miércoles, 30 de noviembre de 2011

Finca Antigua 2008

El veintiuno de marzo de dos mil ocho, Vicente Verdú publicó en El País un artículo titulado “La pareja y su tiempo basura”. Creo que debería aparecer de nuevo cada año porque lo vuelvo a leer y sigue teniendo sentido.

“Como consecuencia del programa general de trabajo y descanso, la pareja sólo se reencuentra durante el periodo del día en el que peor se halla, física y psíquicamente, cada uno.”… “El actual periodo de duración de las uniones ha descendido a una media de siete años y la tendencia discurre hacia un incesante recorte de los plazos. “…“ el tiempo efectivo en que esta comunidad podría construirse y reforzarse coincide casi siempre con un tiempo basura, las horas de un día desgastado y donde tanto la pasión como la atención y el ánimo perviven demediados.”

María y yo tenemos un pequeño momento para hablar cuando los enanos están en el baño y se acerca a verme a la cocina mientras preparo la cena. Antes resulta imposible charlar y después ya estamos demasiado cansados. Son cinco o diez minutos en los que nos resumimos lo más importante. Como apenas hay tiempo para extenderse, exponemos las noticias sin adornos, saltando de un tema a otro : el trabajo, una cita con los amigos, la visita al médico, la reunión con la profesora, el plan para el viernes, un comentario sobre alguien de la familia, quién recoge a los enanos mañana, la compra urgente que hay que hacer, unas fotos que han llegado por mail o el inminente cargo del IBI.

Hoy ha salido el tema de la enfermedad del hermano de una compañera. Algo rápido y terminal. Quería darme más detalles pero le he dicho que no quería saber más. Nos hemos quedado un rato en silencio.

-Bueno, voy a sacarles.

Cuando se ha marchado he abierto una de las botellas de Finca Antigua que tenemos y que me está gustando. Es el vino al que acudimos cuando no queremos bebernos las botellas especiales porque no le pedimos demasiado, pero éste, 50% tempranillo, 20% merlot, 20% cabernet sauvignon y 10% Syrah está bastante bueno.

..” el orden de la producción, la repartición de tareas domésticas, el programa general de vida, se acercan hoy más a un proyecto de destrucción y sustitución del amor que a su refuerzo”

martes, 29 de noviembre de 2011

La tabla del cuatro

En el momento todo es tan evidente que te dices. ¿Cómo voy a olvidar esto? Esta mesa en la que estoy sentado, la pizarra con la tabla del cuatro, el nombre de la profesora escrito en rojo, las perchas, las hojas dibujadas que hay pegadas en las ventanas, los estuches, el bote con lapiceros que la profesora tiene encima de la mesa, la forma que tiene de mover las manos mientras habla, el folio junto a la pizarra en la que se lee “aprender a consumir menos”, los niños jugando en las dos pistas de fútbol en una tarde ya sin sol.

De todo eso, lo que más me gusta es cómo está escrita en la pizarra la tabla del cuatro.

4x0=0

4x1=4

4x2=4+4=8

4x3=4+4+4=12

4x4=4+4+4+4=16

4x5=4+4+4+4+4=20

4x6=4+4+4+4+4+4=24

4x7=4+4+4+4+4+4+4=28

4x8=4+4+4+4+4+4+4+4=32

4x9=4+4+4+4+4+4+4+4+4=36

4x10=4+4+4+4+4+4+4+4+4+4=40

Me imagino a la profesora que ahora nos está hablando de Lucía escribiendo con cuidado todos esos cuatros en la pizarra. Me gustaría preguntarle si se quedó una tarde para escribirla y que los niños la encontraran al llegar al día siguiente o si lo hizo en clase para que todos vieran cómo el signo de multiplicar, al estirarlo, se convertía en esa serie de sumas, como esos monigotes de papel que forman una cadena unidos de la mano. Un truco de magia a la vista de todos.

-Muchos me piden que les enseñe a multiplicar con el siguiente número y cuando empecé con ésta, algunos no habían podido esperar y se la traían aprendida de casa – nos dice.

El lento y continuo descubrimiento de cada día.

-Sí que les gusta venir. Después de las vacaciones los hay que me dicen que tenían ganas de volver, que estaban cansados de estar con unos abuelos o con otros.

Todo en esta clase es un camino que va hacia un lugar que no es, desde luego, la realidad que existe ahí afuera. No puede ser que la historia que los niños empiezan a escribir aquí tenga el triste desarrollo en el que vivimos sus padres. Nos vendría bien que algún periódico quitara a Urdangarín de su portada y pusiera la tabla del cinco cuando esa tabla sea la noticia más importante en mucho colegios.

lunes, 28 de noviembre de 2011

El número siete

No me sorprende ver la tienda (“Prensa, pan, minimarket”) cerrada. El dueño se pasaba ya más tiempo fuera que dentro, como si estuviera acostumbrándose a ver la vida desde el otro lado del mostrador antes de dar el paso. Supongo que no debió ser fácil decirse en un determinado momento que cerraba, convertir la idea que le rondaba por la cabeza en una decisión firme.

Me acerco al escaparate a ver lo que queda dentro. Pensaba que el interior estaría limpio, pero hay cierto desorden, como si se hubiera marchado corriendo. Tal vez ni siquiera quisiera llevárselo todo. Para qué. Veo un recipiente de huevos kinder en oferta, a un euro, en el que quedan dos; varias bolsas pequeñas de cheetos; tres coca-colas de plástico en una estantería; dos cajas transparentes con restos de azúcar dentro de una bolsa blanca; un rollo de cinta de embalar encima de la mesa; un rollo de papel de celo en el suelo; tres bandejas rojas de plástico junto a un expositor de chicles vacío; una fotocopiadora; una silla blanca y, pegado al cristal, una caja llena de velas de cumpleaños con formas de números. La vela que está encima es el número siete, el de Ronaldo.

Varias veces entré con los enanos a comprar cromos o sobres con figuras. El dueño, bajo y con un poco de tripa, no hablaba mucho. No era de los que con sus gestos metiera prisa para que los niños se decidieran pronto. Aceptaba, tal vez un poco resignado, que para un niño el placer de la compra está en el tiempo que se dedica a elegir. Yo aprovechaba entonces para detenerme en todas las revistas que estaban expuestas en varias baldas, perfectamente organizadas por temas. Como en el barrio apenas hay librerías, ratos como ése me servían como sucedáneo.

Ahora no queda nada del colorido de las portadas. El sitio resulta más pequeño, como si llevara así ya varios meses, aunque sé que ha debido cerrar hace apenas unos días. Parece una fotografía en blanco y negro en la que sólo destaca el rojo del cartel en el que se anuncia que se alquila.

Yo me habría llevado la caja con las velas, aunque no sabría decir por qué.

domingo, 27 de noviembre de 2011

"Dr. Ficante", de Los Kikolas

Hay que decirles a los hermanos Ficante que eligieron un mal día para venir a Madrid a vender su elixir de la eterna felicidad momentánea. Tras el derbi de ayer, andaban los merengues metidos en casa, temiendo el sol por culpa de la resaca, y otro tanto hacían los colchoneros, con el fin de no tener que exponerse a las burlas ajenas. Vacía andaba la zona de La Castellana que frecuentan algunos políticos con la Visa de su ayuntamiento, lamisadedoce (el local de copas) y las bibliotecas públicas.

A los que fuimos ayer al campo, el propio Mourinho nos mandó un mensaje dándonos el domingo libre por haber animado a sus chicos, pero pudo más la curiosidad por el elixir de los hermanos Ficante que la bula concedida para dejar pasar la mañana en merecida tranquilidad.

Tengo que decir que había oído hablar bien de esta pareja por Jean Phillipe, un cartero desorientado que sigue pensando que SMS quiere decir Su Majestad Soberana, y que tenía ganas de escuchar su discurso de ventas ahora que andamos obligados a comprar cosas que nadie se esfuerza en vender. Todo ha sido por nuestro bien, es por nuestro bien y será por nuestro bien, así que los que ordenan y mandan no se toman la molestia de exponer unos argumentos para que compremos.

Ver a los hermanos Ficante es regresar al origen del capitalismo, a ese momento en el que la criatura, con la cabeza todavía un poco blanda, podía ser cualquier cosa de mayor. Una carreta, un producto y dos charlatanes uniendo su discurso para seducir a tu cartera y conseguir que se abra ante ellos. Su juego trata de convencerte de que una mentira es verdadera contando otra mentira mayor en un ejercicio al que te abandonas porque todos estamos deseando que nos vendan algo.

El centro de su atención, el elixir, me resulta atractivo por su propia naturaleza. Huyen los hermanos Ficante, y hacen bien, de esas pócimas mágicas que reparten en colegios ingleses a aprendices de brujo y que todo lo solucionan al instante. El elixir tiene cierto aire de provisionalidad y es a la pócima lo que el néctar de naranja es al zumo de naranja. Algo que no acabas de creerte del todo pero que te atrae por esa posibilidad del “y si funciona”. Siguiendo con los ejemplos, el elixir es lo que el software libre a Windows, lo que el flan de la abuela al que te encuentras en el supermercado. Ya van suficientes ejemplos.

Un elixir milagroso que, entre lo que dicen y me imagino, hace que te crezca el pelo, el orgullo, la fortuna, que el universo trabaje para ti, que la energía cuántica fluya, que tus músculos se vuelvan fuertes, que tu potencia sea infinita y que tu capacidad de seducción llegue a funcionar con el tipo que ves en el espejo cada mañana, que tu inteligencia lo abarque todo y que, en un campo de fútbol, como ayer, sepas distinguir a los buenos de los malos.

Junto a su carreta, la pareja trata de aplicar rudimentarias técnicas de mercado, pero es que la mutación genética que dio lugar a los consultores y asesores todavía no se había producido y uno hacía lo que podía, mezclando ofertas con números más propios de un circo y demostraciones científicas con otras más dudosas pero sorprendentes. Como todavía no sabían lo que era el share ni un spot, su propuesta dura cincuenta y cinco minutos, tiempo más que de sobra para que, poniéndonos en situación, al Atlético le piten dos penaltis.

Tanto esfuerzo no da sus frutos y los hermanos Ficante se marchan como vienen.

Pero.

Pero el verdadero elixir de los hermanos Ficante existe, aunque no lo enseñen. Es como esa botella de aguardiente del bueno que te sacan en confianza de debajo de la barra y que al probarlo hace que tu hermano, que vive en Nueva Zelanda apareando kiwis (los animales) note cómo algo le baja por la garganta y le desatasca hasta el ombligo. La imagen es extraña pero verdadera, creo. Ese otro elixir existe, decía, aunque de él sólo tenga algunas pruebas y evidencias y si lo hago público aquí es para que, en el caso de que se encuentren con el carromato de la pareja, no se dejen engañar con vasos de colores y ejercicios gimnásticos y exijan que les enseñen ese otro elixir.

Ese otro elixir es el que les anima a representar la obra una mañana como ésta aunque ese público que seguro que tiene esta función no haya venido. Pero ahí están los hermanos Ficante, poniéndose sus mejores galas de charlatanes para ti. Y la chica, y digo bien chica, que vende las entradas. Y el encargado de la música. Y las dos familias que acudimos a verles. Sé que para hacer dinero es necesario más, pero para hacer una obra, no. Hoy sólo ha faltado cantidad, no calidad. Mal andarían las cosas si fuera al revés.

Al terminar la representación, en ese ambiente familiar, podemos ver la parte oculta del teatro. La zona en la que se guardan los elementos de las futuras obras, el despacho, el camerino. Veo que sobre una mesa hay un cuenco con cuatro manzanas y un cartelito en el que pone “Mucha mierda. Kubik Fabrik”. Sé que ese elixir oculto existe y estoy seguro de que esos deben ser dos de los ingredientes que realmente utilizan. Cuando vuelva a verles haré que me digan el resto, pero a estos dos, capaces de montar su espectáculo frente a la comisaría de Usera, va a resultarles difícil sacarles algo. Todo será que haya que ir directamente a por el director, del que sé su nombre y dónde vive y a qué dedica el tiempo libre.

Los enanos salen encantados de la obra y les perdono a los Ficante que trataran de beneficiarse de mi cartera con extraños discursos. Puestos a elegir, prefiero a los hermanos Ficante que a los Lehman Brothers. Lo que podía haber sido el capitalismo y en lo que se nos ha quedado.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Gracias, Messi.

Camino de mi puerta en el estadio, me cruzo con cientos de madridistas por la zona del Bernabéu. Entre tanta gente, destaca la camiseta de una colchonera con el siete a la espalda. Nadie le dice nada hasta que uno, con un vaso de cerveza en la mano, le grita :

-¡Mira a la del Forlán! ¡Hija de puta colchonera!

En ese momento me siento orgulloso de pertenecer al Madrid. Puestos a ser grandes, puestos a abarcarlo todo, me alegra descubrir que también tenemos a los hijos de puta más cobardes del panorama futbolístico. Ahí está este tipo, madridista de pro (el alcohol nos ayuda a sacar la esencia de nosotros), mostrando que en la fauna madridista podemos presumir de tipos como él que se meten con quinceañeras rivales. Sí que somos grandes, coño, nos lo merecemos todo.

El partido de hoy parece que tiene un guión escrito año tras año y del que nadie se puede salir y en el estadio hay cierta euforia cansada, como si nos tuviéramos que reír de un chiste que ya nos sabemos : sale un portero y recoge cuatro balones de la red. ¿Cómo se llama la película? Derbi madrileño.

Con esa sonrisa poco convincente ocupo mi sitio, junto a mi hermano, que hoy no trae pipas. En la lista de partidos innegociables que negocié con María, éste tenía la marca verde de los que podía ver. Más que por un tema futbolístico, por razones sentimentales, porque la última foto que tengo con mi padre en el Bernabéu fue de otro derbi de hace cinco años y esta es una cita con el pasado que quiero cumplir, aunque de aquel equipo en el que jugaban Casillas, Míchel Salgado, Roberto Carlos, Iván Helguera, Raúl Bravo, Zidane, Baptista, Guti, Gravesen, Beckham, Cassano, Diogo, Raúl y Robinho, sólo quede el portero : la alineación de un equipo de fútbol es un río en el que no te puedes bañar dos veces, como dijo Heráclito.

Abajo, en el campo, lo de siempre. Parece que al Atleti le hubieran pasado otro texto cuando se atreve a meter el primer gol del partido, pero pronto parece recordar que en las estrellas y en la tercera tabla de Moiséis ya se habla de sus derrotas en el Bernabéu y el portero del Atleti, asustado frente al desafío de ir por delante, avanza tres casillas en el parchís : expulsión, penalti y empate.

Con lo que ya no sabemos, si a partir de ahora, es el Madrid el que gana el partido o el Atleti el que pierde. Ya tienen carnaza los periodistas para los que, hasta ese momento, retransmitir el partido es hablar de cualquier cosa que suceda fuera del estadio.

-¿Qué dicen en la radio?

-Algo del baloncesto – me dice mi hermano.

Empatado el partido, los espectadores volvemos a sentirnos como los dioses que ven, con cierta cariñosa lástima, que algún espontáneo trata de desafiar al destino. Esa confianza en el resultado final te hace sentir seguro, pero la seguridad es hermana del aburrimiento, por lo que, por mucho que nos quejemos, todos, salvo el hijo de puta de la cerveza del principio, recordamos con cierta melancolía ese gol del Atleti. Cuando uno se quita la camiseta, lo que se valora es al que se atreve a seguir su propio camino.

Pero tampoco vamos a ponernos profundos, porque uno se pone la camiseta para ser superficial y el partido está empatado y eso es a lo que vamos. Todo respiramos algo más aliviados y esperamos que las cosas vuelvan a ser como en el pasado, lo que tarda poco en suceder : el Madrid mete goles y el Atleti se lleva tarjetas. El ying y el yang.

-¿Y por qué no traes pipas?

-¿Y por qué no traes bocadillos tú?

Los goles llegan, pero no alimentan. Hay aficionados que, vistos los gritos que sueltan, parecen disfrutar con cualquier plato. Son los que le darían una estrella Michelín al banquete de bodas de su primo en el pueblo, pero yo no me siento especialmente estimulado. Los de blanco hoy, sea por lo que sea, no andan finos, y los pases y las jugadas se les quedan cortos, como si uno pensara en centímetros y el otro en pulgadas. Y por tonterías así más de una sonda espacial se ha pegado un buen golpe contra la superficie de la luna, provocando una pequeña nube de polvo y disolviendo millones de dólares del presupuesto.

Los goles acaban llegando y lo celebramos con una alegría desteñida que tiene algo de farsa. Gritar por un gol a un equipo que tiene un jugador de menos tiene algo de insulto contra tu propio equipo. Lo suyo sería un silencio educado. En fin, y mi hermano sin pipas.

¿Cosas que podría haber hecho en vez de ver este partido? Comenzar con cualquiera de los libros que me esperan o meterme en una tienda de chucherías a comerme unas cuantas pipas con la elegancia del caballo que abreva.

-No puede meter la cabeza y comer. ¿Me oye?

Lo intento, pero es difícil hablan cuando tienes pipas hasta en los oídos. Poco antes de que acabe un partido que lleva terminado muchos minutos le digo a mi hermano que ha llegado el momento de marcharse. Tengo que reconocer que no he sentido la presencia de mi padre, lo que no me sorprende porque siendo ya etéreo e inmortal, y sin sentir el peso de la finitud y bla,bla,bla, debe haber muchas cosas que hacer, que para eso se es inmortal. El tema de la mortalidad tiene sentido cuando uno se gana la vida sentado ocho horas delante de un ordenador.

-Menos mal que esto no es para siempre.

Nos metemos en el metro y hablamos de la crisis, que es lo que realmente importa.

-Los de Huawei se traen a los ingenieros de china en aviones, le tienes mil horas trabajando y revientan los precios del mercado, así que pronto acabaremos todos en el paro.

Muchos goles tiene que meter Ronaldo para hacerte olvidar esto. Parece que en lo que a la economía se refiere, no hay árbitro alguno que haga cumplir las reglas. En todo caso, tenemos a aficionados que con el reglamento del ajedrez tratan de organizar un partido de baseball. El tema es muy serio.

-¿Pero no tienes pipas?

-No.

Me despido de él y me marcho a casa, donde me encuentro a María viendo la televisión. Cambio un momento y en un canal descubro que retransmiten los últimos minutos del Getafe-Barcelona, que van ganando los locales por un gol a cero. Sólo quedan cinco minutos. Vuelvo a mirar el resultado. Vuelvo a escribirlo aquí. Getafe, uno; Barcelona, cero.

Toda la emoción que no ha provocado el partido del Bernabéu la percibo en esos cinco minutos. Me siento en el borde del sofá y noto cómo mi corazón late con más fuerza, como cuando uno está vivo. Los del Barça atacan y los del Getafe defienden, pero parece que ahí tuvieran un guionista diferente, más atrevido.

Me mantengo en un silencio expectante, con el corazón marcando el ritmo cada vez más deprisa. La sangre llega a rincones un tanto abandonados de mi cabeza, esa que va secando el uso continuo del Excel. Trabajar es cauterizar. Fluye la sangre y me descubro gritando, ordenado la defensa, criticando al árbitro y diciéndole a Piqué que su campaña de moda me parece muy elegante. Qué elegante ni qué coña, a él también le grito. Cómo grito. Nunca había disfrutado así últimamente, le estoy siendo infiel a mi escudo, a mi estadio y a mis colores, pero qué le voy a hacer. Getafe, uno; Barcelona, cero.

Y entonces aparece Messi y esquiva a la defensa sin problemas con el balón pegado a la punta. Me gustaría verle salir de un vagón de la línea uno a las ocho de la mañana. Eso sí que es esquivar, Messi. Messi avanza, se prepara y lanza un golpe directo que parece trazado por el destino.

El balón avanza y da en el poste, con elegancia. Qué cosas. Con lo pequeño que es Messi y lo grande que es la portería. Parece que cada jugador del Barça hubiera recibido ese golpe en la cabeza porque apenas tienen tiempo de reaccionar. Soy capaz de sentir el temblor debajo de mis pies, y en mis manos. Mi corazón late con más fuerza, transmitiendo ese ritmo a los vasos de la cocina, que tiemblan, y a los platos, y a las tazas, y a los cuchillos, y a las cucharas, y al bote de arroz, y a la caja de cereales, y a las naranjas de la despensa, y a la bolsa de colines y a las llaves de la entrada.

La intensidad aumenta hasta que el árbitro marca el final del partido. Esa señal hace que todo cese de repente y la casa vuelva a ser más sólida. Pero es un silencio ficticio, como el que provocan los animales antes de que llegue el tsunami.

El tsunami se acerca con fuerza y antes de que rompa, hago dos cosas. La primera es darme cuenta de que, además de nosotros dos, hay alguien más alrededor, que la eternidad sin arrugas debe ser difícil y todos necesitamos emociones. La segunda, darle gracias a Messi por estrellar ese balón en el palo.

Dar gracias a Messi, quién me lo iba a decir.

viernes, 25 de noviembre de 2011

La parada del N23

Son las cuatro y media de la mañana y estoy sentado en una parada del autobús, con una interesante mezcla de Ribera y sangre por mis venas, esperando a que pase el N23. En una bolsa tengo un libro de Flann O´Brien, del que esta mañana no sabía que existiera. ¿Cómo he llegado esta situación? ¿Por qué tarda tanto el autobús?

Todo empieza diecinueve horas antes, sentado en una cafería y pidiendo un café.

-Un cortado, por favor.

Educado y de buen parecer, porque hoy, por primera vez en mucho tiempo, llevo corbata. En media hora voy a asistir a un curso de derecho del que sólo entiendo una frase:

-Ahora podemos parar para tomar un café.

El resto es jerga técnica. ¿Millones de años de evolución para acabar haciendo esto? La Naturaleza se esfuerza en convertirnos en personas, partiendo de una piedra, y nosotros se lo agradecemos creando abogados. Pero eso es más tarde.

En la cafetería me traen el cortado y me doy cuenta de que no es un puticlub, como pensaba al ver la decoración desde fuera. No estamos para pagar veinte euros por un cortado por muy bien acompañado que se lo tome uno. Como se trata de la única cafetería a la redonda, muchas personas acuden a desayunar. Parecen buena gente que une el optimismo que provoca una barrita con aceite al de una mañana de viernes. Hay optimismo para dar y tomar.

Empiezo a leer tranquilamente El Mundo, rodeado por ese silencio respetuoso que provoca una corbata. Deben pensar que estoy dedicado a la sección de economía, pero la verdad es que empiezo por los columnistas, que es donde yo encuentro las proteínas. Hoy hay buen nivel y además me encuentro con el premio de una columna de David Gistau. Cortado, Gistau y viernes.

Gistau me hace reír. No me quiero reír porque llevo corbata y la gente puede pensar que tengo una caja de ahorros y que he utilizado su dinero a través de una recapitalización del Banco de España para jubilarme. Me rio en silencio, muy quieto, pero en silencio. Gistau escribe bien y es del Madrid, como yo.

“Ahora, al Atleti lo ve el Real Madrid como a una de esas tribus amazónicas, olvidadas por el progreso, a las que de vez en cuando fotografía una avioneta. Dispara contra el fuselaje con su cerbatana, y habla alrededor de la hoguera de cuando Futre logró reducir cabezas con morrión y barba rubia”

De Gistau paso a Manuel Hidalgo, que hoy escribe de Flann O´Brien, un irlandés que publicaba columnas en un periódico en el que empezó a trabajar después de mandarle cartas poniéndolo a parir. Era funcionario, bebía como un irlandés, y publicaba cartas con seudónimos en distintos periódicos con opiniones no coincidentes. El artículo consigue que sienta curiosidad por un tipo cuyo nombre parece una traducción al irlandés del mío. Me gusta el artículo a pesar de usar la palabra desopilante, que proviene del verbo desopilar : curar la opilación.

Unas horas más tardes, después de haber probado el café de los abogados, que no está mal, llenado el bolsillo con lapiceros del curso para los enanos, encendido y apagado el ordenador, comido un sándwich, recogido a los enanos y llevarlos a cortarse el pelo, de haber guardado la corbata, descolgado un vaquero del tendedero y cogido un metro, estoy con tres amigas en un restaurante.

Las tres amigas comen y, sobre todo, beben. Bebemos dos botellas de Torremilanos del 2008 y cuando nos preguntan por el postre pedimos una tercera. Con compañeras así uno se siente bien. El camarero apunta lo de la tercera botella con una cara que quiere ser de reprobación pero es de envidia. Lo sé porque la he visto en bastantes hombres esta noche, en los de la mesa larga del fondo, por ejemplo, que se giran cuando entramos y me miran diciéndome que yo no estoy a la altura de esas tres mujeres. Qué le vamos a hacer, los cuatro hemos trabajado juntos y hemos compartido la misma mierda, lo que une de una forma especial.

Hablamos del trabajo y de esa sensación de que todo se va deslizando hacia abajo, como los muebles en un barco que se va hundiendo y nosotros con él. El vino está muy bueno y hace que los temas surjan y se vayan enlazando sin problemas. Me gusta que, cada vez que acerco la botella, usen su mano para acercar la copa en vez de para taparla. Así cuaja una noche de viernes.

Charlamos aquí, y en el local de la segunda copa y en el de la tercera, donde sólo ponen música española y se ve a algún cuarentón desorientado cantando una canción de los Nikis. Consultamos el reloj para comprobar si estamos cansados por mayores o por la hora que es y lo que vemos nos anima. Las cuatro y media. Unos taxis con la luz verde brillante se llevan a mis tres amigas a sus casas y yo no sé si coger un taxi o el nocturno.

Para compensar el dinero que me he gastado en el libro del Flann, que me compro en La Casa del Libro que hay cerca del lugar en el que he quedado con mis amigas, decido ir en el N23. Leo unas cuantas columnas mientras espero al autobús. Cuando llega veo que está repleto, como si fueran las diez de la mañana. Es gente joven que vuelve a casa y a la que la noche se le ha hecho corta. Sube una chica preguntando si el autobús pasa por la Plaza de Castilla y varios tíos, después de mirarla de arriba abajo, le responden sin dudarlo que sí. No sé si la chica se sube convencida por la respuesta o por la mirada.

Parada tras parada el autobús se va vaciando haciendo que la hora de dentro del autobús y la de afuera coincidan cuando, a las cinco, me bajo en mi parada con las dos mujeres que quedaban.

Por obra y gracia del vino me descubro declamando los tres significados que la RAE da al verbo opilar. A saber : cerrar el paso; dejar de tener el flujo menstrual y llenarse el estómago de agua. Menos mal que a estas horas los pocos que hay por la calle ya saben sus significados y les da igual. La gente de bien, ajena a palabras como ésta, duerme apaciblemente.

jueves, 24 de noviembre de 2011

La clase de yudo

Escucho a María gritar en el salón que Daniel no se ha traído el bañador en la mochila. Le pregunto si lleva su nombre y me grita que sí. Pienso dos cosas. La primera es que menos mal que a alguien se la ha ocurrido fabricar un rotulador que lo que pinta no lo borra el agua. La segunda ya está relacionada con el futuro de Daniel y creo que el razonamiento de María, que avanza por el pasillo camino del cuarto de baño donde están ahora los enanos, es el mismo.

No se puede ser tan despistado. La vida es orden y con lo mal que van a ir las cosas, que Cuéntame se ha convertido en una serie de ciencia-ficción al enseñarnos cómo va a ser el futuro (blanco y negro, dos canales, la familia en un coche pequeño camino de la playa…), las próximas generaciones van a tener que ser muy eficientes.

Como padres, vemos que Lucía, por ejemplo, va a tener pocos problemas. No es que tengamos que protegerla del mundo, es que el mundo, por lo que vamos viendo, va a tener que protegerse de ella. Con Daniel, la cosa es diferente. No sé cómo va a ser su punto de equilibrio con el mundo en sí (qué bien queda este toque de filosofía a lo Heiddeger). Las sillas en sí mismas y esas cosas. A veces pensamos que el mundo se lo va a comer aprovechando despistes en la barrera como elel bañador y que le van a colar bastantes goles. Por resumirlo, que Heiddeger no es lo mío, Lucía nos ha salido del Madrid y Javier sería un buen hincha del Atleti (aunque le queremos, claro, cómo no vamos a quererle).

María avanza por el pasillo preparando su discurso. Como pasamos tan poco tiempo con los enanos, que tenemos que trabajar para el banco y para el Ayuntamiento (gracias de nuevo Gallardón por el IBI), tenemos que aprovechar cualquier momento para educarles. Cualquier tontería sirve para explicarles algo, orientarles o aconsejarles. No es justo para ellos, pero volviendo al fútbol, que es lo mío y no Heiddeger, estamos todo el rato en el banquillo y cuando nos sacan en los últimos minutos tenemos que demostrar todo lo que valemos.

Por lo menos escucho a María gritarme por el pasillo que va a preguntarle si recuerda dónde lo ha dejado. Es la única oportunidad de que este futuro colchonero, Dios no lo quiera, pueda defenderse. Viene en ese momento en el que estoy preparando arroz el instante de esquizofrenia al que uno se acostumbra. Voy con Daniel y también con María, que ya debería haber llegado al baño pero a la que voy retrasando por el pasillo a efectos literarios. Soy el hincha, y dale con el fútbol, que lleva al cuello la bufanda de los dos equipos. Me centro en el arroz.

Voy a aprovechar que María sigue avanzando por el pasillo para daros la receta del arroz. Compráis arroz, un cazo, un grifo del que salga agua, una placa de inducción (que suena a Heiddeger), un poco de sal, una botella de vino, una radio, unas zapatillas, os dais de alta con una compañía eléctrica y una cuchara de madera. Una vez recopilados estos elementos, os ponéis las zapatillas, encendéis la tele y echáis el arroz en el agua del cazo, removiéndolo lentamente mientras escucháis algo en la radio. Ya está. Lo de la botella lo he puesto porque nunca viene mal tener vino en la reserva. Y lo de la sal no sé.

Pero ya llega María al baño. Espero escuchar voces y solo percibo silencio. Muy raro. Sigo removiendo el arroz, yo a lo mío, pensando en el futuro de mi hijo colchonero.

Vuelve entonces María a la cocina en un instante, cosas también de la literatura, con lo que le costó alcanzar el baño, y me dice que todo está aclarado :

-Me olvidé de ponerle el bañador esta mañana en la mochila – me cuenta – Ha estado con otros tres niños mirando cómo nadaban los demás. Uno no se podía meter en el agua porque tenía una escayola y los otros tampoco llevaban bañador.

Por lo visto, se lo ha contado sin echárselo en cara. Podría haber aprovechado también el poco tiempo que pasa con nosotros para representar el papel del niño humillado porque, de pie y desnudo en el vestuario, descubre que no tiene el bañador en la mochila. Un momento que tienen que ser algo molesto. Que tiene que joder, vamos. Un pequeño trauma que podría haber disuelto con una buena reprimenda de Daniel a María, sólida y argumentada, meditada durante todo un día. ¿Qué niño con siete años no habría aprovechado esa clara ventaja emocional?

Daniel, sin embargo, no se lo toma así. Me alegro de que haya reaccionado como el que le hace una llave de yudo al mundo y lo tumba, que también puede ser otra forma de enfrentarse a él. Expone el hecho y deja que sea el mundo, en forma de madre humillada, el que se venga abajo.

Por lo menos respiro aliviado porque puede que, a su manera, de mayor también sea del Madrid.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

El juego de Lucía

Lucía se ha paseado esta tarde por la casa golpeando un globo para mantenerlo en el aire. Es un globo que nos dieron en el McDonald´s el viernes y que no ha perdido volumen. Ahora lo veo en el suelo del salón, grande y tenso, como un huevo de aire. En cuestión de globos de restaurante, es posible que no tenga competidor. Los del Foster´s Hollywood, por ejemplo, se convierten en tristes pasas en apenas un día.

No sé si habrá un departamento de calidad para los globos. En estos restaurantes en los que miden el grosor de la hamburguesa, el tiempo que tienen que estar las patatas en el aceite, las rodajas de tomate que se les pone, las semillas que lleva cada pan, lo que pueden estar preparadas antes de servirse, los hielos que lleva la bebida, la cantidad de pepinillos de la hamburguesa mini (uno), la sal que se le echa a las patatas, los pliegues que hay que hacerle al papel que las envuelve o el sentido en el que se le debe administrar la mostaza, no creo que un tema como el de los globos se deje al azar.

Veo el globo y pienso que han hecho un buen trabajo, aunque lo interpreto así porque quiero. Otro podría decir que los globos no cambian porque tampoco lo hacen las hamburguesas, que permanecen iguales día tras día, lo que no es normal. Es mejor, podría seguir este comentarista, la figura de un globo que se deshincha porque eso es lo que se espera que le pase a la comida a la que representa, si es mínimamente fresca.

No lo sé. Hasta fijarse en un globo es complicado. Quizás deba volver a la imagen de Lucía, con su ropa de gimnasia rítmica, recorriendo la casa con el globo, como si pensara en algo. Va y viene por el pasillo, pasa por la cocina, anunciándose con tiempo para que nos adelantemos con las sillas para dejarla pasar, entre en un cuarto, en otro, y acaba en el salón, donde Daniel está viendo la televisión.

Daniel parece ajeno a la escena, pero si Lucía puede ahora jugar con el globo es porque él se acercó a pedirlo al mostrador cuando salíamos del McDonald´s. Lucía le siguió y los dos esperaron y esperaron a que se quedara vacío y pudieran escuchar a un Daniel.

-Por favor, por favor

Que llevaba unos cinco minutos tratando de que le hicieran caso.

-Por favor, por favor.

Hasta que todos los pedidos ya fueron servidos y una de las sudamericanas que atendía al público reparó en él, se acercó y le prestó atención. Asintió y volvió con dos globos, que le tendió a un adulto que acaba de llegar y que supuso que era su padre. Pero su padre era yo y vi cómo ese adulto le pasó un globo a Daniel y, sin reparar en Lucía, le dio el otro a su hija. Daniel le pasó el suyo a Lucía y volvió al mostrador a por otro, pero ya había gente a la que atender, así que esperamos todos porque este es un buen ejercicio, de los que recomiendan los psicólogos. Unos minutos más tarde, le entregan, por fin otro globo.

Lucía le da pequeños golpes con la mano derecha. Eso es todo.

martes, 22 de noviembre de 2011

多谢

Me gusta que el Madrid meta seis goles, como esta noche, y que se agarre bien a Europa antes de que a los del norte se les ocurra lo de la Copa de Europa de dos velocidades para que sus equipos se lleven alguna y nosotros tengamos que luchar por el trofeo de los PIGS. Por este lado, no tengo nada que decir.

Sin embargo, me gustaría hacer una petición pública sobre la distribución de los goles aunque sé que ahora solo se escucha a los chinos, para los que empezamos a jugar a las doce con el fin de que ellos puedan ver el partido con su cuenco de arroz en una mano y nuestra deuda soberana en otro. Poco caso se me va a hacer, pero lo que solicito es una nimiedad, un tema de distribución de goles.

A saber y a quien proceda : Aquí las cenas empiezan a las ocho y media y terminan a las nueve. Podríamos empezar antes para antes acabar, pero suele ser complicado por varias razones que no puedo enumerar porque cada día son diferentes. Una multiplicación que hay que repasar, un calcetín que no aparece, unas risas de más a la hora del baño. En este estilo. A las ocho y media estamos cenando, entendiendo por cena el proceso que se desarrolla paralelamente a la emisión de dos capítulos de “Fineas y Ferb”. Nosotros les explicamos que se ve la tele mientras se come, pero ellos comen mientras ven la tele. Sobre ese matiz giran nuestros problemas a esa hora.

De fondo, frases como “Maldito seas, Perry el ornitorrinco” o “Ya sé qué vamos a hacer hoy, Ferb”.

Pero no nos distraigamos. Tenemos los goles del Madrid y el tema de la cena. La cena se extiende hasta las nueve, que es el momento en el que todos nos vamos al salón a descansar de la lucha. El sofá que compartimos es nuestra tregua. Así suele ser todas las noches, pero cuando hay fútbol, a las nueve me quedo solo en la cocina y cambio de canal.

-A ver qué tal – me digo.

Y me siento en la mesa, todavía sin recoger, y me pongo a ver el partido, comiéndome los restos de una croqueta, o bebiendo el zumo que queda, o rebañando el kétchup de un plato con un trozo de pan, o colocando un plato encima de otro, o recogiendo las migas con una mano, o terminándome un batido de chocolate, o pinchando las últimas patatas, o acabando unas natillas de chocolate, o de vainilla, o apurando el arroz que no se han comido. Sí, en ese momento me convierto en una cucaracha, metamorfosis mediante, y no le hago ascos a nada de lo que veo sobre los platos.

Es un buen momento de soledad en el que disfruto de los nervios del partido.

Para que el momento sea perfecto, necesito que el marcador no se haya estrenado. Ver un cero a cero es como llegar a tiempo, aunque ya hayan pasado quince minutos. Y pensaba que esta noche iba a ser todo igual y al cambiar descubro que en quince minutos el Madrid ya ha marcado tres goles. El partido, aunque quede mucho por jugar, ya se ha acabado. En esta novela negra, ya me han dicho quién es el asesino : el Dínamo yace en el suelo con tres agujeros y de las botas de Benzemá, Callejón e Higuaín sale humo.

Esto no se hace, Mourinho, don Florentino. Que me parece muy bien que el Madrid meta seis goles, pero les rogaría que los distribuyeran de otra forma. Ustedes no tiene dos niños de siete años y no saben quién es Doofenshmirtz para que puedan comprenderme del todo, pero tampoco hace falta una gran empatía. Que los chicos esperen un poco para marcar el primero y que después no lo hagan todo de golpe.

Si la petición les parece absurda, imagínense que se la hace un chino y ya verán que tiene sentido.

多谢

lunes, 21 de noviembre de 2011

Nadando en la nada

En la nevera tenemos una hoja con el menú del mes; varios imanes de la guerra de las galaxias; un dinosaurio que hizo Daniel, el único que todavía no se ha caído de todos los que colocó, que ya puedo deciros por qué se extinguieron los dinosaurios : no pudieron agarrarse a la nevera cósmica; un vale de Repsol con un descuento del seis por ciento que caducó en agosto pero que conservamos porque, sinceramente, no tenemos tiempo para revisar estas cosas; un imán que nos trajeron de Jamaica (Smile, Mon); otro imán de algún ministerio en defensa del consumo de pescado “Disfruta comiendo pescado” dice, y debajo, en letra más pequeña, “Invertimos en pesca sostenible”; otro imán más con el teléfono del Domino´s Pizza; una foto de Lucía; otra foto de Daniel y, cada lunes, la poesía que tiene que aprenderse para el miércoles.

La poesía de hoy es de Alberti y creo que con un par de poesías como ésta todos los niños querrán ser ingenieros. Gracias, Alberti. En unos años, las remesas hacia Alemania serán más numerosas debido a poemas como éste :

Verde, lenta, la tortuga.

¡Ya se comió el perejil,

la hojita de la lechuga!

¡Al agua, que el baño está

rebosando!

¡Al agua,

pato!

Y sí que nos gusta a mí

y al niño ver la tortuga

tontita y sola nadando.

La leo y releo y no tardo en darme cuenta de que esto no es una nana. Yo creo, en esta improvisada tesis de cinco minutos, que se trata de un acertado análisis del siglo veinte y del trozo que llevamos del veintiuno. Alberti realiza una crítica feroz en forma de nana del sistema capitalista sirviéndose de la tortuga como representación de una burguesía que, siguiendo la lógica inherente al capitalismo, desarrollada por Marx (véase Marx), no deja de comérselo todo (el perejil y la lechuga, que, obviamente, no se refieren al perejil y a la lechuga que todos conocemos). Si dejamos que la tortuga/burguesía avance (lentamente pero sin descanso), advierte Alberti, todos nos quedaremos sin perejil y sin lechuga, donde es posible que la lechuga se refiera a la mujer y el perejil al hombre. Puede ser, digo. ¿Qué hacer frente a ese avance? Alberti, de una forma sutil pero decidida llama a la rebelión con ese grito (¡Al agua!) que, obviamente, propone revertir la figura del bautismo, reclamando para el hombre, atrapado quizás contra su propia voluntad dentro de esa marea de la burguesía, un regreso al origen. Si el poema terminara aquí, no hay duda de que tal interpretación seria la correcta, pero ya J. Johnson y K.L. Peterson, en su obra “About the turtle “nana” : the hidden message” (Cambridge 1980) reclaman la atención hacia la mención que se hace al pato en la segunda llamada al agua. ¿Por qué un pato, con la cantidad de animales que hay? Este es un punto interesante y aceptamos como válida la sugerencia de que, como ambos autores postulan y subrayan, tal pato sea la figura que en las ferias se utilizaba para probar la puntería. El giro que da el poema es obvio : la primera llamada al agua sueña con una vuelta al hombre-antes-del-rito mientras que la segunda exige una acción clara, una respuesta que, y recordamos la figura del pato, pueda llamar a la violencia como último recurso cuando lo demás no sirve de nada. La última escena presenta una ambigüedad que hasta el momento no ha sido resuelta. Es probable que el niño al que hace mención Alberti sea él mismo o la forma de mostrar la unión entre el pasado y el futuro en una escena en la que los dos, nótese, se fijan en la tortuga/burguesía del inicio que ahora, tontita y sola, parece flotar abandonada a su suerte, llevada por las aguas de la Historia hacia alguna lejana orilla donde ya no pueda ejercer influencia alguna por mucho que se haga la ilusión de que nada, sólo un espejismo, decimos, porque ese nada no se refiere al acto de avanzar moviendo los miembros, sino al ejercicio de sumergirse en la nada y en ella hundirse, representado de una manera así de elegante y efectiva.

¿Estaba caducado el yogur? Sí. ¿Debía haberlo tirado? A la vista está que la respuesta es otro sí.

domingo, 20 de noviembre de 2011

"Sin remite", de Los Kikolas

Es curioso que uno coja las palabra primitiva y gañán, las una, y obtenga una calle. ¿Qué podría uno esperar de una calle así?. Debe ser un riesgo coger el taxi de madrugada, con la lengua doblada sobre sí misma por culpa de un ribera y otro ribera, y decirle al taxista una dirección de la que sólo se le quede la última palabra

-Gañán

-Espera, que te voy a quitar unos cuantos dientes para que puedas pronunciar mejor.

El destino no está escrito en las estrellas. Lo tienes en el nombre de tu calle. Es así de prosaico.

Subimos por esa calle a las once y media, sorprendidos de que por ahí exista una sala de teatro. Lo dice el navegador del iPhone y nosotros obedecemos, sí, pero. Hasta que el navegador, en su infinita sabiduría, nos deja delante de una puerta metálica en la que se lee “Kubik Fabric”. Puertas como esta he conocido muchas. Sin ir más lejos, la empresa que tenía mi padre, allá por el metro de Urgel, allá por el siglo pasado, era así. Entraba por esa puerta a una nave en la que olía a productos químicos para tratar el metal y al escribir esta frase soy capaz de recordar cómo olía exactamente.

Damos varias vueltas para encontrar sitio. Nadie se mueve a estas horas por Usera. Finalmente, cinco minutos antes de que empiece la obra, encontramos dónde aparcar.

Al entrar en esta nave reciben a los enanos con un bote de sugus. La recepción, separada del resto del teatro por una gran cortina, me resulta acogedora. En vez de descubrir la empresa de mi padre, me encuentro en el Fringe, en cualquier de esos locales en los que, con más ilusión que medios, una compañía representaba su obra a cualquier hora. Me gustaría quedarme a vivir en un sitio así y si tuviera algo de confianza con la chica que me cobra las entradas le preguntaría, como el que trata de orientarse en una ciudad, cómo llegar desde donde estoy hasta un sitio como éste. Me bastarían unas cuantas indicaciones.

-Sigues recto y tuerces aquí, y aquí, y aquí y aquí y luego todo recto. Y ya está.

Mientras doy con esa ruta, me tengo que conformar con ser espectador y recibir como entrada una chapa con el nombre de la obra que vamos a ver “Sin remite”, de Los Kikolas, con los que tengo cierta unión, cosas de la vida.

En la obra, un cartero francés, despistado, recién salido de una película en blanco y negro, nos cuenta cómo es su jornada en su pequeño puesto de correos. Nadie llega y a nadie entrega el correo, como si estuviera en la última línea de “El desierto de los tártatos”. A pesar de su soledad, él trata de cumplir su rutina con la dificultad del que no acaba de entenderse bien ni con los objetos ni con su cuerpo, lo que siempre resulta peor que vivir en Primitiva Gañán. Me gusta ver cómo se maneja la gente a la que su cuerpo le resulta demasiado grande o pequeño y para la que las cosas tienen más de una lectura. El desastre que provocan no deja de ser el resultado de buscarle una lectura distinta a la realidad.

Los que más celebran los fallos del cartero son los niños, sentados en primera fila, a los que los problemas del buen hombre acaban despertando el espíritu solidario ayudándole en cuanto pueden con la pelota, la raqueta, la rueda, la carta, el sombrero, o la bicicleta que se le caen. El mensaje de fondo es un tanto subversivo : lo ineficiente es divertido.

Cuento todo esto, anticipándome a la obra, porque todavía tenemos tiempo mientras esperamos en la entrada y como me encuentro bien aquí no voy a darme prisa. Cojo un programa y leo los títulos de las obras, imaginando que alguna la he escrito yo. “El bolso o la vida”, “La voz secreta de los pájaros”, “Mejor viuda que mal casada”, “¡Vaca!”, “La puerta estrecha”, “Popol se ha ido”, Metro cúbico”, “Torvaldo furioso”, “Las criadas”, “Büro”.

Los enanos con felices con sus chapas y los sugus, entre más niños felices también con sus chapas y sus sugus, rodeados de padres felices de ver a sus hijos felices con sus chapas y sus sugus. Afuera está lloviendo. Esa lluvia de domingo que te moja por fuera y te reblandece por dentro, pero no importa. Aquí dentro estamos protegidos y levemente excitados, esperando que en un escenario alguien nos cuente algo.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Travesía a Japón

En el puesto de sushi del Carrefour no queda ningún cocinero preparando bandejas porque son ya las nueve y media de la noche, una hora poco propicia para estas demostraciones. Respondiendo a la pregunta sociológica de ¿quién está un sábado por la noche a las nueve y media haciendo la compra en Carrefour?, puedo poner como ejemplo a esa pareja que anda por los pasillos.

El que empuja el carrito soy yo. El que va de pie, apoyado en la partes desplegable, es Daniel, que va señalando con el brazo derecho hacia dónde quiere que vayamos. Así que, en nuestro caso, la respuesta es : navegando, a las nueve y media, la gente en Carrefour está navegando.

La travesía es tranquila porque no nos cruzamos con demasiados barcos por estos mares. Visitamos aguas en las que maravillarse antes las decoraciones navideñas, otras en las que deleitarse antes las demos de los juegos de las consolas y pasamos, rápidamente, por los pasillos de los juguetes, tratando de evitar las tentaciones con dos tapones de cera que me pongo en los oídos.

Nuestra travesía nos lleva hasta las costas de Japón, donde, ya lo he dicho, no queda ningún cocinero para darle algo de glamour a la compra. Hay dispuestas bandejas con distintas formas de mezclar el arroz con el pescado crudo con nombres distintos y precios semejantes. Los precios son elevados. Caros. Pero es que nuestro destino era éste. Quién sabe si Colón también tuvo el capricho de embarcarse un sábado ya atardeciendo. El se diría “Qué bien me sentarían unas especias para cenar”. Y nosotros, imitándole, nos hemos dicho también “Qué bien nos sentarían unos sushis para cenar”.

Daniel, que no le presta atención a los precios, va lanzando bandejas al carro como el que carga un camión con adoquines. Le conmino, porque me siento capacitado para hacer uso de este verbo, a que tenga más cuidado, que lo que tiene en las manos es caro. Y él me mira como diciendo, no, es pequeño y yo tengo hambre. Como buen marinero, lo que quiere es tener las bodegas repletas para el resto del viaje, pero tengo que explicarle (lo de conminar sólo sirve para temas literarios, no lo uséis en la realidad si no es bajo la supervisión de algún adulto más capacitado) que no, que se trata de llevar lo justo porque esto es caro. Tan caro como una figura de la Guerra de las Galaxias. El ejemplo funciona y acaba cediendo, aunque su hambre siga siendo la misma.

Sí es caro, pero es que estamos en Japón. Cumplida nuestra misión, regresamos, siguiendo las corrientes propicias, hasta la zona de las cajas. Veo que se nos ha hecho bastante tarde. Y no por culpa de las discusiones en Japón, sino por el tiempo que hemos pasados viendo las demos de los videojuegos. Al pagar pienso un ratito en Fukushima, pero poco.

Ya camino del coche, pasamos frente a una zona peligrosa. A la izquierda, una tienda de animales. A la derecha, otra de videojuegos. Dura es la vida del marinero. Daniel se mete en la de los animales a echar un vistazo. Yo insisto en que es tarde, pero él, frente a los acuarios, me pide un poco más de tiempo. Si Ulises hubiera viajado con su hijo, habría tardado el doble en volver a Itaca. Estamos además en una zona en la que el reloj va mucho más deprisa. Hay que salir de aquí como sea.

Daniel me hace señales para que me acerque y cuando ve que me marcho viene a mi lado enfadado, en silencio.

-Te habrían gustado mucho los peces.

Los adultos, pienso, tenemos tiempo para los peces muertos que nos vamos a comer. Los niños, para los vivos. No lo digo. A la salida, camino del coche, ya no le presta mucha atención a las luces de Navidad, que tanto le habían gustado al venir. Sigue callado.

Callado sigue al llegar a casa. Se me acerca cuando estamos poniendo la mesa y me dice que me va a dibujar los peces para que vea lo que me he perdido. Se sienta en el suelo con una hoja de color naranja y me dibuja dos peces. Uno visto desde arriba y el otro desde un lado. Es un gran dibujo. Y me doy cuenta de que no pedía más tiempo para él, que lo que le da pena es no haber tenido la oportunidad de compartir conmigo algo que le gustaba.

Como venganza, en cuanto nos sentamos a la mesa empieza a comerse todo lo que hay en los platos.

viernes, 18 de noviembre de 2011

"Kika Superbruja", de Harald Sicheritz

Hace, pongamos que diez años, ir al cine un viernes como hoy suponía :

-Una película en versión original.

-Sacar las entradas para la sesión de las diez.

-Tomarse un cortado antes de esntrar

-Leer en la hoja de la película una entrevista al director, a los actores y al novio de una actriz secundaria.

-No comer palomitas ni sentarse al lado de alguien que lo hiciera.

-Ver los trailers de películas que mentalmente anotabas para ver la semana siguiente o la siguiente.

-Ver la película de principio a fin sin comentar nada, en un silencio compartido con los demás.

-Estar rodeado de cinéfilos como tú capaces de reconocer, y hacerlo notar con una risa educada, alguna mención oculta a otra película oculta.

-Ver alguna exposición de carteles del cine mudo mientas esperabas en la cola.

-Entregarle la entrada a un encargado con pinta de estudiar cine y de tener en el bolsillo una copia de su primer corto a la espera de encontrarse con un director y así justificar estas horas de trabajo. Un trabajo no demasiado interesante.

Todo esto bien podría suceder hace diez años. Hoy, diez años después, hago un último intento cuando están a punto de atendernos en la fila de las entradas. ¿No preferís Tintin? No. ¿Seguro que Kika Superbruja? Sí. Les gustan las figuras que regalan en los McDonald´s de Tintin, se las cambian en el colegio, pero llegado el momento definitivo, se niegan a ver la película por razones que no consigo descubrir. Es el siguiente paso del merchandising, en el que ya no necesita de la película para vivir. Merchandising killed the movie star. Ni siquiera hay división de opiniones para que pueda desequilibrar la balanza, un poco, en favor de cualquier otra opción que no sea la de Kika Superbruja. Nada. Unidos y apretados como si formaran una barrera ante un lanzamiento de falta de Ronaldo.

Kika Superbruja. Sea. Una película que demuestra que los alemanes son muy buenos fabricando coches de lujo pero que en el cine infantil les queda mucho por aprender. Si supiera alemán, traduciría la expresión “Válgame Dios” como resumen de una película de la que solo salvaría el trailer de "War Horse" de Spielberg que pasan al principio. A ellos les gusta.

-¿Cuándo volvemos a verla? - nos preguntan, resumiendo en esas cinco palabras su crítica, que al final es la que importa porque es lo que dirán en el colegio. Me temo que mi criterio sigue siendo el de hace diez años.

De la lista anterior, claro, ya ni rastro. Es la misma, pero lo contrario. ¿Cómo no me van a salir canas?

jueves, 17 de noviembre de 2011

Talento en abundancia

Son las nueve de la noche y los enanos acaban de cenar y tienen el pijama puesto y estamos en el salón y la televisión está puesta y me estoy cansando de unir tantas copulativas, que como eso de copular suena bien, pues venga a enlazar una tras otra. Y basta.

¿Qué podríamos estar viendo si tuviéramos el control de la televisión? Cualquiera de las siguientes series que están esperando, ordenaditas en el disco duro : Treme (Temporada 2), Shameless (Temporada 1), Mildred Pierce (Temporada 1), En terapia (Temporada 3), Damages (Temporada 3), Nurse Jackie (Temporada 3), True Blood (Temporada 4), El Ala Oeste (Temporada 1), The Wire (Temporada 1) y ¿Qué fue de Jorge Sanz?.

En vez de eso, ahí estamos, esperando a que empiece el episodio nueve de la primera temporada de “Buena suerte, Charlie”, en el Canal Disney, el único canal en el que no se hace ni una sola mención a la prima de riesgo, lo que hoy por hoy agradezco, quién me lo iba a decir. Pero mis agradecimientos no terminan aquí. Incluyen a Dan Staley, Phil Baker y Drew Vaupen, Productor ejecutivo y guionistas de “Buena suerte, Charlie”.

En las páginas dedicadas a las series no se habla de ésta, pero os digo que aquí hay mucho talento y un nivel muy alto. ¿En Canal Disney? ¿En una serie infantil? Sí. Hacedme caso y dejad que se abran las aguas de vuestros prejuicios para que podáis disfrutar de una gran serie. Así, como suena.

Y ahora os dejo y sigo con las copulativas, pero ya solo, a mi aire, con un poco de intimidad.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Invisibles gotas alrededor.

"El horizonte de la vida cotidiana era un ensueño masivo : por debajo de él quedaba todo lo que importaba" - Jonathan Lethem - "Chronic City"

Está bien cortarse el pelo en el Carrefour a las nueve de la mañana. Me parece una buena forma de empezar el día. Es algo recomendable y que sienta especialmente bien cuando debajo la orquesta del Titanic está tocando la canción de la tragedia económica. Y política. Y social.

Ahora entiendo esas escenas en las que los criminales, antes de pasearse por la ciudad a rebajar el número de vivos, se marchan a la peluquería para que un hombre mayor con chaqueta blanca, bigote, delgado, alto, con poco pelo, silencioso, sumiso, preciso y algo elegante les afeite mientras otro les limpia los zapatos aunque después vayan a ensuciarse con un poco de sangre.

O bastante, depende.

Aquí también hay sangre por todas partes. No se ve pero se huele. Todos andamos heridos aunque no lo sepamos. No lo sabemos, vale, pero lo sospechamos, que es más peligroso porque la sospecha no deja de crecer. Vamos dejando también nuestro rastro de sangre por todas partes, sin verlo, pero está ahí. Claro que está ahí.

Sentado en la silla de mi peluquera estoy un poco al margen de todo esto. Hay que buscar estrategias para protegerse y ésta solo cuesta siete euros. Me pasa la maquinilla en silencio un par de veces, parando para quitar el pelo que se va acumulando. Por lo visto da más problemas el pelo corto que el largo. Le dije que íbamos a tardar dos o tres minutos y no me equivoco. Lamento no tener el pelo largo, pero es lo que hay.

Me fijo en el espejo. Cortarse el pelo es como estrenarse un poco.

Camino de la caja, compro varias camisetas blancas. Cada una viene enrollada y protegida por una cinta ancha de cartón. Así tengo recambios para cuando todo empiece a salpicar.

martes, 15 de noviembre de 2011

Viva complacencia en una cosa

Daniel se lleva al General Grievous al colegio en la mochila. Cuando vuelve, por la tarde, me dice que lo ha cambiado y que me voy a enfadar. Se arrodilla junto a su mochila y en una mano saca dos figuras de Hernández y Fernández, de las que regalan en el McDonald´s, y un gormiti de la primera época que parece haber pasado por todos los bolsillos del colegio. No me enfado, pero casi.

Pero no me enfado, o casi, por el General Grievous. No lloraría si desaparecieran todas las figuras de la primera trilogía de la Guerra de las Galaxias. De hecho, ojalá no existieran esas tres películas. La única justificación de ese tripe error (George Lucas es el único hombre capaz de caer tres veces en el misma piedra) es que sirve de excusa para ese merchandising que hace que niños de la edad de Daniel se paseen por delante de las estanterías del Carrefour y decidan después de pasearse más de una hora entre toda la oferta, quedarse con el General Grievus.

Estoy al borde del enfado porque se ha quedado sin la figura y, sobre todo, sin la ilusión que llevaba asociada. La ilusión es un bien escaso : Al ver a Fernández y Fernández me desoriento un poco porque no me creo que esa pareja (y el gormiti desgastado) hayan compensado la que tenía Daniel por el tal Grievus. Daniel sabe que se ha equivocado al hacer el cambio y lo único que quiero saber es por qué lo ha hecho.

Ilusión : Viva complacencia en una persona, una cosa, una tarea.

¿Le han amenazado? ¿Le han obligado? ¿Se lo han quitado? ¿Le han engañado? ¿Le han mentido? ¿Le han prometido darle algo más? ¿Le han pegado? ¿Le han incluido en algún club? ¿Le han convencido de que Fernández y Fernández son también personajes de Star Wars (lo que podría ser, si hubo sitio para el Jar Jar Binks)? ¿Le ha vencido el poder de tener algo deseado?

A todas las preguntas la respuesta es No.

-¿Y qué pensabas? – le digo.

-No me acuerdo – me contesta.

Quiero insistir, pero para qué. Es probable que ni lo sepa. Que experimentara algo a lo que todavía no sabe ponerle nombre.

-Anda, termínate la cena.

lunes, 14 de noviembre de 2011

2,5 ml de magia

Ha llovido mucho esta tarde. Empezó con unas gotas aisladas, como las que caen cuando uno agita las manos después de lavárselas, y terminó con una lluvia que tenía más de rabia que de lluvia. Esa rabia me cayó encima camino del colegio y al salir de la pastelería con una barra para la cena y al colocarme en la fila mientras esperaba a que Lucía saliese de su clase.

-Abrochate – le digo a Lucía cuando viene hacia mí, con la ropa negra de gimnasia puesta y el abrigo encima.

Se sube lentamente la cremallera hasta el cuello, lo que la hace más alta y se pone los guantes rosas con el cuidado de un cirujano. Avanzamos bajo la lluvia con un paraguas que, sospecho, se convierte en una diana para la rabia que no deja de caer. Lucía no dice nada al verme y no dice nada mientras camina a mi lado. No sé si está enfadada conmigo o con la lluvia o con ella misma.

Por la noche, Lucía no deja de toser en la cama. Yo repaso todo lo que hizo : la cremallera, la capucha, los guantes, el paseo bajo el paraguas y no encuentro ningún motivo para que ahora tosa así. Es una tos ronca que no deja tregua y en la que puede encallarse en cualquier momento su sueño.

-Vamos a darle Bisolvón – me dice Maria.

Llevo el tapón hasta la marca apropiada y me acerco a Lucia. Niega con la cabeza al reconocer la medicina porque no le gusta nada. Tiene el pelo pegado a la cara y los ojos cerrados. Parece que hubiera identificado la medicina por el olor. Insistimos en que así dejará de toser, que es bueno para ella. Discutimos un rato en voz baja para no despertar a Daniel. Es bueno, insistimos.

-Voy a por un vaso de agua para que no se te quede el mal sabor – dice María.

Y en lo que va a por él y Lucía se decide, me doy cuenta de que no tengo ningún argumento racional con el que razonar. No sé de qué está hecho, quién lo ha fabricado, cuánto tiempo aguanta, cuáles son sus efectos secundarios, a quién no debe administrarse, cuál es la edad mínima para darlo, cómo debe conservarse, que es lo que realmente trata, con qué medicamentos es incompatible o cuántas dosis puedo darle.

Todo eso está en el prospecto, lo sé, pero ni me lo he leído ni creo que lo haga. Tengo que reconocer que actuando así me muevo más en el terreno de la fe y de la magia que en el de la ciencia. Supongo que, como a los niños, nos basta con saber que hay truco aunque no queramos que nos lo cuenten.

domingo, 13 de noviembre de 2011

El pequeño cuarto negro

Apoyados en la barra, a las doce, Rafa y yo miramos cómo el camarero nos sirve el vino y la cerveza.

-¿Y algunas patatas?

El camarero se excusa, con acento argentino, y dice que desde el miércoles no tiene nada. Para justificarse, levanta la tapa de un recipiente rojo que tiene pinta de conservar los hielos. Ni hielos ni patatas.

No hay patatas fritas porque todas se las han servido a unos niños que celebran su cumpleaños en este antiguo burdel cuyas habitaciones ahora aprovechan los actores para representar micro obras : para adultos por la noche y para niños por las mañanas. La idea es buena, pero al local le cuesta adaptarse a esta tropa de niños, padres y cochecitos, por mucho que en una pantalla, con botellas de Jameson a cada lado, pongan un capítulo de Caillou. En qué nos hemos convertido, Caillou.

Rafa y yo bebemos mientras María y Mónica esperan fuera a que empiecen la primera de las dos obras que vamos a ver con los niños. No es que creamos que este sea el orden natural de las cosas, es que la exposición de dibujos de protagonistas de películas de terror han asustado a los enanos.

“La noche de los cerebros crujientes. Acrílico y acuarela sobre lienzo. 33 por 24”. Por ejemplo.

Caillou, desde las pantallas, hace lo posible por dulcificar el ambiente, pero, tanto por historia como por decoración, poco puede hacer. Como sonarle los mocos a un elefante con un kleenex. Esperamos a que, por la escalera que desciende a las cuatro salas de abajo, aparezca una chica, golpee un brillante timbre como los que hay en las recepciones de los hoteles, y anuncie que la sala dos está lista.

Afuera, los niños juegan y esperan. También esperan las prostitutas que caminan lentamente al fondo de la calle. La tristeza de esa lentitud. Parece que esperaran otra cosa además de clientes, en esa zona en la que los días ya no tienen nombre. Salgo a tomar un poco el aire, les digo a las mujeres y a los niños que seguimos esperando, que se nos está dando muy bien esperar, para que no piensen que sólo estamos bebiendo, y entonces veo a un padre chino y a su hijo caminar por la calle. El padre arrastra un carrito en el que lleva una bombona de butano. La llevan con tanto cuidado que parece que fuera una mascota que sacaran de paseo.

El local tiene microinstrucciones para salir a la calle. Las leo porque el talento puede manifestarse en cualquier parte. De las seis instrucciones, me gusta la número cinco.

Norma número cinco “Cuando los demás monten jaleo recuérdales estas normas. Serás admirado/a y querido/a por todos y además el karma te lo devolverá en forma de éxito en la vida”.

Regreso a la barra con Rafa. Me cuenta que, siguiendo una recomendación mía, han empezado a leer a Fred Vargas, y que les está gustando mucho. Debería sentirme orgulloso, pero lo que siento es envidia : tienen por delante todas las obras de Fred Vargas y a mí no me queda ninguna ya por leer. Ojalá pudiera olvidarlo todo y sentarme a leer, de nuevas, “La tercera Virgen”.

Así pasa esta mañana, pendientes del timbre de recepción, con los cuadros de Nuria Sánchez Guzmán enfrente. “Nuria Sánchez Guzmán es una joven ilustradora y pintora madrileña cuyas obras, mayormente retratos realistas, se suelen decantar por la temática del terror y lo macabro”.

Me tropiezo con ese “mayormente” pero me pongo de pie al instante, sin notar heridas graves. Sigo hasta el último párrafo “Ahora su exposición “Porque me asusto” en Microteatro Por Dinero, reúne los retratos más monstruosos de la historia del cine de terror, extraídos directamente desde su pincel, para proporcionar a todo el que se atreva a adentrarse en ella un agradable rato y pasarlo “de miedo”.

Menos mal, pienso, que se ha mantenido fiel a los modelos y no ha hecho transformaciones macabras de Caillou o Pocoyó, lo que habría sido definitivamente perjudicial para los enanos. Nunca había visto un episodio de Caillou apoyado en una barra de bar y con un vino en la mano.

Nuestra paciencia es premiada cuando, como hemos visto varias, veces, una mujer sube por la escalera y golpea el timbre anunciando al obra y convocando no sé si a las musas o a nosotros. Todos nos ponemos en fila y seguimos a la chica, que va de blanco, por unas escaleras de paredes negras. Baja más despacio cada escalón hasta que llega al último, junto a una puerta, también negra, y se lleva el índice a la boca.

Tras esa puerta hay otro pasillo, con cuatro puertas a la derecha. Ahora todos estamos callados. Sobre nosotros, como una nube silenciosa, deben flotar los densos jadeos de todos los que visitaron estas habitaciones. Si quería alejarme del ambiente de los locales de bolas, estoy en el sitio preciso.

Abrimos una puerta y nos encontramos con una gallina, una abuela y un lobo.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Restaurante "Ochenta grados"

1-Una camarera limpia las mesas a la una y media. Somos los primeros en ocupar una mesa en el restaurante nada más abrir, lo que me gusta. Da la sensación de que la camarera limpia las mesas por ti. De que la que te recibe te está esperando. De que todas las mesas están dispuestas para que las veas así. Los siguientes en llegar quizás piensen lo mismo, pero el primer mordisco visual a todo esto se lo he dado yo. La mujer que nos da la bienvenida nos pregunta si tenemos reserva. Le decimos que no. Nos conduce a una mesa y me quedo con la duda de siempre : ¿De haber reservado nos habría dado otra distinta?

2-La carta es pequeña pero densa. Alguna vez llegaré y diré : desde aquí hasta aquí. Y ya está. No es una cuestión de dinero, sino de estómago.

3-Castrillo de Duero tiene una población de 152 habitantes. Hay sitio, claro, para que exista la bodega Montecastro y de esa bodega pedimos el vino : Alconte. Siento decir que la botella tiene una de las peores etiquetas que he visto. Señores de Montecastro, esto es algo que hay que solucionar ya. El camarero trae la botella de vino abierta y nos sirve sin preguntar si queremos probarlo. Es un mal detalle que, al final de la comida, se queda en nada. Una tontería de la que dejo constancia aquí para sentirme un poco superior. Nada más. Ahora que le he dado unos segundos de importancia al ego, bajo del podio.

4-Las raciones son pequeñas y bien presentadas. Es el sitio perfecto para traer a los amantes de los chuletones con patatas para ver qué cara ponen.

-¿A esto lo llamáis comer? ¿Pero sois idiotas o qué?

No, no hay chuletón como los que aparecen en los tebeos de Lucky Luke, ni falta que hace porque aquí no solo se llena el estómago. Todo lo que nos sirven alimenta la vista, que es un sentido que pasa también mucha hambre, aunque no lo sepamos. Ver estas raciones es una lección para Daniel, para que aprenda lo importante que es hacer las cosas bien, muy bien. Voy a decir una estupidez porque me apetece : a veces en un restaurante lo de comer está en un segundo plano.

5-La carne del taco mejicano que pedimos es como la que me ponía mi madre en el cocido, que separaba en hebras y me comía mezclada con el chorizo. Me sorprende este recuerdo. Se ve que están esperando cualquier excusa para asomar la cabeza.

6-Unos precios : Steak tartare (4,50 euros), croquetas de jamón (2,2 euros), huevo trufado (4,60 euros), fingerchips pollo (6,60 euros), calamares carta (6,50 euros) xs burguer (4,90 euros), taco mejcano (4,80 euros), ñoquis (4,40 euros), bocadillo 80 (4,80 euros), plato cuchara (4,60 euros), coca escalibada (4,80 euros).

7-Daniel prueba todos los platos. Los que le gustan pasan a ser de su propiedad, por lo que tenemos que utilizar todas las variantes de la negociación. Desde la educada a la más pura amenaza : sabemos dónde vives. Lucía prueba el steack, el pollo y alguno más. En una mesa, al lado, una pareja llega, se pide unas cervezas y unas raciones y se marcha antes de que consigamos que Daniel nos deje probar el taco mejicano.

8-La música de fondo está muy bien. Música negra, es todo lo que puedo decir. Pero me imagino a mujeres jóvenes, elegantes, con fuerza, sonrientes, en un escenario, frente a mesas repletas de gente de buen humor una noche de sábado. No sé si escucho con el oído o con el estómago. En todo caso, es una pena lo poco que sé de música.

9-Tienen un pequeño problema en la cocina y la coca escalibada se retrasa. La camarera me mira para saber si voy a esperar o no. Si hiciera caso al sentido común, a lo que he comido, y al tiempo que llevamos sentados habría respondido con la cabeza.

-No hay problema, espero.

Pero hablo con el estómago, como los ventrílocuos. Cualquier cosa por seguir disfrutando de esta comida con los cuatro, de los mejores momentos de la semana.

Traen la coca y la pruebo. No es de los mejores momentos de la semana. Es el mejor. Parece que en la cocina se lo siguen pasando casi tan bien al preparar los platos como al diseñarlos.

10-Estamos casi dos horas comiendo. A nuestro ritmo, hemos hecho un banquete a base de raciones. Cosas veredes. Miro el reloj un par de veces para comprobarlo antes de decirlo en la mesa. Es una comida para alargar el sábado. Parece que la tarde fuera a ser eterna, con el tiempo transcurriendo a un ritmo lento, muy lento, como el de mi digestión, al que no pienso meter prisa.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Nos jugamos el futuro en las décimas.

Parecen tan poca cosa que casi da un poco de risa fijarse en los detalles. ¿Qué más da un déficit del 6% del PIB o del 6,1%?. No es nada. Suena a la propina que uno deja en el plato del restaurante. Memeces de los economistas, que no han podido dedicarse a cosas más serias y andan los pobres midiéndolo todo. Criaturitas.

Pero el problema es que la realidad se mueve sobre esas décimas. El objetivo de déficit de este año es del 6%. Cada décima que nos gastemos de más, supone la obligación de ahorrar 1.000 millones de euros más el año que viene. Y el ahorro fijado para el 2012, independientemente de lo que hagamos en el 2011, es de 16.000 millones de euros.

Lo vuelvo a repetir : por una décima, un 0,1%, hay que ahorrar 1.000 millones de euros adicionales. Para situarnos, el ahorro estimado con la congelación de las pensiones en el 2011, es de 1.530 millones de euros.

Si, como sugiere hoy John Müller en El Mundo, el déficit a final de año alcanza el 8,4%, el año que viene habría que ahorrar 40.000 millones de euros.

¿Cómo hemos llegado aquí? ¿Para qué ha servido cumplir con las obligaciones y ser un tipo decente que paga sus impuestos, vota cuando se lo piden y enseña a sus hijos que pisar hormigas no está bien aunque haya tantas? Pues no lo sé. Y, como no tengo respuestas, a continuación dejo la lista de películas que ponen hoy en el Cinesa Heron City Las Rozas 3D, para el que quiera pensar en otras cosas :

Animals United, Anonymous, Las aventuras de Tintín : El secreto del Unicornio, 5 metros cuadrados, Contagio, Crazy, stupid, love, Criadas y señoras, Detrás de las paredes, Footloose, Fucsia, la pequeña bruja.

Me doy cuenta al escribirlos de que algunos podrían ser titulares de noticias económicas o sobre Europa : Anymals United, Contagio, 5 metros cuadrados, Criadas y señoras (O PIGS y países del norte)...No hay forma de distraerse un momento.

jueves, 10 de noviembre de 2011

El rincón que hay que visitar

En una pared hay un cuadro con un paisaje de Mallorca. En el suelo, otro cuadro con un paisaje muy parecido al anterior. Menos mal que no hemos venido a ver cuadros, sino a hablar con la profesora de Daniel, porque de arte no entiendo nada y me evito tener que dar mi opinión. De hecho, digo lo de Mallorca porque me parece mejor imaginarse Mallorca que, no sé, Denver.

La de la mesa, ya he dado una pista, es la profesora de Daniel, con la que también estuvo el año pasado. Tiene fama de ser rígida, exigente y dura.

-Soy rígida, dura y exigente – nos dijo.

Así que se ha ganado la fama. Tiene encima de la mesa una hoja impresa con el nombre de Daniel en negrita en la cabecera. Todos vamos ganando el profesionalidad. Hasta nosotros, que sabemos ya qué preguntar en estas reuniones : en estas reuniones se viene a escuchar, porque hay tan poco tiempo que una pregunta mal formulada puede estropearlo todo. Nada de querer saber, por ejemplo :

-¿Usted ve a mi hijo en Denver en el futuro?

La profesora de Daniel nos explica dos cosas que tiene que mejorar. Mejorar, seguro que tiene mucho que mejorar. Las tengo yo, con cuarenta y dos años, no va a tenerlas él, pero María y yo estamos de acuerdo en que las dos que ha señalado son justo las que nosotros también tenemos en nuestra lista personal. Esa coincidencia hace que todos nos relajemos un poco, porque la profesora, que es rígida, dura y exigente, también es lista, y debe saber cuándo ha acertado con su diagnóstico.

Nos relajamos, digo, porque vemos que en esa hoja no ha escrito cualquier cosa y que sigue con atención a Daniel, lo que tiene mérito. Aquí se acaba una reunión y empieza otra, porque la profesora empieza a hablar del grupo y de lo que le gusta trabajar con niños de esta edad.

-Lo agradecen todo – dice.

Y nos cuenta que hoy les ha enseñado a multiplicar por dos y que le encantaba la cara que iban poniendo cuando avanzaban por la inmensa serie de números que había puesto en la pizarra.

La profesora dura y exigente habla ya del año que viene, el amenazante tercer año de primaria, en el que todo cambia. Por la cara que pone, el cambio no es sólo académico. Es como una frontera en la que los enanos tuvieran ya que dejar todo eso que ella ahora tanto valora de ellos para adaptarse a otra manera de hacer las cosas. Sabe de lo que habla porque uno de sus hijos está ya en ese territorio y el otro tiene la edad de Daniel.

Tengo la impresión de que, en el fondo, quiere decirnos algo. Que toda esa descripción de nuevas normas y exigencias que les esperan el año que viene es la parte exterior de un discurso que mantiene para guardar las formas, que debajo de él sólo hay una petición.

-Me gustaría que este año no pasara tan deprisa, que durara un poco más.

En eso estoy de acuerdo con ella. Me gustaría que me dijera algo, ella que trabaja con tantos niños. Algún consejo, como ese rincón que hay que visitar en una ciudad cuando tienes poco tiempo para verla. Habrás dejado muchas cosas sin ver, quizás, incluso, las que en las guías consideran las más importantes, pero si has visto esa recomendación puedes estar seguro de que te llevas algo importante.

Escucho con atención. Somos conscientes del tiempo, del cambio, de las cosas que van a dejar de ser lo que son. Miro la hoja impresa. Me fijo en sus manos y en los dedos índices, con los que recorre ambos lados de la hoja a la vez, de arriba abajo. Espero que hable de ese rincón, pero creo que ni ella sabe dónde está, aunque supongo que, no ya como profesora, sino como madre, también estará buscándolo.

Quedamos en vernos dentro de unos meses si no hay ningún cambio. Me vuelvo a fijar en los cuadros. Quizás sea mejor la pintura que la escritura. Tantas palabras escritas. Tantas palabras leídas cada día y ninguna que nos diga dónde mirar. Yerno, recapitalización, crítica, soporte, voto, tregua, lesión, encuesta, tecnócrata o mandato. Tanta verborrea de mierda cuando lo que necesitamos es otra cosa. No le pregunto si los cuadros son suyos.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

"El secreto de Christine", de Benjamin Black

Empecé engañado la lectura de este libro por varios motivos. Porque era una edición de bolsillo. Porque era novela negra. Porque era el seudónimo de un gran escritor. Porque la portada era mala. Porque el título no prometía gran cosa. Y pensé que lo que tenía entre manos iba a ser una lectura rápida con su crimen, su investigación y su final, todo tan terapéutico. Y a otra cosa.

Ese engaño, que me fabriqué yo solito, lo admito, se esfumó a las pocas páginas. Todo lo anterior es cierto, empezando con la edición y terminando con el título, pero lo que hay en este libro, desde la primera palabra a la última, es literatura. De la buena, de la densa, de la que agota y no te deja correr por la historia por mucho que quieras : cada frase es una barrera que hay que leer, disfrutar y saltar para seguir corriendo. Y en este plan, descubres pronto, no se corre. Como mucho, andas deprisa. O paseas.

Te quitas las zapatillas de correr y te pones las de andar por casa, no queda otra.

Así que conviene dedicarse a este libro con el ánimo del que va de paseo porque va a ser una lectura larga y exigente, del tipo que te obliga a admirar cada palabra, como un joyero de Amsterdam, porque todas han sido elegidas y dispuestas así por alguna razón. La escritura de Benjamin Black es una reivindicación de la literatura como un oficio y una justificación, si nos ponemos ya trascendentales, de la propia literatura : esto es y para esto sirve. Y en edición de bolsillo.

Curiosamente, toda esa fuerza del estilo se despliega para contar una historia sencilla, que se podría resumir, si quisiera, en tres frases, pero no quiero. Es una novela negra porque hay muerte, investigación y final, sí, pero todo presentado de una forma casual que empieza con una escena intrascendente y que va avanzando porque a un tipo curioso, que trabaja de forense y se bebe todo el whisky de Dublín, le da por hacer preguntas. En cierto modo, es una novela negra que se va construyendo poco a poco porque al protagonista no le dan muchas respuestas pero sí una paliza que le sirve para saber que va por el buen camino. Quien bien te quiere, te hará cojear.

La investigación para saber cuál es el secreto de Christine le sirve a Black para ir presentando una serie de personajes que aparecen dibujados con una precisión en sus formas, palabras, pensamientos y actos típica de protagonistas. Aquí, y ya estaba sugerido en el tercer párrafo, no se pierde el tiempo con secundarios, aunque sólo aparezcan para dar esa paliza mencionada en el cuarto párrafo. Todos son protagonistas, que es el tipo de magia que hace un escritor cuando tiene talento y se esfuerza con ese talento. Impresionante.

Impresionante y precisa. Además de una novela, es un manual de cómo describir un sentimiento, una conversación, un gesto, un objeto, una variación de la luz, los efectos de una copa, el ruido de la nieve al caer, el deseo, el remordimiento o el fracaso, por mencionar algo, que da igual por dónde se abra el libro. Por ejemplo, este párrafo con sexo, ya que estamos, en el que se habla de otra cosa :

“Era una chica grandona, de extremidades fuertes y hombros anchos, pecosos, a pesar de lo cual se encajó sobre su pierna escayolada con ternura inventiva. Se había dejado puestos el sostén y las medias, y cuando montó a horcajadas sobre él, una Godiva con la melena en llamas, el tenso nailon de las medias le rozó los flancos como su fuera un fino y cálido papel de lija. Cayó en la cuenta del mucho tiempo desde la última vez en que tuvo a una mujer en los brazos, y la oyó reír. Ojala, se dijo, pudiera reír también él, pero algo se lo impedía, no sólo la palpitación dolorida de la rodilla, sino una nueva y misteriosa vía de acceso a la congoja y los presagios” (Página 291)

Si leyendo a algunos autores españoles cualquiera puede creerse escritor, con Benjamin Black sucede lo contrario y al ver la distancia entre lo que se puede hacer y lo que hay que hacer la gran mayoría deberíamos cerrar el Word y marcharnos al salón a zapear un poco o jugar con nuestros hijos a construir la pista imposible de los Hot Wheels, que es lo que Daniel hace cuando, por fin, gracias a Dios y a Benjamin Black, logro leer la última frase del libro.

En fin. Vaya monstruo. El 9,99 de la etiqueta no es sólo el precio. Es la nota que se lleva el libro.