sábado, 31 de marzo de 2012

Un cuenco de brillantes cerezas




Un cuenco de brillantes cerezas : Durante casi todo el año, los dos árboles tienen menos vida que las macetas rotas que están encima de las tablas que cubren el pozo. Haces una foto y te sale una naturaleza casi muerta. Si no fuera por esos casi, no habría post.

De repente, la Naturaleza aprieta por un lado y por el otro salen multitud de flores blancas que llenan las ramas. Son tantas que logran que dejes de dar vueltas alrededor de dos o tres ideas a las que no les quedan ya jugo, como mazorcas sin maíz,  y te quedes mirando, asombrado. La primavera es esto.

Unas cien abejas se mueven entre las flores, recubriéndolo todo con un zumbido caliente, vibrante, que añade sonido a una imagen que el resto del año permanece muda. La Naturaleza no dosifica y lo ofrece todo a la vez, de manera desbordante, reafirmándose a través de un exceso que se contagia al que se queda mirando.

Basta mirarlo y escucharlo todo con un poco de atención para añadir un nuevo matiz al concepto de regalo.

Me acerco a las flores para ver cómo trabajan las abejas. Pienso en trabajar, pero no sé si ese concepto existe entre los animales o es una invención humana. Colocarse debajo de los árboles es como introducirse en el núcleo de un huracán. Me fijo en una abeja metiendo la cabeza en una flor. En las patas tienen pequeños grumos de polen amarillo. Todo esto lo estudié en el colegio, en un texto que, como los árboles, permanecía casi muerto y en silencio, esperando también este momento. Polen, flor, néctar, libar son palabras que, por fin, son plenamente útiles, como llaves que abren la cerradura.

Las abejas saltan de una flor a otra, como si esa abundancia las aturdiera y no pudieran centrarse. En ese movimiento aparentemente caótico hay una base sexual que es la que justifica la escena y que, tras ese intercambio de patas y cuerpos impregnados, se derramará en una miel dulce y viscosa.

Así que estoy siendo testigo de algo que apenas va a durar unos días, porque la Naturaleza invita a una ronda con el fajo que lleva en el bolsillo pero se marcha cuando no queda más. Aviso a Daniel para que venga a verlo. Lo cojo y lo acerco a una de las flores para que pueda hacer el recorrido contrario cuando lea sobre esto en un libro. Todos los detalles están aquí, le digo. Fíjate en todo porque en unos días habrá desaparecido, le digo. Es de agradecer que la naturaleza se vuelva tan didáctica y que realice una parte de sus funciones a la vista. Aquí está la magia, pero lo que he leído apenas explica el truco.

viernes, 30 de marzo de 2012

En vacaciones las sombras pesan menos



En vacaciones las sombras pesan menos. La de Lucía en el columpio es hoy más alargada y llega más lejos más sin que nadie la empuje. Parece el péndulo de un reloj cuyas manecillas se hubieran quedado en el pupitre del colegio. 

jueves, 29 de marzo de 2012

Eme




Eme : Mujer morena, menuda :

-¿Menú?

Me miran mientras medito mi menú. Me meso mansamente, me mantengo mudo. ¿Menú?

Mi madre me mataría. ¡Mejillones, macarrones, muslitos, marisco, merluza marinera, mango, manzana, miel!, murmuraría.

-¿Miel?
-¡Miel! ¡Más menús madrileños! ¡Menos Mc Donald´s!

Mujer morena, menuda, mostrando mirada medio militar :

-¿Menú?
-Muchos menús – matizo – muchos menús.

Me marcho mucho mejor, manejando menos monedas.

Movemos mesas. Montamos manteles. Mostramos maneras marciales mientras María mira.

-¡Menuda misión! – María
-¡Mamá, míranos! – Mellizos.

Mi madre me mortificaría mucho, mas mojo mostaza mansamente mientras muevo molares (movemos molares) marcando músculos. Mojamos, multiplicamos matices. Miro mientras mis mellizos mastican menudos mordiscos. (Mickey Mouse, mítica mascota, marcha majestuosamente). Muestran modales maduros, mas mantienen manos manchadas, marcando manteles multicolores. ¡Menudos macacos!. (Mickey Mouse murmura mensajes misteriosos)

Muchos magacines muestran menús macrobióticos, menos mundanos. ¡Mucho manifiesto metafórico! ¡Maldito musgo maloliente! ¡Mera materia minúscula!

Más manduca. Más mostaza. Más mejillas, más mofletes moviéndose : Memorables momentos mágicos. Motivan mi manifiesta madurez.

Mojamos, miramos, mezclamos.

(Mickey marcha). Mis mellizos marchan : Morfeo murmura músicas magistrales.

miércoles, 28 de marzo de 2012

El corazón del conflicto




El corazón del conflicto : En la reunión habla un emprendedor sobre un proyecto en Internet que ha conseguido financiación. Debe ser una idea muy buena si le han dado dinero por ella, pero no entiendo muy bien de qué se trata. Me suena a algo que ya existe.

Después habla otro emprendedor, un poco mayor (sabe dónde hay que apretar el micrófono para que se le escuche desde el primer momento), de otro proyecto para Internet. El concepto es claro y sencillo, pero yo no metería dinero en él. Lo que yo haga con mi dinero a él le da igual porque también ha recibido financiación.

Todo es muy virtual. No hay fotos que enseñar con grandes naves, almacenes repletos, barcos cruzando los mares, trabajadores subidos en los andamios o coches saliendo de la cadena de montaje. Ebbets no habría encontrado mucha inspiración en esta reunión. Es probable que Ebbets hubiera vendido su cámara después de ver la materia con la que están hechas las empresas ahora.

Tampoco hay oratoria, sino pantallas en powerpoint que la chica que apoya al primer emprendedor y el chico que ha presentado al segundo leen cuando les toca. Es una especie de playback profesional al que ya nos hemos acostumbrado. Si Demóstenes estuviera sentado al lado de Ebbet, dejaría de meterse piedras en la boca y se dedicaría a subtitular películas.

La empresa que convoca el evento, con la sana intención de indicarnos en qué fuente todavía cae un fino chorro antes de que se corte del todo el tema de la financiación, escribe una zeta en su nombre en el lugar en el que, desde hace cuarenta y dos años, siempre he visto una ce. Yo mismo estoy por dejar de fijarme en estas cosas y aceptar que también se puede escribir “barita” en un libro sin tener que sentirse agraviado : siempre hay una manzana podrida, siempre un garbanzo negro, hombre.

Bueno. El local es amplio. Limpio. Agradable. Y en las sillas hay gente con una idea en la cabeza que no quiere dejar en manos de cualquiera, como madres buscando una guardería de la que fiarse. Afuera todo cruje, pero esta gente es como ese grupo del que se habla en “La roja insignia del valor”, un gran libro al que se le puede perdonar esa “barita”

“Las voces que pedían paso traían el eco de los grandes acontecimientos. Esos hombres avanzaban hacia el corazón del conflicto. Iban a repeler el avance furioso del enemigo. Mientras el resto del ejército trataba de replegarse carretera abajo, ellos se sentían orgullosos de marchar hacia delante. Provocaban el desplome de los tiros de caballerías con la absoluta convicción de que nada importaba salvo que la columna llegase a tiempo al frente. Aquel sentimiento de la propia importancia daba a sus rostros un aire grave y severo y provocaba rigidez en las espaldas de los oficiales” (Página 92)

Al salir, Ebbet, Demóstenes y yo vemos una bombona de butano al lado de un taller mecánico. Es justo lo que los tres necesitábamos. Ebbet le hace una serie de fotografías desde todos los ángulos. Demóstenes, seducido por la consistencia que el objeto le da a su nombre, se mete las tres sílabas en la boca y las va girando con la lengua con evidente placer. Yo ya tengo bastante con la inspiración que dan las cosas que no solo existen, como todo lo virtual, sino que son reales, como esta esquina, a la que la bombona fija con una rotundidad que agradezco.

Igual que hay brigadas dedicadas a soltar sal cuando nieva, debería existir una que fuera dejando bombonas por las aceras de la ciudad cuando la realidad, por culpa de la crisis y lo virtual, parezca deshacerse.

martes, 27 de marzo de 2012

Nadie baja a la tercera planta




Nadie baja a la tercera planta : Dan vueltas con el coche por la primera y por la segunda, buscando un hueco en el que dejarlo y alimentar al ego. Yo también tengo ego, pero le digo que ya le daré de comer más tarde con lo que sea.

Ego : Falso.

Claro que es falso. El ego no come cualquier cosa.

Nadie quiere dejar el coche en la tercera planta porque el bronce no sirve para nada. Hay que luchar por el oro y la plata. Dejar el coche en la tercera planta es de perdedores, de los que se conforman, de los que se rinden y bajan rampas, de los que pagan por una entrada detrás de una columna, o en el gallinero o en asientos separados, de los que se llevan el bocadillo de chorizo al fútbol mientras al lado, ya ves, una azafata les pasa una bandeja a los elegidos para que coman lo que quieran, de los que creen que los zapatos pueden durar un poco más, de los que cambian una reserva por una receta en casa, de los que madrugan, de los que, en mitad del bosque, saben qué ramas son las de la conciencia.

Lo único que puedes hacer en la tercera planta es elegir dónde dejar el coche. Suficiente. Quizás la elegancia se refugie en ciertos tipos de derrotas.

lunes, 26 de marzo de 2012

Una imagen vale más que mil fotografías




Una imagen vale más que mil fotografías : Hoy, por fin, desenterramos los huesos del dinosaurio que estaban encerrados en el bloque compacto de arena. Ha sido una tarea larga que comenzó el día en el que los Reyes Magos trajeron el regalo.

Rey 1 : ¿Y por qué no venden el dichoso dinosaurio ya montado y nos quitábamos un peso de encima?
Rey 2 : Porque las cosas débiles se las dejan al gordo de Coca-Cola.
Rey 1 : El día que alguien nos financie y tengamos fondos, te juro que regalos como éste los mando por DHL.

Esta tarde, agotado, Daniel me pasa los utensilios de arqueólogo que venían en la caja. Me dice que queda poco, no sé si se refiere a su paciencia o al dinosaurio, del que ya se ven unos huesos que parecen de pollo y de pescado, y se marcha a descansar. No me quejo porque esto viene detallado en el contrato no escrito de paternidad, como lo de recoger los calcetines del suelo, ordenar los dibujos de la mesa del salón, poner de pie las vacas de plástico, darle la vuelta al pantalón del colegio que está en nuestra cama, juntar los lápices con los lápices y los rotuladores con los rotuladores, probar el agua de la bañera varias veces, comerse los dos últimos trozos de pescado para no tirarlo, grabar el trozo de película que queda por ver cuando se acuestan, dejar la puerta de su cuarto ni muy abierta ni muy cerrada o echar en la mano izquierda las migas que se recogen con la derecha de la mesa del salón.

Dejo todos los huesos en la mesa de la terraza y llamo a Daniel, que me felicita y empieza a montar el dinosaurio, porque la mezcla de huesos de gallina y de pescado da un dinosaurio que tiene pinta de tener frío. Por el tamaño, también podrían ser los huesos de una rata, pero mantengo la versión oficial, la del dinosaurio, porque motiva más : la gente del CSI no trabaja igual en la escena del crimen si se trata del cadáver de una modelo de lencería rodeada de fotografías suyas o del de un taxidermista hegeliano con las paredes repletas de cabezas de hurones. Sea lo que sea, me da la sensación de que hemos tardado mucho tiempo en sacarle de ahí, como a ese personaje de “Shameless” que vaga perdido dentro de un contenedor del que nadie tiene referencias. Quizás es que hasta un dinosaurio de plástico tenga fecha de caducidad y éste esté doblemente muerto.

Tumbamos un poco al dinosaurio para que descanse. El suelo de la terraza está cubierto de gruesos granos de arena. Se me ocurre la segunda parte del juego : juntarlos todos con pegamento y construir una bola densa. Podríamos bajar al dinosaurio a la calle y lanzársela como si fuera el meteorito que acabó con la primera temporada de la vida en la Tierra, antes de que Frank, Fiona y el resto de los Gallagher aparecieran en ella, ya en la segunda. La idea es tan buena que no se la cuento a Daniel porque diría que sí sin dudarlo.

Daniel avanza unos cuantos años en la historia y trae un vikingo para que se haga una foto cazando dinosaurios. La imagen es tan convincente que por un momento tengo miedo de que caiga en manos inexpertas y dé lugar a extrañas teorías. Pero el arte es el arte y decido hacerla pública. 

domingo, 25 de marzo de 2012

Patas de liebre



Patas de liebre : Después de la cena sacamos la bolsa con los seis huevos de Pascua que les compramos. María al principio dice que no, que no les gusta el dulce. Yo al principio le digo que sí, que no hace falta que te guste el dulce para que lo pases bien : a) Viendo el huevo de Pascua envuelto en brillantes papeles de colores y b) quitándole el papel de color o no quitándoselo. El argumento convence a María, que a veces es capaz de hacer el esfuerzo de dejar de razonar para acercarse a mis puntos de vista. En este caso, el meollo del asunto es un simple “porque sí” o “porque creo que es bonito que alguien te regale unos huevos envueltos en papeles de colores que sean bonitos”. Así, repitiendo lo de bonito. Vale, dice María después de ver los pequeños huevos en el escaparate. Su mirada pasa del no, al vale, al vamos a comprarlos y por un momento parece que dijera “y vamos a adoptarlos”, como si fuéramos una gallina y un gallo. Entramos en la tienda y decimos esa frase tan usada “queremos algo que hemos visto en el escaparate”. Compramos los huevos, seis. Pequeños, de colores. También compramos una botella de vino por la etiqueta, así de simple : Flor de vetus, Toro, 2010. Una etiqueta preciosa : unas líneas que sugieren una colina de la que surge una única flor con pequeños puntos rojos como hojas. Pagaría el precio de la botella sólo por la etiqueta. Retomo la frase del principio ahora que, por cortesía, he explicado los antecedentes de esa bolsa con seis huevos de Pascua que les compramos y que sacamos después de la cena. Es cierto que no son muy golosos, pero se puede ser goloso con los ojos y no con la boca. Y creo que debe haber muy pocos niños que no sean golosos con los ojos. Lucía dice “Hala”, con hache, sí. Daniel dice “Ala”, sin hache, pero no le corregimos porque no es el momento y lo de las interjecciones ya lo daremos más adelante, cuando veamos juntos un partido de fútbol entero (ahora llegan sólo a los diez o quince minutos, porque no han aprendido a aburrirse viendo el fútbol y tienen esa parte del paladar visual más bien tirando a Disney Channel, para que veas). Dejamos los huevos en la mesa y ellos los meten en un frasco con cacahuetes para, con los ojos cerrados, ir sacando uno cada uno. La división es fácil, aunque ellos estén todavía dando paseos por el barrio de las multiplicaciones. Daniel dice que cierra los ojos y los cierra. Lucia dice que cierra los ojos y no los cierra y le entra la risa cuando, ya ves, va sacando los huevos de colores que ella quería. Daniel va aprendiendo cosas sobre su hermana y sobre las mujeres. Distribuidos los huevos pienso que la cosa se va a quedar así. Para que conste en acta, tenemos unas cajas de plástico transparentes con forma de calabaza llenas de pequeñas calabazas de chocolate desde hace un par de años. O más. Son bonitas. También mi madre tiene en su casa una fotografía mía de pequeño vestido con el kimono de judo. Uno guarda lo que le gusta. Y los huevos de Pascua iban destinados a ser un nuevo elemento decorativo en una casa en la que sobran los elementos, sobre todo si son decorativos. Pero entonces Lucía le quita el papel a un huevo y empieza a comérselo. Daniel hace lo mismo con otro huevo. Se los van comiendo entre risas, sin dejar ni un solo trozo. Les tengo que decir varias veces que cierren la boca cuando se la llenan de chocolate porque es de mala educación. Esta es la parte aburrida de ser padre. Cerrad la boca, cerrad la boca, cuando sus ojos brillan igual que el chocolate en su boca. Me acuerdo entonces de una fotografía que he hecho esta mañana, unas horas antes de que María y yo discutiéramos un poco frente al escaparate de los huevos de Pascua. Un monstruo con la boca abierta, dispuesto a tragárselo todo. Ese monstruo sabía que íbamos a comprar los huevos de Pascua. Los huevos desaparecen y los papeles de colores se convierten en pequeñas bolas. ¿Y ya está?. No, no. La verdad es que yo quería escribir un haiku, aunque no lo parezca, pero me está saliendo un haiku de setecientas palabras. Es complicado esto, como golpear un saco con una flor dentro del guante de boxeo y conservarla intacta.Y es que (y aquí entramos ya en el terreno haiku, lo advierto para el que espere algún gran final), y es que, decía, cada huevo de Pascua tenía dentro un caramelo de un color distinto. Son esos caramelos que te hacen pensar en una abuela, en un tarro de cristal grueso o en una cocina de techos altos. Ni niños haciendo surf, ni mascotas de dibujos animados ni nombres en inglés ni la madre que los parió. Y me centro, que se me vuelve a escapar el haiku, joder, que no sabía que tenían patas de liebre, tan quietecitos en los libros japoneses con la rana y el otoño. Cada caramelo es distinto, decía, y ellos los van colocando en fila junto al borde de la mesa. Seis joyas de azúcar. Fin.

sábado, 24 de marzo de 2012

La puerta secreta



La puerta secretaAhí, delante de nosotros, está el hipopótamo enano de plástico. No hay mucho escrito sobre las costumbres, la alimentación o el apareamiento de los hipopótamos enanos de plástico porque los expertos suelen despreciarlos por ser de plástico.

Daniel se lo lleva a la base de la manguera para que beba. El hipopótamo tiene la boca abierta, pero no bebe. No sabemos si grita, si bosteza o si canta. Desgraciadamente, el hecho de que sea de plástico nos impide descubrir cosas sobre él. Nadie, y digo nadie, le ha dedicado un poco de su tiempo al hipopótamo enano de plástico.

Mal hecho.

A Daniel todo ese vacío de la comunidad científica sobre el hipopótamo enano de plástico le trae sin cuidado. Le dedica tiempo y lo cuida como si fuera a descubrir algo importante.

 Bien hecho.

Así es fácil dar el salto y pasar de jugar con un hipopótamo de plástico enano por la mañana a recorrer las vitrinas del Museo de Ciencias Naturales por la tarde. Ahí los animales están igual de quietos que el hipopótamo enano de plástico, pero reciben ese reconocimiento algo sagrado que dan los museos.

Daniel se mueve de vitrina en vitrina con seriedad. El avanza y nosotros le seguimos. Si se para, paramos. Si se fija en algo, nos fijamos. Si elogia un nido con huevos, lo elogiamos. No nos atrevemos ni a cambiar de verbo. Tengo la sensación de que esto es como visitar la sala de trofeos de un equipo cuando está jugando un partido en el zoo. Si Daniel mira hacia arriba, nosotros miramos hacia arriba, al esqueleto de una ballena que se quedó varada en Málaga hace unos años.

Da la impresión de que todo esto está montado por gente a la que no le dejaron seguir jugando con sus animales de madera cuando eran pequeños y que lo que realmente buscaban no era descubrir la naturaleza, sino regresar a la infancia.

Cuando salimos del Museo, Daniel parece algo decepcionado.

-Pensaba que sabía de animales, pero me he dado cuenta de que no – dice.

Le digo que sabe más de lo que cree y que, además, queda mucho por conocer :  En el mundo hay 8,7 millones de especies, de las cuales 2,2 son marinas. El 86% de las especies del planeta y el 91% de las marinas no se han descubierto todavía. Prestarle atención a un pequeño hipopótamo de plástico tal vez sea la puerta secreta que te lleve a uno de esos descubrimientos.

Olfato no le va a faltar, porque en la tienda se fija en un ornitorrinco expuesto entre los libros.

-Acaban de traerlo esta mañana.

Así que ahí tenemos al pequeño ornitorrinco de plástico. No hay mucho escrito sobre las costumbres, la alimentación o el apareamiento de los pequeños ornitorrincos de plástico porque los expertos suelen despreciarlos por ser de plástico.

Mal hecho.

viernes, 23 de marzo de 2012

El trofeo de caza




El trofeo de caza : Habría que hacer un inventario de todas las cosas que van a desaparecer y utilizarlo para crear un tour infantil, con los niños dándose la mano y la profesora deteniéndose, por ejemplo, frente a un buzón.

El buzón también le da la mano al cartero, y al sobre, y al sello, y al papel especial, y al bolígrafo, y al momento de sentarse en la mesa, y a la idea, y a la caligrafía, y, sobre todo, al receptor.

Habría que hacer un inventario de todas las cosas que van a ser ya costumbre. El buzón está junto a una churrería en la que hemos merendado. En dos mesas estaban sentadas dos familias con una niña china adoptada. En la manzana de al lado hay un par de tiendas chinas. Y poco más allá, en el Mc Donald´s, a la hora de comer, dos hombres y una mujer chinos, con traje, que seguramente trabajen en las oficinas de Huawei que están a unos metros, pedían una hamburguesa. La mujer señala la que quiere y sonríe educadamente cuando el dependiente le hace las preguntas.

-¿Con patatas?
-Sí.
-¿Con coca-cola?
-Sí
-¿Para comer aquí?
-Sí.

Asiente cada vez que responde, como si estuviera encantada de comprender lo que le preguntan y de hacerse entender. Se la ve tan contenta que parece que fuera ella la que estuviera sirviendo al dependiente. Pero no me engaño : cuando hablo con gente del sector sobre Huawei, todos admiten que tienen miedo.

En lo que unas cosas desaparecen y otras se vuelven normales, yo me pido un Mc Wrap y me lo como deprisa. Tengo que aprovechar que estoy solo, porque, si no, Daniel me pediría que le dejara probarlo y acabaría comiéndoselo a cambio de terminarme yo su hamburguesa. Este es mi momento y ni el fin de la cultura escrita ni el inicio del dominio chino de las telecomunicaciones, con sus inevitables consecuencias en el mercado laboral español me preocupan ahora mucho. Preocuparse no va a cambiar absolutamente nada.

Es posible, incluso, que los de Huawei decidan apadrinar este buzón de correos para que no desaparezca y pongan una placa a sus pies, como la que añaden los cazadores a las cabezas de sus piezas.

jueves, 22 de marzo de 2012

Todavía es invierno en el Real Madrid


Todavía es invierno en el Real Madrid : 

Vamos con lo que pasó ayer :

1-En el minuto menos apropiado, cuando ya es tarde para tachar lo que has escrito y cambiar la respuesta, Antiltop le quita el balón al que lo llevaba, con buenas intenciones pero con malas maneras. A ver, a ver, pienso.
2-El árbitro no pita nada. Luego, donde pita digo pita Diego.
3-El lanzador manda el balón ajustado, con la intención del que apunta al primero de los bolos.
4-El guante de Casillas es hoy más pequeño. Casillas, también.
5-Mou parece escuchar cómo caen los bolos antes de que se vengan abajo. Le expulsan porque nadie es profeta en su propia cabeza.
6-Pero ahí caen los bolos, como se temía Mostradamus : Ramos, Ozil.
7-El tiempo corre más deprisa en los relojes de los árbitros. Con unos cuantos marineros lanzados por la borda, el barco puede llegar antes a buen puerto. Los periodistas dan vueltas alrededor del barco con sus plumas afiladas. Cuanta más sangre huelan, más tinta expulsarán mañana en los periódicos.
8-El Madrid se deja dos puntos, sin anestesia. En cuestión de nervios, pierde más. La energía ni se crea ni se destruye, así que esos puntos van a otra parte. No todos se los queda el Villarreal.
9-Espera, que quedaba otro bolo por caer. Ahí, nada más acabado el partido, Higuaín se lleva su tarjeta amarilla.
10-Intento cerrar con cuidado la puerta del salón y la del cuarto, pero me salen dos portazos que hacen saltar un par de alarmas en el garaje.

Vamos con lo que pasa hoy :

Antes de renovarme el DNI, me doy un paseo por el barrio de la comisaría. Son las nueve y cuarto y en todos los edificios hay un portero vestido de azul charlando con alguien mientras apoya las dos manos en una escoba, limpia con una manguera un cubo de basura o le abre la puerta a una señora con el carro de la compra. La conversación en todos los casos es la misma y si fuera una ardilla, saltando de una en otra, podría reconstruir el partido de ayer.

-Y el Sergio Ramos que…
-…pero primero no reacciona, y después le saca la tarjeta…
-No es forma de tomárselo, y menos cuando sabes que van a expulsarte.

Aunque no hay nada que pueda cambiar ninguno de los diez puntos anteriores, todos hablan y todos escuchan. Es algo necesario que no modifica el marcador pero que, como un vaso de agua, ayuda a tragar mejor la pastilla. Cualquier sitio es bueno para improvisar un diván. Hasta las sillas abandonadas recuperan cierta dignidad, como si se imaginaran descendientes de algún sofá de la consulta de Freud.

Y el que escucha, cuando el portero agarra la escoba, coloca el cubo de basura de pie o cierra la puerta cuando pasa la señora del carrito, se pone a hablar.

-Se le fue la entrada. Igual en su cabeza lo veía bien.
-Yo creo, vamos, que debería haberse callado.
-El Villar, que está detrás de todo esto, y como ahora el Madrid se va a hacer el parque temático, quieren torpedearlo un poco….Pues por ahí, donde hay mucho petróleo.

De los autobuses bajan muchas chicas arregladas, esperando que abran las tiendas de moda en las que trabajan. El Madrid puede perder todos los puntos que quiera, alargando su invierno, pero es evidente que, y basta con verlas juntas esperando a que cambie el semáforo, al resto del mundo ya ha llegado la primavera. 

miércoles, 21 de marzo de 2012

Así en la tierra como en el charco




Así en la tierra como en el charco : Llueve, por fin. De esa lluvia que crea charcos limpios en los que se refleja todo. Una vez que los enanos han subido a su clase, me coloco en medio de uno de esos charcos. Ahí debajo, simétricamente, estoy yo, suela con suela. Me asomo :

-Dichosos los ojos – me digo - ¿Cómo va todo por ahí abajo?
-De película – me dice – La balanza exterior es positiva, el apalancamiento de los bancos apenas es relevante y todo el gasto se va a inversión, por lo que no nos podemos quejar. ¿Y por ahí?
-Crisis – le digo – Pero el Madrid sigue bien en la Copa de Europa.
-Aquí al Madrid lo ha comprado una empresa china y con el dinero que le sobraba ha incluido a La Masía en el lote, así que desde entonces todas las mañanas se levantan allí con el “las mocitas madrileñas…”. Los aficionados ahora se reparten entre los que animan al Madrid cuando lleva la camiseta blanca y los que animan cuando lleva la camiseta roja. Y si quieres, puedes comprar el abono de los dos, por lo que ya no te vas a la cama nunca de mal humor.

Me fijo en mí mismo. Hay algunos cambios con lo que por la mañana veo en el espejo.

-Has engordado un poco – le digo, por joder.
-La buena vida – me dice – Mi último libro ha vuelto a ser otro best seller, y como no se ponían de acuerdo los del Nobel, me dieron dos premios el mismo año, con lo que leí el discurso de agradecimiento dos veces.  ¡Estos suecos!. Pero lo que más ilusión me hace es que han adaptado mi primera saga a los videojuegos y me han pasado todos los trucos para llegar al final. ¿Y tú?

Salgo del charco aprovechando que se levanta un poco de aire que agita el agua, impidiendo una buena comunicación conmigo mismo. Por algo, inconscientemente, pisamos un charco en cuanto lo vemos. Así, así y así.

martes, 20 de marzo de 2012

Sentido del equilibrio




Sentido del equilibrio : Esos son los zapatos de Daniel. Alguien que no le conociera pensaría que deberíamos limpiarlos, pero hacer eso sería como cambiarle el nombre al Bernabéu, tapiar la puerta de Alcalá, cubrir de post it Las Meninas para explicarla, echarle ketchup a unas bravas, servir una sopa de cocido con estrellitas, pintar un coche de policía de amarillo, servir un Arzuaga en vaso de plástico, obligar a la TIA a pasar la ISO, donarse sangre de un brazo a otro, darle a Adamsberg una cátedra de lógica, empanar un trozo de sushi , pedir un cortado doble, beberse un Matarromera con pajita, echarle vitaminas a la planta de plástico, ponerle peros a los diálogos de una película muda, hacer el experimento de los neutrinos con un reloj de arena , preparar una tortilla de patatas cuadrada, hacer un graffiti con un bote de espuma, traducir a morse una pagina del BOE, tomarse en serio “Avatar”, darle clases de creatividad al conductor del metro , echarle en cara a un zurdo que no tenga mano izquierda , terminar una necrológica con puntos suspensivos , regalarle una comba a un manco, pintarle la casa a un vegetariano de color carne, guardar un décimo de hace diez años por si acaso, acentuar las consonantes, cambiarle al oso el madroño por un pino, dejar la moneda en el borde y tirarse al pozo, aumentar la autoestima besando el espejo, ser el ultimo dinosaurio y pedirle un deseo al meteorito que se acerca, recorrer el transiberiano buscando el punto en el que las dos vías se juntan, acudir al museo de cera para depilarse, recitar el numero pi desde el final, suponer que una tarjeta amarilla vale menos en tiempo de descuento, entrevistar a los hijos del soldado desconocido, preguntar en un gallinero quien ha montado el pollo, abrir una tienda de prótesis y llamarla Luke Skywalker, publicar un haiku en fascículos, servir un cordero con palillos y llamarlo fusión creativa, rimar Bezoya con Soroya, poner chucherías en la sala de espera del dentista, negarse a sacar pecho siendo cirujano plástico, ver el vaso medio lleno cuando la botella esta completamente vacía , doblar a John Wayne con la voz de Gracita Morales, lanzarse con las uñas al cuello del rival para arañar votos, usar “La Internacional” como jingle de una empresa de transportes, preguntarle a Iker si alguna mujer le ha sacado de sus casillas, tatuarse una regla en la lengua para medir bien las palabras, ahorcarse con una bufanda para no coger frío, hacer muchos trayectos cortos en vez de uno largo para ahorrar o, en definitiva, no saber cuándo es el cumpleaños de tu hermano gemelo.

Son sus zapatos y son así. A su manera, me ayudan a que la realidad no pierda el equilibrio.

lunes, 19 de marzo de 2012

Calles cortadas




Calles cortadas : Igual que hacen con esas calles que los domingos cierran a la circulación para que puedas imaginarte la ciudad mientras pedaleas por ella, el día del padre sirve para hacerte una idea de cómo sería la vida con tus hijos si pudieras cortarle el flujo a la rutina.

La vida, lo compruebo, sería más cara, íntima, densa, sin tregua, repleta, agotadora, sucesiva, exigente, activa y más cara, vuelvo a repetirlo. Intensa.

Sé que no se puede vivir siempre en esa intensidad. Lo sé. Pero tampoco deberíamos decir que es normal la farsa a la que volvemos al día siguiente. Y lo hacemos.

domingo, 18 de marzo de 2012

Sulfitos y taninos




Sulfitos y taninos : Me gusta este dibujo en la pared de un pequeño restaurante porque reúne dos elementos que aprecio : los sulfitos y los taninos. Como la acera que tiene delante es muy estrecha, parece que hubieran decidido sugerir la terraza con esas sillas y una mesa en la que sólo hay dos copas de vino y una botella. Ni cubiertos, ni aperitivos, ni platos, ni siquiera un menú.

Sobre el fondo, negro como un escenario de crisis, destaca el color del vino, que sugiere algún crianza, de esos en los que los matices se disparan en todas direcciones, como la rabia de un quinceañero. Tal vez el trabajo de alguna bodega nueva con ganas de experimentar. Un vino, en todo caso, que se debe beber en determinada compañía, porque no solo hay dos copas, sino dos sillas que, colocadas de forma que las personas que las ocupen no se miren, sino que compartan la misma visión (el mar que no hay delante, por ejemplo), hay que tomar como una invitación a vivir el momento con alguien con quien te lo hayas dicho todo y con el que te encuentres al mismo nivel, como el del vino en las copas. Ni miradas a los ojos, ni gestos de comunicación no verbal ni leches. Una persona que, como tú, crea que baste con tener un buen vino a mano y la posibilidad de observar lo que pasa sin prisas, como sugieren esos trazos simples. Al eliminar todos los elementos accesorios el tiempo no tiene en qué entretenerse : y ya sabemos, por los documentales de la tele, que el tiempo no le presta la misma atención a la carne del animal muerto que a sus huesos.

Así que este dibujo, realizado con huesos dorados, parece ofrecerse con una única condición. Que tú también elimines todo lo superfluo, lo ruidoso, lo pesado y lo denso hasta quedarte, como el que quita la percha del abrigo, en la mera función y así, sin apenas resistencia, poder sentarte en una de ellas sillas, acercarte la copa de vino y beber tranquilamente, dejando que el tiempo avance con cada sorbo.

sábado, 17 de marzo de 2012

El único cliente



El único cliente : Dicen las abuelas, tomando el decorado por la realidad :

-¡Crisis! ¡Y vas un sábado por la mañana al Carrefú y está lleno!

Las abuelas tienen razón, por lo que aprovecho par dar un consejo doble : no vayáis al Carrefour un sábado por la mañana con dos niños. Lo dejo aquí sabiendo que los consejos son sólo útiles para quien puede seguirlos, que normalmente suele ser el que no los necesita. Los demás, con dos niños de siete años y la mañana del sábado libre, tenemos que unir los dos elementos aunque sospechemos que la mezcla pueda provocar alguna reacción peligrosa.

Lo que, bajo ningún concepto debe hacerse, es acceder a las peticiones de los enanos y subirles en uno de esos carritos preparados para que detrás puedan ir sentados dos niños. ¿En qué estaba pensando, señor Carrefour? ¿Es que hemos perdido el norte? ¿No podrían tener, por lo menos, la consideración de esconderlos los sábados por la mañana?

Carrefour : Abrimos de nueve de la mañana a diez de la noche.

Los enanos se suben al carrito y me miran, como deben mirar los clientes al que pedalea en un ricksaw o empuja la góndola por los canales. Yo respiro varias veces y me agarro a la barra azul. Tengo muchas horas de práctica encima, por lo que no me asusto al meterme en el centro comercial y tener la impresión de que hay gente por todas partes y de que los pasillos se van estrechando poco a poco.

Alguno me mira con lástima por mí y con regocijo por él mismo, por poder caminar con una ridícula cesta azul en la mano. La cesta no te hace hombre. Y llevo ya siete años sabiendo lo que es empujar un carrito doble por escenarios que haría palidecer a un conductor de la EMT. He empujado carritos bajo la lluvia, por terrenos encharcados, por escaleras mecánicas de subida y escaleras mecánicas de bajada, cada una con su propio desafío, he pasado en medio de grupos de jubilados, de abuelas curiosas, de quinceañeras despectivas (el carrito te echa encima dos o tres siglos), lo he llevado vacío y lleno, con cajas de leche en la parte de abajo, he ido despacio para no despertarles y deprisa para cruzar un paso de cebra, he sorteado coches aparcados en la acera con el objetivo de ponérmelo difícil (siempre animándome a crear en Facebook el grupo “Yo ya era tonto antes de comprarme el 4X4. El coche no tiene la culpa”), lo he metido entre las mesas de un restaurante sin que ninguna copa de agua temblara, he esquivado camareros de ceño fruncido, lo he sujetado por rampas, he tirado de él por cuestas, lo he llevado limpio y menos limpio, cuando uno de los dos vomitaba, sé lo que es desmontarlo y montarlo con más rapidez y precisión que el arma de un marine, lo he subido a tranvías, coches y aviones, lo he dejado sin adornos o, según lo pedía la edad, con peluches, serpientes o chupetes. Tengo, en fin, mil condecoraciones ganadas pero no concedidas, porque lo olímpico no ha llegado a la calle.

Carrefour, por decirlo rápidamente, no puede conmigo. No tiene el suficiente nivel. Hay mucha gente, pero experimento una curiosa ley : cuanto mayor es la confianza que la gente percibe en ti, más fácil te lo ponen. Debía ser al revés, pero es que la mente es rara. Ya lo tratará el Punset en algún programa.

Respecto a la cantidad de personas que hay y al comentario de las abuelas sobre la crisis, mi dominio sobre el carrito me permite analizar la realidad y descubrir un par de cosas. La primera es que mucha gente está ofreciendo sus productos. No sólo puedes probar un trozo de queso curado o una loncha de jamón. Hay un pasillo con alcaldes ofreciendo bonos patrióticos que huelen a podrido :

Alcalde : Como el buen queso.

Y políticos entregando folletos con sus lemas con y si faltas de ortografía; y sindicatos llamando a la huelga para solucionar aquí un problema que tiene su origen a miles de kilómetros, donde no hay sindicatos; y banqueros con convertibles mutables en opciones o al revés; y un tipo del BCE soltando dinero por una fuente de plata a la que sólo pueden ir a beber los gorrinos con sucursales; y parados que traducen su curriculum a todas las lenguas vivas y todas las muertas; y vendedores ofreciendo 2X1, o 3X1 o 4X1; y trabajadores a los que les puedes coger todo el tiempo que quieras porque nadie va a decir nada. Y, claro, más puestos en los que probar lentejas huecas, salchichas alemanas, un chupito de detergente, un chorrito de champú, una pizza de piña, un yogur desnatado arriba y graso abajo, una paella o unos mejillones rellenos de chocolate.

La segunda cosa que descubro es que creo que soy el único cliente.

(Dedicado a Laura y Alex, que pronto se unirán al club de los cochecitos dobles)

viernes, 16 de marzo de 2012

El repartidor de pizzas



El repartidor de pizzasAl salir de la clínica veo a un repartidor de pizzas intentando arrancar su moto. Son las ocho y media de la tarde y he sido el último paciente de la dentista, que se marcha después a su casa a prepara las maletas para el puente

-A primera hora mañana salgo para el norte, a pasar estos tres días en casa de mis padres – me dice.

Aunque me ha dormido el labio de abajo (Primero con tres pinchazos bien elegidos y después, viendo que seguían sensibles algunas zonas rebeldes, con un ataque completo que me hace pensar en el arraque de “El Imperio Contraataca”), puedo desearles a ella y a la asistente un feliz puente. Lo que logro pronunciar es bastante, bastante aproximado a lo que tengo en la cabeza, y lo que se pierde en el camino son los errores lógicos de cualquier comunicación.

-Y tú también – me responden.

Me cae bien esta dentista. Me gusta cómo usa los diminutivos y cómo me pide que mueva la cabeza de un lado a otro, como si estuviera en la silla de un peluquero.

-Abrimos grande, así, con la barbilla pegada al pecho  – dice.

Y ella se va entreteniendo con mis dientes, eligiendo qué accesorios de los que tiene en su bandeja necesita. Parece que estuviera montando alguna maqueta o restaurando algún cuadro. Ella y la asistente me prestan una atención profesional que yo les agradezco portándome como un paciente perfecto, como el mejor que te puede tocar un viernes a las ocho, cuando en tu casa te esperan las maletas. No es fácil permanecer impasible porque ciertas partes de las encías siguen despiertas a pesar de las sucesivas oleadas de ataques de cazas y del paso implacable de los AT-AT. En cierto modo me siento orgulloso de esa resistencia, aunque me duela. Por todo hay que pagar un precio.

-Pues ya casi está – me dice.

Cambia el accesorio del torno y empieza a aplicar una pasta sobre los dientes que antes ha recogido de una especie de paleta. Es el final, la parte artística, que termina cuando acerca a los dientes la lámpara que tiene encima y da por bueno lo que ve.

-Pues ya está.

Coloca el sillón en su posición normal y por un instante tengo la sensación de que va a darme un espejo para que pueda ver cómo han quedado los dientes. Es tan profesional que le ha quitado parte de la épica al hecho de venir al dentista. Te llevas el labio dormido a casa, pero poco más. Nadie te va a agarrar de las manos para darte consuelo mientras le cuentas esto. Nadie va a bajar al chino a por un helado para que no te duela.

Al salir de la clínica, ya de noche, veo a un repartidor de pizzas intentando arrancar su moto. Aprieta con fuerza el pedal y solo logra que la luz roja de atrás se ilumine levemente, como si fuera el adiós de una moto agotada que se supiera chatarra. Insiste varias veces. Supongo que detrás tendrá una pizza recién hecha. Vuelve a insistir.

Creo que la situación en la que vivimos debería servir para exigirle un poco más al lenguaje. No se puede llamar trabajo a lo que hace este repartidor y a lo que hizo la ex directora de la CAM, la señora Amorós. Los dos no pueden responder al móvil diciendo :

-Ahora te llamo, que me pillas en el trabajo.

No puede llamarse trabajo a cualquier actividad por la que se reciba un pago. Lo del repartidor, al que no le arranca la moto, es otra cosa. Lo de la ex directora de la CAM, también, ambas con un nombre distinto.

Me quedo mirando hasta que veo que la luz roja cobra intensidad y la moto arranca. El repartidor se sube a la moto en un segundo y sale sin dudar a la carretera, como si en vez de una pizza llevara un corazón a la sala de cirugía de un hospital. Ahora todos los semáforos están en verde.

María les ha calentado una pizza a los enanos. Les digo que todo ha ido bien. A pesar de que me han recomendado que tome cosas frías, sé que voy a comerme un trozo de pizza. La dentista, que sabe más por mujer que por dentista, también me advierte :

-Y si vas a comer algo, ten cuidado de no morderte la lengua.

Así que mastico despacio, muy despacio, para comerme sólo la carne que lleva la pizza.

jueves, 15 de marzo de 2012

El mejor cocido del mundo




El mejor cocido del mundo : Parte de la educación que les dan a los enanos en el colegio incluye la gastronómica. Hasta el momento, todo lo que les están enseñando lo podríamos hacer nosotros en casa. Ya llegarán los días en que Google no sea suficiente para saber las partes de una flor en inglés o para encontrar una buena fotografía de un paisaje erosionado. A lo que no llegamos es a cuidar esa educación gastronómica porque, por varias razones, siendo la principal el tiempo, no hemos hecho unas patatas a lo pobre, o una lentejas riojanas o una fideuá de marisco, que son algunos de los platos que les sirven en el colegio.

Una vez preparé una crema de verduras en honor de Lucía, porque es uno de sus platos favoritos del colegio. Seguí las indicaciones de la receta con la seriedad de un relojero que vuelve a montar un reloj valioso. Ni un gramo de más ni un ingrediente de menos. Ni un segundo de más ni una revolución de menos. Aquello olía bien y tenía una textura que , en lo que llegaba el elogio de Lucía, me hacía sentir satisfecho.

-No sabe como la del colegio – me dijo, enfriando mi ilusión y demostrándome que hay competiciones en las que no hay medalla de plata.

Hoy, leo en el menú, han tenido cocido. Una buena razón para levantarse por la mañana es saber que te espera un cocido para comer. Hay muchas más, pero no están al mismo nivel. El descubrimiento de la rueda estuvo bien, y al del fuego no se le pueden quitar méritos, pero un momento en el que la cultura supo compensar sus errores fue cuando una cuchara se sumergió en la primera sopa de cocido.

Un instante que no tiene ni su cuadro, ni su sinfonía ni su poema, pero sí su primer post : éste. Qué le vamos a hacer.

Debería, pues, prepararles un cocido aunque nunca lo haya hecho en mi vida. La razón es la misma que te lleva a asegurarte de que saben la tabla del ocho o los nombres de los océanos. Es algo importante para el desarrollo. El problema es que sé que salgo con desventaja, que para ellos la referencia es el del colegio, por lo que, en lo que me animo a prepararlo, intento informarme poder aprovecharme de los errores del rival.

No es muy normal que tu padre te pregunte qué es lo que lo que no te gusta de un cocido, pero eso es lo que hago. La lista no es larga, pero tampoco es corta. Lo que le gusta a uno no le gusta al otro, por lo que veo la posibilidad de hacer el cocido perfecto, el que les guste a los dos, el que les haga volver al pasado cuando lo prueben en el futuro, en el germen de una nueva serie sobre el tiempo que se fue y todo eso.

Además, seamos serios, un cocido que en el menú del colegio, en inglés también, traducen como “Chickpeas with meat” no puede ser muy bueno. La batalla del idioma, por lo menos, la han perdido.

miércoles, 14 de marzo de 2012

La rusa de Aragón




La rusa de Aragón : En el césped, poco que ver. El Madrid va a cortar este árbol del CSKA usando una lima de uñas en vez de coger la motosierra. Es lo que han repartido en el vestuario, cosas del utillaje, y así afrontan el partido. Lo que nos deja a los espectadores con la emoción del que, en una peluquería, observa a una abuela mientras se seca el pelo. Mou se enfadará, lo sé, pero es que es difícil animar cuando la abuela va a lo suyo, que es leerse su revista lentamente.

-¡Vamos, abuela!

Los ultras gritan y aplauden, fijando su atención en algo que tengo a mi derecha. Veo a una mujer rusa con el pelo rubio y corto, de pie, moviendo sus caderas mientras, con los brazos levantados, sostiene una bufanda con los colores del CSKA. Tiene una sensualidad que mezcla la de la azafata de pista de fórmula uno (de cintura para abajo) y la de la presentadora de un asalto de boxeo (de cintura para arriba). La suma de las dos mitades da más que uno, en una sorprendente pirueta matemática que fascina a los ultras, a mí y a todos los que rodean a la rusa.

Abajo, decía, la lima y el árbol, así que volvemos a la rusa. La rusa hace muchos gestos con las manos. En uno de ellos, sutil, se las coloca entre los muslos y luego las lanza hacia afuera, como si arrojara al público algo que guardara ahí. Igual es su forma de desearnos fertilidad y buena cosecha. No sé ruso. Está buena esta rusa. Lo digo en el sentido con el que una madre te mira y te dice “estás bueno tú hoy”. Además es guapa, en el sentido que le da Turguéniev, al que he empezado a leer hace un par de días y que menciono aquí porque también era ruso y le da cierto nivel a la crónica.

Ronaldo mete medio gol y el portero se mete el otro medio. Sale Benzema y añade otro gol antes de que por megafonía terminen de anunciar su cambio. Pero no nos engañemos. Los rusos parecen pedir nieve para sentirse sueltos y como hace noche de verano eso debe de afectar su sentido de la orientación : el norte queda dos metros por encima de la portería, o a la derecha. Ya es tarde para calibrar las botas y Casillas lo sabe. Y el resto del equipo. Y nosotros, por lo que volvemos a la rusa.

La rusa tiene también sus referencias levemente alteradas. Una alteración que resulta amena y estimulante. Ahora le señala a un madridista su camiseta y después hace ella el gesto de desabrocharse su blusa. Así funcionaba la economía en su época del trueque, los que nos pone a todos un poco nostálgicos, de cuando no dependíamos de los bancos, de las inyecciones de liquidez del BCE o de los ajustes o recortes. Al madridista le falta ese desparpajo que a la rusa le sobra, así que hace amago de quitarse la camiseta pero se frena, como si temiera enseñarnos la barriga.

Pero hombre.

Un momento de duda, pues, que provoca a los ultras, que empiezan a pedirle, a gritos, a coro, que se la quite, que sea educado con la rusa, que aquí respetamos a todos y que está bien que el intercambio entre aficiones no se limite al banderín que se entregan los capitanes y que luego acabará en la pared de un bar junto a los trofeos de mus de la peña. Hay que estrechar lazos entre los pueblos, que así nos estamos garantizando no sólo el cariño de la rusa, sino, quién sabe, el futuro suministro del gas de su país hacia el nuestro. Todos pensamos en ese gran gaseoducto mientras animamos al hombre a mostrar un poco mas de su barriga y otro más. Pero el buen hombre se echa atrás, sonríe y niega con la cabeza, recogiendo sus cartas sin esperar a ver si lo de la rusa es un farol.

Xavi Alonso da un gran pase. Ozil muestra parte de sus habilidades. Sale uno del CSKA y entra otro y por los altavoces la traducción del cambio al ruso parece extenderse como si comenzara la lectura de Guerra y Paz. Animan más los del CSKA, pero esto suele pasar en el Bernabéu, donde las cosas son un poco extrañas, hay que admitirlo.

¿Dónde habría llegado la rusa en su trueque? Eso no lo sabremos. Antes de que se termine el partido (en su vertiente temporal, porque en juego hace tiempo que ya se ha acabado), ella se marcha, acompañada por un tipo grande, calvo y gordo que camina a su lado como si fuera su guardaespaldas, su pareja y su padre a la vez. Para controlar a una mujer así hay que representar todos esos papeles en uno. Ese hombre se gana mi admiración.

Y ahí se termina el partido para mí. Se lo digo a mi hermano y le parece bien. Pisamos unos cuantos pies al salir. Abandonamos el estadio antes de que salga el resto de la gente. El último gol, el de Ronaldo, nos llega cuando vamos a meternos en el metro. Como si consigue seis más en los dos minutos que le quedan : éste será el partido de esa rusa que desde las gradas, en plan Agustina de Aragón, habría podido defender ella sola lo que sus chicos no lograron en el césped.              

martes, 13 de marzo de 2012

Culpabilité




Culpabilité : Los ingredientes de la sensualité son : pasta de cacao, azúcar, manteca de cacao, leche descremada en polvo, guaraná, leche entera en polvo, emulgente lecticina de soja, aroma natural de vainilla, aceites esenciales y colorante E-171.

Me voy comiendo los chocolates uno tras otro, tratando de valorar el efecto. No es el mejor momento : María ha salido de cena y me ha tocado prepararles la cena a los enanos, ayudarles en el baño y contarles un cuento. Si fuera un personaje de Lewis Carroll, el chocolate provocaría algún cambio en mí. Algo paradójico que hiciera sonreír a los matemáticos. Me como un chocolate tras otro sin notar nada

Nada. No entiendo por qué lleva leche descremada en polvo y leche entera en polvo. Cuando uno está cansado se fija en cosas absurdas : alguna barrera que se levanta en el cerebro para que neuronas de zonas que no congenian se estrechen las dendritas. Su razón tendrá.

Me como tantos chocolates sentado en la cocina que empiezo a leer culpabilité en todos ellos. Y es entonces cuando descubro que, para que exista la sensualité, es necesario que sea otro el que te ofrezca el chocolate. Ese es el ingrediente que no detallan en la fórmula. Ya es tarde. Para que no queden pistas, me como el último de los chocolates rápidamente.

lunes, 12 de marzo de 2012

La bolsa de la merienda




La bolsa de la merienda : Lucía está a punto de salir de su clase de gimnasia. Hoy no voy a tener que decirle que se abroche porque no es necesario. Hace muy buena tarde. Por fin, como me pide siempre, le he traido la merienda en una bolsa en vez de dejarla en el coche.

Lucía me ve cómo soy. A veces también como quiero que me vean. Muchas veces descubro, al mirarla, que parece estar decidiendo cuál de las dos opciones elegir. Cierta seriedad, cierta obligación consigo misma la obliga a optar por la primera posibilidad. No es frialdad, ni dureza, ni cosa parecida. Es, simplemente, la lógica bola de metal que sigue un circuito.

Hay momentos en los que deja de perseguirse a sí misma y, cuando estoy tumbado en el sofá, se acerca a darme un beso. Y luego otro, sin que exista una causa aparente.

Me gusta este momento en el que sale de su clase de gimnasia porque, rodeada por las demás niñas, mira para ver si ya he llegado a recogerla. Es uno de los pocos instantes en los que puedo ver sus dos miradas mezcladas, como si fueran una.

Como no puedo hacerle una fotografía a eso, me fijo en sus zapatos, en el contraste con el blanco. La fotografía que se hace pensando en otra cosa. 

domingo, 11 de marzo de 2012

La inspiración




La inspiración : Quizás llega en este momento y cuando se acerca a la mesa, convocada por el café, el cuaderno, el bolígrafo y la agenda, no encuentra al escritor trabajando. Mil veces les he advertido, murmura, que tienen que estar escribiendo cuando llegue, mil veces.

El escritor, podría explicarle yo, acaba de salir a hacer una llamada por el móvil. Estaba ahí hace un momento. Me he fijado en él porque, de haber un sitio idóneo para empezar a escribir es, sin duda, una mesa junto a una ventana, en una librería en la que puedes pedirte una copa de vino : un “De bardos” o un “Otazu”, por ejemplo. Le he mirado con envidia, claro, antes de que consultara algo en su móvil y se marchara a la calle.

Es probable que la inspiración haya perdido ya el interés en el escritor cuando llega y que éste lo intuya porque recoge sus cosas y se marcha. Ella puede que se pasee junto a los libros, disfrutando del resultado de su trabajo, recordando ese momento en el que, en muchos de ellos, lo fundamental coincidió.

sábado, 10 de marzo de 2012

Mano de anémona




Mano de anémona : Volvemos al “Toca,toca” los enanos y yo. Ya he perdido la cuenta de las veces que he comprado entradas para esta actividad en la que los animales son los mismos. Se ha convertido en un punto innegociable, así que lo acepto sin discutir. Quedan diez minutos para las seis y media.

Dentro nos esperan las estrellas de mar, los gusanos, los erizos, las ranas de piel venenosa, las escalopendras, las víboras, las tarántulas, la serpiente albina, el pez gato, las pitañas o las iguanas, entre otros. Me lo sé de memoria. Yo podría hablar de todos ellos.

Las que cambian son las personas que hacen de guías por el recorrido. Todavía no lo sé, pero hoy nos va a tocar una pelirroja (peligroja, la llama Lucía) con la que aprenderé cosas nuevas : que las estrellas de mar tienen ojos en las puntas de sus patas (si llegan a las diez patas se convierten en soles de mar), que los pepinos de mar son las esparteñas que se comen en Cataluña, que la escalopendra tiene veneno en sus patas y que sólo por andar sobre tu piel puede atacarte, que la tortuga de tierra que nos enseñan te la puedes encontrar como pastel en Venezuela, que la relación entre el veneno de un escorpión depende del tamaño de sus pinzas, que la imagen de las pirañas atacando animales vivos es falsa porque suelen alimentarse de carroña, que el veneno de las ranas más peligrosas proviene de las hormigas que éstas se comen, por lo que en cautividad son inofensivas, que las iguanas pueden utilizar su cola como látigo, que para saber cuál de las corales es la peligrosa hay que asociar rojo y blanco, como en la camiseta de Atlético de Madrid y, sobre todo, que las anémonas matan así :

Y levantará los dedos de sus manos y los moverá suavemente, convirtiéndolos en los tentáculos de una anémona que se agitará alrededor de ese pez que queda atrapado entre sus dedos, rozándose con ellos, notando cómo el veneno me impide seguir nadando a pesar de que hago lo posible por escaparme de ellos mientras me rodean sin prisa, al ritmo de la corriente del agua, hasta que ya me rindo.

Son las seis y media y creo que va a ser la misma actividad de siempre, si saber que a mi vida como pez le queda muy poco tiempo