jueves, 31 de mayo de 2012

El espíritu del éxtasis




El espíritu del éxtasis : Tantas explicaciones si ya estaba detallado en “La cenicienta” : Han sonado las campanadas y desde entonces todo se va convirtiendo en lo que era. El problema es que en el cuento era fácil recordar qué era de verdad y qué falso, porque la mutación original había sucedido poco antes, pero en la realidad esa claridad desaparece y surge la sospecha, que son muchos años metidos en la fiesta del príncipe. Todo es susceptible de cambiar.

La parte mala es la incertidumbre. La buena es que vivimos dentro de un cuento y, mejor aun, de una versión distinta de uno que conocíamos. Es cuestión de tiempo que “El espíritu del éxtasis”, la figura alada que adorna el capó del Rolls-Royce, se convierta en el marsupilami de Spirou.

Nosotros, no sé si porque fuimos previsores o porque en su momento no teníamos dinero para ese Rolls-Royce, nos compramos la figura que ahora tenemos encima de la campana extractora de la cocina. No es el mejor sitio para un juguete, pero ahí se ha ido salvando de todas las organizaciones, presentes, pasadas y futuras, que ha sufrido el cuarto de los enanos. Es el Zaratustra de los juguetes en su montaña brillante que, a cambio de ir pregonando una versión colorista de la obra de Nietzsche a todo aquel que quiera escucharla en la cocina, ha conseguido sobrevivir. Ahí hay una lección, creo. Es uno de los juguetes más veteranos que existe en la casa y, desgraciadamente, también ha sufrido el paso del tiempo : su característica cola enrollada se perdió, con la misma naturalidad con la que ahora se pierden miles de millones de euros en las Cajas, porque sí. La buscamos (cosa que no se hace ahora con los millones) y no la encontramos (cosa que tampoco se hace ahora con los millones : hoy se publica que las prensas alemana y suiza han calculado que pueden ser necesarios 150.000 millones para rescatar al sistema bancario). A pesar de esa falta, o tal vez gracias a ella, el bueno del marsupilami ha descubierto que puede sostenerse de pie sin ella.

A modo de resumen : mejor tener un marsupilami sin cola que una cola sin marsupilami. 

miércoles, 30 de mayo de 2012

Economía prehistórica



Economía prehistórica : Esta debe ser la retaguardia de la guerra los activos tóxicos. Tan lejana del campo de batalla que podría pasar por la recepción de un dentista o el mostrador de una joyería. Tan limpio está todo que no me sorprendería que de la puerta del fondo saliera un cirujano.

-Vamos a aprovechar que todo está tan desinfectado para abrir y ver si hay algo que cortar.

El cirujano es una chica que me saluda como si se hubiera levantando de la cama esperando un encuentro como éste. Es mentira pero no me importa : también el sabor de los yogures es artificial y sigo prefiriendo los de coco. Le entrego el impuesto del coche y el DNI. El plazo termina mañana pero pago hay para que no piensen que lo he dejado para última hora.

A la chica sólo le lleva unos segundos teclear algo con una mano, con la despreocupación del que prueba un piano sin saber tocar. Después, pensando en otras cosas, mete una hoja en la impresora, que corta una fina loncha de mi cuenta. La impresora es silenciosa, la chica es silenciosa, todos los folletos están perfectamente ordenados. Así, es normal que uno no se dé cuenta de que un banco tiene una fuga. Hace falta tener buen oído y eso escasea, que somos la generación de OT. La chica recoge la hoja y realiza una firma enérgica que habrían subrayado muy bien unas cuantas pulseras.

-Ya está – me dice.

Ha sido rápida esta parada en boxes y se la ve satisfecha de haberme robado tan poco tiempo. Sí que ha sido eficiente, mucho, pero hay veces en las que no todo es rapidez y que hasta Fernando Alonso necesita, más que un cambio de ruedas, un rato de charla. No sé si tampoco es charla lo que yo quiero.

Se trata de que he hecho números, en una hoja y a lápiz, que es como se hacen las cuentas de verdad sobre las cosas que importan (esa camarera del domingo en el bar de Burgos, por ejemplo) y he descubierto que para pagar este impuesto tengo que trabajar dos días. Lo de trabajar es un resumen de todas las acciones que empiezan a las seis de la mañana y terminan a las doce. Mucho tiempo.

Así que la esencia del trueque, el origen al que nos empujan los bancos, es que yo entrego dos días como sacas repletas, con minutos contantes y sonantes, y ella me tiende tres minutos finos como el papel que envuelve a los bombones. No me parece justo, pero no soy capaz de exponérselo en ese momento con la precisión con la que ahora lo escribo, lo que demuestra por qué al escribir se consigue poner un poco de orden. Un orden inútil y a destiempo, pero orden.

Coloco el DNI en la cartera tomándome mi tiempo. También, para compensar, pienso en meterme los caramelos en el bolsillo y en llevarme los folletos y hasta el poster con el anuncio de unos pisos a muy, muy buen precio, para ponerlo en el salón. Reviso el documento que me ha dado y leo la letra pequeña de la letra pequeña y hasta me fijo en su firma, como si fuera en grafólogo experto (no sabría distinguir una firma de verdad del garabato que se hace para que el boli que encontramos al fondo del cajón en la casa de verano pinte). Podría, ya puestos, preguntarle qué quieren decir con lo de inyectar dinero. Antes se prestaba o se regalaba. ¿Por qué se inyecta ahora? ¿Qué quiere decir? ¿Duele?

-Ya está – vuelve a decirme. Suena exactamente igual que la primera vez, sin una diferencia de matiz en la que se esconda la prisa o el reproche.

Pienso que tengo que decirle algo, tengo que. La entrada de la mujer de la limpieza, a la que saluda la chica, corta por la mitad mi pensamiento. Camina despacio. Se mete en el cuarto en el que me imaginé al cirujano escondido. Se escucha el ruido del agua llenado un cubo. En ese momento de distracción, la chica vuelve a su ordenador y yo me encuentro fuera.

La cara que tengo entonces debe ser la del troglodita que Daniel dibuja mientras escribo. Este tipo de simbiosis entre padres e hijos es muy poco frecuente, pero cuando se producen son porque sí. No hay que darle más vueltas. 

martes, 29 de mayo de 2012

De ciencias o de letras




De ciencias o de letras : El utensilio, que compramos en Ikea, sobrevive a todas las campañas de limpieza que hacemos en la cocina. Llega el momento en el que a  los cajones, repletos de lo que los días van dejando ahí, les toca pasar revisión. El criterio, basado en la utilidad y no en la belleza (contrario al que se sigue al ir de compras por Ikea), acaba mandando a la basura muchos artículos bonitos, monos, resultones, originales y hasta bellos. La realidad queda más despejada y algo más triste. Pero los cajones se abren y se cierran sin problemas y los armarios respiran, como un enfermo al que le hubieran limpiado los pulmones.

El utensilio (por utilizar la palabra de nuevo en vez de tirarla también a la basura y crear más residuos) este de Ikea es bonito. Se trata de un pequeño aro de plástico que tiene, cruzadas, varias láminas finas de metal, como los radios de una rueda. Esta rueda sirve para trocear las manzanas con una exactitud, limpieza, rapidez y profesionalidad que no deja de sorprenderme cada vez que la utilizo. Haciendo presión sobre él, desde la parte de arriba de la manzana, convierte el centro en un canuto perfecto y el resto de la fruta en las hojas carnosas de una flor excesiva y atractiva.

El resultado me hace pensar en esa serie de Fibonacci que se muestra en el corte de una concha de Nautilos. Aquí, a un nivel más básico, también te encuentras con las matemáticas desplegadas en el plato. Dentro de esa manzana está Newton, ofreciéndose. Quizás por eso, Lucía, después de cenar, me pide que se la prepare así.

Daniel me dice que no, que él se la quiere comer a mordiscos. Y lo que veo entonces es una historia, esa que empieza con una serpiente, y un hombre, y una mujer.

No usamos mucho este utensilio (tres veces ya está bien, directa a la basura) y siempre está a punto de ser desterrado, pero cierto temor supersticioso nos lo impide. Cuesta desprenderse de algo que es capaz de encontrar un orden interno en la más deforme de las manzanas. Reconocido su poder, lo devolvemos con cuidado a su cajón, lo cerramos en silencio y salimos de puntillas de la cocina.

lunes, 28 de mayo de 2012

La puerta defectuosa




La puerta defectuosa : Para tener una araña de plástico en la mesa sólo necesitas un poco de plastilina y un niño de siete años con un par de minutos libres. Basta con mezclar los tres elementos para encontrártela junto al ordenador. La toco con cuidado, pensando que quizás un mordisco suyo me convierta en la versión en plastilina de Spiderman.

-Se le cae una pata – me advierte Daniel, ajustándola con la poca fe del que cierra una puerta que no encaja.

Tengo que reconocer que no sé muy bien cuál debe ser mi reacción ante esa araña. No le puedo decir que está bien porque es evidente que no está satisfecho con el resultado. No le puedo decir que está mal porque cumple los requisitos básicos para ser considerada una araña. Aplico el silencio administrativo.

Abajo, los niños corren alrededor de la piscina como indios asediando la caravana del verano.

-Ya está – me dice Daniel dejando la araña con un cuidado excesivo que delata que no está.

Tengo poco tiempo para encontrar una solución al problema de esta araña. Daniel se queda a mi lado, como el botones que espera la propina después de enseñarte la habitación. Rebusco en una parte del cerebro, luego en otra, luego en otra. Me fijo en la araña como si ahí estuviera la respuesta.

El problema es que Daniel es muy bueno con la plastilina. Tiene tanta habilidad en los dedos que sería capaz de montar y desmontar un reloj de los de antes con los ojos cerrados. Si no fuera porque en su árbol genealógico no hay una estrella de mar, pensaría que, como ellas, tiene escondidos ojos al final de sus dedos. Por culpa de esa habilidad, los cajones, los bolsillos, los cartones de las botellas de leche (vacías), los zapatos, el lavabo, la hucha, las rendijas del sofá, la parte de encima de la nevera, los armarios y el lateral de la bañera están llenos de figuras suyas a las que conviene prestarles más atención.

A veces creo que deberíamos potenciar más esa habilidad y, cada vez que algo se rompa, pedirle que lo construya con plastilina. Llegaríamos así a vivir en una realidad adaptable, en la que, partiendo de un trozo rojo, podrías hacerte un filete para cenar, o unas cuantas fresas, o unos guantes, o unos calcetines, o un pomo para una puerta, o eso, eso también. Lo que se perdería en consistencia, se ganaría en flexibilidad.

Dejo de imaginarme tonterías : la puerta que no cierra bien está en mi cabeza y por los huecos se me escapa la concentración. Concentración e imaginación no pueden estar en la misma habitación. Me quedo con la imaginación.

-Está muy bien esta araña anciana.

Sé que la respuesta funciona. Varias señales lo indican : Abajo, los niños dejan de correr; Daniel se acerca a verla de cerca como si no fuera suya; la puerta de mi cabeza, de repente, encaja perfectamente.

domingo, 27 de mayo de 2012

Escapada al siglo XII




Escapada al siglo XII : Viendo las figuras en la entrada de esta iglesia románica me doy cuenta de que hace unos cuantos siglos eran más bajos : levanto la mano y puedo pasar los dedos por las barbas de la figura de un hombre. Estás en el siglo XXI tocando el siglo XII, repitiendo el mismo gesto que el cantero hizo antes de dar por bueno su trabajo.

Hace una buena mañana. En un campo hemos visto a un grupo de personas preparándose para bendecir la tierra. Caminaban en fila para reunirse alrededor de una carpa blanca cuyos bordes se agitaban al viento. Esa me parece una buena puerta de entrada para una manera de entender la religión con la que me sentiría cómodo. Bendecir como ensalzar y dedicar el esfuerzo a encontrar qué es lo que en cada cosa puede ensalzarse.

Conforme subíamos hacia esta iglesia, un par de perros se han acercado a la puerta se su finca y han empezado a ladrarnos.

Gran parte de las figuras son músicos. También los hay que tienen un libro en la mano. El resto parece escuchar. Lo que resulta curioso es que no se miren entre ellos, lo que hace que, aunque estén juntos, no parezcan un conjunto. Puedes detenerte en cómo está hecho el pelo, o los ojos, o los pies, o los pliegues de la ropa.

Como la iglesia está cerrada y no hay nada más que ver, no hay prisa. Los perros ya se han calmado y se escucha a los pájaros, el complemento perfecto para la piedra. Viendo estas figuras desaparece el deseo de estar en otro lugar. Estar aquí está bien, aunque no se sepa exactamente por qué. Si estás observando esto es que, en cierto modo, también fue construido para ti. Eso es lo que transmite la vista. El tacto le da valor al trabajo que permanece, una necesidad para la que entonces tenían respuesta. Entonces.

Hago unas cuantas fotos. La persona que me ha traído aquí, para la que éste es un sitio especial, espera pacientemente. Me pregunto si el cantero tenía alguna melodía en la cabeza mientras trabajaba la piedra. Hacer una fotografía a cada una de las imágenes es una forma válida de despedirse.

Cuando bajamos, los perros están tumbados en la sombra. Ni nos miran. Parece que guardaran sus energías para asustar a los que se acercan y así mantener este sitio en el siglo XII. 

sábado, 26 de mayo de 2012

Proceso de descompresión




Proceso de descompresión : Burgos no es una ciudad para recorrer a ritmo de Madrid, donde el horizonte se aleja a cada paso provocando esa ansiedad que es marca de la casa. Cuando descubro que he pasado tres veces por el mismo sitio me doy cuenta de que debo hacer la adaptación del tren que cambia de vía. Decido plantarme: al lado tengo una vinoteca, "In vino veritas", así que por qué no. Ahora toca beberse la cultura.

El local se encuentra en un momento equidistante entre la comida y la cena, bendito momento de silencio, de camareras que hablan entre sí, de barra vacía, de sol detenido en las copas, de suelo limpio. Le pido a una camarera un Ribera fuerte. Se vuelve hacia una pequeña cámara con seis botellas. Las repasa de izquierda a derecha, se gira hacia mí y me estudia, como si estuviera eligiéndome una corbata, para regresar a las botellas y decidirse por la que está a la derecha. Un Yotuel. Lo pruebo y asiento.

Me llevo la copa a una mesa alta que hay junto a la ventana. Ya he desfilado por Burgos un par de horas, así que dejo que sea Burgos la que pase delante de mí. Saco el ejemplar de “Dibujos animados” que he comprado en una librería atendida por una anciana de gafas con cordel que me devuelve el cambio contando cada moneda que deja caer en mi mano. Mi posición en el mundo es ésta : al norte, una calle de Burgos, detrás, la charla de las camareras, a la derecha, una copa de vino, y, a la izquierda, Félix Romeo escribiendo cosas como ésta:

“Una braga es lo más diferente a la muerte que conozco”

Trato de leer deprisa y beber despacio porque sólo tengo media hora. He quedado donde el Cid, “imposible perderte”, para ir a ver “La máscara roja”, de la compañía Bambalúa, cenar y terminar descubriendo cómo este año la noche blanca se va transformando en la que pronto será la noche sin blanca : los 400.000 euros de presupuesto del año pasado se quedan éste en 100.000. Y se nota. La noticia no es mala porque se acercan buenos tiempos para el teatro de verdad, el que logra dar vida a los objetos, como el cocinero preparado para sacar el máximo partido de lo que guardas en la nevera. Caerán los grandes y sobrevivirán compañías como Bambalúa, capaz de hacer tanto con tan poco, de sacar vida de lo inanimado, incluida tu cabeza. De gente así serán pronto las plazas y las fiestas. Cuestión de tiempo.

“Una braga es lo más diferente a la muerte que conozco. Íbamos detrás de las niñas. Y olíamos sus bragas. Olían como sólo huelen una braga. Las bragas blancas son las bragas que menos se parecen a la muerte”

Cuando me distraigo me descubro leyendo despacio (el libro es muy bueno) y bebiendo deprisa (el vino también lo es). Este pequeño caos interior contrasta con el orden con el que los burgaleses caminan, como si ellos ya hubieran visto ese horizonte y tampoco fuera gran cosa. Es el ritmo del que vuelve a casa con todas las gestiones solucionadas. Verles es terapéutico y para evitar que puedan interpretar mi mirada como un gesto de mala educación, debería escribir “De Madrid” en una hoja pegada al cristal. Apuro el párrafo, la copa y el último minuto como espectador.

Ya en la calle, miro mis pies. Bueno, qué, ¿adaptados?. Tiempo han tenido. Comienzo a caminar muy despacio. Trato de imaginarme que llevo a un niño de tres años de la mano. No voy a decir que resulte fácil andar así, como si aquí no fuera a atardecer nunca, pero me voy acostumbrando. Mi sombra, todavía con mentalidad de Madrid, me adelanta. “Imposible perderte”. No me conocen.

viernes, 25 de mayo de 2012

Stone Watching



Stone Watching : Supongo que tiene que ser viernes para que te fijes en una piedra y su sombra, tan redondeada. La piedra parece decirme :

-Espera, que te voy a enseñar lo que hago con mi sombra.

Les prestamos poca atención a estas pequeñas piedras, lo admito. Que si bancos que necesitan billones de pesetas, que si ahora el yogur helado tiene otro nombre, que si pole o no pole, que si las banderas son solo trapos menos la mía. Pero la piedra está ahí. El problema de las piedras pequeñas es que sólo ves la piedra. Si la piedra es grande, realmente grande, puede que pase Miguel Angel al lado y diga.

-¡Coño! ¡Pero si esa piedra lleva dentro mi David!

Y ya sabes cómo termina la historia, con las agencias de viaje encantadas, porque no es lo mismo poner en el escaparate un poster con el David que un cuenco de piedras, que es como una invitación a que hagas turismo alrededor de la mesa del salón.

Me agacho y me quedo mirando la piedra con esa nerviosa impaciencia con la que esperas que a un niño le salga bien el truco de magia. Lo de la piedra, me tranquilizo, es sencillo, porque basta con que permanezca inmóvil mientras el sol avanza. Compruebo que la piedra no se mueve (signo de aprobación) y hago lo mismo con el sol, que se mueve (signo de aprobación). Sólo queda animar un poco a la piedra. Venga, piedra.

En lo que espero, me doy cuenta de que, ahí agachado, la percepción de las cosas varía. Me llega más nítidamente el ruido que hacen los niños al arrastrar sus mochilas con ruedas por el suelo. Las conversaciones y los gritos se quedan en la planta de arriba. Aquí abajo llega, continuo, el rebotar de doscientas o trescientas mil ruedas. Con ese desfile de zapatos y ruedas pasando encima de ellas una y otra vez, estoy seguro de que, al terminar, sus sombras ya habrán perdido parte de su elegancia.

Venga, piedra. El movimiento es casi imperceptible, pero la sombra se ha desplazado. Todos los miles de kilómetros que la tierra ha dejado atrás en este tiempo se han destilado en ese milímetro que la sombra ha avanzado. Muy bien, piedra. Le hago una foto. Me levanto. Es una manera agradable de empezar el viernes, un poco a lo japonés. Si hubiera sido más espabilado, me habría podido anticipar y llamar a esta disciplina “Stone Watching”, pero ya hay gente importante que se ha dedicado a ella durante mucho tiempo : los tipos del Banco de España, esos tipos, los consejeros de las Cajas, esos consejeros, los auditores que firmaban los informes antes de que estuvieran redactados, esos auditores. ¿Que qué hacían? Esto.

Me alejo de la piedra, tan serena, sin decirle que está en medio del campo de baloncesto. Ya lo descubrirá en el primer recreo.

jueves, 24 de mayo de 2012

Exceso de velocidad



Exceso de velocidad : Paro en el Ahorramás a comprar algo para la cena. Veo muchas cosas comestibles y otras que no lo son. Entre las primeras, bien presentados, dos sobres de Lomo de Sajonia. No sé si me gusta más el nombre o el lomo en sí mismo. No es lo mismo decir “voy a cenar cinta de lomo de cerdo en un 78,1% junto con otras cosas que no lo son” que entrar en casa y, tras recibir los besos en una mejilla y después en otra, decir “niños, hoy cenamos Lomo de Sajonia” (Las mayúsculas son mías). Qué va a ser lo mismo. Razón por la cuál heme ahí en la cola o fila, con mi cesta grande, azul y más vacía con los dos sobres de Lomo de Sajonia que cuando no tenía nada. Nevermind, que pienso en los besos y tal. Pienso que las chucherías siempre están junto a la caja. Pienso que a mi edad Faulkner había escrito ya alguna obra maestra. Pienso que la cajera trabaja despacio, pasando cada artículo con un cuidado tal que se diría que no anota su precio, sino que se desprende de él con la dulzura de la profesora que, en el último día de clase (último porque los alumnos se machan de verano, no porque la profesora, enferma de enfermedad terminal vaya a morirse, que no, que no van por ahí los tiros), les pasa la mano por el pelo a todos y cada uno, a todas y cada una, de los chicos y de las chicas que se van. Mi paciencia se inquieta como un hámster en un bolsillo lleno de chinchetas, pero intento que la calma y la intimidad del momento lo conviertan en un hámster comprensivo. Sea. Ahí lo tengo. Sí, unas cuantas obras el Faulkner, pero porque se le daban bien los títulos y a partir de ahí ya está todo hecho : con un tipo empujándote por el culo (esperen a seguir con la frase para no malinterpretarla), con un tipo así, cualquiera puede subir a lo más alto de Tourmalet. Mira que hay chuches por todas partes, y tipos que las diseñan, y las meten en un catálogo y le dicen a un vendedor “a recorrer el territorio nacional (España, en fin) y a enseñar estos artículos que no sirven para que la Humanidad avance pero a nosotros nos aseguran la nómina”. Y cuánta razón. Cuántas cosas que se hacen por la nómina. Por la nomina y los seguros sociales a cargo de la empresa, añado después de trabajar un poco la idea. La cajera va despachando a los clientes hasta que llega a mí. Me saluda. Pienso en un montón de ropa lista para planchar y ella como una prenda en ese montón. Hay trabajos que. Le devuelvo el saludo y por un momento tengo la tentación de venderme como un cliente que no le va a dar trabajo, lo que es cierto por tres motivos. El primero es que solo tengo dos bandejas de Lomo de Sajonia. El segundo es que, como cada una cuesta solo cuatro euros con cincuenta, el cálculo es rápido. Podría hacerlo sin teclear. Y el tercero (que pego a un cuarto) es que pago con tarjeta, lo que le ahorra el cálculo y el esfuerzo de devolverme las monedas y, además, no quiero bolsa, por lo que al gesto de las monedas no debe unir el de agacharse para sacar una bolsa de plástico con cierto gesto de complicidad en esta época de Ley Seca de Bolsas. Todo eso lo evito. Parece poco, pero si alguien se entretuviera en calcular las cajeras que hay en el mundo y el tiempo que emplean en gestos como los que ahora yo ahorro, las cifras podrían provocar algún movimiento sensible de conciencia, una forma leve pero firme de acercarse al mundo de las cajeras. Y cierto alivio en las emisiones de CO2. Mas no, mas andan contando billetes para dárselos a los de Bankia, un banco sólido que únicamente necesita que el Estado le dé la paga del fin de semana. Cien consejeros de mierda en una Caja no valen lo que esta cajera. Qué cien, mil. Ella no sabe lo que pienso, pero parece relajada al atenderme. También, lo noto, se despide con cariño de mis dos sobres de Lomo de Sajonia. Y es que no puede ser de otra manera, puesto que, ya que, van a ser la cena de mis hijos y eso no es ninguna tontería. Orgulloso, relajado y algo ufano, sí, coloco los dos sobres de Lomo de Sajonia (que no decaiga las mayúsculas) en el asiento del copiloto y, camino de casa, les voy contando cosas del trabajo, de mi infancia y de mis gustos frutales (si al melón, no a los melocotones). En esas, llegamos a casa y recibo los dos besos de rigor. Enseño los dos sobres de Lomo de Sajonia como si fueran las orejas de un toro dignificado por una gran corrida y ellos apenas le prestan atención. No me importa porque los toros ni fu ni fa. Se van al baño a reblandecerse un poco por dentro y por fuera. Mientras, escribo cualquier cosa, esto mismo. Y lo bueno del Lomo de Sajonia es que si tienes tiempo, puedes pasarlo por la plancha y jugar a los cocineros. Si no lo tienes, lo colocas en un plato y también vale. Los enanos tardan en liberarse de todos los elementos poco higiénicos de su cuerpo. Más tiempo para escribir. Un estilo que es como bajar del Tourmalet sin frenos, que sí, que qué me van a contar. Palabra tras palabras con un ojo en la hora y otro en los sobres de Lomo de Sajonia que tengo a mi lado para que me inspiren. Entonces, mal hecho, le doy la vuelta a uno de los sobres para curiosear, por que sí, qué se yo. Y entonces descubro que el Lomo de Sajonia tiene un 78,1% de lomo de cerdo, pero, además, E-45 1i, E-450V, E-407, E-410, E-415, E-471, E-262ii, E-270, E-250, E-331ii, E-316 y E-210. Parece el listado de autobuses de alguna parada junto a la Cibeles, de esos que te lees mientras esperas a tu búho un sábado a las tres de la mañana. Pero estos autobuses no sé a dónde te llevan. Vaya nombres raros. E-262ii, por ejemplo. Me dan miedo esas dos íes del final. Yo pensaba que el Lomo de Sajonia era otra cosa, que uno hacía un esfuerzo para no presentarse con dos Whooper y cimentar un poco más la salud de los míos y que ese esfuerzo se veía recompensado. Pero esto, esto, esto. Estoy a punto de venirme abajo y de borrar esta paranoia de texto, que se ve que no estoy digiriendo bien a Queneau, cuando, como con el gol de Drogba al Bayern (gracias, Drogba), la salvación llega en el último minuto. Al final de los ingredientes, veo que, también, el Lomo de Sajonia tiene sulfitos. ¡Sulfitos! ¡Como el vino! ¿Y es malo el vino? (me pregunto) ¿Lo es? (Insisto). Nadená. Que aunque te puede hacer perder el conocimiento y pedirle matrimonio a quien no debes, es un elemento anticancerígeno. Un plato de brócoli, un vaso de vino y un buen libro y ya puede el sector bancario irse a tomar por culo. Qué buena noticia. A cocinar, pues, me digo.

miércoles, 23 de mayo de 2012

The mystical oneness




The mystical oneness : Que la pequeña Babooshka no tuviera su etiqueta con el precio me pareció una muestra de incompetencia. Ahora, sin la presión de vigilar a dos enanos que parecían a punto de ser arrastrados por el fluir de los clientes en una tienda un lluvioso sábado por la tarde, las cosas son distintas. Quizás no fuera incompetencia, sino la fina ironía de alguien, que incapaz de decidir si sería más justo especificar el precio para cada una de las menguantes figuras, decidió dejarlo vacío.

Esta es una manera Wallaciana de interpretarlo, aplicando lo que David Foster Wallace recomendó en su discurso del 21 de Mayo del 2005 en el Kenyon College. En él habla del agua, de peces, de cajeras agotadas, de conductores de 4X4 y de lo que significa madurar. Aquí va un extracto en inglés porque así es posible que atraiga a algún visitante de más allá de Alcorcón.

“If you're automatically sure that you know what reality is, and you are operating on your default setting, then you, like me, probably won't consider possibilities that aren't annoying and miserable. But if you really learn how to pay attention, then you will know there are other options. It will actually be within your power to experience a crowded, hot, slow, consumer-hell type situation as not only meaningful, but sacred, on fire with the same force that made the stars: love, fellowship, the mystical oneness of all things deep down”

Esa Babooshka sin etiqueta es una versión infantil de la que tenemos en el salón, que llegó directamente de un puesto en Moscú al que vino de una fábrica en China. La adulta es grande y guarda dentro de sí muchas figuras. Un enfoque artístico del canibalismo que uno tiene que cometer para crecer : comerse al niño y después al adolescente y después al veinteañero hasta que llega la tumba y se come a todos y no deja ni los huesos.

Como Daniel estaba interesado en la gran Babooshka, atraído quizás por el proceso contrario de ir descubriendo algo que oculta algo que esconde algo que protege algo que, por fin, muestra al primer motor inmóvil, le compramos la versión pequeña. Y quién no va a sentirse atraído. Su enfoque es optimista porque el esfuerzo tiene su final. Luego pierdes ese interés porque, intentes como lo intentes, la realidad va poniendo un titular que es engullido por otra noticia que es envuelta por una declaración hasta que acabas desistiendo y te vas a la portada del Marca, que es lo que es lo que es.

Y entonces vuelves a leer el discurso de David y te dices, venga, vale, me esforzaré, y es así como puedes imaginarte al tipo de la tienda realizando una pequeña muestra de humor minimalista en vez de encontrar ahí la razón de que este país vaya como va, que fallamos en lo básico y que empiezas por dejar de ponerle el precio a un artículo y acabas quebrando la tercera entidad financiera del país, después de atropellar a alguna abuela en un paso de cebra, claro.

martes, 22 de mayo de 2012

Divisas y tipo de cambio



Divisas y tipo de cambio : Ahora guardo varias monedas en el coche porque la soledad del ser humano es enfrentarse a cinco mil carritos de Carrefour sin un euro en el bolsillo. Que haga sol o que llueva en ese momento, da igual, así de solo estás, que no hace falta leer a Camus o tratar de descubrir por qué ojo veía mejor Sartre para experimentar ese vacío.

A fuer de ser previsor, ese hueco se está convirtiendo también en mi fondo de pensiones para cuando sea mayor y al Estado se le hayan perdido las pensiones por el fondo. Entonces contaré mis monedas y podré mirar a ese futuro todo lo lejos que me lleven cuarenta euros de los de ahora.

Por las dos razones anteriormente expuestas, para situarnos, intento no dilapidar mis ahorros, pero a veces tengo que hacer una excepción. Hoy, por ejemplo, saco un euro para completar las cinco monedas del sobre que Daniel lleva por la mañana al colegio.

-Toma, la moneda que faltaba.

Y ese gesto simple, de sacar una moneda de donde se supone que sólo hay tickets de zona verde, llaves de cerraduras olvidadas o las piernas de una figura de un huevo Kinder, me convierte en un generoso mago (hay magos malos que cortan a las mujeres por la mitad sin pedir perdón). Para cerrar el número, y como no tengo más ayudante que yo mismo, quito la tira protectora de la solapa y le entrego el sobre que, cerrado, es ahora un salvoconducto para ir a visitar una comisaría en autobús y no corriendo detrás del autobús y después andando y después sentado en un banco, pensando con pena en esa gorra de policía que van a llevar todos menos tú.

Me gusta sentir el peso de las monedas en el sobre. Para un niño el dinero es esto, monedas que pesan en los bolsillos de delante y que son promesa cierta porque la distancia con aquello que van a comprar es muy pequeña : dos y ya tienes una figura de Lego. Así es fácil vivir el presente, con los deseos orbitando muy cerca de ti. La cosa se jode cuando piensas ya en esos billetes que, como no puede ser de otra forma, llevas en el bolsillo de detrás y que cambian tu percepción del dinero.

Llevo el sobre en la mano. Las monedas se agitan de un lado para otro. Ese peso inquieto, no sé bien cómo, es un reconocimiento de la importancia que la excursión tiene para todos los enanos de la clase.

lunes, 21 de mayo de 2012

La seta venenosa



La seta venenosa : Mi madre, hoy más abuela que madre, porque ha recogido a Daniel en el colegio, se acerca a mí y me habla. Su tono es lo suficientemente alto para que nos incluya, como la luz en una mesa, a los dos y a Daniel, que anda delante de nosotros.

-Ha repetido un dictado en el que ha escrito jueves con be.

Me imagino a Daniel en un patio corriendo entre palabras. Con unas se lleva bien. A otras, como a la palabra jueves, las trata a patadas. Al oírla mencionar, se queda quieto y se da la vuelta. Me gustaría saber qué le pasa con una palabra limpia, arreglada y que parece vestida por su madre : la encuentras mona pero piensas en la del viernes. Entendería que maltratara al lunes o al martes.

-Es que la última vez me dijiste que era con be, yo la había escrito con uve y me dijiste que era con be.

Le digo que no y el insiste en que sí. Insisto en que no y él me responde que sí. Se me escapa como un chino con kimono grande en un tatami. Pienso que debería desmenuzarle páginas del diccionario en el desayuno para ver si así ponemos un poco de orden en los cimientos. Daniel se me queda mirando con sus ojos verdes, el pelo revuelto y la camiseta blanca saliendo por debajo del jersey rojo.

Sé que las faltas de un hijo suben a la nube y se descargan automáticamente en tu expediente como padre, pero tengo la duda de si afectan también al de la abuela. Por si acaso, insisto un poco porque mi madre es en este momento más madre que abuela y siento la necesidad de quedar bien. Que si be, que si uve, que si uve, que si be. Para zanjar el debate le pido que, en plan flexiones, me diga diez veces cómo se escribe jueves.

Pero no me siento cómodo en el papel del Clint Eastwood de la ortografía porque, lo admito, las faltas me hacen gracia. Pedirles que ahora lo escriban todo bien es como obligarles a llevar pantalón largo y corbata al colegio. Me divierten las faltas por lo que tienen de sorpresa, de seta, vale, venenosa, que crece en el césped perfecto de una urbanización.

Haquí. Juebes. Aora.

Son mutaciones curiosas y, sobre todo, personales, porque hay muchas formas de escribir mal una palabra y una sola de hacerlo bien. Mientras sigan con las faltas, seguirán siendo niños aprendiendo a domesticar el lenguaje y tal y como están las cosas en el exterior, tampoco hay que darse mucha prisa.

Daniel me mira para asegurarse de que lo nuestro con el jueves está cerrado. Le digo que sí. Le digo que puede romper filas.

domingo, 20 de mayo de 2012

Tal vez la camarera.



Tal vez la camarera : Siempre que hemos venido a este restaurante con los enanos nos han dado la misma mesa. La camarera se pellizca el labio inferior con el índice y el pulgar, como si así recordara mejor las reservas, y después de recorrer la pequeña sala con la vista nos señala la mesa que siempre nos ha asignado. Nosotros esperamos de pie, atentos a su indicación, como si no supiéramos dónde nos va a tocar y con un “mira qué mesa tan buena” o “aquí vamos a estar muy bien” agradecemos que nos respete esa rutina como a la gente importante.

Hoy, la chica vuelve a pellizcarse el labio, pero su dedo señala la que está al lado. Objetivamente, la mesa es igual, con la misma cantidad de cubiertos dispuestos, el mismo mantel, el mismo banco y las mismas sillas para sentarse. Toda una gran cantidad de elementos idénticos que no logran que la sensación al sentarse sea la misma.

-Esta está reservada – nos dice.

La mesa no tiene ese papel doblado de forma precisa por la mitad con la palabra “Reservado” que recuerda al que la lee mientras espera que no debería haber dejado las cosas al azar. Nos sentamos en la mesa que nos ha dado y pedimos los platos de siempre, servidos sin cambios. Los enanos se comen las albóndigas de un bocado. De fondo ponen una versión jazz de “Wonderwall”. En la pared de enfrente, sobre una mesa para dos con una lámpara que la cubre de una cálida luz amarilla, hay dos fotografías cuadradas en blanco y negro de la orilla de un lago. Me fijo en todos los detalles pero no dejo de mirar a la mesa de al lado.

La camarera va recibiendo a los clientes que llegan y los pasa a la sala del fondo, mucho más amplia. En la nuestra sólo estamos nosotros cuatro. La mesa de al lado, la nuestra, sigue vacía. De vez en cuando veo a alguien leer la carta que hay expuesta junto a la puerta para después pegar la cara al cristal con una mano a cada lado. Como está lloviendo, no se dan mucho tiempo para decidirse, lo que les anima a seguir andando, tal vez impulsados por mi mirada, que les advierte, espero, de que no pueden ocupar la mesa de al lado.

El tiempo va pasando y no llega nadie más. Cada vez es más improbable que venga alguien a ocuparla. Tal vez la camarera esté cansada de esos cuadros en blanco y negro, de las albóndigas del menú de los niños, de los manteles idénticos y de las mesas para dos. Tal vez la camarera haya tomado ya la decisión de dejarlo todo y no lo sepa aún. Tal vez la camarera haya comenzado el proceso de despedida con pequeños cambios como éste. Si ella se marcha, pienso, la mesa de al lado no volverá a ser la nuestra.

Para no ponérselo fácil, le dejo la propina en la mesa de al lado.

sábado, 19 de mayo de 2012

El monstruo de los mil tacones



El monstruo de los mil tacones : Bueno, pues llueve, pero parece una lluvia de promoción de últimos días antes de que llegue el verano : hay que hacer sitio para el sol y la horchata y la siesta en el césped y conviene darle salida a estas nubes que quedan con agua y que sólo ocupan sitio. Venga, pues.

Las gotas están templadas y como es sábado la ves caer, protegido en la entrada de un cine, con la curiosidad de un turista al que lo que pasa ni le va ni le viene. No se va a poner tremenda la Naturaleza un sábado por la tarde, con la cantidad de chicas que recién arregladas, y en grupo, suben rápidamente las escaleras del metro con un baile de tacones capaz de marcarte el paso durante varios días. Y qué lástima tener tan poca agilidad con la cámara. Y qué cierto que las fotografías que mejor se recuerdan son las que no se pueden hacer.

No se pone tremenda, no, se limita a vaciar los armarios rápidamente para que las molestias sean las mínimas. Tampoco se le puede reprochar que nos haya cogido por sorpresa porque esta lluvia venía anunciándose desde primera hora con la rigidez de un protocolo real : que si las nubes blancas, que si el sol que se va ocultado, que si las nubes negras, que si un poco de viento, que si las primeras gotas que caen sobre las chicas que ya salen del metro tan deprisa y sobre los puestos de libros en oferta que dos empleadas meten en la tienda con la rapidez con la que dos soldados apartarían a un compañero herido en el campo de batalla. Cumplido el papeleo, la lluvia descarga, pero los que saben interpretar las señales de la Naturaleza, más allá del análisis de las lechugas del Mercadona, han podido coger sus paraguas y pueden abrirlos creando dos grupos : los que se anticipan y los que, como nosotros, tenemos que protegernos del agua.

Mucha agua, muchos paraguas y esto que parece una canción de Brassens, una esquina de París, puestos a imaginar. Detrás de nosotros, los anuncios de dos películas que veré dentro de varios meses, cuando lleguen, de segunda mano, a algún canal de televisión. "El exótico hotel Marigold" y "Un lugar en donde quedarse". Poco importa teniendo capítulos de "Treme" pendientes. La lluvia es fotogénica y hago unas cuantas fotos para compensar, en cantidad, ya que no en calidad, a la de las chicas que no pude hacer antes.

Como la distancia a la librería de las dos chicas soldado es corta, propongo que nos acerquemos a ella. Los libros y la lluvia hacen buena pareja, que es como se llamaba al maridaje cuando sólo había un vaso para el vino y otro para el agua. Saltamos unos cuantos charcos, cogidos de la mano, y entramos en la librería. Soy un gran defensor de todo lo digital, del libro electrónico y de la electricidad, por enchufe o por pilas, pero si el libro impreso desaparece, este preciso momento en el que, empujado por la lluvia, te metes en una librería en la que te recibe el silencio, el calor y las novedades dispuestas en unas mesas, listas para que las degustes como si fueran platos en un bufet, también se desvanecerá.

Una lluvia sin librerías sería menos lluvia, pero no creo que nadie se venga conmigo a gritarlo frente al Banco de España o la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. Qué tiempos más raros son estos que estamos viviendo. Sea como sea, mis hijos entran conmigo en la librería, en un instante que tal vez tenga más de pedagógico de lo que yo me crea : a veces uno hace de buen padre por accidente. Los enanos se marchan a la parte infantil y yo me quedo en la de las novedades para tomar nota, mentalmente, de los libros que me compraré cuando salgan en edición de bolsillo. Mucha novela negra sueca, muchas Historia novelada y, vaya, el último de Benjamin Black que ojeo con el interés del turista que encuentra un periódico de su ciudad a miles de kilómetros de ella. Varios autores dicen que Benjamin Black escribe muy bien. Claro, vaya descubrimiento. Lo que no sabía es que se está preparando una serie sobre Quirke que va a protagonizar Gabriel Byrne. Mentalmente me ordeno leer todo lo que me quede pendiente de Black para poner ver la serie. También me ordeno pensar en un sitio en el que cenar. Cómo me gusta obedecerme cuando me ordeno cosas que me gustan.

La lluvia se queda ya en poca cosa. El sol no respeta las últimas gotas y empieza a lucir antes de tiempo.

viernes, 18 de mayo de 2012

El reloj de agua



El reloj de agua : Una tarde de esta semana alguien se metió en el cuarto de control y poco después, por cuatro grandes botones blancos de un lateral de la piscina, comenzó a fluir el agua con fuerza, llegando casi a alcanzar el lado opuesto. Como salía con una violencia acumulada durante meses pensé que en pocas horas la piscina estaría llena, pero me asomo esta tarde y veo que el agua apenas cubre el fondo.

Me gustaría verla ya llena, pero, después de pensarlo, prefiero que esté así. El agua está transparente y no hay nada en ella flotando que provoque esa molesta sensación de que hay alguien que no ha hecho su trabajo, dejando en cualquiera que la mire cierta impresión de desajuste que no se puede quitar fácilmente.

Prefiero que esté así, que se vaya llenando lentamente, anunciando centímetro a centímetro la llegada del verano, de ese momento en el que buscas el bañador del año pasado, lo encuentras en un cajón junto con unas gafas de nadar en las que entra ya el agua y que pensaste sustituir por unas nuevas, te lo pones como si no hiciera tanto tiempo desde la última vez, y, debajo de la cama, sacas una toalla que sigue pareciendo nueva.

El deseo de los cambios repentinos es un tema puramente infantil : un día el árbol no tiene nada sus pies y al día siguiente está rodeado de regalos. Tiene que ver con la impaciencia y con la seguridad de que se está recorriendo el camino de ida y que sólo hay que esperar para que vayan surgiendo las novedades como sugerentes señales a uno y otro lado.

Ahora la perspectiva es otra y esos cambios, en vez de empujarte hacia adelante, marcan capítulos que se cierran definitivamente. No tienen por qué ser dramáticos : Pasas varios meses poniendo y quitando pañales, pensando que así va a ser tu vida eternamente y un día, precisamente uno, precisamente en un momento exacto, pones el último sin saberlo, pensando en otras cosas, con el cansancio difuminando ese instante como hacen las gotas sobre una página escrita a mano. Habrías agradecido que alguien te hubiera dicho que pararas, que ahí iba a terminar una etapa, una voz que te hubiera obligado a fijarte en la habitación, en la luz, en los olores, en ese cuerpo pequeño que, impaciente, te pide que le devuelvas a la protección del pijama. Pero no tenemos educada esa voz y ese momento pasa.

Tal vez por eso ahora agradezco que los cambios sean graduales. Aprender a percibir las cosas cuando empiezan a sugerirse y a ir despidiéndose de aquellas que lentamente van alejándose. 

jueves, 17 de mayo de 2012

El comprador perfecto



El comprador perfecto : El comprador perfecto es el que recorre la tienda, fijándose en todo, y sale sin llevarse nada. Al terminar de trabajar se pasea por los pasillos para ver todos los huecos de los lineales ocupados, la precisión de los decimales de cada precio, la simetría metálica de los carros encajados, la perfecta tira verde en las conservas de los tarros de cristal, la forma en la que están montadas en sus paquetes las rodajas de salami, el color de los huevos en sus envases de plástico, la tensión en esa fina capa transparente que cubre todos los recipientes de carne picada.

El comprador perfecto tiene bastante con eso aunque a veces no sea capaz de evitar el impulso de aproximar la mano para coger algo y echarlo al cesto. Puede llevar cesto, pero con la indolencia del que va a buscar setas más preocupado por el paseo en sí.

Se puede acercar, por ejemplo, a la pescadería y quedarse viendo cómo están dispuestas las doradas, una sobre otras como escamas. Desde fuera, es alguien más que espera la cola y que hace su pedido, pero nadie sabe que al llegar a casa es probable que coloque la dorada en un plato y se quede mirándola un buen rato, pensando que sigue siendo raro que todo parezca tan normal.  Detenerse y fijarse es la mejor forma de regresar a algún punto. 

miércoles, 16 de mayo de 2012

Un cierre hermético




Un cierre hermético : Lucía necesita tres líneas más de las que le dan en la hoja para escribir el resumen de Cenicienta. Está bastante orgullosa de su trabajo, así que viene al salón para leernos lo que ha escrito. Bajamos el volumen de la televisión y escuchamos como si fuera la primera vez que nos cuentan esta historia. Así que unas hermanastras, ajá, y un príncipe, claro, y una chica buena que trabaja y es despreciada, bien, y un hada, por supuesto, y un toque de magia, que no falte, y una gran fiesta, qué bien, con una condición, vaya, pero tiene éxito, se lo merece, y ella se descuida, pero mujer, y el príncipe la echa de menos, bravo por el príncipe, y se aferra a su zapato, no como fetichista, y la busca, qué romántico, y persevera, porque hay que perseverar, y no le molesta hincarse de rodillas, qué no se hará por amor, y prueba, normal, y sigue probando, que así debe de ser, y más y más, mírale qué ejemplo, hasta dar con ella, porque todo esfuerzo tiene su recompensa, ¡qué zumo de lecciones salen al exprimir esa historia! Y…

-Y entonces la cenicienta le da la mano al príncipe.
-¿Así?
-Así – dice Lucía.

Como si acabaran de firmar los papeles de una compraventa en el notario. Es cierto que ya han muerto muchas perdices por culpa de estos finales y que cuesta creerse que todos terminen felices, pero ese final me deja inquieto.

Es cierto que la lámpara es una lámpara, pero si te pones justo debajo, puede parecer un sol.

martes, 15 de mayo de 2012

Vocaciones dormidas



Vocaciones dormidas : En el periódico  que leo por la mañana se desglosan las nuevas provisiones de la banca, en millones de euros; BFA, 4813; CaixaBank+Banca Civica, 3.389; Santander (Banesto), 2.700; Banco Popular+Pastor, 2.314; BBVA+Unim, 1848; Novagalicia, 1.109; Catalunya Banc, 995; Unicaja+Ceiss, 888; Kutxabank, 885; Ibercaja + Caja 3, 697; BMN, 640; B. de Valencia, 509; Liberbank, 496; B. Sabadell + CAM, 412; Cajamar Caja Rural, 412; Bankinter, 136; Banca March, 118; Barclays, 73; Caja Rural Navarra, 70; Caja Laboral Popular, 50; Caja Rural Granada, 26; Banca Pueyo, 11; Banca Etcheverría, 8; Caixa Ontinyent, 8 y B. Cooperativo Español, 2. En total, unos 30.000.000.000 de euros.

Unas horas más tarde veo la  fotografía de una ninfa de efemeróptero que abre la exposición de CosmoCaixa sobre la Microvida : “Esta ninfa es una de las fases larvarias de los efemerópteros, cuyo desarrollo tiene lugar en el agua. Cuando llegue a adulto se convertirá en un insecto terrestre de frágiles alas”. A las cinco y media apenas hay gente y se puede escuchar perfectamente la música que acompaña a las fotografías de seres de 0,08 mm como el protozoo metamonadino : “El interior del intestino de las termitas del género Reticulitermes está repleto de protozoos simbiontes como este, que les ayudan a digerir la celulosa”. Pulgas de agua, moscas de la fruta o piojos de la cabeza aparecen fotografiados a gran tamaño para que se puedan percibir todos los detalles. Los pelillos de la mosca de la fruta que, entre las lentes de sus ojos, al parecer los protegen del polvo y los posibles daños. 

Un paseo por aquí, donde quedan tan lejanas las cifras del periódico, puede despertar vocaciones. Y si eres mal pensado, viendo que detrás está un banco, suspicacias.

lunes, 14 de mayo de 2012

Hoy todo sucede lejos



Hoy todo sucede lejos : Veo a los niños acudir a la fiesta y más tarde regresar. Mientras, me sentaba frente a la mesa de un director de banco. Y después comía. Y después miraba el reloj sin interés porque no me podía llevar ahí donde quería estar. Cumplo mi papel aunque la fe en el sentido de lo que hacemos vaya desapareciendo : se ha ido el maestro de ceremonias y a los animales nos han abandonado en las jaulas. No conduzco deprisa. Les pregunto qué tal todo tratando de que me cuenten algo que no haya imaginado. Ya están cansados. Como último recurso, esta fotografía.

domingo, 13 de mayo de 2012

Grumos



Grumos : El cocinero se trae sus propios utensilios y materias primas desde casa : queso, un caquelón, alcohol, aceite, ajo y tres hogazas de pan, suaves y tiernas como la propia palabra. Por traerse, se trae a su familia y a él mismo de comensales. Más que el despliegue, lo que inspira confianza es la perfección con la que pronuncia la palabra fondue, que le sale cremosa y creíble. Poco podemos esperar del que diga fondú, fundú o fondí. La receta : se pone la boca para pronunciar la u y se dice i.

Antes de empezar se detiene a ver la salida de Fernando Alonso en Montmeló, como si fuera parte del rito, y después se encierra en la cocina de la que sale de vez en cuando para negar en silencio con la cabeza.

-El difusor no funciona.
Y se mete. Y vuelve a salir.
-No, no funciona bien.

No se refiere al difusor del coche de Alonso, sino al adaptador que se utiliza para conseguir que el caquelón, suizo, se entienda con la vitrocerámica, alemana. Ahí el difusor debía funcionar como intérprete, pasando el calor que genera una a la base del otro. Pero algo falla. El queso se deshace pero se queda grumoso. El cocinero se queda mirando el caquelón con la desconfianza con la que Alonso debe analizar su motor después de algunas carreras. Lo que ha funcionado varias veces, ahora no sirve para conseguir sus objetivos.

Yo corto las hogazas en pequeños trozos. Me gusta cómo se llena todo de migas. Me gusta el ruido que hace el cuchillo al cortar la corteza y el silencio esponjoso en el que se sumerge después. Me gusta ver el cuenco de madera llenarse de los trozos de pan. Me gusta, en fin, esto de hacer de pinche mientras el cocinero se fija atentamente en el caquelón, como si su mirada fuera capaz de derretir esos pequeños grumos. Le miro y regreso a las hogazas con la confianza del grumete en su capitán en medio de una tormenta de queso.

El cocinero observa el caquelón como si fuera un niño pequeño al que le hubieran explicado todo bien despacio. Tiene los brazos cruzados y el ceño fruncido del que busca una solución que ya va llegar tarde. Es entonces cuando, antes de que se caliente, bebemos una copa de Lolo, el albariño que he elegido por la etiqueta porque también se bebe por los ojos.

Del Albariño pasamos a un Chardonnay, un Gramona “Mas Escorpí” que compartimos todos en el salón, con Fernando Alonso dando vueltas por el circuito. Abrimos, para compartir una de tinto, un Lavia del 2006. La chica de la tienda de vinos, con buen criterio, señaló con unos puntos que hizo en cada etiqueta, el orden en el que debían despegar las tres botellas que compramos el viernes.

Un punto :Lavia 2006
Dos puntos : Rayuelo 2007
Tres puntos :Ziries 2008 (Garnacha)

La chica hablaba de cada vino como si fuera una planta que requiriera su propio cuidado. Con ese mismo cuidado las voy abriendo.

El cocinero entra en el salón con el caquelón humeante y el rostro de Moisés justo después de bajar con las tablas según la interpretación de Miguel Angel. Los demás, que acudimos rápidamente al reclamo del olor, no le damos importancia a las quejas del cocinero porque nos vamos elevando suavemente con el primer vino.

-Tenía que salir hilos de queso al sacar el pan, dice
-La próxima vez la hago en casa, que controlo el fuego, dice

Los niños forman el primer anillo alrededor del caquelón, perdiendo uno de cada dos trozos que meten, apuntando peligrosamente con las puntas y creando una caótica coreografía de tenedores que los adultos tenemos que sortear.

Es cierto que el queso tiene grumos, pero eso importa en un restaurante, no aquí, porque la fondue es la excusa en esta fiesta en la que todos vamos dando vueltas alrededor del caquelón, mientras subimos, vaso a vaso, hasta llegar a esa altura precisa en la que se tiene la perspectiva amplia que permite ver que cada elemento está en su sitio, dándose significado a sí mismo y a lo que lo rodea.

sábado, 12 de mayo de 2012

Los hombres del mono blanco




Los hombres del mono blanco : Una de las cosas que más me sorprende es que la gente nazca en un mes distinto de Mayo. Mayo está dispuesto para recibirte, como la lona de los bomberos, cuando te da por dejar el mundo de las ideas perfectas y lanzarte a éste a aprender un par de cosas.  Pero los hay que se desvían y caen en Septiembre o en Febrero, que están ahí para otros temas, no para recibir a más niños.

Mayo es un gran mes : el Madrid suele ganar una Liga, empieza la Feria del Libro, Oti Marchante hace sus crónicas del Festival de Cannes y en las comunidades de vecinos un par de hombres con mono blanco van reponiendo los azulejos de la piscina para que el mosaico quede perfecto. Hay que respetar el trabajo de los hombres del mono blanco porque, desde cerca, esos azulejos son piezas del scrabble en las que puedes leer : toalla, crema, sombrilla, piel y bikini. Esas palabras sin las que Mayo no alcanzaría la categoría que tiene y se quedaría en Abril o Junio, que están bien, pero no.

En Mayo, además, florecen las aceras. No sé cómo funcionará la naturaleza en el campo, pero aquí, por cualquier grieta en el cemento, sale una margarita. Es curioso que una flor propia de una película de Disney sea la infantería de la naturaleza, buscando cualquier resquicio para reclamarlo como suyo. El tema daría para ese poema que escribiré si alguna vez aprendo a tocar la guitarra.

La elección del mes de Mayo puede mejorarse, como la copa hace con un buen vino, si se opta por nacer en Madrid. Lo coherente es nacer en el sitio en el que ese mes se celebren las fiestas. Lo otro es lo raro y, ya lo sé, el mundo está lleno de raros que han acabado naciendo en sitios extraños, como dardos arrojados por un jugador con diez pintas de más y un pulso como el de un sismógrafo en pleno terremoto. Así nos va.

En Mayo, en fin, los días tiene más sol, y uno se sumerge en ellos como si fuera una bañera de agua tibia mirándose los dedos ahí a lo lejos, entre la espuma. Hay tanto sol, brillante pero no pastoso, que lo puedes usar para ir a desayunar antes de ir a trabajar o para tomarte una copa en una noche que el sol deja templada, como la cena de una madre en la cocina. El sol de Mayo es una moneda recién acuñada, ajeno a ese billete manoseado en el que se convierte en Agosto.

Esta mañana me fijo en las margaritas. Dicen, haznos una foto, y yo se la hago. Dicen, elige a una y deshójala. Lo haría, pero la única objeción a Mayo es que los que nacemos en él también acumulamos años y, con cuarenta y tres años y, si se es sincero, lo que uno se preguntaría es “me quiero, no me quiero”.  Hago la foto y nada más : me espera un Abadía Retuerta, unas velas que soplar y la imagen de Casillas levantando como capitán de esos otros tipos con mono blanco el trofeo de la Liga.

viernes, 11 de mayo de 2012

Hacia los seis millones



Hacia los seis millones : Es posible que alguien haya recibido la noticia hoy y no vuelva a recoger la camisa que llevó al tinte

jueves, 10 de mayo de 2012

Autoridad




Autoridad : Para saber cómo es alguien, mírale cruzar por el paso de cebra mientras esperan los coches. Yo me fijo esta mañana porque los grupos que ponen en la radio son malos y muy malos. El día que una emisora guarde un minuto de silencio en vez de emitir una canción, le declararé mi fidelidad total. No pasa nada : también hay premios que se quedan desiertos. Pero estos alegres chicos le ponen medallas a cualquiera que no distorsione, como creer que literatura es cualquier cosa que no tenga faltas ortográficas.

Me fijo. A estas horas estamos con las defensas bajas, recordando todavía cómo tenemos que ser. La cuchara girando en un vaso de leche y después en el otro. La hora. La selección de la ropa y el calcetín que falta. La hora. Bob Esponja (No), Phineas y Ferb (Sí). Los libros en la mochila. El peine debajo del grifo. La hora. La espera en el ascensor, impaciente como frente a un lavabo ocupado. La fila para salir del aparcamiento. La hora. El atasco sobre el puente y el primer momento para mirar por el espejo a la que se maquilla rápidamente. La hora. Los chicos y sus medallas (oro para todos, parece), en la radio.

La hora.

Paro en todos los pasos de cebra que me encuentro después de tener esa intuición de que para saber cómo es alguien puede bastar con verle cruzar. Una cruza rápidamente, como disculpándose. Otra, maletín en mano, anda deprisa. Una madre empuja el carrito como si pesara más de lo que pensaba. Y entonces llega la que cruza la calle despacio, sin mirar : todos saben que la ley está escrita en esos trazos gruesos y que por eso paramos, pero ésta sabe que la autoridad sale de ella. Lo sabe y tiene razón.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Splendente




Splendente : Es una tarde que avanza un despacio. He mandado un mail y espero la respuesta para seguir con un cuadro de Excel. En lo que llega, me fijo en los nombres de los cafés y me asomo a ver unas pequeñas arañas rojas que corretean por los bordes de las ventanas, como esperando que una de ellas se decida a entrar en la oficina para seguirla. Ese líder, por lo que veo, no aparece.

Los tipos de cafés que tenemos en la oficina : Satinato, Suntuoso, Forza, Splendente, Delizioso y Fortissimo. ¿Compraríamos menos café si los nombres estuvieran en alemán? El italiano le sienta bien al café, a los clubs de fútbol, a las mujeres. La verdad es que soy incapaz de distinguir un sabor de otro, pero con esta técnica tan sencilla se aseguran que el stock lo tengas en tu casa, no en la tienda.

Decido prepararme un café. Un Splendente. ¿Por qué? Me quedo pensando un momento y, de repente, descubro una conexión evidente : una de las frases del himno del colegio decía : “esplendente sol que brilla en tu ínclito historial”. Ha tenido que ser en un momento como este, en el que no pensaba en nada, en el que la razón aparezca sin ningún esfuerzo. No tengo recuerdos especialmente buenos de un colegio en el que a los de letras se nos dedicaba la mirada del entrenador al grupo de lesionados. Nunca se nos decía nada ofensivo, pero la sensación de pertenecer al grupo de los que no podían sacar el partido adelante siempre estaba ahí : al fin y al cabo, el máximo responsable siempre salía de las clases de ciencias.

Así que un Splendente para recordar todo eso pero para descubrir que algo bueno hubo porque podría haber elegido cualquier otro café. Todos saben igual y creo que los elegimos por cómo resuena cada nombre según nuestro estado de ánimo porque cuando los compramos nadie pide uno en especial. Algo hubo, claro, porque esa impresión de que el banquillo iba a ser el lugar desde el que ibas a ver toda tu vida hizo que, como contrapartida, nos tomáramos lo que hacíamos de una forma más personal. Ya que leíamos, leeríamos bien. Ya que escribíamos, escribiríamos bien.

Me llevo el recipiente de la cafetera al baño para llenarlo de agua. La mujer de la limpieza acaba de pasar y ha dejado la ventana abierta. Me asomo. Pienso que habré cantado ese himno cientos de veces sin saber qué quiere decir ínclito. Levanto la vista y veo, entre las tuberías, un trozo de cielo. No sé por qué, tengo la impresión de que el resto de la tarde va a pasar más deprisa. 

martes, 8 de mayo de 2012

Un peaje inevitable




Un peaje inevitable : También ellos te educan. Lucía lleva varios días despidiéndose de mí cada vez más lejos de la puerta de la escalera del colegio. El beso siempre es rápido, porque este tema ya lo tiene trabajado : al principio sentía sus labios, después me rozaba, y hoy, todavía en la calle, sólo se acerca. La observo marcharse corriendo para entrar con alguna amiga. Conforme se aleja, la veo más y más alta.

Daniel me da la mano y me pregunta si me estoy mojando mucho. He dejado la cazadora en el coche, más preocupado por su piel que por la mía. Le digo que no y estiro la espalda para demostrarle que la lluvia no me importa. Echaré mucho de menos esa mano en la mía : Este será el peaje que se cobrará el tiempo para dejarnos pasar a la siguiente estación. Entramos en el colegio, recorremos la suave pendiente y, junto a la puerta por la que suben al primer piso, me da un beso y yo otro a él. Todavía se acerca a la ventana de arriba para saludarme con la mano.

Parece una estrategia con la que me preparen para el año que viene, en el que entrarán ya solos. Una me hace experimentar la herida y el otro la cauteriza. No sería algo extraño en dos hermanos que pasaron nueve meses juntos, escuchándose sus pequeños latidos con el de María de fondo marcando el ritmo como el tambor en las galeras de los tebeos.

Antes de que el día intente demostrarme que lo importante está en otra parte, me fijo en las gotas de agua sobre el capó del coche. Cientos de ellas lo cubren sin tocarse. Tampoco nadie hablará de esto.

lunes, 7 de mayo de 2012

El momento Chewbacca




El momento Chewbacca : Cuando les decimos a los mellizos que se acuesten, realmente les pedimos que se replieguen y se lleven sus tropas, tomen la forma que tomen, para crear la ilusión del orden, del silencio y del espacio. Luego no sabemos muy bien qué hacer con ese orden, ese silencio y ese espacio, así que nos tumbamos en el sofá con la certeza de que no llegará la inspiración pero sí el cansancio, que esperaba este momento para ocuparlo todo, el muy cabrón : alguna frase, la cabeza en un cojín y la pantalla cambiando de color el salón cada segundo.

Hay anuncios, ese género en el que siempre es sábado por la noche. Me fijo entonces en una figura que cuelga de la puerta de la ventana. Es Chewbacca. Por un instante temo que esté colgado del cuello y marque ese momento en el que Daniel pasó de “cielo de niño” a “criatura del demonio”.

Me levanto, sobre todo, por el cariño que le tengo a Chewbacca. Con él aprendí que no hace falta entender las cosas para comprenderlas. Ya son muy pocos los personajes de La Guerra de las Galaxias por los que me levantaría y no por la película, que sigue caminando con el paso de un viejo monarca, sino por todos sus fans, que envejecen muy mal. Que se enteren : el traje de Stormtrooper ya huele a polvo.

Chewbacca está colgado del brazo, no del cuello, lo que me tranquiliza. Pienso en quitarle el nudo porque no me parece bien dejarlo ahí toda la noche por muy de plástico que sea. Caridad de zapatillas. Me detiene la sospecha de que se trate de una aventura que se ha interrumpido. Si está mal despertar a un sonámbulo en su paseo, peor debe ser romperle a un niño una historia por la mitad. Además, Chewbacca parece que no sufre.

Vuelvo a la televisión. Caen los cascotes de Bankia alrededor, pero la publicidad sigue siendo la última trinchera en la que agazaparse. Cuando empiecen a emitir anuncios rumanos subtitulados, ya estará todo perdido.

domingo, 6 de mayo de 2012

Un regalo para Madonna




Un regalo para Madonna : Como es el día de la madre, cierran Bravo Murillo para celebrar el día del hijo. Ya sólo hace falta que el padre reciba regalos para que todos estemos contentos, pero esta mañana nadie se acuerda de mí. A lo mejor por eso estoy un poco de mal humor. A lo mejor también es porque la Avenida de Asturias está cerrada por culpa del mercadillo, porque el domingo es el día del mercadillo. Entre una y otra está Okara, el restaurante al que vamos, y ya no sé por dónde meterme por el coche. El navegador trata de ayudarme con sus trazos precisos, pero solo es útil cuando lo usas un día que es un día a secas, no hoy. Si tuviera una sirena la colocaría encima del techo porque yo llevo a dos madres en el coche y es su día.

Aparco en una zona verde junto al mercadillo. Son casi las dos y media y ya están recogiendo los puestos, guardando las mercancías con más orden del que están expuestas. Marketing de rastrillo, de monedas, de lona. Por la zona que cruzamos hay puestos de esa ropa que se vende a sí misma, sin ayuda de un maniquí. Uno tiene expuesta una colección de camisetas negras con portadas de discos heavy : esa prenda que funciona tan bien en las películas románticas cuando ella se la pone al día siguiente. Otro, al lado, muestra una gran cantidad de bragas amontonadas con un cartel escrito a mano :

“Bragas con glamour. 1 euro”

Las bragas parecen cansadas. Recuerdan a esa fruta que queda en el mercado cuando están a punto de cerrar. El melocotón que ha pasado por muchas manos. Esa es mi impresión, pero es probable que a primera hora las bragas expuestas tuvieran todo el glamour que cabe en un euro y que de esas ya no quede ninguna. Le haría una fotografía a ese cartel, pero :

: vamos tarde, no sé si debería pedir permiso, no sé si la foto saldría bien, no sé si le haría mucha gracia al dueño, que lleva con las manos el ritmo de una canción que canta con alguien enfrente, no sé si es mejor convencerse de que tampoco es tan buena idea, no sé…

Dejo la foto sin hacer. También podría haber comprado alguna por ese instinto con el que echas unos cuantos botes de especias al carro de la compra, por si surge en alguna receta. Aunque es cierto que muchas veces es la propia especia la que crea el plato.

Tampoco me decido porque he tomado la decisión de no volver a comprar ningún regalo con Daniel y Lucía al lado porque están en una fase en la que traducen las palabras a monedas para saber cuánto pesan, su contundencia como argumento. Traducen sus canciones al inglés, sus miedos en dibujos, sus bloqueos en enfados. Se pasan el día traduciendo. Valorarlo todo en euros permite que toda la realidad esté conectada y que puedan compararlo todo, descubriendo que, a veces, lo pequeño y frágil gana a lo grande y rotundo. Y después de comparar, como un paso lógico, se imaginan comprándolo todo, adivinando qué deberían poner encima de la mesa para que el mundo sea, sin más problema que el de la cantidad, suyo. Daniel se aprende el precio del regalo de María y se lo dice cuando se lo entrego. Lucía hace lo mismo con el de mi madre.

Debería enfadarme porque si está feo dejarse una etiqueta en un regalo, más feo aún es que tu hijo haga de etiqueta. Si lo sé, no lo envuelvo. Si lo sé, me digo, entrego el catálogo con la esquina doblada y el dinero unido con una grapa. Pero a las madres y a las abuelas cosas así las hacen reír y no les importa porque, en el fondo, les hace más ilusión esa etiqueta de siete años que el propio regalo. Es una vieja alianza entre madres, abuelas y niños. Mi enfado pretende ser tenso y rugoso, pero se queda en esa bufanda que te cuelgas del cuello por un tema estético, que afuera hace sol y florecen los escotes.

Este año eran buenos regalos. Y no es fácil regalarle algo a tu madre cuando lo que quiere es lo contrario, que te lleves de su casa libros que siguen ahí. Sigo con mis prisas y mi leve enfado camino del restaurante dirigiendo la expedición con una urgencia que nadie comparte conmigo. Veo un cartel de Madonna y pienso que ser la hija de Madonna y tener que regalarle algo sí que es complicado. La comparación me relaja, que triste es la naturaleza humana, sobre todo la mía.

Ya relajado, descubro que el restaurante estaba más cerca de lo que pensaba y que el reloj de la entrada marca las dos y media en punto, como si hoy, con una elegante cortesía, lo hubieran retrasado unos cuantos minutos. La comida empieza bien y termina mejor.