martes, 31 de julio de 2012

Asesor de asesores




Asesor de asesores : Leo que la media de lo que cobra cada uno de los 17.000 asesores que hay en las cuatro Administraciones españolas es de 50.000 euros anuales. Algunos no tienen el graduado escolar.

Nos cuesta un poco elegir la segunda pizza. La primera, de barbacoa, que es una curiosa denominación en la que una forma de cocinar se convierte en un sabor. A veces creo que la pedimos porque nos gusta cómo suena.

La segunda lleva más tiempo porque Lucia está enfadada y dice que no a todo. Paciencia. En alguna revista sobre cómo ser padres se explicará detalladamente cómo salir airoso de una escena como ésta para que los vínculos familiares salgan reforzados. Está todo escrito. Si tuviéramos dos vidas, ésta la dedicaría a leer artículos como ése y las frases inspiradoras que se cuelgan en el Facebook y que son como la crónica de un partido ya jugado.

Paciencia. Lo sé. Leo el periódico por encima mientras espero a que a Lucía se le pase este enfado. Una lluvia violenta que cae de una nube negra y densa, solitaria en un cielo limpio, como una aceituna en un plato blanco. ¿Cómo ha llegado esta nube aquí? Ya se me ha olvidado. Y es probable que a Lucía también, pero hay que esperar a que la nube descargue.

La palabra asesor me desconcierta. La realidad se vuelve cada día más violenta y el lenguaje que nos damos para hacerla frente parece hecho de gelatina transparente. ¿Asesor de qué? ¿Dónde se consigue la titulación de asesor? ¿Puedo ser yo asesor de pizzas en alguna entidad pública?. ¿Puedo ser asesor de asesores?

Vuelvo al ataque con Lucía leyéndole la lista de pizzas lentamente, como si fuera el árbol genealógico de un rey y detrás de cada nombre hubiera una batalla que recordar y admirar : maíz, piña, carne picada, atún, queso o salchichón. Al final Lucía, que tiene siente atracción por el mundo de las princesas, reacciona a mi tono regio y me presta atención. Establecido el contacto, canto las bondades de la pizza de jamón serrano y aceitunas negras. Ella asiente con el gesto de resignación de quien da un premio no al mejor, sino al menos malo de un torneo.

El repartidor llega cuando no hemos terminado de poner la mesa. Tiene un aire a cartero con su saca, de la que saca las pizzas. Hay dos momentos que me gustan : cuando siento el cartón caliente al recoger las pizzas y cuando las abro y las veo con ese pequeño soporte blanco en el centro para evitar que la tapa las aplaste.

Le digo que se quede con el euro del cambio y me lo agradece. ¿Podría el repartido hacer de asesor? ¿Podría un asesor hacer de repartidor?. Creo que si cobran esos 50.000 euros anuales no es por un tema de dinero, sino por darle así a su puesto una importancia que no tiene. A lo mejor en Alemania no, pero aquí es muy caro alcanzar un nivel mínimo de autoestima.

lunes, 30 de julio de 2012

Post eres y en muro te convertirás




Post eres y en muro te convertirás : Ahí está, en la cale Fuencarral, este collage improvisado que nos muestra cómo acaban todos nuestros proyectos. Por un momento pensamos que todo permanece : un poster recién puesto, con la cola fresca, anunciando un espectáculo interesante. La vida. Pasado el tiempo, ese poster es cubierto por otro, y ese por otro, y ese por otro. De nuevo, la vida. Hay mucho que pensar : la vida es un cuaderno Santillana de ejercicios que no se acaba.

Ese mismo muro es una buena representación de lo que es escribir un blog. Un post recién colgado te hace sentir bien durante unas horas, pero rápidamente nace la necesidad de escribir otro, envuelta en una ansiedad que no se calma hasta que se cuelga y entonces te sientes bien durante unas horas, pero rápidamente nace la necesidad de escribir otro. Podría seguir enlazando frases, pero la idea está ahí.

Aunque suene duro, esta es la verdad : post eres y en muro te convertirás.

Es mi momento filosófico del día. Luego sigo andando y se me pasa. Una chica con un peto blanco trata de placarme para ofrecerme un plan infalible que salvará al mundo y a mi conciencia. Dos quiebros y la esquivo. Por este gesto, cinco mil ballenas o siete mil focas no van a poder ser salvadas. Tengo una pequeña mancha en la conciencia, pero sigo andando y también se me pasa.

domingo, 29 de julio de 2012

Discípulos




Discípulos : Hace mucho calor y el sentido común me recomienda que me quede en la piscina, que a estas horas no tiene mucho sentido (común, claro) salir al campo y recibir en la nuca las collejas de un sol que a las siete de la tarde tiene ganas de despedirse a lo grande, repartiendo todo el calor que le queda y que no puede conservar.

El sentido común tiene razón, pero es tan aburrido. Tanta gente a la que habría que poner en su lápida : “Exceso de sentido común”. No creo que haya hecho muy buenas fotos el sentido común.

Pero tiene que ser ahora, que los campos están repletos de girasoles con los pétalos todavía duros y esa imagen de manualidad recién terminada. Aunque las finanzas europeas se hundan, siempre habrá que sacar una partida para asegurar que en los campos haya girasoles. Lo que se haga después con ellos es lo de menos. Y si no hay suficiente dinero, siempre se le podrá quitar a las margaritas, que es a eso del amor lo que las palomas a la paz. Mierda de tópicos.

A las siete de la tarde todo está inmóvil en el campo, rodeado por un silencio vibrante. Aunque nada se mueva, ese sol que reciben todos los objetos se acumula en forma de una energía que se percibe. Los del sentido común lo llamarán calor, pero es algo que está detrás de ese calor y que se hace evidente si se está un rato quieto, con la cámara, mirando. De nada sirve una cámara si no se convierte en una exigencia para mirar, si no va antes de la foto y no después.

El calor también me da con fuerza y es posible que, leído en frío, el párrafo anterior no tenga mucho sentido. No sé si lo místico y el campo de Castilla La Mancha casan bien. No sé. Noto gotas de sudor en la nuca, en la cara, en las manos. Me acuerdo de la piscina. Como aguante unos minutos más aquí es posible que los girasoles empiecen a hablarme y yo a contestarles. Es cuestión de tiempo.

Los riesgos merecen la pena. El sol ilumina cada uno de los pétalos de los girasoles con una intensidad hipnótica, como si creara miles de discípulos que transmitieran su legado por si él no volviera a aparecer. Podría comérmelos todos de uno en uno para recubrirme por dentro como si fueran láminas y que en las radiografías mis huesos brillaran como si fueran de oro. Me extraña que la cultura no tenga ninguna respuesta a este estímulo : la gente de ciudad sólo sabemos reaccionar a las cosas si llevan un precio.

Afortunadamente tengo la cámara y mi forma de reaccionar es hacer unas cuantas fotos. Hay que aprovechar este momento porque pronto los girasoles acabaran vencidos por su propio peso y las hojas perderán toda esta vida.

Unas abejas ruidosas vuelan cerca de ellos.

Los girasoles no miran hacia el sol. Le dan la espalda. ¿Es falsa la creencia de que siguen el recorrido del sol? No, pero sólo lo hacen cuando son pequeños y no tienen demasiado peso en la cabeza. Luego se quedan así, rígidos. De esto puede sacarse alguna lección. “The sunflower theory”. O algo así.

Son muy, muy ruidosas las abejas. Me marcho antes de confundir el murmullo de su vuelo con las primeras palabras de lo girasoles. 

sábado, 28 de julio de 2012

El día que los Rolling fueron teloneros



El día que los Rolling fueron teloneros : Se colocan las mesas en el garaje, se cubren con manteles de papel y se sirve una serie de entrantes como si no existiera el mañana. Parece que quisieran acabar con el último rastro de hambre del pasado, como el que recorre la casa con un zapato para acabar con la última hormiga aunque haga años que no se ve una por los suelos.

La comida adquiere así un punto de clandestinidad que le da su encanto. Nos escondemos de un sol que es capaz de derretirle las plumas a los pájaros y de dejar fijas las sombras en las paredes blancas como quemaduras de plancha. Aquí, protegidos, los veinte vamos ocupando nuestro sitio mientras los cocineros van preparando una paella con un ritual casi religioso que mantiene alejados a los profanos : son tantos los años de dedicación que se piden para poder coger la espumadera que al ver el proceso conviene mantenerse en silencio.

Los primeros en comer son los niños, a los que se sienta en su propia mesa. Es una mesa roja, de plástico, que utilizan normalmente para dibujar. Sobre ella se han colocado unos platos y unos vasos de plástico. Los adultos les van llevando comida de los platos de la mesa grande. Empanadillas. Ensaladilla rusa. Empanada. Chorizo. Aceitunas. Antes de volver, acarician el pelo de alguno de ellos, revuelto, con olor a cloro. Todo ese desfile tiene algo de rito de ofrenda a la juventud, a unos pequeños dioses descalzos y en bañador y que se comen lo que les van colocando delante.  Que la persona más anciana esté en el extremo opuesto de la mesa la de más significado a la escena.

Los adultos seguimos con los entrantes, colocando los corchos de las botellas uno junto al otro. Está el bando de los del vino tinto y los del vino blanco. El de las mujeres y los hombres. El de los que fuman y los que no. La conversación suele empezar en la zona de las mujeres y después recorre toda la mesa para regresar de nuevo a ellas. Ellas ponen el titular y los hombres el pie de página.

Ese mismo enfrentamiento existe entre los platos de los entrantes y la paella. Se puede decir que unos crean la columna y otros esculpen las hojas del capitel. Los sacerdotes de la paella van y vienen, comprobando el agua, el fuego, el toque del arroz. Son ellos los que deciden cuándo apagar el fuego y el tiempo que tiene que reposar el arroz. Lo demás esperamos con los platos ya vacíos y apenas sin hambre porque empezar así la comida es como sacar a los Rolling de teloneros. Pero así es el pueblo.

Por fin los sacerdotes dan el visto bueno. Enseñan la paella como si fuera una inmensa medalla de arroz que les hubieran dado. Tiene  buena pinta. Para seguir con este aire de clandestinidad, se decide que todos acudamos con nuestros platos a servirnos directamente. Perfecto. Antes, claro, se les ofrece los primeros platos a los niños, que ya andan con los nervios en las piernas, corriendo de un lado a otro.

El arroz está bueno, como siempre. Que conservando las reglas se siga obteniendo el mismo resultado es algo que tranquiliza, como saber que el sol saldrá por el este y se pondrá por el oeste. Y, bien mirado, la propia paella también puede verse como un sol hecho a base de granos que nos vamos comiendo como venganza o como forma de quedarnos con su fuerza. ¿Todas estas interpretaciones tienen que ver con el vino? Sí : los corchos se van juntando como las partes de un puente que uniera lo lógico con lo absurdo.

Y ese trayecto no lo hago sólo yo. El arroz ya se acaba y la conversación ahora tiene un punto surrealista perfecto : se monta una comida para llegar aquí. Se mezclan los temas como los libros en una tienda de segunda mano. Cómo se presentó uno a su primera cita, la ropa que se llevaba entonces, las distintas técnicas para hacer una lavativa, las ventajas de un coche sobre otro. Lo mejor es subirse a una copa de vino y escuchar desde ahí arriba.

Es el momento en el que uno descubre que la vida antes era más difícil, pero que ofrecía más cosas que contar. Ahora todo camina sobre una rutina que ofrece historias sin textura ni sabor, como la fruta que compramos. Por mucho que se busque, no aparece nada relevante que aportar, lo que es una forma de derrota.

Los sacerdotes cocineros, terminada la discusión sobre la paella, se enfrentan ahora por el asiento del coche. Uno dice que es mejor colocar el asiento así para que no dé el sol. El otro dice que no. Su discusión es tan violenta que los demás nos quedamos callados, escuchando.

-Tú lo que tienes que hacer es apretar el culo y ponerte así – grita uno.

En ese silencio, en el que se va desarrollando la carcajada que, como un tsunami femenino, va a arrasar con todo, me siento un poco avergonzado de ser hombre. Solo un poco. 

viernes, 27 de julio de 2012

Una maleta más



Una maleta más : Es la mejor manera de empezar unas vacaciones, en el asiento de detrás, apretado entre las maletas. Delante de mí va la tía de María y como las dos ocupan ya el puesto de adultos en el coche, yo puedo dedicarme a entrar en las vacaciones desde este sitio, que es una buena puerta.

Los adultos hablan de temas serios, de los que no admiten ni una frase graciosa en este post. Me asomo de vez en cuando a la conversación para regresar con más decisión a este pequeño mundo que me he montado. Tengo : Una bolsa con tres libros, el iPad, el iPhone, el periódico y un chicle con sabor a fresa que mastico con cierta violencia. Voy saltando de una cosa a otra porque todas me parecen urgentes, interesantes y divertidas. Una canción de Fiona Apple, una partida al Where´s Perry, repasando las partidas inacabadas de Daniel para conseguir todos los gnomos que se le han escapado, una lectura rápida a algunos artículos, varias páginas del libro de Jabois. Y el chicle.

Relaja mucho tener a dos adultos delante conversando : ajusta algunas piezas flojas en la cabeza. A veces una bolsa, en equilibrio sobre una maleta, se cae y tengo que volver a colocarla en su sitio. No importa. Puedo cerrar los ojos sin sentirme culpable. Puedo mirar hacia atrás. Puedo contar árboles. Puedo fijarme en las nubes. Tengo tiempo de sobra para aburrirme, a lo que me dedico también seriamente porque quiero aprovechar el tiempo.

Abandonada Madrid, el cielo se eleva y se convierte en algo majestuoso. Decido dejar de aburrirme para fijarme de nuevo en las nubes. Son grandes, como trasatlánticos con las bodegas repletas de calma. El sol se coloca detrás de ellas, afilando así unos bordes que se vuelven brillantes, perfectos para hablar de dioses y esas cosas. Me giro, apoyo la cabeza en la bolsa que se cae, y me fijo en las nubes.

Hago fotos y fotos y fotos, sin preocuparme por si salen bien o mal. Anulo el juicio. Los adultos siguen charlando. Me parece un mundo difícil el suyo, en el que no basta el deseo para que las cosas vayan bien. Ni el cariño. Ni la preocupación. Es inevitable sentir lástima y admiración por ellos.

Nubes grandes. La luna, en cuarto creciente, amenaza con sus puntas curvas a los barcos que navegan junto a ellas.

Cuando hora y media después ellos llegan al pueblo, ya les llevo ventaja.

jueves, 26 de julio de 2012

El regalo




El regalo : Vamos a buscarle un regalo a Lucía para su cumpleaños.       

Antes valía cualquier cosa, pero ahora, a punto de cumplir ocho años, deberíamos dar con el regalo que la sorprenda a sí misma. Algo que ella quiera aunque no sea consciente y demostrarle así que hay quien la conoce hasta ese punto. Eso que buscamos todos en los regalos que empezamos a recibir desde los ocho años. 

Vemos ropa, música, reproductores de MP3. Caminamos por la zona de juguetes con poca confianza en los juguetes (casi todos caducan cuando los sacas de sus cajas) y en nosotros mismos. El príncipe sabía que había un pie en el que encajaba su zapato, pero nosotros empezamos a creer que no vamos a dar con ese regalo. Ojalá fuera un tema de dinero.

Todo suena a sucedáneo. El esfuerzo nos agota. Estamos tan perdidos que tengo la sensación de que hasta los vendedores nos evitan. Al salir, miro al cielo, como buscando inspiración.

miércoles, 25 de julio de 2012

Gente importante




Gente importante : Cuando se enteran de que estamos sin niños, todos los que siguen con ellos porque no encuentran ninguna forma legal de deshacerse de ellos unos días nos sonríen “qué suerte, de solteros”. La verdad es que nos quedaríamos en casa sin hacer nada, viendo la televisión (sin hacer nada), pero nos sentimos obligados a estar a la altura de todos los que nos envidian, imaginándonos las cosas que ellos harían y tratándolas de hacer, como si un condenado a muerte quisiera cumplir su última voluntad a través de nosotros. Somos seres sociales también para estas cosas.

Hace unos años teníamos la agenda de estos días prieta, como el programa de un crucero, pero ahora las cosas ya se han relajado y sólo hay un sonido que, repetido tres veces, nos anima a coger el toro por los cuernos : el de la puerta de la nevera abriéndose. A la tercera, el que está en el salón baja el volumen y pregunta qué hay para cenar. El que está en la nevera no dice nada. El siguiente paso es buscar alguna oferta 40% en El tenedor.

Nos sentamos en el sofá y vamos viendo restaurantes con esa languidez del que repasa en una revista los trajes de los invitados a una boda importante. Todos tienen buena pinta, pero estamos caprichosos y en vez de fijarnos en lo que nos gusta, nos dedicamos a criticar lo que no nos convence : no nos ayuda en la elección pero es mucho más divertido. Es un ejercicio tan poco serio que hasta la puerta de la nevera se abre un poco, como invitándonos a probar de nuevo, a ver si está ahí el plato definitivo. Que no.

La languidez. Estamos vagos por culpa del calor, lo que no fue excusa para los chicos de Hernán Cortés, que esos sí que eran decididos. Pasamos de los orientales a los italianos y de estos a los argentinos. La revista de moda es ahora una bola del mundo que vamos girando y frenando con el dedo aquí y allá. Lo miramos como si cada destino exigiera su maleta y su visado reglamentario, ahora que los diplomáticos se juegan sus partidos de poder en las aduanas de los países.

Ya no queremos restaurantes que estén de moda ni sean exóticos. Nos vale con que sean cercanos. Sé que es como si Hernán Cortés le hubiera dicho a su gente que al final no se embarcaban, que se quedaban a recoger la aceituna. Qué poco dignos somos. Reducimos tanto la distancia que por un momento tengo la impresión de que la única oferta que va a salir es la que ya conocemos : la nevera (que se ríe a lo lejos).

Esa risa es la que, definitivamente, nos anima. Nos decidimos finalmente por un restaurante cercano, al que podríamos ir en zapatillas sin levantar sospechas. Cumplimentadas todas las opciones, sólo nos queda la de la hora. ¿Las nueve o las ocho y media?. Ahí estamos a punto de tirar la toalla. Son las ocho. Las nueve nos parece muy lejano (somos capaces de cambiar de opinión en este tiempo) y a las ocho y media es posible que el local esté vacío, lo que siempre da la sensación de que te encuentras castigado y de que tienes que comer en silencio, deprisa y, claro, sin postre.

Nos decidimos por las ocho y media para regresar a tiempo a casa y poder enfrentarnos a una elección importante que seguir demorando tumbados en el sofá y hablando de otra cosa.

Somos, efectivamente, los únicos que hemos reservado a las ocho y media y el camarero que nos recibe me saluda por mi nombre, como a la gente importante. El resto de la noche, claro, ya no puede ir mal.  

martes, 24 de julio de 2012

Elementos irregulares



Elementos irregulares : El de la fotografía soy yo corriendo para no retrasarme a una cita con tres mujeres, tres. Es una prisa que me busco yo porque me bajo en la parada que no debo. Debería poner “Opera” donde se lee “Tribunal”, pero me gusta recorrer esta calle a cualquier hora. Es una debilidad a la que se suma ahora la obligación (lo llamo así para no tener que buscarme una excusa cada día, que me agotaba) de entrar en “Tipos infames” con la precaución de un diabético en una pastelería. Las tres mujeres me esperan, así que me muevo entre los libros con una rapidez que me convierte en sospechoso. Digo que no a todos los libros hasta que encuentro “Irse a Madrid”, de Jabois, al que le entrego mi cartera. Y, sin dejar de correr, como esos profesionales que dan saltitos en los pasos de cebra esperando a que cambie el semáforo, pago, cojo el cambio, respondo que el otro de Jabois ya lo tengo (como buen vino, reservado para ocasiones especiales) y allá que voy, camino del restaurante griego en el que hemos quedado para cenar.

Las veo en la puerta, esperando. Llego un poco tarde. Un poco. Pero llegar con una bolsa es la única excusa que hace que no digan nada, comprensivas. Sabiendo que ellas también, claro, a veces, el escaparate, sólo iban a ser unos minutos.

Cuando entramos, las tres mujeres y yo, solo hay una mesa ocupada por una pareja que come con cierta eficiencia administrativa. El local tiene mejor pinta por fuera que por dentro, pero no me importa porque, voy a repetirlo, estoy con tres mujeres.

Nos conocemos desde hace tanto tiempo que cuando quedamos es como recuperar una lectura en el punto en el que la dejaste : tienes fresco todo lo que ha pasado y sabes que vas a avanzar unas cuantas páginas en la historia. Cuando hablamos no vamos mirando la línea que separa los carriles. Vale todo. Y si llega un momento en el que te apetece dar un volantazo y recorrer un rato el campo entre palabras e imágenes más bien campestres, nadie va a llevarse las manos a la cabeza, sino a la botella de vino para servir las copas y mantener el nivel de alcohol y con él la velocidad apropiada para que la velada no se frene. Suena bien lo de velada.

La camarera es una chica seria que traduce cada plato que le decimos al nombre en griego que lo precede y luego lo memoriza todo. Ese gesto me gusta porque admiro a la gente con buena memoria : me imagino su cerebro duro como el músculo de un deportista. Me gustaría pedirle que recitara algún texto clásico en griego porque parece una lengua que estuviera siempre escondiéndose. Cualquier cosa valdría. Si no un texto, una canción o lo que piensa de los madrileños. Asiente y se marcha con la elegancia de una gimnasta.

La elección del sitio es acertada porque nos pasamos toda la comida hablando de la crisis. En un restaurante alemán elegirían la comida por nosotros, pensando que al final les tocaría pagar a ellos. En uno holandés, amigos para siempre, no nos dejarían ni entrar. Aquí, como tenemos ventaja en la prima de riesgo, podemos hablar sin complejos y pedir lo que queramos.

La gimnasta vaya trayendo los platos y explicándolos con la paciencia del que ve a un turista dar vueltas a una rotonda media hora y se acerca a echarle una mano. Las tres mujeres y yo dejamos de hablar de la crisis y atendemos para saber lo que comemos, pero nuestro cerebro no tiene tanto músculo como el suyo y al final todos los platos pierden su pie de página y nos limitamos a disfrutarlos.

Platos y crisis. Tenemos básicamente, la impresión de que nos toca recoger los restos de una fiesta a la que nadie nos invitó. Hay bastante mala hostia debajo de cada palabra : bastaría con apretar una de ellas para que saliera como el relleno de una chocolatina fundida. Nos desahogamos educadamente en vez de subirnos a una montaña y gritar. Mejor que eso es rebañar platos y beber vino.

Mi misión es mantener el nivel de las copas. Normalmente soy la mosca en el plato de sopa que anuncia a otras moscas que no deben acercarse. Hoy no puedo cumplir este papel y me siento un poco desubicado, como un portero en una discoteca cerrada. Hago bien de mosca. Pero no importa. Elijo bien los vinos y, sobre todo, cuando las tres mujeres leen la carta de arriba abajo, haciendo sus cálculos, propongo pedir una ensalada. Ese es el secreto para acertar con las mujeres en una mesa : ofrecerte a pedir lo que a ellas les resulta un poco violento, como si fuera inapropiado. Digo ensalada y sólo les falta ponerse a aplaudir con las palmas muy juntas (lo opuesto a ese aplauso que la saltadora pide al público para que la anime a dar zancadas de diez metros).

Como somos responsables, no pedimos la segunda botella y nos despedimos antes porque el metro ha reducido su horario. La crisis. La chica que nos atiende se despide de nosotros en la puerta. Deberíamos haberla invitado a sentarse con nosotros para que nos contara cosas de lo que ella ya sabe. Detrás, asomada a una puerta, está la cocinera con los brazos cruzados.

Dos comparten un taxi y la tercera se viene al metro. Va en mi misma línea, pero en sentido contrario, en una imagen que me hace pensar en Woody Allen. Me siento y, empiezo con “Irse a Madrid”. Su estilo me gusta, y consigue lo que pocos logran últimamente : que me entren ganas de ponerme a escribir.

En el ascensor de casa encuentro un texto que podría resumir lo que ha pasado estos años. “Se ruega a todos los propietarios que no arrojen por los wc objetos no destinados a ello, pues recientemente y con motivo de la cantidad de elementos irregulares, ha sido necesario realizar un desatranco y cambiar una bomba, con el consecuente gasto”

lunes, 23 de julio de 2012

Risas enlatadas



Risas enlatadas : Ya me queda poco para desarrollar un mínimo de carácter que me permita no reírme cuando suenan las risas enlatadas. Muy poco.

Muy poco, me digo, pero no dejo de recaer. De vuelta del trabajo veo un grupo de señales de prohibido estacionar y me uno a ellas. Hago unas cuantas fotos, para disimular, pero lo cierto es que me pego a ellas, a esperar.

Estaría bien que fueran la primera manifestación en el barrio. Sería algo distinto. Tenemos calles muy anchas con una ordenación simple (a base de cuadrados), por lo que podrían escribirse pancartas muy largas. En Lavapiés sólo te cabe “joputa”, pero aquí podría empezarse con “A ver si su madre cobró aquella noche nueve meses antes de nacer usted”.

Lo del usted es obligatorio porque aquí hay cierto nivel. Se ve en la madre que empuja su carrito, en el que se toma la caña en la terraza, en el que empuja a su hijo para que aprenda a montar en bicicleta, en el que llega sudado a casa por la noche después de correr, en la que espera en Mercadona a que le toque el turno en la pescadería. Todo está más o menos donde debe estar y la manera de reconocerlo, elogiarlo y protegerlo es exigir el uso del usted.

Pasa el tiempo y ninguna señal da el primer paso. Estoy por sacar algún tema para romper el hielo. ¿Les parece un buen arranque ese de “Yo tenía una granja en África”?. Me separo un poco para ver el escaparate de una tienda de chinos y volver a confirmar que para ellos el concepto de escaparate no existe. Quizás no tengan una palabra similar en su vocabulario. No sé. En la puerta leo que el domingo trabajan una hora menos. ¿Se irán a trabajar en esa hora a otra tienda china? Tampoco lo sé.

Yo quiero manifestarme pero tengo hambre. Las señales no son sensibles a mi hambre porque ellas no tienen aparato digestivo. Están hechas para resistir. Busco una de ellas que ejerza de portavoz y pueda aclararme algo sobre sus intenciones. Me van pasado de una  a otra hasta que doy con la que busco. Tiene pegado un trozo de papel al que le han arrancado la mitad. Leo la palabra “Mudanza” y “Prohibido”. Nada de manifestación.

Me alejo a lo Carpentier, como si fuera un escritor serio. El espacio que ha dejado libre mis ganas de manifestarme lo ocupa ahora el hambre. Cuando tenga carácter, estas cosas no pasarán y podré tener a la vez muchas ganas de manifestarme y de comer. Hay que perfeccionar la técnica porque cuando lleguen las manifestaciones de verdad nos va a salir una mierda.

domingo, 22 de julio de 2012

Accidente nocturno




Accidente nocturno : Si me ofrezco a ir al pueblo de al lado para comprar dos barras de pan no es por las dos barras de pan, sino por lo que pueda pasar cuando las compro.

El pueblo de al lado es más grande, tiene un festival de cortos y en uno de los bares han puesto una pantalla plana en la calle por si no se te ocurre qué hacer mientras te tomas el botellín. A veces veo a una mujer sentada junto a la puerta de una casa y me digo : ahí está el pueblo y vivo con la impresión de encontrarme ya, de verdad, en el pueblo, hasta que en uno de los supermercados descubro una botella de limoncello, original de Italia, y varias marcas de yogures light, y vuelvo a quedarme fuera del concepto de pueblo, en una tierra de nadie porque esto tampoco es una ciudad.

En la panadería la gente se da los buenos días al entrar y acude con una bolsa de tela a por el pan. Yo doy los buenos días y me meto las manos en los bolsillos, un poco culpable. Aprovecho para leer anuncios de alquileres en Cuenca y de pastillas orgánicas para las barbacoas, aceptando como irrefutables cada una de las ventajas de su uso. En esta panadería he aprendido un par de cosas.

La primera es que toda panadería, como ésta, debe tener un gato que persiga a los ratones que acuden al almacén donde está la harina. Si una panadería no tiene gato, es que no hacen ellos mismos el pan. En el Opencor no hay gatos, no digo más.

La segunda la aprendo esta misma mañana, pero para eso tengo que dejar de leer el anuncio de fuego orgánico y centrarme en la conversación. Dos hombres de unos sesenta y muchos años (la edad de un hombre, pasados unos años, puede medirse por la distancia que hay entre el cinturón de sus pantalones y su cuello y en este caso es pequeña) y una mujer, con las manos cogidas sobre la tripa, hablan.

El mayor de los dos hombres está enfadado. Debería mostrar que está enfadado sin decirlo yo directamente, pero no vamos a ponernos exigentes. Enfadado. Se ve en las exclamaciones.

-Al volver de la boda se tropezó con el bordillo y tuvo la mala suerte de golpearse contra el marco de la puerta. ¡Mira que le dije que se esperada, que yo le traía con la furgoneta, pero su mujer dijo que no!. ¡Siempre las mujeres!

La mujer asiente. La panadera apoya las dos manos en el mostrador con fuerza, en un gesto que me parece muy italiano.

-¿Se rompió una pierna? – pregunta la mujer que asiente.
-No, se dio en la cabeza. No paraba de sangrar. Se lo iban a llevar a Quintanar, pero al final fue para Tarancón.
-La cabeza es muy dura – dice la mujer que asiente.

El hombre enfadado no añade más. Coge su pan y paga sin contar las monedas. No sé si está enfadado con el hombre que bebió demasiado en la boda, con su mujer, con todas las mujeres o con el miedo que sintió al ver toda esa sangre y que todavía lleva pegado por dentro. Sale de la panadería acompañado por su escudero, que se ha limitado a escucharlo con atención.

La mujer de la frase rotunda también se lleva su pan. Yo pido dos barras y pago con dos monedas de cincuenta céntimos. A la salida veo un muro con las pintadas de los últimos quintos. Y una pared de ladrillos con una puerta y una ventana tapiados. Tampoco merece la pena seguir buscando cuando ya he aprendido la segunda cosa : que aquí son más importantes tus piernas que tu cabeza. 

sábado, 21 de julio de 2012

Menudo cabrón estoy hecho




Menudo cabrón estoy hecho : Admitámoslo. El País : “España entra en situación límite”. El Mundo : “La prima se desboca a 610 puntos y empuja a España al rescate total”. Ahí están los periódicos, junto a la tumbona. Los he puesto a la sombra. Debería estar preocupado, porque, leídos unos cuantos artículos, hay motivos. Por ejemplo : “Con los costes actuales, el gasto financiero para el año que viene aumentará en 9.114 millones, por encima de los 32.000”. Otro termina su artículo “¡Que el Armagedón nos pille confesados!”. A mí me va a pillar tumbado. La tumbona, decía, y la piscina. Son tantos meses de titulares catastróficos que la zona en la que deberían clavarse está insensibilizada. Me doy cuenta en este instante, tras cientos de frases rotundas como troncos que lanzar a ese fuego que va a destruirlo todo, de que he terminado el recorrido. Si antes evitaba estas noticias, ahora las disfruto. Agradezco estos partes que llegan desde la UCI económica porque gracias a ellos disfruto más de todo esto : La piscina, la tumbona, la sombra, el sol, la sombra, los gritos de los niños al tirarse, el libro esperando, las toallas sujetas con pinzas, las nubes en lo alto, el vino enfriándose. Lo que antes parecía algo normal es ahora un conjunto de pequeñas cosas excepcionales que pueden desaparecer. ¡Ah!. Vuelvo a repasarlo todo, pero esta vez con los ojos cerrados : la piscina, la tumbona, la sombra, el sol, la sombra, los gritos de los niños al tirarse, el libro esperando, las toallas sujetas con pinzas, las nubes en lo alto, el vino enfriándose. Es bueno hacer este ejercicio. Si me dejo llevar por la inercia de creer que todo esto sucede sin más, giro la cabeza hacia los periódicos y sus titulares. ¿Me baño? ¿No me baño? El sol avanza y ahora las chanclas ya no están en la sombra. Vaya. Debería levantarme para acercarlas a mí. Debería. Benditos titulares. Quiero que los de mañana sea peores, más apocalípticos, quiero que sean el título del capítulo del libro de historia que en el futuro contará cómo paso todo eso. Menudo cabrón estoy hecho. Me decido : me baño. 

viernes, 20 de julio de 2012

Todo y ahora



Todo y ahora : A lo mejor sin envidiar se vive más sereno, sí, como una morcilla en el plato de una modelo anoréxica, y la conciencia permanece inmutable como el agua en una palangana.

Sí, todo eso, pero la vida se queda un poco triste, convirtiéndose el programa de un festival ya pasado.

Hay que centrarse : envidiar es el primer paso para despertarse de una apatía de sofá y compra en Mercadona. Hay que reivindicar las envidias porque escuchándolas con atención y sinceridad (dejando que se mezcle con ellas la otra voz del bien “qué cabrón que eres, envidioso”) uno sabe dónde está (qué tiene) y dónde quiere ir (qué le falta). ¿Y no es bueno tener bajo los pies un camino, por muy dudoso que sea el empedrado?

Depende de cada uno, una vez puestos a envidiar, qué es lo que elige para orientarse, porque hay tanto que envidiar que se puede acabar peor que como se estaba. Cosas inalcanzables o absurdas. Las nueve copas de Europa de tu vecino.

Yo reduzco mi envidia a cosas cercanas. Los escritores de Jot Down, por ejemplo. Tengo envidia de todos ellos porque ven sus textos impresos en un papel tan agradable y reciben dinero por cada palabra escrita, al peso. Ese es el auténtico valor de la palabra : lo que pagan por ella.

Así que despliego una envidia general hacia el colectivo de escritores d escritores y luego la voy repartiendo entre todos los artículos, como haría una madre con los trozos de una tarta. A algunos no los envidio (yo lo hago mejor). A otros, mucho (cabrones, sois buenos) : y no está mal porque es la admiración la que funciona como levadura en esta envidia.

jueves, 19 de julio de 2012

El genio de la botella



El genio de la botella : Ponerle un corcho a una botella es como embridar un caballo salvaje. Da igual el nombre, la bodega o el precio. Una vez que se lo colocas, todas las botellas quedan igualadas. Todas.

En este caso no obtengo ningún placer porque se trata de un vino que no disfruta hablándote de su árbol genealógico o presumiendo de la sumiller que lo recomendó en una tienda especializada. Lo cogí de la sección de vinos de Carrefour.

Es un buen vino al que cualquier momento le viene bien. Una cena con hamburguesas. Perfecto. Un pollo empanado para comer en la mesa de la cocina. Perfecto. Lo sirves en la copa y ves que está listo, como un genio saliendo de su lámpara dispuesto a cumplir tu deseo (todos los buenos vinos tienen algo de este genio).

-Pollo empanado.
-Muy bien.

No pongo la televisión. Prefiero la radio, de fondo.

La nevera de vinos está llena de botellas de menos de siete euros. Siete es el máximo. Antes había huecos en la nevera y vinos de nombre y nombre (renombre) con precios que te impulsaban a cogerlos con cuidado, como bebés de una princesa. Eso se acabó. Ahora hay vinos que puedo abrir para dos copas. Ese es el lujo, la resistencia. Repaso sus nombres cuando trato de decidirme hoy y todos me suenan bien, como títulos de canciones de Tori Amos.

El elegido es un Ribera, claro, un Acappela Crianza 07 con el que cada objeto de la mesa recuerda lo que tiene de importante : ese era mi deseo. Y no es poco.

Me termino el plato de pollo sin prisas. Apuro el vaso de vino. Cuando le pongo el corcho pienso que tengo que encontrar otra manera. 

miércoles, 18 de julio de 2012

La camarera a la que no le gustan las jugueterías



La camarera a la que no le gustan las jugueterías : Volvemos a este restaurante porque nos gusta disfrutar del sol que entra por los ventanales. Es un sol que, filtrado por el cristal, nos llega ligero, sin calor, sin brillos : es como la gran ola que se va desmenuzando conforma avanza por la playa hasta desparramarse por el mantel, entreteniéndose con la sombra de una pequeña vela con la que conversa poco antes de despedirse.

Pedimos platos pequeños que la mesa, también pequeña, hace grandes. Nos atiende una camarera que ya nos conoce. Nos pregunta por unos juguetes que les vio a los mellizos y que ella quería para su hija. Le decimos el nombre y ella arruga un poco la frente como si así lo fuera a atrapar mejor. Después sonríe, mostrándonos unos dientes ordenados con un aparato metálico que en su boca parece una pieza de bisutería.

-No me gustan las jugueterías – nos reconoce la camarera. Esa afirmación sería suficiente para conseguir definir a un personaje.

Picamos de un plato, después de otro y otro. Poco a poco el local se va llenando de parejas y de grupos de mujeres que se inclinan un poco hacia adelante cuando hablan. El sol se oculta detrás de unos edificios en obras : las terrazas no están acabadas y se ven las cocinas. Son unas obras que avanzan muy despacio, como si se financiara con monedas o billetes de cinco euros.

Hablamos de despidos, poco. No nos parece tema. Charlamos de los enanos y de su próximo cumpleaños. Seguimos picando. Decidimos ver esta noche los dos últimos episodios de “Juego de tronos”. El sol desaparece cuando encienden las suaves luces del local : de detrás de las columnas surge un brillo blanco, como si la luna fuera a aparecer por detrás de una de ellas. Es un efecto bonito que justificaría la cena.

Cuando nos vamos, la camarera a la que no le gustan los juguetes está atendiendo una mesa. Espero que recuerde el nombre de los juguetes.

Tenéis la luna detrás de las columnas, pienso. Podría ser el lema de una familia de “Juego de tronos”.

martes, 17 de julio de 2012

La venganza del agujero negro



La venganza del agujero negro : El sol viene a relajarse un poco. Me reconoce que odia el verano. Le ofrezco algo para beber. Lo evaporo, me dice. Claro. Qué envidia de helados, añade. En cambio la luna, la luna lo prueba todo porque la noche es peligrosa, me dice. Por eso estará pálida la luna, le digo. ¿Quieres que te caliente algo?, me pregunta. Ya que estoy aquí. Lo pienso. No se me ocurre. Me haría una foto con él, pero es posible que derrita también la cámara. Cuento los años que me quedan para convertirme en un agujero negro, dice, las ganas que tengo de dejar de brillar y comerme todo lo que he visto y no he podido probar. ¿Entonces qué, le pregunto, los agujeros, en el fondo, quieren recuperar el tiempo perdido?. El sol asiente. Pero me queda bastante para convertirme en un agujero negro, me dice. Coño, quién me lo iba a decir : el sol, en mi terraza, charlando. Todos mirándole a través de ridículos cristales tintados y yo con él, de tú a tú. Os puedo confirmar que el sol es simpático. Miramos a la gente que se baña en la piscina. Hablamos de los fichajes del Madrid (confirmado, es del Madrid). Da su receta para romper el terrible vínculo entre estados y deuda soberana. Me cuenta un par de cosas sobre la derrota de Napoléon y cómo sudaba el tipo ese que anunció la victoria en la batalla de las Termópilas (Me confiesa que cogió un atajo). Básicamente, me dice, os repetís un montón. Me asomo cada mañana a ver qué se os ha ocurrido y siempre decepcionáis. Bueno, bueno, trato de corregirle. Hemos inventado el salmorejo y al comisario Adamsberg. Asiente, pero no muy convencido. De repente mira hacia arriba : la nube empieza a alejarse con el paso de un ejército agotado. Se me acaba el descanso, me dice. Espera, espera, le freno. Me voy a la cocina y vuelvo con unos filetes de pollo y unas verduras. ¿Me lo dejas al punto? El sol lo toca todo brevemente con sus rayos, con un gesto con el que demuestra su capacidad de controlar todo ese poder que lleva dentro. Es el auténtico rey. Se incorpora (le suenan un poco las rodillas). Mira hacia el cielo y levanta los pulgares. Un instante después está ya arriba. En un momento de descuido le he hecho una fotografía para demostrar que todo lo contado es verídico, que no es consecuencia de este calor que funde lo que es y lo que puede ser. 

lunes, 16 de julio de 2012

Un pequeño terremoto



Un pequeño terremoto : En ausencia de vida (los enanos están en el campo persiguiendo lagartijas y probando lo mullida que puede ser la palabra siesta) el cuarto aprovecha para ordenarse. Es otra forma, casera, sí, de demostrar la entropía. Los juguetes, imitando el ritmo lento de la sombra de una piedra, se alinean cada día un poco más. Y las sábanas se alisan, quitándose de encima cualquier resto de sueño. Los lapiceros, antes desordenados y con punta irregular, ahora se agrupan por tonalidades y lucen la misma punta reglamentaria, listos para atacar cualquier hoja en blanco. Los zapatos se colocan debajo de la cama, asomando sólo la punta, como lengua a punto de decir la palabra que se había olvidado. Los libros se suceden de mayor a menor tamaño, en una escala perfecta del esfuerzo. Los dinosaurios miran hacia el miso sitio, a una amenaza controlable, porque ninguno levanta la vista hacia el cielo. Las fotografías del corcho se alinean como fotogramas para sugerir que todo esto es una película.

La habitación, secretamente, quiere imaginarse que está en un hotel de ejecutivos, que apenas mueven nada de sitio : se quitan el traje, se duchan, trabajan en la mesa que hay junto a la ventana, se acuestan, se levantan, trabajan en la mesa que hay junto a la ventana, se duchan y se ponen el traje. Nada le gustaría más que tener un número en la puerta y saberse así en otra clase.

Es posible que haya habitaciones así, claro. También nosotros envidiamos a esa pareja sin hijos que enlaza local con local, viaje con viaje, espectáculo con espectáculo y parece moverse por las olas mientras tú miras desde la playa. Es tan fácil envidiar.

Pero esto no es un hotel. Lo siento. Es una habitación infantil y tanto orden no me gusta. Menos aún, esta cama con los peluches en fila por hacer tan evidente la ausencia. No tengo nada contra los peluches (les votamos), y menos aún contra este cachorro. Es que esto no puede seguir así. Podemos, podemos representar un pequeño terremoto.

domingo, 15 de julio de 2012

Liturgia



Liturgia : Lo pienso cada vez que en un restaurante nos sirven el cesto con el pan : Qué lástima que la invitación de Jesús se quedara en el pan. Quizás eligió el pan porque en esa última cena, él también sentado en una mesa, era lo que tenía más a mano mientras esperaba a que sirvieran el resto. Tenía prisa porque el tiempo se le agotaba.

Supongamos que hubiera tenido más tiempo o que la mesa hubiera estado servida desde el principio, con todos los platos expuestos. Supongamos que Jesús, además de elegir el pan, hubiera cogido un trozo de cordero y hubiera dicho que él estaba en ese ese trozo de carne. Supongamos que hubiera hecho lo mismo con un trozo de rábano picante, repitiendo una vez más que él estaba en él. Supongamos que después hubiera hecho lo mismo con las manzanas y las nueces, repitiendo que él estaba en ellas. Supongamos, en fin, que hubiera podido decir lo mismo de todo lo que se cenó esa noche, permitiendo que, años después, en la liturgia religiosa, cualquier comida hubiera sido aceptada.

Supuesto todo esto, lo religioso y la realidad se mezclarían de una manera distinta, sin límites, ampliando el significado de liturgia a su concepción griega de servicio público. Porque esa misma impresión que tengo ante el cuenco con el pan, en el restaurante de hoy, la comparto con cada uno de los platos que nos van sirviendo. Esa mezcla de trabajo, cuidado, inspiración y materias primas que hay en cada uno. Todos ellos rituales de una liturgia, en el fondo, sin principio ni fin, pública y privada, aquí y en cualquier parte. 

sábado, 14 de julio de 2012

Un cuñado de calidad




Un cuñado de calidad : ¿Por qué se juntan tantos anuncios de cerrajería en un espacio tan pequeño? No lo sé. Tal vez sea un sitio famoso. El Bruselas vas a ver al Manneken Pis y aquí te acercas a ver las cañerías de los anuncios de cerrajeros. Que no lo sé, digo.

Sí sé que cuando cierras la puerta con las llaves puestas, lo de conseguir abrirla no es tan complicado porque hasta yo lo he hecho : Solo hace falta un cuñado con una botella de agua abierta por la mitad con la que se pueda insistir e insistir hasta que la puerta haga click. Y algo dentro de ti también haga click.

No vale cualquier cuñado. Tiene que ser uno con iniciativa y una botella de agua de plástico de color azul en la nevera. Un cuñado con nevera y botella de agua al que no le importe tirar esa agua fresquita, que cae haciendo glu,glu,glu, sugerente. El cuñado también debe tener unas tijeras de cocina, de esas que abren un cocodrilo por la mitad con la facilidad con la que le quitas la tapa a un yogur. Con las tijeras recorta un trozo grande de la botella. No vale cualquiera, como acabo de demostrar.

El cuñado baja contigo y mete la lámina de plástico por el hueco, muy fino, que deja la puerta con el marco. Hay que hacerlo con suavidad, intentando que el pestillo se venza. No es una película de acción. No es algo para gente impaciente. Al principio se cruzan un par de frases :

-También sirve una radiografía

O

-Ahora me tomaría una cerveza.

Y eso es todo. Sigue un silencio de carretera nocturna sin tráfico. El cuñado saca la lámina y la miramos. Tiene pequeños mordiscos, como si la puerta se estuviera defendiendo. Puede ser : lo entendería. Me dice que pruebe y sigo sus pasos, doblando la lámina sobre sí misma. La meto y trato de encontrar el punto c, de cerradura.

Los vecinos salen y entran de su casa con las llaves en la mano (tienen una vida que vivir) y te dicen unas cuantas palabras de ánimo. Sé que conocen a alguien al que le ha pasado lo mismo. Sé que saben cómo termina la película Pero no adelantan el final. Me gustaría preguntarles si tienen una radiografía en casa, pero me callo. Me parece una pregunta un poco rara y además no hay nada más íntimo que una radiografía. Con un diario puedes mentir (vaya si se miente), pero una radiografía te expone.

Los vecinos, ya en el ascensor, se alegran (juntos o por separado) de tener las llaves en la mano. Qué cabrones, qué bien lo pasamos con las desgracias de los demás.

El ejercicio es, básicamente, otra actividad más de la que no sabes si vas a sacar algo en claro. ¿Cuándo dejar de insistir? ¿Es torpeza mía o es que la puerta sabe resistirse? ¿Voy mejorando con la experiencia? ¿Hay algo básico que estoy pasando por alto? Son preguntas que resultarían dolorosas si estuviera solo, pero estando acompañado por un cuñado de calidad alta (lo que en vino sería varios meses en barrica francesa) toda esa filosofía existencial se diluye. Esto es como pescar.

Nada.

Propone entonces que giremos la lámina y la metamos por el lado por el que se dobla sobre sí misma. Repasamos esa parte con la uña varias veces para dejarla fina. Estoy seguro de que mi cuñado y yo, en otra vida, descubrimos el fuego. Somos meticulosos. Seguro que volvimos a la cueva con una antorcha cada uno. Repasamos hasta hacer de esta lámina un arma mortal. En otra vida, mi cuñado y yo descubrimos la guillotina. En esto nos hemos quedado ahora.

-¿A qué hora juega el Madrid?

La pregunta mete un poco de presión. Un contador interno se ha disparado. Pruebo la nueva táctica y me dejo guiar por el oído y el tacto. Es como abrir una caja fuerte en la que he dejado mi autoestima. Me dan ganas de liarla a patadas. “Calla”, dicen los dedos y los oídos. Y, entonces, el click. Tan fácil.

Ese click preciso con el que se abre la puerta. Hago un pequeño viaje en el tiempo, al instante en el que metí las llaves en la cerradura. Ahora las saco. Es extraño lo de conquistar un espacio que es tuyo.

Todas esas pegatinas de cerrajerías están bien, pero lo definitivo sería poner ahí el número de teléfono de mi cuñado. Lo pienso y me vuelvo atrás. Soy egoísta. Lo quiero solo para mí. 

viernes, 13 de julio de 2012

Siervos de la gleba





Siervos de la gleba : También hay que admitir que gracias a los malos el mundo es más divertido. Sin malos, no habría castillos, por ejemplo, solo una casa con jardín donde viviría el rey, la reina y el yerno, fotocopiando facturas. Pero como hay malos, hay que crear una muralla, y un foso, y llenarlo de agua, y soltar un par de cocodrilos, y levantar otra muralla y torreones, y poner vigías y unos cuantos barreños con aceite caliente para echárselos a los malos (tiempo de guerra) o para freír churros (tiempo de paz).

El Corte Inglés, aunque esté empapelado con modelos anunciando la semana de oro, los siete días de oro, o la media quincena de oro, tiene alma de castillo porque siempre lo visita gente mala. A veces es gente buena, como yo, que entra sabiendo que debe buscar un punto de equilibrio entre su demanda y la oferta que le rodea para que se produzca el intercambio de un bien o servicio por un dinero aceptado por las dos partes, y de repente se cansa de buscar ese punto de equilibrio porque es agotador. Pasarse todo el rato emparejando la demanda con la oferta en la cabeza requiere de un esfuerzo mental que te deja vacío. Por eso la gente buena hace la compra con cara de pena (los que sonríen son sospechosos). Cómo cansa ser bueno. Y es entonces cuando surge el mal, al que le importa una mierda ese puntito de las curvas en el que la oferta, creciente conforme nos desplazamos por el eje horizontal, se cruza con la demanda, que, lógicamente, va descendiendo según aumenta el dinero. Surge el mal, decía, que se mete un bote de pepinillos en el bolsillo, o un cartucho de impresora que no necesitas o un conjunto de horquillas de Hello Kitty que  dónde vas a ponerte. El mal.

El mal empieza así, con poca cosa, pero poco a poco va creciendo y cuando te encuentras en tu casa con veinte cajas de cartón llenas de horquillas de Hello Kitty te dices que ha llegado el momento de dar el gran golpe y de asaltar el Corte Inglés y de dejarlo seco de horquillas de Hello Kitty.

En eso piensas cuando sales y te encuentras con esa barrera elevada. Es como el diente de oro que le ves al matón cuando te sonríe y te pregunta qué hay de lo suyo. Sabes entonces que detrás de los muslos de la modelo del cartel puede haber tinajas de aceite hirviendo esperando, silenciosamente, a que un incauto como tú decida llevarse cosas que no le pertenecen en una cantidad que haga que en algún oscuro despacho un contable mire el debe y el haber y la diferencia le empuje a levantar la mano para que el supervisor, haciendo sonar los dedos, se acerque y, vaya, que algo grave ha pasado en el inventario de las horquillas de Hello Kitty y la sonrisa del matón se haga más y más grande y puedas contar una, dos, tres, cuatro barreras elevadas que nunca podrás traspasar con tu Cinquecento de alquiler.

Así las cosas, sales del castillo diciéndote que ser un siervo de la gleba tampoco está mal. Tus cosechas, tus fiestas, tus visitas a los juglares, tus pies llenos de ampollas. 

jueves, 12 de julio de 2012

La piara origami




La piara origami : Vamos a hacer una piara de cerdos origami. Los primeros nos salieron un poco mal, desproporcionados, y si les arrancabas una pata y te la metías en la boca te sabía a papel. Supongo que eso es porque las instrucciones sólo sirven para crear objetos decorativos.

No sirve cualquier papel.

Probamos con las bolsas de patatas con sabor a jamón, pero no valían. El cerdo tenía sabor (y migas) pero apenas consistencia. Las patatas estaban buenas.

¿Por qué este empeño?. Nuestra intención es empezar a desarrollar una economía de subsistencia basándonos en el papel porque el papel es fácil de encontrar. Nuestro dogma tiene dos artículos :

1-Crear todo lo que necesitemos con papel.

2-Utilizar papel sin texto.

El segundo punto es importante. Hay que empezar desde cero. Tantas palabras, demasiadas, no han servido para anticipar lo que se nos venía encima. Vamos a cepillar la realidad de palabras y dejarla en ese blanco silencio del que pueden salir mil objetos a los que sólo vamos a añadir algún detalle artístico (el arte es importante). En el caso de nuestro primer cerdo con sabor a cerdo nos hemos permitido dibujarle el ojo. Así.

El primer cerdo, decía. Dejamos la hoja junto a un folleto de salida a bolsa de una caja de ahorros. Esos accidentes afortunados. Al día siguiente olía a cochino. La piara. 

miércoles, 11 de julio de 2012

Las empanadillas del doctor Finklestein




Las empanadillas del doctor Finklestein : María no sabe hacer empanadillas, pero le salen muy bien. Nos prepara un gran plato para que cenemos y se marcha con unas amigas a jugar al pádel.

-Me marcho con unas amigas a jugar al pádel – dice, como si hubiera leído el párrafo anterior, cosa posible porque las mujeres, las mujeres.

Me fijo en el plato mientras se enfrían. Yo soy más profesional con las empanadillas y uno las dos partes apretando con la punta de un tenedor. Quedan muy bien : algún día vendrán de Canal Cocina para aprender este truco. María no sé qué hace con las empanadillas. Hoy parece que le hubiera dado unas puntadas a cada una, así que me acuerdo del doctor Flinkestein. Un segundo después pienso en Sally y tres o cuatro más tarde en Jack Skellington, claro.

Me cae bien el doctor Finklestein. Parece un tipo lúgubre y siniestro que se alimenta de sopas densas y sospechosas pero hay que tener en cuenta que no ha dedicado sus conocimientos a tratar de dominar el mundo con nuevos prototipos de guerra biológica, ni con armas de largo alcance ni con acciones preferentes (cabrones, hijos de puta). No. Toda su materia gris, viscosa, y posiblemente surcada por largas ideas negras como gusanos, se pone en marcha y lo que sale al final es Sally. La dulce, inteligente y decidida Sally.

Al principio mi personaje favorito era Jack Skellington porque, como apenas tengo criterio, suelo identificarme con los protagonistas. Elegante, aventurero, y con ese punto brillante en su carácter que hace que los demás, como peces abisales desorientados, le sigan (sigamos), atraídos por cualquier luz. Pero pasa el tiempo, se nos cae un poco el pelo, el Madrid le gana una Liga al Imperio del Bien y otras cosas cambian.

Otras cosas cambian porque al ver estas empanadillas con puntadas semejantes a las utilizadas por el doctor Finklestein pienso rápidamente en Sally. Sally, qué curioso. Creo, mientras me como las empanadillas (ya se han enfriado) que el éxito de este personaje, más allá de su carácter, está en esas costuras que unen su cuerpo. Esos hilos le dan cierto aire de provisionalidad, de obra a medio hacer, con la que resulta fácil identificarse : tiene sus inconvenientes en un mundo que valora a los tipos de una pieza (cabrones, hijos de puta), pero en determinadas ocasiones le permite dividirse y dejar que un brazo, por ejemplo, avance por sí solo para sacarla de un trance.

Sally, Sally. De repente me entran ganas de verla otra vez en “Pesadilla antes de Navidad”. Que sí, que Skellington está bien, pero ahora no me interesan ni sus aventuras ni sus canciones. Se podrían decir muchas cosas más de Sally (el bien como algo frágil que hay que mantener unido cada día frente a la estructura definitiva y cerrada del mal) pero se me han acabado ya las empanadillas (mientras María juega al pádel con unas amigas nos hemos peleado por las últimas) y este momento de meditación llega a su fin. El que quiera más, que introduzca una beca en la ranura y prometo brillar como esos retablos que se muestran en su esplendor al meter un par de monedas.

Solo añadiré dos cosas.

Una : Fiona Apple canta “Sally´s song” en la edición especial de la película de 2006.  

Dos : Por si los de Canal Cocina se quieren acercar, ésta es la receta : Masa de empanadilla, atún, huevo duro, tomate frito y aceitunas cortadas en trozos muy, muy finos. Para unir las dos partes puede elegirse el método cartesiano o el del doctor Finklestein.

martes, 10 de julio de 2012

Un pez con forma de azulejo




Un pez con forma de azulejo : María se lleva a los mellizos a Decathlon para que elijan unas aletas. Las de Lucía son pequeñas, para piscina. Las de Daniel son grandes, listas para cruzar el Canal de la Mancha con dos (o tres) patadas : le ha salido bien que no tuvieran su número en el triste modelo de piscina.

Tan correctas y tan tristes las de piscina. Ley, cuota, buena educación, norma, mínimo, cuidado, silencio. En todo eso pienso cuando las veo.

¡Ah! Las de Daniel son otra cosa. Son algo digno de consideración. El socorrista, al verlas, se acerca a explicarle cómo tiene que tirarse a la piscina : o de espaldas o por la escalera, le dice, si se lanza de frente, la resistencia de las aletas puede hacer que se vaya hacia atrás, se golpee la nuca y se haga algo serio o peor que serio. Esa proximidad del peligro, claro, hace que esas aletas que te permiten ir y volver de Venecia en cinco (o diez) minutos adquieran más valor.

Las de piscina, las de piscina, ¿quién puede ser tan triste como para diseñar unas aletas así? Joder que hay gente triste por el mundo, poniéndole normas al ancho máximo de cada franja del paso de cebra, al peso mínimo de los melocotones, a la cantidad de patata que tiene que llevar una patata frita para tener ese nombre, a la diferencia en términos de seguro entre un huracán y un tornado y, en el colmo de la desesperación, al tamaño aconsejable para la aleta de piscina. Con una vida así, no sé, lo mejor sería aparcar el coche en la vía del tren y hacer tiempo echándose una siesta, utilizando el sueño para unir lo temporal con lo infinito.

En fin, que algo (legal) fue mal en el crecimiento de las aletas de piscina y se quedaron así.

Las de Daniel : ahora cruza la piscina de un lado a otro salpicando mucho, obligando a que las lánguidas amas de casa que están tumbadas junto al borde, uy, se levanten, este niño, y se alejen unos centímetros, con un esfuerzo que las obliga a cambiar su postura de playa privada, de marido que trabaja y está a punto de llegar. Bien, Daniel. Salpica, hace ruido y va muy deprisa. Es cierto que podría llevarse a algún otro niño por delante, pero eso son los efectos colaterales de sus aletas de playa, de mar, de acercarse a Nueya York en hora y media (vale, hora y tres cuartos). Y la vida, estimadas y etéreas amas de casa que queréis reprenderlo, está hecha de efectos colaterales : un grupo de golfos saquean las Cajas de Ahorro y a ti te suben tres puntos el IVA. El efecto mariposa pero con cerdos hijos de puta en un lado y tu dinero en el otro.

Para conservar un poco las formas, de vez en cuando le digo a Daniel que vaya más despacio (¡corre!), que salte con cuidado (¡lánzate!), que no salpique (¡empápalos a todos!). Lo hago con esa falta de fe del que le lanza una pelota a un perro de madera para que se la traiga.

Daniel me pide entonces que me meta en el agua. Como no se quita el tubo de la boca, sus palabras salen por él. Parece que vinieran de más lejos, de mucho más lejos, de más allá de las nubes. Me explica que llevar estas aletas es como volar (hace el movimiento de sumergirse y salir del agua con las manos). A través de sus gafas empañadas (el socorrista le ha enseñado también el truco de la saliva, que nunca funciona) veo cómo brillan sus ojos. Ese brillo se mueve dentro de mí como un pájaro excitado buscando una salida : benditas aletas.

Abre la mano y me enseña un azulejo que ha recogido del suelo. Deberían crear una raza de peces que pudiera vivir en las piscinas para poder disfrutar de ellos con las gafas, el tubo y las aletas. A eso y no a diseñar aletas de piscina (capar un Ferrari para que no supere los cuarenta por hora) es a lo que habría que dedicar el tiempo. Si el tipo de la siesta en el coche se ofreciera, yo ahora mismo, viendo que el tren se acerca, hasta le despertaba. Pero no, no creo que estén ya con ello, y, en lo que algún algún emprendedor con fondos del CDTI se lanza a ello, Daniel se conforma con este trozo de coral azul que en su mano para mí es valioso.

-Voy a por más – dice.

Sol, cloro, agua. Tal vez ahora salga con un pez con forma de azulejo para la cena.