato" de Éduard Levé en la estación de metro. Me gusta llevar un libro y utilizar el billete como marcapáginas. Es buena forma de combinarlos. Todos nos vamos consumiendo a nuestra manera : el billete, por los viajes hechos; el libro, por las páginas leídas; yo, por las dos cosas. Esa manera de gastarnos a la vez hace que estemos unidos. Cuando llega el metro, con gente que parece a gusto compartiendo el silencio que hay en el vagón, entro y sigo leyendo, pasando las páginas con cuidado. Este silencio como forma de educación. Radio futura. En una pegatina, junto a la puerta del vagón, hay un texto de Radio Futura. No creo que nadie de los que ahora van escuchando música tengan esta canción en sus listas de mp3. Se me hace raro ese aire académico que se le da al texto al quitarle la música. Leo tres versos y al cuarto la música se queda en mi cabeza y tiro las palabras a una papelera. Un hombre y su hijo entran en el vagón. Se sientan en el suelo y hablan entre ellos a gritos. El niño lleva una mochila de colegio y se está bebiendo un zumosol de naranja. El padre también tiene otro zumosol, pero parece que le hubiera echado algo. Por algo, entiendo alcohol. Por alcohol, entiendo algo capaz de cambiarte la voz y de hacerte creer que un vagón de metro es el salón de tu casa y que tu hijo es un compañero de farra. Como los demás no bebemos de su zumosol, no compartimos esa ilusión y nos sentimos violentos. Todos bajamos la cabeza como japoneses arrepentidos y el silencio, que estrené poco antes como forma de educación, se torna violento y embarazoso. Violento y embarazoso, vilento y embarazoso, como las luces de un coche de policía que te obliga a parar en la carretera. El único que parece ver la situación como algo normal, además del padre, es el hijo, lo que, por lo menos para mí, es un consuelo. Cuando llegan a su estación, se levantan los dos. El hijo, con un movimiento. El padre, en varios, como si estuviera alzando unas pesas más cargadas de lo que esperaba. Por mera deformación paternal, se me pasa por la cabeza parar al niño y pedirle que me enseñe los ejercicios que ha hecho para corregirlos. Me callo. Las luces del coche de policía desaparecen pero es necesario que pase un poco de tiempo para que el silencio se calme y todos dejemos de ser japoneses. Alonso Martínez. Si no estabas en Alonso Martínez a las nueve de la mañana es probable que te hubieras preguntado, ¿dónde está la gente?. Aquí. Me uno a la cola que espera subir por las escaleras mecánicas. Lo que veo me recuerda a la masa de las croquetas removida por las aspas de la máquina. A la gente no le gusta el metro por la gente, a mí , que me encantan las croquetas, me gusta el metro por la gente. Por eso no me quejo ni siquiera mentalmente. Ni joder. Ni vaya fila. Ni qué despacio va esto. Nada. Si me abrieran la cabeza verían mi cerebro como esa pasta de las croquetas, uniforme, calentito y esperando, feliz, ese momento en el que se le añade el jamón serrano y los huevos duros. Así que no busquéis ironía aquí porque no la vais a encontrar. Subo sin prisas por la escalera metálica mirando a la gente. Me gusta ver gente, sí, pero, sobre todo, necesito ver gente. Estoy viendo más gente aquí que en el resto del mes. Una niña negra llora en los brazos de su padre. Su llanto me llega entre frase y frase de Édouard Levé, así de bueno es. Ni siquiera me molesta que llore. La niña acompaña el llanto con lágrimas, un leve movimiento de hombros y pequeñas arrugas en la frente y los ojos. Es un llanto que practica para hacerse adulto. La niña tiene el pelo recogido en trenzas atadas por cintas de colores. Su padre le dice algo en un idioma que no entiendo pero utilizando un tono que sí me es familiar : No llores, le viene a decir, básicamente. La niña no entiende ni el idioma ni el tono, porque los niños cuando lloran se inventan su propio lenguaje y, además, se tragan las palabras que podrían calmarles. Es un esfuerzo inútil, como verse arrastrado hacia una cascada en una balsa de plástico. Sólo vas a conseguir cansarte. Sigue hablando con ella. De la frase reconozco las palabras “Santiago Bernabéu”. Tal vez la esté amenazando con avisar a Mou si sigue llorando. Todos hemos perdido los nervios por culpa del llanto de nuestros hijos. Todos hemos hecho cosas de las que más tarde, cuando ya nos hemos caído por la catarata, nos hemos arrepentido. Línea 4 : En Alonso Martínez cambio a la línea 4. La línea cuatro no me trae buenos recuerdos porque era la que cogía para ir a trabajar los viernes y los sábados a la empresa de mi padre. Contabilidad, impuestos, cuentas. La orilla a la que te lleva la vida si no te animas a coger los remos. Esta frase se la dejo a algún profesional del coaching. Un Mac que funcionaba con disquetes, una impresora de papel continuo, un cuarto sin ventanas. Otro lugar en otro tiempo, en fin. A veces venía mi padre y comíamos en un Burguer King. Se pedía el mismo menú que yo y le daba un mordisco grande a la hamburguesa, tal vez contento de tenerme con él para echarle una mano. La empresa cerró, mi padre murió y la línea cuatro sigue aquí para que me acuerde de ese Mac y de esa hamburguesa. Escaleras. Dejo que la voluntad y mis piernas hablen entre ellas. No tardan en ponerse de acuerdo, lo que me gusta, y me veo subiendo las escaleras a buen ritmo, a la misma velocidad que los que van por las mecánicas. Sus cabezas avanzan en una perfecta línea recta, la mía va dando pequeños botes. Yo soy un artesano de las escaleras, ellos la suben de forma industrial. Tecnología. A mi izquierda, en el andén, un chico de barba cuidada escucha música en unos auriculares grandes y plateados en los que me veo reflejado, mientras, con una sola mano, consulta en su móvil el Facebook. A mi derecha, una chica, camino quizás de alguna carrera de letras, escucha música con una PSP (sigue el ritmo suavemente con la cabeza) que al rato coge con las dos manos, atenta a la pantalla. Yo llevo el iPhone en el bolsillo. Podría haber descargado el libro de Édouard Levé y leerlo en la pantalla, pero la tecnología, y menos aún un kindle, no podrá igualar el placer que siento al llevar el libro en la mano con el índice en el punto en el que he dejado la lectura. Más tarde, ese índice, del que ahora tengo tan buena opinión, será incapaz de mostrarle a una chica dónde está el museo arqueológico. Dudará entre señalar a la izquierda o a la derecha. Un momento, le diré a la chica, y sacaré el iPhone y consultaré la dirección en el Safari y se lo diré con una exactitud que me hará sentir otra persona. La chica dirá gracias, porque ya se veía que era educada, pero las gracias serán para el iPhone, no para mí. Le dará las gracias a la teconología y a Steve Jobs y a los chinos que fabricaron este iPhone en una planta de China en condiciones que aquí nos harían mirar al suelo con una vaga sensación de culpabilidad. Una chica en el suelo, en Alonso Martínez, cuando cojo el metro para volver a casa. Junto a ella hay tres hombres fuertes, o gordos, tratando de ayudarla. Uno se preocupa por su bolso. Otro le da aire con un periódico gratuito, dándole así, por fin, una razón para existir. Otro le ofrece una botella de agua con cuidado, como si la chica se acabara de desmayar después de recorrer el Dakar- Madrid sin parar. La escena me recuerda a los Reyes Magos, que esta vez no llegan de Oriente, sino de Securitas. La chica hace esfuerzos por incorporarse, pero vuelve a tumbarse. Es joven y está bien vestida, así que creo que todos sentimos cierta lástima por ella. Miramos la escena unos segundos, apartamos la vista y volvemos a mirar, como recomiendan que se haga con el sol para no quedarse ciego. Hacemos preguntas con la mirada sabiendo que nadie nos las va a responder. Recuerdo algo que leí en un libro sobre un experimento. La conclusión del mismo era que, frente a una desgracia particular, la multitud no actúa porque piensa que otro del grupo lo hará, no porque seamos unos cabrones sin remedio. Así que si tienes pensado desmayarte, hazlo en un sitio en el que haya poca gente : tus posibilidades de que te atiendan serán mucho más grandes. Llega el metro y me alejo de la mujer en el suelo sin saber nada más de ella. Una chica con rangos orientales esta sentada, sóla, a mi izquierda. Para mí, sólo puede ser china o japonesa, igual que los plátanos son de Canarias o del resto del mundo. Esto demuestra mis limitaciones, pero es lo que hay. Decido que es china porque no lleva moda, sino ropa. Y una ropa con la que sólo pretende protegerse, el nivel más básico del uso de la ropa y que yo comparto con ella. Tiene la mirada fija en una idea que le da vueltas por la cabeza. Una intensidad que mira hacia dentro, haciendo que nada en el metro, incluido yo, existamos para ella. Ella misma parece estar a punto de desaparecer en una tristeza ordenada y compacta, de esas que no desaparecen con una charla por el móvil o un par de copas de vino. A sus pies tiene una bolsa de la que sobresalen varios artículos envueltos en papel transparente, con aire de todo a cien. Me bajo en la estación en la que empecé el libro de Éduard Levé. En las escaleras mecánicas aprovecho para leer algunas frases más. La tregua del metro se termina.

martes, 29 de marzo de 2011

"Trenes hacia Tokio", de Alberto Olmos


Chica 15:38 : Sale sola a fumar y pone pose de fumadora, el brazo izquierdo doblado y pegado al cuerpo y el derecho, con el que sujeta el cigarro, encima. Fuma de pie, caminado despacio, como si pensara en la solución a algún problema de matemáticas. Se quita el pelo de la cara con un movimiento de la cabeza o pasándose la mano del cigarro por la frente, muy deprisa. Tira la colilla en la papelera. Me cae bien esta matemática.

Chicas 16:17 : Una morena y una rubia salen juntas del edificio. Este centro comercial lo forman seis edificios con una zona común en la que hay un lago alrededor del que se podrían hacer carreras de cuadrigas. Las dos chicas, con abrigos negros, dan una vuelta alrededor del lago, jugando a ver quién avanza más despacio. La rubia es la que fuma y habla. La otra se coloca el pelo y mantiene el paso de la otra. Quizás entrenen para unos juegos olímpicos de empresas en los que haya que fumar y correr muy despacio. Les queda poco para el podio. Cuando pasan por debajo de mi ventana, la morena enciende un cigarrillo, le da unas caladas, y se lo pasa a la morena. No sabía que fumar podía ser una comida de dos platos.

Chica 18:22 : Sale del edificio de enfrente y no deja de hablar por el móvil mientras fuma. O al revés. Viste una falda corte de color azul y un jersey blanco. Las botas, cortas, hacen que sus piernas parezcan más grandes. Para el mundo, hoy es un día de otoño, para el calendario, de primavera, para ella, nos encontramos en pleno verano. Lleva colgada la tarjeta de entrada de una cinta muy larga. Cuando camina, se mueve de un lado a otro. Su conversación debe ser rápida, como sus pasos. Unos a la derecha, otros a la izquierda. Cuando se termina la conversación o el cigarrillo, sube corriendo las escaleras de su edificio. Se cierra la puerta detrás de ella y se acaba, de repente, el verano.

Chica 16:41 : La chica de las 16:41 sale del edificio de Nokia acompañada por un chico. Viste una blusa blanca. Como la chica de las 18:22 también salió del edificio de Nokia, deduzco que en Nokia ya es verano. La chica es castaña, con el pelo recogido de una forma un poco anárquica, como si los sábados tuviera un puesto en el que vendiera bisutería hecha por ella. Ese aire tiene. Su compañero, con un pantalón oscuro, una camisa blanca y una corbata también oscura es tan corriente que hasta me da pereza terminar esta frase. El señor corriente habla con una mano metida en el bolsillo mientras decora con la otra sus razonamientos. Ella le mira y fuma y de repente echa una pantorrilla hacia atrás y después la otra. Como si estuviera jugando imaginariamente a la comba. Así de lejos deben andar sus pensamientos de lo que le cuenta el hombre de la mano en el bolsillo. Otra vez una pantorrilla hacia atrás y después la otra. Como la charla debe ser de las que giran alrededor de una corbata, vuelven pronto a su trabajo. Ella tira la colilla en un cenicero amarillo que tienen a la entrada.

Chica 16:57 : Esta es la chica récord. En tres minutos se fuma su cigarrillo junto a una farola, de cara al sol, inmóvil, como si necesitara más el calor que la nicotina. Es alta, con el pelo largo y gafas negras. Parece echar el humo con determinación, impidiendo que esté en sus pulmones ni un segundo más de lo necesario. Gira un poco la cabeza para que se mueva el pelo y se cruza un par de veces el abrigo. Eso es todo. El resto del tiempo permanece quieta, como desafiando al sol : “a ver si puedes hacer algo contra estas gafas que tengo”. Me imagino unas gafas caras, me imagino que es jefa porque baja sola, me imagino que sabe aprovechar el tiempo porque a los tres minutos sube las escaleras rápidamente y echa la última calada antes de tirar el resto al cenicero y entrar. No sé si yo he tardado más en escribir esto.

Chica 17:07 : Es gorda, pero sus manos no son las de una gorda. Se queda a fumar cerca de la puerta de entrada, un poco apartada. Lleva un abierto abrigo marrón, casi del mismo color que su pelo. En la mano izquierda sujeta un vaso de plástico. Con la derecha busca el tabaco en un bolsillo, luego en otro, luego en otro, como si se hiciera un truco de magia a sí misma y tuviera que acertar dónde está. Cuando da con él, saca un cigarrillo y lo enciende sin soltar en ningún momento el café. Por eso digo que sus manos son ágiles. A partir de ese momento es muy ordenada. Fuma con la derecha, bebe con la izquierda, fuma con la derecha, bebe con la izquierda. Mantiene el ritmo del que en el gimnasio hace ejercicio con las mancuernas. Sólo rompe esa rutina cuando descubre que le queda menos café que tabaco y quiere terminar las dos cosas a la vez. Fuma, fuma y bebe. Fuma, fuma, fuma y bebe. Tira el vaso de plástico blanco a la parte de debajo de la papelera y el cigarrillo a la bandeja de encima. La fumadora y la bebedora de café pueden, así, entrar a la vez en el edificio.

Chica 17:11 : Pantalones vaqueros, botas negras y rebeca azul. Con la mano izquierda sujeta contra el pecho una carpeta transparente con hojas. En la derecha tiene el cigarrillo. Le da tiempo a subir y bajar tres veces por la larga y suave pendiente que el edificio tiene para los que no pueden subir escaleras. Me viene a la cabeza el título “The long and winding road”, de McCartney. Su cabeza desaparece tres veces, como si se sumergiera en el mar, lo que me hace pensar en esa escena de Las Horas en la que Virginia Wolf se suicida después de meterse unas piedras en los bolsillos. Si lo de las piedras me lo he inventado, puedo sentirme orgulloso de mi capacidad literaria. Si no, de mi memoria. El caso es sentirse a gusto con uno mismo. Después de sumergirse, su cabeza aparece lentamente, como una Venus renacida. ¿Qué habrá en esos papeles que ha tenido que traerse consigo?.

Chica 17:35 : A partir de las 17:30, en Fujitsu abren las puertas para que la gente le dedique algo de tiempo a su vida personal. Si tienes un cargo importante, sales en coche del garaje, si no, bajas corriendo las escaleras y, sin dejar de caminar, sacas un cigarrillo del bolso y te detienes un segundo, uno, para encenderlo y seguir caminando, como este chica. Abrigo hasta los muslos y dos bolsos en un brazo. Va deprisa. En vez de ascender, el humo traza una línea horizontal y se disuelve, combinándose con el resto de la polución en una mezcla, gracias a Dios invisible. La chica sigue deprisa. O hay mucho que hacer o mucho que dejar atrás.

Mujer 17:44 : Esta que sale ahora, ya la he visto esta tarde. Debe tener unos cincuenta y viste una camisa a rayas gruesas con los puños y el cuello blanco. Lleva una minifalda violeta hasta las rodillas. Me la imagino como secretaria de algún directivo. Está acompañada por otra mujer de su edad. Las dos se pegan al pequeño muro que hay junto a la puerta y se ponen a fumar, disfrutando de la paz que se queda en la empresa cuando todos los demás se han llevado las prisas a su casa para recoger niños, hacer con ellos los ejercicios, prepararles la cena, contarles un cuento y dejar lista la ropa y las mochilas para el día siguiente. Las dos mujeres parecen disfrutar haciendo una lista en silencio de esas cosas que ellas no van a tener que hacer. Este cigarrillo es para recordarse eso. Se acerca a ellas un hombre de cincuenta y muchos con pantalón negro, camisa blanca y poco pelo. Quiero suponer que anda cerca de los sesenta para poder creerme que me quedan todavía muchos años para parecerme a él. Entre los cuerpos de los tres apenas hay comunicación no verbal. Quizás ya han tenido toda la que querían en su momento y este cigarrillo también celebre eso, el poder estar con alguien sin que brazos, ojos, boca, lengua, pestañas, pies o manos establezcan ese diálogo tan evidente como silencioso que acaba resultando agotador.

Chica 18:05 : La última en la que me fijo es una chica bajita, con una rebeca larga de color negro y el pelo recogido en un moño. Como la veo a lo lejos, sólo distingo sus manos y su cara. En una mano tiene el móvil y en la otra el cigarrillo. A veces la mano del cigarrillo baja hasta el cenicero amarillo que tiene la lado y vuelve a subir. No camina. Sólo habla y fuma. Es la postura del que escucha o del que cuenta un problema. Algo relacionado con una madre a la que se le empieza a ir la cabeza o un amigo que se ha quedado sin trabajo. La clase de conversación que has dejado para estas horas porque sabes que puedes hablar más tiempo. Aunque sigas trabajando, el tiempo ya vuelve a ser tuyo. Se mete en el edificio hablando por el móvil.

Hoy termino de leer “Trenes hacia Tokio” y vuelvo a sentir esa extraña euforia que provoca el encontrarse con una mirada que se apoya en un lenguaje flexible. Con libros como éste, uno sospecha que lo que nos hace la realidad tan rígida es el lenguaje que utilizamos con ella, no la realidad misma. Todo guarda un centro jugoso si sabes quitarle la piel con las palabras adecuadas : un viaje en metro, una clase en una guardería, la visita a tu casa de unos posibles compradores, una mañana recogiendo patatas, una comida en una barra, una conversación con una ex novia o un paseo con un amigo que acaba de comprarse un coche. Experiencias que todos llevamos en el bolsillo y que menospreciamos porque nos tomamos la literatura con atención sólo si actúa sobre nosotros como un folleto de viajes: proponiéndonos otros mundos. Pues vale. Así no nos vamos a enterar de qué va esto.

Otra vez el mismo consejo : mira y vuelve a mirar.

Asómate a la ventana, por ejemplo, y presta atención, que está ahí delante. Ahora mismo. Mujeres fumando, como el protagonista del libro, que entran y salen de una empresa japonesa y otra sueca. Con libros así, uno siente ganas de ponerse a escribir. No sé si para bien o para mal. Qué le vamos a hacer.

lunes, 28 de marzo de 2011

Cuenta 140 : El tenedor

Desde Octubre del año pasado, en El Cultural, el suplemento de El Mundo, Montero Glez conduce un concurso de microrrelatos. Cada semana se propone un tema con la condición de que las historias presentadas no sobrepasen los 140 caracteres y los lunes se publican las finalistas.

Mando las diez que escribo. A la final pasa la última.

1-Pasaba el día revisando tenedores en una fábrica. Al llegar a casa cenaba con palillos viendo documentales de lugares exóticos.

2-El cocinero enamorado perdía la cabeza. Enre fogones, iba doblando las púas : me quiere, no me quiere, me quiere...

3-La embajadora habló al final : tras remover el café, se metió la pequeña cuchara en la boca y de sus labios salió un tenedor.

4-Tras el divorcio, fui unos días a casa de mis padres. En el cajón de los cubiertos conservaban un tenedor de plástico de cuando era pequeño.

5-Tras el sermón sobre el maná, los fieles miraban al cielo con un tenedor en el bolsillo y una tensa fe que nacía del estómago vacío

6-Refinado cirujano y gourmet, siempre encontraba un momento en la operación para sacar un pequeño tenedor y llevarse un trozo a la boca.

7-El crítico fue muy sutil. A cada lado del plato colocó un tenedor de perfil, como una fina interrogación metálica, y se marchó..

8-Eran buenos jugadores pero con pocas luces, así que en vez de montar el tridente les pedía que hicieran el tenedor.

9-Llevaba tanto tiempo con la bola en la boca y el trozo frío de carne en el tenedor, que el reloj de la cocina finalmente se paró.

10-Con esas pestañas como púas, era normal que su mirada se te hundiera en la carne.

domingo, 27 de marzo de 2011

La mejor hache de su vida


Este ejercicio es muy fácil y vale tanto para niños de seis años como para presidentes del gobierno. Animaos. Se trata de unir las letras del primer grupo :

-h / sh / d / r / g / d / d / c / h / c.

Con las terminaciones que vienen a continuación para crear los nombres de diez animales :.

A partir de aquí, vienen las soluciones, así que no sigáis leyendo si pretendéis terminar el ejercicio por vosotros mismos.

Me siento al lado de Daniel para ayudarle con sus dudas. Tiene que reconocer las palabras y colocarlas junto a la silueta de cada animal.

Duck : Esa viene ya escrita. Aquí resulta difícil equivocarse.

Sheep : Daniel encuentra la combinación que necesita. Le digo que escriba con cuidado para no tener que borrarla. Se lo toma en serio. Una seriedad concentrada de la que parece depender algo importante en el mundo. Veo el movimiento del lapicero conforme va uniendo cada letra sin levantar la punta del papel. Me ahogo. Es como fijarse en alguien haciendo varios largos por debajo del agua sin salir a bucear. Termina la última letra, levanta el lapicero y respiro.

-Es la mejor hache que he hecho en mi vida – me dice.

Admito que es una buena hache. Lo bueno de tener seis años es que te pones a hacer los deberes de inglés un domingo por la mañana y de repente, sin pretenderlo, te encuentras con la mejor hache de tu vida. Afuera sigue cayendo una lluvia fina que no impide que las vacas estén pastando. Me llega el sonido de sus cencerros.

Los dos nos quedamos mirando la palabra. Podría haber seguido con “Trenes hacia Tokio” y haberle ayudarlo sólo cuando me lo pidiera, pero, no sé por qué, decidí cerrar el libro y sentarme a su lado. Quizás por el sonido de los cencerros. O por la lluvia. O porque, aunque nos han quitado una hora esta noche, el tiempo parece ir más despacio en este salón, como si entre minuto y minuto se hubieran colado unos cuantos segundos.

Sea lo sea, ha escrito la palabra con cuidado. Y es posible que, de no haber estado a su lado, hubiera pensado la frase pero no la hubiera dicho. La frase se habría perdido como esos coches que entran vacíos en las atracciones empujados por el que viene detrás.

Cojo una hoja de un cuaderno y la escribo con un lápiz que saco de un estuche. Mi hache, tengo que admitirlo, es una mierda. Hace tanto que no escribo a mano que las pocas veces que lo hago uso ya mayúsculas. Escribir minúsculas me pone muy nervioso. Mal vamos si uno se lleva mal con su propia letra.

Le ayudo con el resto de los animales. Rabbit. Donkey. Horse. Hen. Cat. Dog. Goat y Cow. La hache de horse está bien, sí, pero no llega al nivel de la de sheep. Ese momento de iluminación llegó y se marchó, pero, para que no se olvide, ahí está su trazo a lapicero y este post.

Si tuviera fuerza de voluntad, me obligaría a repetir todo esto a mano en una hoja limpia. Como hace Don Draper en el octavo capítulo de la cuarta temporada de Mad Men que acabamos de ver.

Pero ahora lo único que tengo es sueño.

sábado, 26 de marzo de 2011

Buenos días, son las 8:18

Buenos días. Son las 8:18 y el cielo está cubierto, pero la mañana está luminosa : me fijo en cómo se las arregla el sol para ilumina el borde de dos grandse tubos que salen del tejado de enfrente. Con ese sol me basta. Creo que nunca antes me había fijado en esos dos tubos. Que sea sábado por la mañana ayuda a fijarse en estas cosas. Gracias a que los dos tubos son metálicos, el sol puede llegar hasta ellos. No ocurre lo mismo con las cinco pequeñas chimeneas cuadradas, de cemento, que reciben el sol de una forma más leve, como si en vez de empezar el día, estuviera acabando.

Pasa un basurero por la calle con su carrito. Lleva la capucha puesta y debajo de ésta una gorra, así que debe ser que, aunque yo esté en la terraza en pijama (algo que Lucía me reprocharía), hace más frío del que creo. Como la parte que veo de la carretera es pequeña, debido a los dos edificios que tengo delante, el basurero desaparece enseguida. Escucho el ruido de varios coches, pero por esa franja pasan pocos.

Además de los coches, se oye a los pájaros, los autobuses, algún perro ladrar y una gota que cae en la barandilla. Debe ser una de esas gotas que necesitan su tiempo para formarse y caer. Veo en el suelo que ha llovido. En la parte transparente de plástico que rodea la terraza también hay pequeñas gotas ya fijas : la que están más abajo son grandes y conformes vas subiendo la vista, observo que se hacen más y más pequeñas.

Si presto más atención, puedo oír también el sonido de la lavadora. La he puesto con la ropa de mis hijos para que nos dé tiempo a colgarla y secarla antes de que llueva más. Me gusta sacar la ropa del cesto en el que la vamos guardando y reconocer cada prenda. Las veo y al instante ya recuerdo cómo les sienta cuando se las ponen. Leotardos, la falda del colegio, los pantalones, el chándal, los calzoncillos de la guerra de las Galaxias, las bragas de Hello Kitty. Sólo meto la ropa en la lavadora cuando compruebo que todos los calcetines están emparejados.

Otro sonido más : el de la puerta de la entrada, pesada, cerrándose. Ha salido una mujer alta, rubia, vestida de azul y con botas altas y negras. En una mano llevaba un iPod y en la otra los auriculares, como si estuvieran enredados y fuera a buscar un momento para ponerlos bien.

Hay dos tipos de pájaros distintos. Lo sé por la forma que tienen de cantar. Tampoco me puedo fijar en estas cosas entre semana. De hecho, entre semana apenas salgo a esta terraza. Un piar es fino y largo y me recuerda al dibujo de una marca larga sobre la carretera. Esa secuencia en la que un coche huye de noche y la cámara enfoca las líneas conforme las luces las va iluminando. El otro es un piar más clásico. Me gustaría saber el nombre de esos pájaros y cómo son.

Otro ruido más : una persiana que se sube. Otro : Un cascabel que suena cuando un hombre con barba, que acaba de entrar en la zona común, le quita el collar a su perro. Ha sido un sonido corto y suave, pero a las 8:38 de la mañana resulta fácil reconocer otro sonido.

Otro : Los pasos de una mujer mayor, con abrigo negro corto y brillante, y un paraguas en la mano. Sus botas, al caminar, han hecho un ruido extraño, como si el suelo estuviera pegajoso y le costara levantar las botas. Camina con prisa, la mirada en el suelo, no sé si atenta a dónde va poniendo cada pie o pensando en un día que para ella comienza antes que para los demás.

8:41. La luz sobre los dos tubos es mucho más intensa y ya me hace pensar en el calor. Debe ser una buena experiencia poner una mano en la parte en la que da el sol y la otra en la contraria. Una impresión para recordar a lo largo del día. Esto me lo habría perdido si, en vez de salir a la terraza, venciendo la pereza que me daba y a la que trataba de rendirme pensando que iba hacer frío, me hubiera quedado dentro viendo un documental sobre Londres en el canal Viajar. Era una buena excusa, porque Londres es una de mis ciudades favoritas y me hubiera gustado ver si reconocía algún sitio en el que hubiera estado.

Esta es una buena hora para ver documentales o para leer. Los enanos duermen (creo que durante poco tiempo más) y la casa está en silencio. Podría haber visto ese documental sobre Londres, que he dejado grabando, o seguir con “Trenes para Tokyo”, de Alberto Olmos, que empecé ayer. Tenía varios libros para comenzar (de hecho el siguiente en la lista, después de “El antólogo” de Baker, era “Mi gran novela sobre La Vaguada”) pero ayer coincidieron dos temas coincidencias : un artículo de Alberto Olmos en El Cultural hablando de una experiencia suya en un terremoto en Japón (Artículo que estropeó porque pensó que no íbamos a estar al nivel del texto y tuvo que cerrarlo con una frase que hacia evidente lo que antes había mostrado. Mal, muy mal, Alberto, como diría Malherido) y un documental sobre los macacos japoneses que vimos por la noche, en vez, de perder el tiempo con Bob Esponja y su puta madre. Mientras veía a esos macacos, que vivían en el norte, me preguntaba si estarían cerca de la central nuclear y si había algún plan para proteger a los animales que viven en zonas peligrosas. Me imagino la respuesta.

Otro sonido : Vidrios rompiéndose en el contenedor. Ahora para un pequeño camión de la basura junto a los contenedores. Uno es de cristal y otro de papel. El hombre que se baja da una vuelta alrededor de ellos, no sé si para ver cómo están o para recoger algo que hayan irado fuera, y se marcha. No llevaba gorra, como el otro.

Otro sonido : el de dos zapatos golpeándose. Me asomo un poco al balcón y veo a una mujer con dos zapatos pequeños, negros, en la mano. Supongo que les estará quitando la arena. Esa fase, la de la arena, la pasamos nosotros hace tiempo. Aunque revisáramos bolsillos y zapatos, siempre quedaba alguna piedra que hacía ruido al girar en la lavadora o cuando, al cerrar una puerta, se quedaba atrapada debajo, rayando el suelo en un dibujo que haría feliz a un matemático, pero no a nosotros.

Vuelvo a fijarme en el contenedor para el cristal. Deberían hacer una campaña incidiendo en el placer de escuchar cómo se rompen las botellas al chocar con las que ya están en el contenedor. Es un sonido que me gusta porque mezcla el hecho de romper algo con un acto por el que te sienes bien. Como unir dos sabores distintos en la lengua. Lo positivo y lo negativo, juntos. Cuando veo las botellas de vino vacías en la encimera, ya anticipo ese momento, deseando que llegue. Para el papel, ya lo sé, habría que buscar otro enfoque. Las campañas para reciclar resultan demasiado obvias, aburridas. Parece que con incidir en lo buenos que somos si cumplimos las normas ya es bastante. Y eso es algo de lo que uno se cansa. No se le puede decir a la gente : otra norma más, esta vez es por… Sería interesante ver a Don Draper preparando una campaña para el Ayuntamiento de Madrid.

Otro sonido : Una escoba que barre, aunque también puede ser un cepillo. No logro ver de dónde viene. Quizás de la zona del guarda, al que veo caminar. Otro sonido : el de un cubo de la basura. Lo arrastra el guarda empujándolo con la cabeza baja. Es amarillo. De otro de los cuartos saca más cubos y los va dejando junto al otro. Son las 9:02 y me sorprende no escuchar a Daniel ya por el salón, pidiéndome que le ponga dibujos animados.

Por la franja de la carretera pasa un ciclista muy despacio, como si estuviera subiendo una cuesta. Quizás es que le pese esa sombra alargada que tienen ahora los objetos. Recuerdo a Lucia tratándole de pisar la cabeza a mi sombra algunas mañanas antes de entrar en el colegio. Una imagen de la que un psicólogo podría escribir un libro. Normalmente se levanta primero Daniel y, unos minutos más tarde, Lucía. En cuestión de genes del sueño , sé cómo se han distribuido.

Entro a por el iPhone en el salón y veo que en el documental sobre Londres dos operarios están colgando una fotografía de Warhol en una pared de Sothebys. Quiero preguntarle al espejito mágico del iPhone qué tiempo va hacer hoy, aunque creo que los dos tubos metálicos van a ser más exactos.

Sábado : Sol con nubes (19º/10º) – Domingo Lluvia (18º-8º)

Ayer no era tan optimista respecto al tiempo. No sabíamos si los enanos iban a tener o no clase de pádel. Ahora, a las 9:09, está claro que sí. La pista estará mojada y jugarán con unas pelotas algo más pesadas. Me gusta ir al pádel con ellos porque disfruto viéndoles jugar, haciendo algo que yo no sé. Me siento en un banco y la primera media hora ojeo el periódico. La segunda, saco la cámara y aprovecho para hacerles fotos a 1600. Debo ser el padre de las fotos. Mejor eso que ser ese otro padre que se niega a que su hijo cambie de grupo, a pesar de que los profesores le dicen que el nivel es demasiado alto para él, porque fue el primero en apuntarle a esa hora. Hay gente que en vez de cerebro debe tener una pelota retumbando dentro de su cabeza. Yo me conformo con verles. A veces, su profesor llama al otro pare decirle : ¡Mira cómo le pega éste!. Este es Daniel.

Ahora son distintos ladridos los que se van mezclando. Veo a una chica paseando a su perro. Si hubiéramos cedido a las peticiones de Daniel ahora estaría paseando al perro en vez de estar escribiendo. Hace una semana, una prima de mi mujer nos enseñó un chihuahua que le acababan de regalar. Por temor a posibles infecciones, no lo podía dejar en el suelo, así que lo llevaba en un bolso. Tenía tanto miedo de todo que cuando le acariciabas notabas cómo temblaba. Tiene dos nombres : el oficial es Gucci, y el coloquial, es Ozil, broma de un colchonero.

9.17, escucho a alguien estornudar en el salón.

-Hola, dice Daniel

-Hola, dice Lucía

Estos, también, son los sonidos del sábado. Los últimos de este post que he dedicado a Nicholson Baker y a su libro “La caja de cerillas”, cuyos capítulos comienzan con un :

Buenos días, son la 4:45…

viernes, 25 de marzo de 2011

Mad Men S0407 : "La Maleta”

Una maleta. La diferencia entre algo bueno y algo malo. Una cucaracha. Un programa de deportes. Una coz. Un paleto. Corea. Un vaso de agua. Un sábado. Volar.

25 de Mayo de 1965. Don Draper y Peggy cenan en una cafetería, junto a un dibujo de la Acrópolis. Buscan una buena idea para la campaña de Samsonite, que se les resiste. Queda poco para que esa misma noche se enfrente Mohamed Ali y Liston.

Don-¿Qué es lo más emocionante de una maleta?.
Peggy-Viajar a algún sitio. A la Acrópolis.
D-Me gustaría ir a Grecia. Los buenos cocineros se quedan allí.
P-Me gustaría ir en avión. Nunca he volado.
D-¿En serio?.
P-Me lo han contado, obviamente. Lo he visto en las películas. Me parce increíble. ¡volar!.
D-Cuando íbamos hacia Corea nos decían qué altura íbamos alcanzando. Y había otro chico mucho más cateto que yo que gritó “¡El hombre no ha nacido para volar!”.
P-¿Cooper no tiene testículos?.
D-(Negando con la cabeza) No quiero agua. Mi tío Max decía que su maleta siempre estaba hecha. “Un hombre debe estar preparado para irse”. Puede que fuera una metáfora.
P-Hay algo en esa idea. No lo sé, Ya no consigo ver la diferencia entre algo bueno y algo horrible.
D-Están muy cerca. Pero la mejor idea siempre gana. Lo sabrás al verla. Te das golpes contra la pared y aparece.
P-Así de simple.
D-Sí, señora.
P-No como el resto de mi veía. Sé lo que se supone que debo querer, pero nunca parece tan importante como lo que pasa en la agencia…No sabía que estuviste en Corea.
D-Muy brevemente.
P-¿Disparaste a alguien?.
D-No. Pero vi morir a algunos. No se olvida.
P-Mi padre murió delante de mí. De un infarto. Tenía doce años.
D-Lo siento.
P-Fue muy violento. La tele estaba puesta. Por eso odio los deportes. No había nadie. Era sábado por la tarde. Mi madre estaba de compras.
D-Yo también vi morir al mío. Por la coz de un caballo.
P-Bromeas.
D-(Niega con la cabeza.
P-¿Qué hay de tu madre?.
D-No la conocí.
P-¿Por qué hay un perro en El Partenón?.
D-Es una cucaracha. Vamos a un sitio más oscuro.

jueves, 24 de marzo de 2011

El canguro rojo


En la dosis diaria de información que uno recibe debería incluirse, al menos, un documental. Y si es posible que sea de animales, mejor. Tanto los periódicos como la radio y la televisión no dejan de ofrecer noticias apetitosas pero sin mucho fondo, un fast food informativo al que nadie llama así y que a mí se me acaba de ocurrir no sé si por genio o por cansancio, que ya son horas. Picoteamos en Japón, en Libia, en el nuevo coche de Fernando Alonso, en la dimisión de Sócrates o en los problemas de coordinación de la OTAN. Masticas las noticias, calentitas como patatas fritas, hasta llenarte la tripa, pero ya sabes lo que pasa : son calorías y grasas que te llenan de colesterol las neuronas y hacen que todos tus pensamientos vayan muy despacio.

Muy...muy...despacio.

Porque es demasiado pronto para saber qué pasa y, además, aunque lo supiéramos, ¿qué podemos hacer?. La opinión mejor formada no sirve para nada si no hay algún atajo hacia el poder. Voy a ver si el callejero de Google me indica ese camino. Un momento.

Inicio : Este sofá.
Final : El poder.

Un momento. Otro momento. No, nada, no me ofrece ninguna ruta. Con la de patatas que me he comido.

Todavía estoy esperando que salga un periodista que, en plena noticia, sea capaz de reconocer que no sabe nada.

-No, no sé nada.

Y no pasa nada. Se nos exige que vayamos más despacio en nuestros desplazamientos y me parece bien. Lo mismo habría que hacer respecto a la información. Dejar que se vaya condensando poco a poco, hasta terminar en un libro o en un documental. Del punto inicial con muchas preguntas y pocas respuestas, a otro en el que haya más respuestas que preguntas.

En lo que esperamos, podemos ir viendo otros documentales. De animales, por ejemplo, para ir acostumbrando al cerebro a recibir información sobre el mismo tema durante más de veinte minutos. Con los animales, además, no hay razón para mentir.

Hoy, por ejemplo, después de cenar, vemos un documental sobre el canguro rojo, del que os cuento diez cosas :

-Viven en desierto interior de Australia, donde hay unos ocho millones de canguros.
-Al nacer tienen el tamaño de la uña de un pulgar
-No duermen por la noche y aprovecha el rocio de la yerba al amanecer.
-Saltan porque a altas velocidades gastan menos energía que si hicieran la misma distancia corriendo.
-Solo los machos adultos son rojos , las mujeres y las crías, grises.
-Con cinco kilos, abandonan la bolsa en la que viven (marsupium, en latín, quiere decir bolsa)
-Pueden mover cada oreja de forma independiente y tienen la sensibilidad suficiente como para oír la caída de un alfiler.
-Sus saltos pueden llegar a los doce metros.
-Su velocidad máxima de 55 km hora
-Cuando sus dientes se desgastan, se caen y son reemplazados por los detrás.

Pero lo más importante de todo, lo verdaderamente fundamental, es que mientras vemos este documental no estamos perdiendo el tiempo con Bob Esponja y su puta madre.

Daniel escucha lo que se dice del canguro rojo mientras dibuja un caballito de mar. ¿Qué conexión hay entre las dos cosas? No lo sé. Habría que hacer un documental sobre esto, pienso.

Y aquí me detengo, incapaz ya de saltar hasta un párrafo nuevo. Ved fruta y comed documentales. O al revés, que las que ahora parecen canguros son las palabras.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Bacalao desmigado


Este es un barrio en el que las fiestas no dejan rastro :

-Carnaval (sin decoración en las calles)
-Todos los santos (sin decoración en las calles)
-Reyes (sin decoración en las calles)
-Año Nuevo (sin decoración en las calles)
-Navidad (sin decoración en las calles)
-Fiesta Nacional (sin decoración en las calles)
-Día de la constitución (sin decoración en las calles)
-Fiesta del trabajo (sin decoración en las calles)
-Asunción de la Virgen (sin decoración en las calles)
-La inmaculada (sin decoración en las calles)

Sabes que es fiesta porque te descubres a las diez tomándote el café en pijama viendo en la tele cómo un tipo te enseña a hacer un hámster de papel. Ahora se acercan las fiestas de Pascua y en el Marcadona lo anuncian cuando voy esta tarde :

-Ya están próximas las fiestas de Pascua. Les recordamos que pueden comprar el bacalao desmigado en oferta

La mejor forma de estar al día de las fiestas es pasarse todo el día en Mercadona, donde ya te dicen qué comprar y dónde para celebrarlo. Para que todo fuera perfecto, sólo haría faltar tener un local en el que reunirse con más gente, como los parques de bolas de algunos hipermercados.

-Ya están próximas las fiestas de Pascua. Les recordamos que pueden comprar el bacalao desmigado en oferta y, si lo desean, darse unas cuantas vueltas vestidos de nazarenos en la sala que hemos habilitado al respecto.

Odio la palabra habilitar.
Odio la expresión al respecto.

Me odio a mí mismo por haberlo escrito y no tener energía para cambiarlo.

martes, 22 de marzo de 2011

Hacia el colegio (01)

1-Hoy hay suerte y, cuando salgo al descansillo, el botón del ascensor no está encendido. Me acerco rápidamente, pensando que el cualquier momento va a aparecer la luz roja. Ha habido alguna vez que, un segundo antes de presionarlo, ha cambiado de color. Hoy eso no pasa. Dado que a esta hora el ascensor sube y baja con padres y niños pequeños (se puede decir que todos nos hemos mudado a este edificio con la misma edad media, por lo que todos los niños pasarán a la vez por las mismas fases) me he ahorrado cuatro o cinco minutos con el dedo fijo en el botón

2-Daniel me enseña el tigre de Ben Ten que se compró el domingo cuando me acompañó a por el periódico. Hubo un momento en el que, por despertarse a las ocho y llamarnos desde su cama, estuvo castigado. Después perdió perdón y fue todo el camino hacia el Opencor contento y moviendo mucho los brazos. Tenía una idea de lo que quería pero al llegar, mientras yo cogía El País, empezó a dudar. O el tigre o la otra figura con alas. Además, por el tema del precio, tenía que aceptar que el domingo siguiente no hubiera nada.

Estuve a su lado mirándole. Tenía esa cara que pone cuando le plantean un problema de matemáticas de una forma nueva : Me faltan ocho para ser catorce

Hubiera dado cualquier cosa por conocer sus pensamientos. Le habría comprado todas las figuras que había en la tienda si me hubiera explicado cuál había sido el razonamiento que finalmente le llevó a elegir el tigre.

-Éste – me dijo.
-¿Seguro?
-Sí.

A veces, incluso en elecciones como ésta, parece dejar lo que más le gusta por una opción más formal, como si se decidiera por el que nos fuera a gustar más a nosotros. Creo que en ese momento lo estaba haciendo, pero no insistí.

Así que ahora me enseña el tigre de Ben Ten con una cara en la que contiene la alegría, un tanto temeroso de que le prohíba llevárselo.

-¿Pero os dejan?
-Sí – me dice.

3-Desde que tiene la nueva mochila rosa, Lucía la lleva cargada al colegio, aunque sólo sea con la carpeta porque ese día no tenga ni natación ni educación física. Antes buscaba cualquier excusa para darme su carpeta y andar más tranquila. Con la mochila esa forma de actuar no se ha repetido aunque la mochila pese más.

Sólo me pide que la ayude para meterla en el maletero.

4-Suele ser frecuente ver a un padre inclinado sobre un niño o una niña ajustándole el cinturón. Nosotros ya hemos dejado esa fase atrás. Sólo arranco cuando me contestan que los dos han hecho “click”

5-8:33. Es buena hora para salir. Ya en la rampa veo que hace buen día y se lo digo a los enanos. Sé que ellos lo pueden ver por sí mismos, pero creo que decírselo es importante. Es una forma de compartirlo

Daniel me explica, mientras esperamos pacientemente nuestro turno en el carril de la izquierda a que el semáforo cambie tres veces y nos toque, por qué se lleva al tigre.

-Carlos se va a llevar a Gélido y vamos a luchar – me dice – Gélido – me explica por si no lo identifico – es el azul que lanza cosas de hielo y, en la nueva versión, también fuego.
-¿Y quién gana?
-Gélido.
-¿Gélido?
-No – se corrige – El tigre.

En el carril de la derecha deberían ponerse sólo los que, al llegar al cruce del semáforo, tuerzan a la derecha, pero nunca es así. Suele ocuparlo gente que también girará a la izquierda. No es legal, pero como hay menos coches, no tiene que esperar, aunque llegado el momento de girar provoquen un atasco y todo vaya más lento. Sólo un par de veces se han puesto los municipales a cotrolar el tráfico, por lo que las posibilidades de que la jugada te salga bien son bastante altas. Como suele suceder, unos cuantos se benefician de la gente que cumple las normas.

-No sé el nombre del tigre – me dice entonces Daniel.
-Pues lo miraremos en Internet.

No me pregunta nada sobre Internet.

7-En "Hoy empieza todo" ponen una versión de un tema de Pajares sobre Drácula. Apago la radio a la mitad. A veces pienso que hay algo infantil en dedicarle tanta atención a todos esos grupos que no dejan de sacar canciones. Un lujo al que se pueden dedicar unos cuantos porque otros se aseguran de que las cosas funcionen : este semáforo, y luego ese otro.

En un párafo de “El antólogo”, Nicholson Baker escribe :

“Si todo el mundo se callase durante un año, si pudiéramos simplemente detener este interminable avance a trompicones, ¿No seríamos todos mejores personas? Yo creo que probablemente sí” (Página 22)

8-Apenas hay tráfico en la calle en la que muchas veces coinciden el camión de la basura y los que descargan su mercancía para las cafeterías que se sucede a la izquierda. Hoy está despejada y al verlo noto cómo , casi automáticamente, se me relaja la espalda, liberando una tensión de la que no era consciente

9-Llegamos con tiempo al colegio. Todavía no han abierto las puertas. Lucía pasa al asiento del copiloto. Me gusta cómo se mueve su coleta de un lado a otro.

-Huele mal aquí delante – me dice.

Es muy sensible a los olores. Si en la cocina hay algo en la basura que debería estar ya en las tripas de un camión, camino del basurero, se queda en la puerta y arruga la nariz. Le pregunto de dónde viene el olor.

-De ahí – me dice, señalando algo que debe haber en mi puerta.

Lo remuevo un poco pero no encuentro nada.

10.Beso a Lucía y a Daniel. Lucía sale corriendo frotándose la mejilla. Daniel va a mi paso.

-¿Nos despedimos otra vez en las escaleras? - le pregunto.
-Vale - me dice.

Me gustan mucho esos vale.

lunes, 21 de marzo de 2011

Cuenta 140 : La jaula

Desde Octubre del año pasado, en El Cultural, el suplemento de El Mundo, Montero Glez conduce un concurso de microrrelatos. Cada semana se propone un tema con la condición de que las historias presentadas no sobrepasen los 140 caracteres y los lunes se publican las finalistas.

De las diez que escribo, mando las seis primeras. A la final pasa la cuarta.

1-Mantuvo a los leones varios días sin comer para que todos recordaran aquella función.

2-La luz filtrada marcaba finas franjas negras en las paredes. Supo lo que eso quería decir, pero eligió quedarse junto a ella.

3-Era el zoo perfecto para los nostálgicos : cada jaula estaba dedicada a una especie ya extinguida.

4-Para que la muerte no rondara la casa del anciano, en la jaula sólo tenía pájaros disecados.

5-Viendo que los de la ciudad no pasaban hambre, los pájaros del campo comenzaron a usar las ramas para construirse jaulas de madera.

6-En el diccionario las palabras viven en la jaula de su definición.

7-No había rehabilitación posible. Ya desde bebé se había acostumbrado a ver la vida a través de unos barrotes.

8-Sabía mucho de pájaros : Los metía en la jaula, le daba sólo alpiste y gracias a sus cuidados acababan firmando cualquier confesión.

9-Fue sincero con su nieto. ¡Claro que le gustaban los pájaros!. De joven, con los dientes más fuertes, había disfrutado mucho de ellos.

10-Perdidas las ganas de jugar, sentía los noventa minutos como una condena.

domingo, 20 de marzo de 2011

"Rango", de Gore Verbinski


Extraña película. Paso por varios estados : somnolencia, aburrimiento, asombro, incomodidad, interés, admiración, extrañeza, distanciamiento, inquietud y desorientación. Parecen los efectos secundarios de un medicamento mezclado con alcohol y temo que tanto a los guionistas como al director les haya pasado lo mismo. Me gustaría preguntarles qué tipo de película querían hacer.

¿Para niños? La respuesta es no o, para no ser tan drásticos, sería una película infantil para ir sin niños: Una película en la que aparece un personaje con una flecha que le entra por el ojo y le sale por la parte de detrás de la cabeza no es para niños. Hasta Tim Burton en su "Pesadilla antes de Navidad" parecía saber dónde estaban los límites

En un momento de la película, un pájaro dice que está listo para aparearse.

-¿Qué es aparearse? - me pregunta Daniel.
-Buscarse novia - improviso.

¿Para adultos? La historia es demasiado simple para ir dirigida a los padres de los niños o, para no ser tan drásticos, sólo sería recomendables a aquellos adultos que consiguieron tomarse en serio Avatar.

¿Entonces? Pues ahí ando, haciéndome esta pregunta. Dependiendo de lo que me responda admitiré que me gusta o no.

Creo que a los guionistas deberían haberles hecho algún control mientras trabajaban en el guión. O decirnos qué tomaron para, como ellos, poder ver esta película en su particular 3D narrativo.

Lo que sí está claro es que el resultado es lo que se puede esperar de alguien que se llama Gore.

sábado, 19 de marzo de 2011

¿Hay beneficio a la izquierda?

Si escribís 638.767 en Google, os encontraréis con la misma noticia repetida ayer de periódico en periódico : la deuda de las administraciones públicas sigue creciendo. En el 2007 era de 380.661 millones de euro. Ahora es de 638.767. A mí me parece mucho. ¿Lo es? ¿No lo es? ¿Está todo justificado?.

Así están las cosas cuando, hoy, en El País, me encuentro un artículo en la página 45 que se titula “Días de invierno”. Me lo leo mientras mis hijos dan su clase de padel. Es un artículo curioso porque lo escribe un filósofo, José Luis Pardo, y el tema central del mismo es la futura desaparición del estado del bienestar si llega la derecha al poder :

"El caso es que se acerca la primavera, con sus brotes alérgicos y sus alteraciones sanguíneas, y no solo el Estado no ha vuelto (al contrario, parece más bien estar en paradero desconocido) y la hora de la política se aleja a pasos agigantados a favor de la economía en su aceptación más siniestra, sino que las fotos de los líderes de la derecha festejando con cava y habanos su cobro actual o inminente del despojo de la crisis dejan una impresión amarga: los grandes beneficiarios políticos del descalabro van a ser los únicos que parecen tener un discurso apropiado a las sombrías circunstancias. El discurso de la liquidación del Estado de bienestar por motivos contables, el que concibe la Administración del Estado con los mismos criterios que la gestión de una empresa".

Sí, a mí tampoco me gustaría ser economista después de leer eso de “la aceptación más siniestra”. Qué cabrones somos los economistas.

El caso es que el artículo habría que estudiarlo en clase de filosofía. Tal vez ese sea el motivo por el que se ha escrito. No lo sé, que de pronto me empiezo a sentir un poco siniestro. Realmente, el centro del debate, viendo el incremento de la deuda, debería ser si ese crecimiento del Estado está justificado. Los que sospechan del mercado, muchas veces con razón, después de ver esos simpáticos movimientos de trileros del sector financiero, y que se suben a las paredes si alguien menciona la mano invisible de Adam Smith, deberían preguntarse si al Estado también se le puede dejar a su libre albedrío sin ningún tipo de control. Me parece una pregunta apropiada.

¿Se la hace José Luis Pardo?.
No.

Vuelvo a los datos del principio : 380.661 en el 2007 y 638.767 en el 2011. No hace falta ser economista, ni mucho menos filósofo, para sospechar que ese es un incremento brutal. ¿Analiza algo de esto el filósofo? No. ¿Qué hace? Pues razonar con el corazón, como las adolescentes, hablando de Claudio Rodríguez, de Berlanga, de las cestas de Navidad, de Zamora, de Hegel, de Walter Benjamín, de “Lo que el viento se llevó”. Así es. Cuando ha terminado de hacer literatura, se acuerda del tema y lo despacha con el párrafo que he reproducido.

El núcleo de toda esta página 45 está en saber si se pueden aplicar algún principio de gestión de la empresa al Estado. El, después de utilizar términos como siniestro, despojo, amargo, sombrío y liquidación, ya te transmite, a través de los sentimientos, cómo debes interpretar eso de “criterios de gestión de una empresa”. Nos quejamos de los programas del corazón, pero parece que también hay una filosofía del corazón.

Pues muy mal, don José Luis. Vaya como está la filosofía y cómo ha cambiado desde los tiempos de Platón y sus diálogos. Con lo bonito que habría sido construir un diálogo utilizando como base las siguientes preguntas, como el partido de padel que ahora estoy viendo :

¿Cuáles son los criterios de gestión de una empresa?.
¿Cuáles son los criterios de gestión del Estado?.
¿Puede aplicarse algún criterio de gestión de una empresa en el Estado?.
¿Existe algún concepto similar al de la mano invisible de Adam Smith en el Estado?.
¿Se puede decir que el “Estado no ha vuelto” con ese incremento de deuda que se ha producido en cuatro años?.
¿Qué puede aportar un filósofo a la economía?.
¿Qué puede aportar la economía a la filosofía?.
¿Qué ocurriría en el sistema si una empresa privada usara los criterios del gestión del Estado?.
¿Se puede ser de izquierdas y aceptar el beneficio como objetivo lógico del sistema económico?.
¿Se puede ser de derechas y aceptar la necesidad de un Estado fuerte?.

Ya, son temas muy aburridos y lo que te pide el cuerpo, sobre todo en una mañana como ésta, es terminar con un verso de Claudio Rodríguez, que es como limpiarse las manos después de haberlas metido en esa mierda económica.

Yo también tengo un poema de Claudio Rodríguez para terminar. Se titula “Alto jornal” :

“y abre/ su taller verdadero, y en sus manos/ brilla limpio su oficio, y nos lo entrega/ de corazón porque ama, y va al trabajo”.

Menos mal que hay alguien que habla de talleres, oficio, trabajo, manos y amor en el mismo poema.

viernes, 18 de marzo de 2011

"El oficinista", de Guillermo Saccomanno


En el gimnasio, frente a las hileras de máquinas de correr y de bicicletas, hay varias pantallas que emiten distintas cadenas. En una de ellas se veía esta tarde cómo una autoridad despedía a los bomberos que van a tratar de detener el desastre nuclear de Fukushima, al lado, un periodista comentaba los resultados del sorteo de la Copa de Europa y la suerte de los equipos españoles.

¿Cómo se pueden combinar las dos noticias? Creo que no se puede y que el hecho de que una pueda seguir a la otra, en el mismo programa de noticias, define bastante bien la forma que tenemos de enfrentarnos a la realidad : aunque se caiga el mundo, siempre habrá un partido de fútbol que le quite importancia al asunto. Si hubieran tenido televisión durante la peste negra, seguro que les habría ido mejor.

Esa combinación de noticias es el mejor prólogo que una novela como “El oficinista” puede tener. “Hombres y mujeres completamente normales avanzan a diario hacia su escritorio en una ciudad arrasada por atentados guerrilleros, amenazada por hordas de hambrientos, niños asesinos y perros clonados, vigilada por helicópteros artillados y bautizada con lluvia ácida. Entre ellos, un oficinista dispuesto a la humillación con tal de conservar su puesto…hasta que se enamora y se permite soñar con ser otro. ¿De qué abyecciones es capaz un hombre por aferrarse a un sueño?” Copio el resumen que aparece en el libro para explicar cuál es la razón por la que, entre todos los libros que había expuestos, me decidí por este. 6,95 euros.

Tenía muchas ganas de que me gustara. Muchas. Pero lo nuestro, finalmente, no funcionó. Por diez razones.

1-El protagonista

Es como un caracol que trabaja en una oficina en la que no existen ni sábados ni domingos. Al caracol se le ofrece la oportunidad de copular con una mujer. De esa relación sale el otro, que es el tipo que todos quisiéramos ser, el que se nos sienta en el hombro, vestido de rojo y con cuernos, a decirnos : “venga, ya está bien, ahora mando yo”.

Si pasáis toda la jornada delante del ordenador sabréis a qué me refiero. No se puede vivir sin tener al otro al lado.

2-Escenario pintado

Como en el teatro. Tiene que estar ahí, porque queda feo poner un fondo negro, pero es un fondo en el que, aunque hay helicópteros, perros clonados, explosiones, niebla y gente en la calle, nada tiene relieve. Nada. Si uno se fija, es igual que en las vistas nocturnas que aparecen en algunas películas : ninguna ventana se apaga o se enciende.

Como el cocinero falso que en los restaurantes colocan en la puerta con el menú.

3-La oficina

El caracol está todo el día enfrente del ordenador, preparando cheques para su firma y moviendo expedientes de un lado a otro. Es lo que suelen contar de una oficina los que no han estado en una oficina.

Si hablo del Vietnam, seguramente me salga una escena de Apocalipsis Now, pero es que yo no he estado en Vietnam.

4-La familia

La familia del caracol es extraña, tan extraño como hacer pasar por documental un vídeo de Pink Floyd. Su mujer es gorda y le pega, sus hijos le dan patadas porque quieren galletas y luego, por ahí perdido, hay un chiquillo que nació débil y que recuerda al Gollum.

Con esa distorsión, el protagonista no busca algo, en el fondo está huyendo, agarrándose a lo primero que encuentra, lo que no dice mucho de él ni de lo que acaba escogiendo.

5-Lo políticamente correcto

Que es con el lenguaje : todos y todas…

6-El otro

El que está sentado en su hombro, le propone que se salga de su rutina y que cambie de vida siguiendo esa otra rutina de los que quieren cambiar de vida : cobrar un cheque y marcharse con su amante a alguna playa.

Hubiera sido interesante darle voz a este otro al que sólo se le ocurren pequeñas tonterías de cobarde aficionado, como la de delatar a su compañero o la del robo del collar falso. La moraleja : si eres un caracol, tu otro también tendrá alma de caracol. Interesante para el protagonista, pero triste para el lector.

7-El lenguaje

Si vas al fondo, es probable que no te importe la forma. En mi caso, todas las historias tienen que seducirme por el lenguaje y eso no me sucede con este libro. Aquí no hay imágenes, ni adjetivos.

Es el tipo de lenguaje eficiente para explicarte cómo se programa el video. Frases cortas. Verbos. Sustantivos. Tragas tres pastillas y te tomas el vaso de agua.

8-Esa sensación de haber visto esto antes.

En una mezcla de “Brazil” (80%) , con “El apartamento”(10%) , y “Blade runner”. (10%)

9-Las falta de humor.

Es un libro demasiado serio. Y cuando a uno no se le ofrece nada de lo que reírse, es probable que lo haga cuando no debe.

“Unos ladridos a lo lejos. Perros clonados. Las avenidas y las calles desiertas. Corre hacia el subte. Los ladridos se acercan. Odia correr. Por la renguera odia correr. La boda del subte. Los perros lo persiguen. Los ladridos bajan las escaleras. Por suerte viene un tren. Las puertas se abren. Y se cierran antes de que la jauría pueda subir” (Página 42)

Pues vaya mierda de perros clonados, que no son capaces de pillar a un tipo cojo.

10-El final.

Se plantea el problema : sexo vs amor y al final ni uno ni otro : el tipo a la calle.

He dicho que quería que me gustara esta novela porque la idea que trata me parece muy interesante. ¿Puede existir el amor cuando todo alrededor se desmorona? ¿Es ajeno al entorno o, por el contrario, se adapta a él, transformándose en otra cosa? La teoría del libro es que, desde luego, desaparece : la relación se convierte en sexo o en algo utilitario que garantiza la entrada de dinero. Y, en el caso del protagonista, el único que parece seguir creyendo en él, su postura queda devaluada por culpa de los diez puntos que menciono antes y porque, en el fondo, es un tema demasiado grande para alguien que parece sufrir por arrastrar su propia sombra. Bastante tienen los caracoles con llevar su casa a cuestas.

Como este libro se llevó el premio Biblioteca Breve del 2010, concedido por un jurado compuesto por José Manuel Caballero Bonald, Pere Gimferrer, Ricardo Menéndez Salmón, Rosa Montero y Elena Ramírez, es probable que mi futuro como lector y mucho menos como crítico no llegue muy lejos.

Sí, me marcho a ver algo de Bob Esponja como penitencia.

jueves, 17 de marzo de 2011

Hacia cuartos (menos fríos)

Rememoro diez momentos importantes del partido de ayer, una vez que se ha enfriado el marcardor :

1-El metro.

Voy en metro porque es cómodo y es línea directa, la diez, la más apropiada cuando uno se dirige a la Décima (la mayúscula es mía porque no merece la pena desear algo que no empiece por mayúscula). La parada es Santiago Bernabéu, que sólo te da una orientación de lo que te espera arriba, porque a veces al salir te encuentras en la Liga y otras, como esta noche, estás en plena Copa de Europa. La rutina o la Historia. Supongo que son cosas de la relatividad.

2-Los sándwiches de Rodilla.

Llevarse sándwiches de Rodilla al fútbol es un poco, un poco, un poco gay (ya está dicho). Mi hermano me ofrece uno y no le digo que no porque el hambre no es gay. Con el hambre no se juega.

-¿Ése de que es?
-De roquefort
-Pues el otro.

A veces lo que no te gusta te ayuda a elegir. Anotadlo.

3-No es Guti.

Dan la alineación del Madrid y se me ocurre una idea que le haré llegar a Florentino si ganamos la Décima : que cada estación de metro tenga el nombre de un jugador que haya estado en la final. Es una gran idea.

-Yo me bajo en Ozil.
Y la estación llena de fotos de Ozil. El gran Ozil. Es una pena que el Atlético de Madrid no pueda hacer lo mismo.

Dan la alineación del Madrid, decía, y al ver la foto de Khedira tengo la impresión de estar viendo la de Guti. Me sigue pasando con Guti lo mismo que con las películas de James Bond : pongan a quien pongan, siempre veo a Sean Connery. Aquí, esté quien esté en el centro del campo, me imagino a Guti. Pero le dio por marcharse a hacer el turco, qué le vamos a hacer.

4-El vecino de delante y sus puros.

El vecino de delante se fuma unos puros densos, apretados, que apenas se consumen. Me imagino a alguna cubana colocando capa sobre capa, sudando, las gotas de sudor cayendo por su cuello, y de su cuello, oscuro, deslizarse hasta…

Llego a casa oliendo a humo, pero no me importa porque, al agitar los pantalones, se caen los tres goles de hoy, que rebotan en el suelo hasta quedarse quietos.

5-El abrigo de Mou.

Mou sale con su abrigo largo hasta el borde del área que tiene marcada en el suelo con una línea discontinua. Un espacio perfecto para dejar el coche. Si quisiera, Mou aparcaría ahí su coche y dirigiría el partido con la ventanilla bajada y el codo apoyado en el borde, con cierto aire de superioridad.

Los del Fondo Sur, animados por los goles, corean su nombre. Suena un poco ridículo. Permanezco callado y con miedo de que Mou, que todo lo controla, pueda darse cuenta de que no digo nada. A mi Mou no me gusta, a veces me da vergüenza escucharle en las ruedas de prensa.

Creo que es un topo del Barça, pero me gusta su abrigo.

6-El iPhone

Me llevo el iPhone para escuchar el partido, pero descubro que hay un lapso de treinta segundos entre lo que veo y lo que escucho. Apago la radio y me concentro en el partido, aunque también hay cierta diferencia entre lo que veo y lo que pienso. Pero con eso ya cuento.

7-Nunca es igual que la primera vez.

Lo sabe Marcelo, por eso se empeña en ser el primero en marcar esta noche. Para su gol, mezcla varios ingredientes de otros jugadores, por eso le sale algo tan completo y sabroso. Se puede decir que te va describiendo la receta para que la boca se te llene de saliva conforme avanza con el balón :

-Se recibe un balón de Xavi Alonso templado y en su punto, se coge a Chris y se le esquiva con la zurda. Con el balón ajustadito, se amaga a Réveillère y se pone a la defensa en estado de ebullición. Ese golpe de calor es necesario para que los ingredientes se vayan ablandando, como la confianza del portero, Lloris, que ve cómo el balón entra limpiamente en la portería, permitiendo así un gol crujiente por fuera y delicado por dentro.

Como tenemos mucha hambre de títulos, todos nos lanzamos a celebrar el tanto y a comernos el gol a bocados, sin paladearlo, masticando con la boca abierta. Sí, somos un poco cochinos. Vuelve a ser un tema de hambre : seríamos capaces de hacernos un bocadillo de caviar.

8-Un cartel de apoyo a Japón.

Al principio del encuentro guardamos un minuto de silencio como muestra de apoyo a Japón. Esto no va a acabar con la amenaza de los reactores de Fukushima, pero supongo que si fuera japonés me gustaría ver que en el otro lado del mundo la gente sabe dónde se está jugando un partido de verdad.

Alguno hay que aprovecha para gritar, pero supongo que en los rebaños siempre hay una oveja que bala.

9-Ya no hay botas de vino

Hace frío en el campo. Supongo que el viento es el fantasma del pasado, recordándonos las veces que nos hemos quedado en octavos. Hace años te habrías echado unos tragos para calentarte por dentro, pero ya no hay botas de vino. En su lugar, tenemos unos radiadores colgados que encienden cuando va a terminar el partido.

Una medida inútil porque con tres goles en el cuerpo, a pesar del viento que corre por el estadio, nadie tiene frío. El frío, que salió del vestuario del Madrid, se mete ahora en el del Lyon.

10-Los titulares

Doy por terminado el partido cuando, a la mañana siguiente, leo los titulares de la prensa deportiva en los periódicos del quiosco. Es como ver el sello del notario en un documento : ya es oficial.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Una cuestión de cifras

En el colegio habría que cambiar el cuento del lobo y los tres cerditos por una versión nueva. En ésta, un cerdito se haría su casa con deseos, otro con opiniones y el más trabajador, con cifras. ¿En qué casa te meterías tú para protegerte del futuro.

Viene esto a cuento (sí, estaba buscado) de la reacción que ha provocado el accidente nuclear en Japón, donde es posible que en el futuro el sushi lo hagan con nuevos tipos de peces. Ahora todos se han echado las manos a la cabeza (menos los políticos, que se las han llevado a los votos) y parecen renegar de la energía nuclear, defendiendo que lo nuclear debe servir sólo para referirse al blanco de la colada. Frente a ellos están los que dicen que es una energía limpia que sólo se viene abajo con la combinación de un terremoto y un tsunami, que es como te metan un gol sacando de banda.

En medio, yo, donde es probable que se reciban bofetadas de los dos lados.

Vuelvo al cuento. Creo que de nada sirve protegerse debajo del tejado de las opiniones y, menos aún, de los deseos, porque estos aguantan mal el granizo de la realidad. Si hace sol, todo vale, pero el problema es que no dejan de acercarse nubes negras por el horizonte.

Como éste es el quinto párrafo y ése era el número de Zidane, me animo con una teoría : cuando se vive en una cultura del crecimiento, la formación parece dedicarse a lo abstracto o general, mientras que en tiempos de estancamiento o agotamiento de los recursos, la educación se centraría en lo concreto o cuantificable. O, dicho de otra manera que haga que esta teoría ya no sirva ni para envolver las sardinas de la pescadería, las letras en la expansión frente a los números en la recesión.

En mi defensa, y antes de que las propias sardinas me tiren piedras a la cabeza, pondré como ejemplo la información que estamos acostumbrados a recibir : tanto en televisión como en radio, suele basarse en opiniones, descripciones o meros deseos, situación que cambia un poco en la prensa o Internet, donde esporádicamente se ven algunas cifras y cuadros. Vemos normal que un corresponsal nos hable de los tanques que pasan detrás de él o que, para informar sobre un tema, se entreviste a un paseante cualquiera pidiéndole su impresión. No se ofrecen cifras porque no estamos acostumbrados ni a pedirlas ni a manejarlas y porque en ellas es donde, en muchos casos, está el poder.

¿Qué define mejor la situación de Egipto : poner las cámaras en la Plaza Tarhir o contar que es un país que en 1960 tenía 26,1 millones de habitantes, que en el 2010 eran 80 y que en el 2060 pueden llegar a los 140, añadiendo que en el 2007, de ser un país exportador de petróleo se ha convertido en uno importador.

Si estamos seguros de que el interruptor se encenderá cuando lo presionemos, podemos dedicarnos sin problemas a nuestra tesis sobre el comercio en Mesopotamia. Todo cambia si empezamos a temer que la luz ya no llegue cuando la necesitemos. Es entonces cuando tendremos que preocuparnos por el tema, informarnos y obligarnos a elegir una opción.

En el caso del asunto de las nucleares en España, se mezclan las opiniones y los deseos, pero apenas se aportan cifras. Aquí van diez preguntas que no se pueden responder con deseos/opiniones y sin cuyas respuestas no se debería comenzar ningún debate :.

1-¿Cuál fue en el 2009 el porcentaje de producción de las energías renovables/hidráulicas frente a la nuclear?
2-¿Cuál es la media de crecimiento de las renovables en estos últimos nueve años?
3-¿Qué cantidad de energía nuclear se importa?
4-¿Cuánto ha crecido de media la producción de energía nuclear en los últimos nueve años?
5-¿En qué año podrían las renovables producir la energía nuclear que ahora consumimos?
6-¿Cuál ha sido la evolución del consumo de energía final en los últimos nueve años?
7-¿Cómo se distribuye en el 2009 el consumo final de energía entre transporte/industria y residencial+comercio+servicios?
8-¿Cuál fue la relación en el 2009 entre consumo de energía primaria y la final?
9-¿Qué cantidad de la energía eléctrica final del 2009 se dedicó al transporte?
10-¿Qué porcentaje del consumo primario de petróleo y gas se dedicó en el 2009 a generar electricidad?

Esta carrera de obstáculos no la terminas si no echas manos de cifras. Y sin esas cifras es imposible que logres ofrecer un razonamiento que merezca la pena escuchar. Antes de decidir si nucleares sí o nucleares no deberíamos obligarnos a responder a estas preguntas. Éste es el tipo de comportamiento al que deberíamos ir acostumbrándonos. Los recursos van a ser cada vez más escasos y nos va a tocar arremangarnos.

Así que, como deberes, empezad visitando esta web del Ministerio de Industria donde están los libros sobre la energía en España desde 2001 y las respuestas a las preguntas planteadas

Al modelo que os montéis en la cabeza le añadís una nueva restricción : la producción diaria de petróleo está cayendo a un ritmo de dos millones de barriles de año en año

Y ya está. Vaya post divertido que me ha salido.

martes, 15 de marzo de 2011

"Una mujer de nada", de Leonor Paqué


En este libro aparecen personas que en la mano, en vez de un iPhone para consultar el Facebook, tienen una cebolla para comer. Este es el tono de una historia con menos acción que el parking del Carrefour cuando está cerrado. ¿Pero quién quiere acción?.

Igual tú, claro, pero entonces deberías levantarte y abandonar la sala. Por si todavía te lo piensas, te voy a recitar una lista de diez palabras : arcilla, porcelana, cabras, hambre, negro, deseo, frío, cuevas, guerra y soledad. .

-Me podría agarrar a eso del deseo.

Pues es ese tipo de deseo con grietas que apenas sirve para contener nada, como si antes de pensar en llenarlo ya intuyeras que el esfuerzo fuera inútil.

-Pues me marcho.

Muy bien. Ahora que estamos casi en intimidad, premio a los que siguen en sus sillas plegables con un párrafo del libro :

“Algunas tardes, con la fresca, María se sentaba en la puerta de la cueva y aprovechaba la última luz del día para coser prendas o remedar. Era la mejor hora, con el sol naranja-rosa escapándose tras las lomas dando a todo un tinte de fantasía. La gente salía a llenar las cántaras de agua para el servicio de la casa, a por la leche recién ordeñada de las cabras o a hablar simplemente con los vecinos que se encontraban a su paso. Ella podía divisar todo el pueblo desde su puerta y a sus niños jugando en la era con los demás” (Página 113).

María es la protagonista del libro y esta escena, tan tranquila, como de anuncio de quesos, es una excepción en una vida que parece plantada en tierra seca : ahí donde naces es donde te vas a morir, por más hijos que traigas al mundo, por más que te esfuerces por los tuyos, por más que trates de conservar la cabeza en un mundo en el que lo animal pesa más por culpa del hambre.

En el mundo de María, la gente come cebollas, se hace la ropa con sábanas viejas y vive en cuevas excavadas en la montaña, como metáfora de la imposibilidad de profundizar en sus propias vidas más allá de unos pocos metros. La vida de cada uno es sólo un trozo más al final de una cuerda familiar que se hunde en un pozo sin agua. Y, para que la fiesta sea completa, hay una guerra que se lo lleva casi todo y lo poco que se mantiene en pie acaba destruido por hombres y mujeres que parecen utilizar el sexo como una forma de venganza contra todo.

Así era este país para los pobres hace unos años. Y aún era peor si, además de pobre, eras ese tipo de mujer de nada a la que hace mención el título.

La historia de María, obligada a tirar de su familia, sin la ayuda de un marido con el que apenas puede contar, podría haberse convertido en un bloque de granito imposible de mover si Leonor Paqué no hubiera cuidado el tono, la escritura y sus tiros no se hubieran dirigido a las dos porterías : los hombres no salen bien parados, pero la mayoría de las mujeres tampoco.

Leonor guía la narración con pequeños toques, evitando que se salga de una senda estrecha y sinuosa con un barranco a cada lado : el melodrama a la derecha y el aburrimiento a la izquierda. Ella se limita a avanzar tranquilamente, tratando cada momento con cuidado, como si en esa atención y no en la explicación o la exaltación estuviera el valor de lo que quiere contar:

“Transcurrieron dos inviernos y comenzaba a reventar una primavera que se colaba por las rendijas de los suelos haciendo crecer la hierba” (Página 23).

Y como esa hierba es la escritura de Leonor, colándose por los bloques de la historia, haciendo que la figura de María se vaya definiendo poco a poco. Es una acumulación de escenas cortas que funciona como los cuadros en una exposición, cada una con un sentido propio que adquiere más valor por estar rodeada de los demás. Pienso, por ejemplo, en la descripción de la muerte del padre, en ese dedo masajeando las sienes del padre para calmarle y en sus pensamientos. (Páginas 104-106)

A un nivel más detallado, y a pesar de lo duro del tema, todo el libro parece envuelto por ese aire de domingo por la mañana en el que los objetos y los gestos parecen más exactos, más definidos. Basta que la mirada se centre en ellos para que adquieran un significado especial, a veces más importante para la historia que una conversación entre personajes.

Hasta aquí, lo bueno del libro. Lo malo, tranquilos, sólo ocupa un pequeño párrafo. A saber :

Lo único que no me ha gustado del libro es ese epílogo que apenas añade nada. Un premio para el personaje pero un paso en falso para un lector que habría agradecido la rotundidad de un final duro pero preciso como el de la página 171.

“Como ella no se movió, dejó el tazón y salió.
Eran las últimas palabras que iba a escuchar de sus labios”.

Cerráis ahí el libro y ya podéis actualizar Facebook a ver en qué malgastan los demás su vida. Si os apetece, podéis escribir en el muro : “Después de este libro, uno piensa que la mayoría de nuestros problemas sólo pueden escribirse en minúsculas”. Y seguro que os llueven amigos.

lunes, 14 de marzo de 2011

Cuenta 140 : El termómetro

Desde Octubre del año pasado, en El Cultural, el suplemento de El Mundo, Montero Glez conduce un concurso de microrrelatos. Cada semana se propone un tema con la condición de que las historias presentadas no sobrepasen los 140 caracteres y los lunes se publican las finalistas.

De los diez que escribo, mando los ocho primeras. A la final pasa el sexto.

1-Frente a la farmacia, los termómetros reaccionaron como si marcaran los decibelios de un tema de ACDC. Ella apretó el paso, satisfecha.

2-Antes de decidirse le ponía un termómetro. Cuanto más alto era el nivel marcado, con más confianza empezaba la lectura del libro.

3-El disfraz hacía de ella la enfermera más solicitada por la eficacia con la que vaciaba los termómetros de mercurio blanco.

4-Cegado por la capucha, escuchó a la voz que le hacía las preguntas sugerir al que anunciaba las descargas que probaran con el termómetro.

5-Preocupado por la salud de sus ciudadanos, el Gobierno limitó el tope de los termómetros a 37º.

6-Ya ni se quitaba la bata blanca : iba al bar, pedía una copa y la removía con el termómetro.

7-Varias veces se lo habrían tragado las olas de mercurio de no haberle agarrado su madre la mano durante toda la noche.

8-La adivina, como resultado de su trabajo anterior, leía el futuro en un termómetro.

9-La nive cubrió todo e barrio menos el termómetro que marcaba los 42º

10-El termómetro de la marquesina medía la temperatura exterior, a modelo e lencería del anuncio de debajo, a interior.