jueves, 31 de enero de 2013

No es género para padres




No es género para padres :

“¿Cómo vivir? Esa es la gran pregunta. Y está mal planteada. Es como preguntar. ¿Existe una única buena manera de pasar la tarde?” “Diarios” – Iñaki Uriarte

Termino el segundo volumen de los “Diarios” de Iñaki Uriarte. Si contara dónde he aprovechado un momento para leerlo podría escribir yo un diario dedicado a este diario. Me ha gustado porque es una referencia para encontrar el tono cuando uno anda perdido (el camino de regreso desde Disney Channel no siempre es fácil) y porque muchas entradas debería haberlas escrito yo, que para eso me esfuerzo cada día, pero se me ha adelantado Iñaki porque cuando hay talento, no es un tema de cantidad, sino de calidad. Entendido.

Iñaki tiene un gato, Borges, que se encontró en el Parador de Teruel, pero no tiene hijos, lo que impide saber qué habría sido de esa mirada en un entorno más familiar, más cotidiano, más de Disney Channel. Como ver vídeos de un jugador del pasado sabiendo que no estará en tu equipo. ¿Qué habría resultado si esa atención que le dedica a Borges hubiera recaído en un hijo?. Pero parece que hubiera cierta incompatibilidad entre este género y la paternidad, básicamente por una cuestión de tiempo. Una lástima.

Por eso a veces echo mano de “El libro de Julieta”, el diario que Cristina Sánchez-Andrade (“Bueyes y rosas dormían”), le dedicó a su hija. Es cierto que encerrarse en ese entorno tan doméstico puede limitar al escritor y al lector, pero ese esfuerzo me parece necesario. Se da por hecho que, como padre, uno sabe dónde mirar, pero basta con detenerse en esa sensación de pérdida que va dejando el paso del tiempo para darse cuenta de que no es así. Sólo existen guías para lo lejano.

Empiezo con el diario de Pla de sus días en Madrid en 1921. Otro escritor sin hijos.

miércoles, 30 de enero de 2013

Sumideros blancos



Sumideros blancos : Si Varane termina convirtiéndose en un gran futbolista, éste será el partido en el que se dirá que comenzó su historia. Yo podré decir : estuve ahí. También podré decir : cómo me aburrí.

Al llegar a casa, María me resume los comentarios de los expertos. Un gran partido, dicen. Yo traigo otra historia, alejada de la épica de los generales, más próxima a la de la infantería que, cuando termina el partido, vacía el Bernabéu por los sumideros de las bocas de metro. Si el partido ha sido tan vibrante, ¿por qué regreso con esta desgana?

Mientras como algo de pie en la cocina me planteo la posibilidad de que exista una cantidad máxima de partidos a partir de la cual uno ya empieza a perder el interés, aunque crea que no. Podría pasar con los libros y con el cine. Ese último gol que celebras de verdad y a partir del cual los siguientes son ya una mera representación, perdida la afición por otro sumidero, éste personal.

martes, 29 de enero de 2013

Magia oculta



Magia oculta : Le partimos una pastilla en dos a Lucía. Le llenamos una cuchara de plástico con jarabe a Daniel. Nuestra dosis de magia antes de ir a dormir. Ese tipo de magia oculta que no brilla como el anuncio de la fachada : es el soporte que mantiene en pie el anuncio.

lunes, 28 de enero de 2013

Cómo hipnotizar a una gallina



Cómo hipnotizar a una gallina : Esto también es madurar : descubrir lo poco que tiene que prepararse la tentación para presentarse ante ti, como si se limitara a hacer la ronda y colocara una equis junto a tu nombre, igual que en esos controles de desinsectación que se muestran en los cuartos de baño. Qué previsible soy. ¿Y para qué más, si sólo hay que verme ahí antes de irme a la cama, mirando al trozo de tarta sin decidirme, como una gallina a la que hubieran dibujado un círculo blanco, de nata, alrededor? Pasa el tiempo y los pros y los contras pesan exactamente igual. Comérmela a mordiscos, como un depredador ante una presa. Luego, la traducción a minutos en la cinta de correr de ese festín. El mordisco que me deja la boca cubierta de chocolate. El sudor que tiene que empieza a caer por la frete. El puro placer. La culpa perfecta. Va a amanecer.

domingo, 27 de enero de 2013

Carga y descarga




Carga y descarga : Al lado del centro comercial, en el espacio de dos plazas de aparcamiento, han construido el parque infantil más triste del mundo : un pequeño tobogán rodeado por una valla de colores. En un lateral, en el suelo, está escrito con mayúsculas, “Carga y descarga”.

Trato de imaginarme una situación que justifique que un padre venga aquí con su hijo. ¿Papá, vamos al parque en el que no hay nada que hacer? o ¿Quieres que te lleve a ese sitio en el que estás tú solo? No lo sé. Tal vez no solo sea el parque más triste del mundo, sino el único que funciona como castigo. O la estrategia para que no vuelva a pisar ninguno : como darle a tu hijo un helado de apio cada vez que te pide uno de vainilla para que acabe aborreciendo los helados. O el sitio al que llevarías a tu hijo cuando no tienes tiempo ni paciencia. Ni hijos, ya puestos.

No lo sé, ya digo. Quizás sea un tema administrativo, para que las estadísticas de parques en la zona queden bien. O el proyecto de un imbécil. O la forma de justificar una comisión, un contrato, un sobre.

Daniel y Lucía se ríen al verlo y se suben y bajan del tobogán fingiendo que es de verdad. Es esa distancia con lo que hacen lo que me ofrece una pista : bien puede ser una instalación artística que lleve, precisamente, ese título : “Carga y descarga”. Si se le quita ese uso infantil, todo el montaje empieza a tener sentido. Precisamente ahí, en el sitio que ocuparían dos plazas de aparcamiento, un parque que nadie va a utilizar. En ese momento se disparan las asociaciones.

sábado, 26 de enero de 2013

Donde el paladar te lleve




Donde el paladar te lleve : Lo hemos pasado realmente bien comiendo. La entrada (un pequeño trozo de salmón envuelto en un fino hojaldre casi transparente) era, más que un estímulo para el estómago, una pequeña nota del cocinero con sus intenciones. Así, a pesar de presentarse con nombres corrientes (pollo, chipirones, noodles, curry) la comida ha estado muy por encima del nivel que das por bueno cuando vas con niños : que no dejen nada en el plato.

Esta vez, los que hemos dejado los platos vacíos, apurando el arroz con cada salsa, cada salsa con el arroz, hemos sido María y yo. Hemos comido con esa alegre meticulosidad que provoca el placer, que no quiere perderse ni dejarse nada, conservando la misma intensidad desde el primer bocado hasta el final. No hacía falta decirse nada porque todo estaba en el rostro. El cocinero proponía su música y nosotros, en silencio, la interpretábamos, dejándonos llevar.

Finalizado el concierto, sabíamos que la cuenta, a pesar de haber reservado con una oferta, iba a ser alta. Y es justo. Al camarero, observador, no se le escapaban nuestros gestos : a veces hay que pagar no por lo que te dan, sino por lo que realmente obtienes. 

viernes, 25 de enero de 2013

Cena en Ispahán




Cena en Ispahán : Para escapar de Clan, Disney Channel o Boing y, de paso, salir de cierta rutina culinaria, propongo que salgamos a cenar. Para integrarte en este barrio puedes ir de compras al Mercadona (tenemos dos), pasarte por el banco (no faltan las sucursales), hacer castillos de arena en el parque (muy abundantes) o tomar algo en un bar (siguen siendo la mejor opción si quieres montar un negocio). Si la oferta es una manifestación de la demanda, es evidente que para muchos basta con esto.

Nuestra primera opción no tiene mesas libres. Tampoco la segunda. Ni la tercera. Un imbécil o un optimista (o un imbécil optimista) se preguntará, con tono de queja, dónde está la crisis : seguramente sigue esperando en esos sitios de los que todos momentáneamente se han marchado.  

Acabamos en una hamburguesería con manteles de papel y tres botes de salsas en cada mesa. Es el único sitio en el que no nos preguntan si tenemos reserva, donde apenas tardas unos minutos en elegir qué quieres (ensalada, hamburguesa o perrito caliente) y en el que las camareras llevan una botas de plástico como si fuera a achicar agua en la bodega de un barco.

Digamos que éste no era el plan. Daniel le da un buen mordisco a su perrito caliente mientras mira en la pantalla de la pared unos dibujos en Boing. Lucía, que aprovecha cualquier momento para aplicar las quejas que ha aprendido de Chicote, no deja de ponerle objeciones a su quesadilla y se niega a comer. María expone lo que es evidente : para estar así, mejor nos habríamos quedado en casa.

Cierto, en casa. ¿Pero cómo habría descubierto el misterio de las botas? En casa, Lucía no me habría tirado los dos vasos con coca-cola encima mojándome los pantalones y cubriendo el suelo para que al instante, chapoteando con sus botas, una de las camareras limpie todo con una eficiencia de movimientos que deja en el suelo un húmedo trazo de elegancia que no tardará en evaporarse. 

jueves, 24 de enero de 2013

La paciencia del cazador




La paciencia del cazador : Daniel me pide unos minutos más para terminar su diario antes de acostarse. Al rato me acerco a decirle que ya ha pasado el tiempo. No le importa que lea la hoja de hoy. Veo que en la narración del día ha escrito que se lo ha pasado genial. Un genial en mayúsculas y en rojo. No explica por qué ha sido un día genial y yo tampoco se lo pregunto. Me basta con saber que se va a la cama con esa sensación.

Mi día no ha sido genial, pero tampoco ha estado mal. En un despacho de la Castellana un experto en finanzas me ha explicado cómo se valora una empresa.

-Ni flujos de caja ni historias. Multiplicas el Ebidta por cinco y el quitas la deuda de la empresa. Eso es lo que se ofrece ahora.

Es una buena lección. Escribe en una hoja grande junto a una ventana desde la que se ve la FNAC. Esa es una buena imagen de mi vida, el Word, el Excel, las letras, los números, tan lejos, tan cerca. Agradezco esa clase rápida. La botella de agua por estrenar, el lápiz afilado, el cuaderno de hojas, los cuadros en la pared de enfrente con reproducciones de acciones y la bandeja con las tazas del café tratan de hacerme sentir cómodo. Pero…

Pero al salir miro la hora y veo que tengo tiempo para entrar en la librería Lé. En la mesa de novedades, el tercer libro de crónicas de Antunes. No lo cojo porque busco otro : el número cinco de una serie que Lucía está leyendo. Llevamos persiguiéndolo (ése es ya el término más apropiado) mucho tiempo. Es un libro escurridizo, con el oído muy fino y el olfato sensible. A veces, al llegar a la estantería vemos su hueco como la única pista de que estaba ahí y que, de nuevo, ha sido más rápido que nosotros. La búsqueda se ha alargado tanto que Lucía ha acabado perdiendo la esperanza, como si fuéramos dos paleontólogos tratando de cazar un dinosaurio olfateando sus fósiles.

Y quizás porque no es la hora, porque es jueves, porque la librería está casi vacía, porque los vendedores hablan entre ellos como si no hubiera nadie, quizás por todo esto cuando me acero sin fe a la estantería (voy solo y no tengo que fingir), me encuentro con ese libro que se nos ha escapado tantas veces.

Mientras Daniel guarda su diario, Lucía lee el libro en su cama. Es ahora a ella a la que tengo que decirle que apague la luz. Me paro en la puerta para verla leer tan concentrada, sus manos agarrando el libro con cuidado. La lámpara crea un círculo de luz perfecto. Me siento como la aguja que se acerca al globo.

miércoles, 23 de enero de 2013

Las fases de la luna




Las fases de la luna : La profesora de Lucía comenta las transparencias de la presentación con el optimismo del meteorólogo que anuncia el buen tiempo mientras afuera el invierno cubre el cielo con inmóviles nubes grises. Anoto las novedades del trimestre : que empiezan con las divisiones, que cambian ya a un cuaderno grande, que recibiremos el libro viajero, que tendrán un aula de circo.

En una esquina veo una serie de dibujos con una gallina triste y otra contenta. Al lado, con letra de imprenta, reglas gramaticales. Está bien lo del aula de circo.

No me quiero distraer, que tendrán una semana cultural inglesa, que deberán acostumbrarse a leer en voz alta, que ya no les pondrán tantos problemas de matemáticas. Así se va construyendo el mundo, pienso, y poder ver el proceso me relaja : consigo romper la fuerza de atracción que ejerzo sobre mí mismo y me siento más liviano.

Nos había comentado que iba a ser una exposición corta y no mentía. Somos cinco padre y dieciséis madres. Dos de ellas intervienen después con dos preguntas precisas. Las que debería haber tenido yo en la cabeza si fuera más riguroso. Hace que me sienta un poco culpable. Para diluir un poco esa impresión me fijo en el cuidado que me he tomado en escribirlo todo.

Una vez terminada la parte oficial, la profesora, como en esas escenas que aparecen en los créditos de algunas películas, nos explica cómo se han organizado para hacer en grupos una serie de murales sobre las fases de la luna. Parece ser que discutían todo, que cada paso que daban, por pequeño que fuera, venía precedido por una eterna discusión.

-Como nosotros – dice.

Al salir me quedo en el pasillo un rato, estirando, a mi modo, la reunión. Voy viendo los murales. Fotografías de la luna. Menciones a la llegada del hombre. Explicaciones sobre las mareas. En todos ellos me llama la atención cómo no les basta con escribir su nombre y van ensayando sus firmas. En ellas se reconoce ya el esfuerzo de la planta que, segura de sus raíces, empieza a romper la tierra para asomarse. 

martes, 22 de enero de 2013

Faulkner para niños




Faulkner para niños : Apenas tenemos tiempo para estar juntos por la tarde y la lista de los temas pendientes es amplia : mochilas, deberes, baños, cena. Hacemos las cosas deprisa, saltando de una a otra, e imaginando de vez en cuando cómo sería todo si saliéramos de trabajar a las tres de la tarde : un lujo.  Hubo un tiempo en el que nos quejábamos, pero el alivio duraba poco y nos dejaba de mal humor.

El buen humor es importante. A veces hasta consigue que en una hora quepan sesenta y cinco o sesenta y seis minutos.

Esta noche, por ejemplo, les ponemos sopa de letras para cenar porque el viernes tienen examen de lengua (Aquí recuperamos esos cinco o seis minutos extras). Con un poco de tiempo más, habría preparado una sopa con un texto de Faulkner y otra con un párrafo del Mío Cid. Habría sido una tarde interesante, ejercitando la paciencia como cuando de pequeño ayudaba a quitar una a una las lentejas malas del barreño en el que las volcaban. 

lunes, 21 de enero de 2013

El último día en activo




El último día en activo : Hoy es el último día que Daniel va a ponerse este zapato porque está destrozado. Pocos objetos soportan el nivel de fricción de un niño de ocho años con la realidad. Y a los que lo logran les espera la batalla perdida del propio crecimiento de Daniel.

-Esto se te ha quedado pequeño – Dice María, declarando así el final de otra pequeña etapa.

Trato de imaginarme, sin éxito, cuándo pudo decirme mi madre esa frase por última vez. Tampoco logro recordar qué sentía cuando, alejándose un poco de mí para apreciar mejor el cambio, la pronunciaba. Nada.

Los nuevos zapatos de Daniel le esperan en una caja. Mañana, las quejas de Daniel al probárselos harán que nos rocen a todos. Defenderá, como un sectario de los que ahora abundan, lo que resulta cómodo pero ya no sirve frente a lo nuevo a lo que hay que adaptarse.

Aprovecho para pesarme. En la cifra veo que sigo estando grande para mi propio cuerpo. La báscula como sustituta de la madre. 

domingo, 20 de enero de 2013

Cinco días excavando




Cinco días excavando : El mejor sitio y la mejor hora para comenzar a degustar la mañana del domingo : la salida del metro de Tribunal a las once y media. Cualquier modificación, como si habláramos de una bebida, estropearía el resultado. Tiene que ser este metro. A esta hora. No hay monedas brillando alrededor, pero al subir el último peldaño la sensación es similar a la de esos piratas que, tras excavar durante cinco días, finalmente abrían su tesoro con una única orden : gastarlo.

sábado, 19 de enero de 2013

El otro muro




El otro muro : En la sección de limpieza, los quitamanchas, ordenados en su caja, me recuerdan el famoso desfile de martillos del video “Another brick in the wall” de los Pink Floyd. En un par de segundos hago el viaje de ida y vuelta de la guitarra de David Gilmour a la sintonía del Mercadona. Hace tiempo que metí este tema en una caja parecida a la que tengo delante al darme cuenta de que su letra se me había quedado pequeña : algo que le pasaba a esa moda del rock sinfónico, que parecía encoger con cada lavado aunque nosotros tiráramos de las mangas.

Ahora ya soy maduro y responsable y madrugo para no tener que hacer cola con mi carrito. Mira qué bien. No me puedo tomar en serio la letra, pero la música sigue ahí : al final fue con ella, no con lo que decían, con lo que levantaron ese otro muro que no hay quien tumbe.   

viernes, 18 de enero de 2013

Habitación 202




Habitación 202 : Mi sobrino tiene dos días. Pienso que, cuando sea adulto, dirá “nací en lo peor de la crisis”, como los que se lanzan al mar cuando las olas son más altas. Eso es todo lo que puedo imaginar. Creo que la capacidad de los padres para conjeturar el futuro de sus hijos se va reduciendo generación tras generación hasta llegar a ésta, en la que, más que un bebé, parece que sostuvieras en tus brazos una interrogación.

El calor de la habitación, los peluches colocados en la repisa de la ventana, los tonos suaves de las paredes, las cestas de flores junto a las puertas o las visitas que se suceden están ahí por los padres. Es lo único que no cambia : dentro de diez o veinte años será igual. La necesidad de que el cuento, por lo menos, comience como lo ha hecho siempre, con un tradicional “había una vez” que marque el punto de salida.

Dos horas después estamos viendo “Amor” en los Verdi. Algunas parejas se marchan al poco de comenzar la película. Aquí se cuenta el proceso de otra salida, la que uno sabe que existe, como la de emergencia, pero que piensa que no tendrá que cruzar hasta dentro de mucho tiempo. Aunque la historia es dura, no deja de haber luz en todas las escenas. El final de la película, esa luz y las manoplas del bebé se mezclan en el discurso del preparador que, mientras descansas entre asalto y asalto, te recuerda lo fundamental.

jueves, 17 de enero de 2013

El fuego purificador



El fuego purificador : El mensaje en el cristal de la manguera es claro y preciso : debe usarse solo en caso de incendio. Incendio, no fuego. El matiz es importante porque según la RAE, el incendio es un fuego grande que destruye lo que no debería quemarse. Podría, por tanto, darse el caso de un bombero objetor que, con el diccionario en la mano, no moviera un dedo si considerase que aquello que arde delante de él sí debe quemarse.

Ergo : en los cursos de prevención de riesgos, debería incluirse un módulo en el que uno aprendiera a defender su peso en el mundo.

miércoles, 16 de enero de 2013

Cambio de guardia




Cambio de guardia: La lluvia eleva los objetos a la altura exacta de su reflejo. Un truco sencillo y efectivo que convierte el patio del colegio (canastas, porterías y las dos fachadas del edificio principal) en un gran escenario sin mago, expuesto a quien quiera verlo.

En este ambiente de ligereza, el peso de las palabras cotidianas que acuden a este momento resulta más evidente. Ojalá también fuera posible pensarlo sin servirse de ellas. Verlas flotar unos metros por encima (minutos, extraescolares, paraguas…) y esperar una rendija, una sorpresa, un sabor por estrenar con otras nuevas.

En unos minutos, terminan las extraescolares. Debería haber traído dos paraguas.

martes, 15 de enero de 2013

Granja de canguros




Granja de canguros : La botella de “Yellow tail”, con un canguro en su etiqueta, proyecta tres sombras en la pared (13,5%), pero es un vino que se deja domesticar y que acepta su hueco entre los platos con el pan rallado, el huevo batido y la pechuga de pollo fileteada. Lo abres una noche para cenar y a la siguiente sigue ahí, fiel como una mascota sin pedigrí (sólo sabes que viene de un pueblo de Australia que se llama Yenda), preguntándote a su manera qué tal te ha ido el día. Un sorbo. Hay que celebrar que existan vinos así, que no se sienten humillados cuando los sacas a pasear sólo para una copa y después los encierras con el corcho junto al recipiente del aceite usado y la botella vacía de agua. Por todo esto, en una zona del tendedero tenemos nuestra pequeña granja de canguros, con las tres principales razas, a saber : Cabernet sauvignon, Merlot y Shiraz”.

En botellas vacías como ésta vamos introduciendo las escenas fundamentales (cotidianas) de nuestra biografía. Como no somos muy conscientes de ello, en vez de arrojarlas al mar para que nos llegue a nuestra isla desierta, las lanzamos al contenedor verde. O al amarillo. No, no, al verde.

lunes, 14 de enero de 2013

Noche en la cueva




Noche en la cueva : Me hablan de un padre que se ha llevado a sus dos hijos pequeños a hacer espeleología este fin de semana. Durmieron en una cueva. Los dos niños están, desde entonces, alucinados.

Daniel, que está dibujando en su cuarto, se acerca a verme. Me pregunta cuál es mi jugador favorito. Le digo que Benzema, a pesar de que tengo que reconocer, como dice Juanma Trueba, que hoy por hoy es más aroma que sabor.

-¿Y Raúl?
-Ya no juega.
-¿Cómo se escribe Kaká?

Cuando tiene toda la información que necesita, se marcha.

Desde que me contaron la historia, paso algunos ratos en esa cueva, imaginándome a los tres en sus sacos de dormir, escuchando el eco de sus risas en la oscuridad. Ser padre te da una medida exacta de lo que eres, de lo que sabes, de para qué sirves. A tus hijos les transmites, también, todo aquello que tú nunca has hecho. Por eso conviene hacer espeleología dentro de uno mismo y realizar un inventario completo de tus limitaciones y , con él en la mano, asegurarse de que desarrollan la curiosidad por esas opciones que tú no seguiste.

No he sido Zidane, ni puedo enseñarle a convertirse en él, pero puedo hacer que quiera descubrir quién era. Daniel me enseña su dibujo.

-Todavía me queda mucho.

No ha visto vídeos de Zidane ni de Benzema, pero por la forma que tengo de hablar de ellos tiene claro quién está por encima. Ha llegado el momento de sumergirse en Youtube y pasar una tarde con Zizou.

domingo, 13 de enero de 2013

Asilo gastronómico




Asilo gastronómico : Yo también tengo familia en el pueblo. Aunque, como es un pueblo suizo, parece, más bien, una ciudad pequeña, el embrión de algo que pudo crecer pero que prefirió quedarse así : un huevo de codorniz urbanístico. El caso es que, bien sea por fricción o por ósmosis o por parentesco, una parte de mí, muy pequeña, es suiza. Pongamos que un 0,67%.

Ese 0,67% se siente como en casa en el restaurante suizo al que vamos a comer. Todo un descubrimiento. Una gran sala; un tejado abuhardillado; unos clacones con queso, otros  con sopa; botellas de vino blanco; trocitos de pan que van y que vienen y, sobre todo, ese juego de esgrima gastronómico con los tenedores que tiene como objetivo matar el hambre con paciencia de acupuntura. La cocina suiza es el resultado del cruce entre una vaca y un médico chino.

No es de extrañar que, conforme pasa el tiempo, me sienta cada vez más suizo. El porcentaje va subiendo cuando mojo un trozo de carne en una salsa, cuando echo pimienta sobre el queso que cubre al pan, cuando coloco tres lochas finas de carne en el borde del plato, cuando me fijo en que todos los animales de las banderas de los cantones  son machos (cada uno con su triángulo rojo entre las patas), cuando rasco con el tenedor el queso seco del plato, cuando veo a los más pequeños reírse, cuando le pido al camarero otra botella de vino blanco, cuando nos servimos la sopa de la chinoise en los cuencos que nos traen, cuando brindamos una vez, y otra, y otra, cuando recuerdo que afuera hace mucho frío y que aquí me subo las mangas, cuando nos hacemos fotos por cualquier excusa, cuando nos acordamos de los de allí y hablamos de volver a verles, cuando, en fin, veo que todos se lo están pasando igual de bien. Después de todo este proceso, soy más suizo que español : lo dice mi estómago.

Sienta bien ser suizo. Somos un país pequeño pero bien organizado. La crisis, por ejemplo, se queda para la gente del sur, para los españoles. ¡Ah, los españoles!. Sus operetas nacionalistas, sus recortes, sus cajas corruptas, su juventud desmoralizada, su casta política y las letras de Melendi. Me pongo el abrigo antes de salir a la calle, recordando lo que me espera ahí fuera. Me subo la cremallera muy lentamente porque, no voy a negarlo, quiero seguir siendo suizo un poco más : en la portada del Marca veo que el Madrid, además, empató ayer con el colista.

Abro la puerta y dejo que los demás salgan para demorar el momento de cruzar de nuevo la frontera y regresar a mi 0,67%. Hay un momento de duda. ¿Concederán el asilo por cuestiones gastronómicas?

sábado, 12 de enero de 2013

C, de caos




C, de caos : En el trayecto de vuelta del metro, elegimos la ce. Lucía tiene que buscar objetos o palabras escritas que empiecen por esa letra y anotarlos en su cuaderno. Hay muchos. Ha descubierto que los planos de las distintas líneas son un buen sitio para buscar, así que se levanta y en cuanto encuentra una palabra regresa a mi lado y la escribe con cuidado en su cuaderno, como si esa lenta dedicación fijara mejor las letras a la hoja.

Dice Berger en “El libro de Bento” : “A lo largo del relato nos acostumbramos a los procedimientos del narrador, a su manera de prestar atención y luego de dar sentido a lo que a primera vita parecía caótico. Adquirimos sus hábitos como narrador.

Y si la historia nos ha impresionado, haremos nuestro algo de esos hábitos, algo de su manera de prestar atención. Y entonces los utilizaremos para dar sentido al caos de la vida, en la que se ocultan multitud de historias, de relatos”  (Página 80)

A mi lado se sienta un hombre corpulento con un abrigo azul. El tipo de abrigo que hay que saber llevar. Parece disfrutar con el juego de Lucía, sonriendo cada vez que descubre una palabra en la línea doce, que ahora ofrece muchas posibilidades. Está bien la línea doce : Central, Casa, Carrascal, Conservatorio, Casar, Culebro.

-Falta un animal – le digo a Lucía.

El hombre del abrigo azul se esfuerza por encontrar también al animal. ¡Ah!, dice cuando lo ve : entre las estaciones y los nombres está la Cierva que acompaña a Juan. No deja de mirar a Lucía como si quisiera darle una pista.

-Un animal – le repito.

Al instante da con él, tan sorprendida como si lo hubiera visto al fondo del metro. Vuelve a su cuaderno con un entusiasmo que convierte el vagón en parte del Beagle. Mientras escribe, entra una pareja que se coloca delante del plano de la línea. Le digo a Lucía que busque en otra parte, pero el hombre del abrigo azul les indica con su gran mano negra que deben apartarse : su gesto es lo suficientemente elocuente como que para que ellos, sin entender muy bien por qué, se hagan a un lado, como si fuera a pasar un banquero. Pero no, es un regalo para Lucía.

Cuando nos detenemos en la estación de Santiago Bernabéu, le aconsejo a Lucía que busque. Eso es. En un cartel se muestra por dónde salir a la Castellana. Debe ser por la manera en la que pronuncio Castellana.

-¿Del Madrid? – me dice. Y sin esperar mi respuesta, como si para él fuera evidente, se queja de Sergio Ramos y de esa reacción,

-¡impropia de un profesional!

que le ha costado cinco partidos.

Es el final de un paseo por el centro de Madrid en el que no han dejado de suceder pequeñas cosas, como la duda de Lucía con un stromboli (quiero más y no quiero más) o la alegría con la que Daniel, en la librería “Tipos Infames”, me dice que ha visto un libro que le gusta. Me giro un poco tarde y le doy tiempo para que lea en voz alta “La máquina de follar”.

Lo que no dice Berger, porque tal vez es ir demasiado lejos, es si ese esfuerzo por darle sentido al caos es capaz de generar las propias historias, provocando que a mi lado se siente alguien que podría haber elegido cualquier otro sitio.

En Plaza de Castilla, el hombre del abrigo azul se despide y se marcha.

viernes, 11 de enero de 2013

Investigación abierta



Investigación abierta : Veo el camión con la grúa desde la que dos operarios desmontan los adornos navideños. Detrás, un coche de policía municipal. Con la protección que ofrece hacer algo a plena luz del día, trabajan con cuidado, como si buscaran huellas : comparto sus sospechas porque cada año me despierto con la calle (mi calle) completamente decorada.

jueves, 10 de enero de 2013

La lista de Eva



La lista de Eva : Es bastante probable que Eva, cada vez que pase por el mostrador de las manzanas, se quede mirando las que están en bandejas. A mí también me pasa. Supongo que recordará cómo era todo antes de que probaran y apuraran las manzanas en aquella noche : cines, cenas, tiempo para leer, para pasear, para ellos. Si, después de pensarlo, coge la bandeja, como yo hago, no es por imaginar que al morderlas vaya a ser todo como antes, sino como recuerdo : no de lo que hacían, sino de cómo eran. Eva después mira su lista. Yo también : me quedan esas patatas que tanto les gustan, los yogures líquidos con sabor a miel y las pizzas caseras que siempre me piden.

miércoles, 9 de enero de 2013

Nidos




Nidos : Antes de decidirse, habló con los amigos.

Unos le dijeron que hacer un nido en el patio de un colegio no era una buena idea : a los niños les encantaba derribar cualquier cosa que vieran en una rama. No, insistían. Además, en un árbol sin hojas estarás más expuesto. Tienes que cuidar de tu familia y lo que pretendes es una locura. Tan a la vista. En un patio en el que resulta tan fácil encontrar una pequeña piedra. Eso le dijeron.

Había otros amigos, tan buenos como los primeros, que lo veían de otra manera. ¡Genial!. Construir un nido en el patio de un colegio es lo mejor que puedes hacer. Seguro que te ven los profesores y te conviertes en un ejemplo perfecto para los más pequeños. La profesora señalará hacia la ventana y dirá : “Ahí tenéis un nido de verdad”. Eso te protegerá. No serás un nido cualquiera, serás el nido del colegio. Eso le dijeron.

Los dos tenían razón. Estuvo pensándoselo varios días. Una tarde se fue a volar por los patios vacíos del colegio. Era un placer disponer de todo ese espacio y poder jugar : meterse por los aros de las canastas o cruzar directamente de una portería a otra. Ahí tomo la decisión. Cuando fue al árbol que había elegido descubrió que ya habían construido el nido. Entonces pensó, como yo tantas veces, que, efectivamente, era un blanco muy fácil para las piedras.

martes, 8 de enero de 2013

El revisor y la niebla




El revisor y la niebla : Hago el recorrido por las habitaciones. A Daniel le leo “El señor Boemondo”, de Rodari. Buenas noches. Buenas noches, me responde. A Lucía, “El trenecito”, de Rodari. Buenas noches. Buenas noches, me responde. Termino en el cuarto de Bernie, el hámster, que a estas horas ya está calentando para subirse a la rueda y pasarse media noche quemando calorías.

-Hola – dice Bernie.

Normal : después de leer a Rodari, uno es capaz de escuchar a los animales domésticos hablar. Solo te sorprendes la primera vez.

-Ya se, ya sé – me adelanto – Tienes la jaula hecha una mierda.

Bernie mira a derecha y a izquierda, como si no hubiera nada más elocuente que aquello que señala con su hocico. Podrían caerme un par de años por tenerla así.

-Me he quedado sin arena – le digo a Bernie, lo que es cierto.
-Te has quedado sin arena – me responde con ese tono con el que viene a decirme : cuando la gente se queda sin algo, va a comprarlo.

Lo sé. Para hacer algo (los ojos negros de Bernie caen como plomo fundido sobre mi conciencia), le coloco un biscuit pour rongeurs del Carrefour.

-Aux fruits – le digo, para que vea que no le compro cualquier cosa.
-Met vruchten – responde algo desanimado.

Es entonces cuando tengo una buena idea. Sin decirle nada, abro el libro de Rodari que tengo en la mano y le leo el título del cuento : “El trenecito”. Bernie se acerca y coloca las patas en los barrotes, como si quisiera escuchar mejor.

Es un gran cuento en una hoja. Todos los que necesitan una trilogía para contar su historia deberían leer narraciones como ésta. Es la breve historia de este pequeño tren, con un maquinista que a veces detiene el tren en medio de los campos y trepa a los árboles para robar peras y un revisor muy especial :

“Cuando hay niebla y no se ve nada, el revisor se coloca detrás de los niños y les va diciendo lo que debería verse. Hace tanto tempo que hace ese viaje que se sabe todo el paisaje de memoria : “A la derecha” – dice – “hay un campo de maíz, a la izquierda, una niña rubia agita un pañuelo rojo. A la izquierda está el lago”

Cuando termino el cuento, Bernie coge un trozo de biscoto per roditori (se ha vuelto un italianófilo convencido, claro) y me pide que se lo lea de nuevo. 

lunes, 7 de enero de 2013

Pura magia




Pura magia : Estos días, después de cenar, seguimos uno a uno los programa de Dynamo el mago. Le vemos caminar sobe el Támesis, meter un móvil en una botella de cristal, saber en qué persona estás pensando, bajar andando por la fachada de un periódico, conducir un coche con un casco cubierto de cinta aislante, tocar a una persona en la espalda y que sea su pareja la que lo note o conseguir que una púa de guitarra se mantenga en equilibrio sobre una baqueta en vertical apoyada en una guitarra que se sostiene horizontalmente sobre una silla por el mástil.

Pero me parecen mejores magos los que son capaces de sorprenderte a pesar de que te sepas el truco. Éste, por ejemplo, que comienza con Lucía pidiéndome que le quite el queso a la hamburguesa porque se mancha los dedos. Le separo la parte de arriba y con un cuchillo (ha tenido suerte porque he pedido ensalada y tengo cubiertos) se la limpio. No soporta tener los dedos sucios o mojados : si por la mañana ve una gota de agua cayendo por su vaso de zumo me la señala con un gesto silencioso de aristócrata inglesa (la aristócrata que, estoy seguro, fue en otra vida). Hay que tener paciencia con Lucía, pero esa paciencia tiene su recompensa. Vamos con el truco. Cuando nos estamos vistiendo para marcharnos, se pone su abrigo y se abrocha (algo que no suele hacer) porque sabe que afuera hace frío, mucho frío. Sus dedos, finos, se mueven sobre el abrigo y, uno tras otro, van surgiendo, dorados, los botones. Ya sabemos el truco : hay un ojal y, escondido, el botón. Pero la suavidad con la que lo hace Lucía hace de ello algo distinto, como si no hubiera ni ojal ni botón debajo, solo su voluntad de que vayan apareciendo. 

domingo, 6 de enero de 2013

Silencio, se recuerda



Silencio, se recuerda : Nos terminamos una botella Magnum de “Habla del silencio” en la sobremesa de la comida del día de Reyes que, como  todos los años, cierra las Navidades. Los niños, después de jugar con cierta urgencia (ya van percibiendo que el verdadero problema es el tiempo), se ponen a ver “E.T.” en la televisión del salón. El tamaño de esta Magnum hace que todo parezca más pequeño : las tazas de café, la tarta y hasta yo mismo, volviendo a los trece años que tenía cuando se estrenó la película. ¡1982!. Recordamos las colas que se creaban para comprar las entradas y que eran la esencia del cine. ¡Treinta años de aquello!. Echo de menos esas colas porque en ellas se compartía esa misma excitación con la que los niños ayer se fueron a la cama : formábamos la mecha que necesitaba la película para reventar la sala. Ahora todo es práctico y rápido y las únicas colas que se ven son las de las descargas en el emule. No es de extrañar que la mayoría de las películas parezcan de fogueo, como si nuestra disolución en lo individual nos hubiera hecho invisibles a unos directores que ya no tratan de ver quién la tiene más larga. Es entonces cuando los que seguimos en la mesa nos quedamos callados, tratando de acorralar la idea que nada por el río con unas cuantas palabras precisas que no encontramos.

Es bastante probable que no fuera así, pero recuerdo que poco después del estreno, en unos puestos que montaban en la calle la noche de Reyes, mi padre me compró una figura de E.T. Era bastante tosca, pero eso no me importó : durante mucho tiempo me conectó con todas las escenas de la película que me habían impresionado.

sábado, 5 de enero de 2013

Operación aceptada



Operación aceptada : El lugar está en la zona más alejada del aparcamiento. El que acude, sabe lo que va a encontrarse. No se le puede echar la culpa al azar. Aunque nadie hable de ellos abiertamente (no es un tema que se trate en las conversaciones), lo normal es visitarlo unas dos o tres veces por mes, cuando ya no puedes más. Llegas sin prisas y esperas a que una se quede libre. Apenas hay mucho que decir. Ella repite lo mismo cliente tras cliente mientras tú sabes exactamente dónde tocar para que se suelten los cierres. Te gustaría que su cara reflejara alguna emoción, pero sólo ves cifras. Te dice el precio. Tú calculas. Ella, después de ver su tarjeta, acepta la operación. Es mecánico. Miras detrás para ver si hay alguien más esperando y tener que agilizar el proceso. Nadie. Te pones la protección. Apenas hay tiempo para los prolegómenos de una penetración mecánica. Empiezas a sentir el flujo en tu mano. Vuelves a mirar atrás. Piensas en cosas intrascendentes, como si no estuvieras ahí, hasta que con un golpe seco ella te dice que pares. Y paras. Se separa de ti. Te abrochas. Antes de marcharte te quitas la protección y la tiras al suelo, donde ves muchas más, como medusas en la arena.

viernes, 4 de enero de 2013

La pegatina del CDS




La pegatina del CDS : Técnicamente hablando, las cosas en esta estación de autobuses son mejorables. En el panel de mandos de los extractores, por ejemplo, hay trabajo que hacer : El que controla el del fondo está en posición manual, pero el de la entrada está en un estado intermedio entre paro y manual que parece anunciar la ausencia de mando para el extractor del centro, donde solo se ve un trozo de papel de celo con ese añadido blanco que señala que se ha llegado al final del rollo.

Debajo de los tres mandos hay una pegatina que pide el voto para el CDS y que sirve de clave para entender lo que sucede. Las cosas están así para que tengas la impresión de que los autobuses además de en un sitio, te dejan en una fecha; que puedes pedir un billete para Benidorm, 1972, sin más comentario por parte del tipo de la taquilla que el de recordarte que el precio lo tienes que pagar en pesetas.

Un buen antídoto frente a ese constante esfuerzo con el que la tecnología, como los vigilantes de guantes blancos en el metro japonés, nos empuja en el vagón del futuro. Uno debería pasearse por aquí cuando las cosas van demasiado deprisa para echarle unas cuantas piedras al reloj de arena. Los grandes autobuses aparcados tienen la contundencia de esas inmensas anclas con las que los barcos se fijan contra la corriente. 

jueves, 3 de enero de 2013

El tercer intento



El tercer intento : La precisión de los números del circo nos distancia de lo que vemos. No es lógico, pero es así : la precisión es esa playa de aguas tranquilas con la que soñamos durante once meses de trabajo y en la que no sabemos qué hacer cuando nos encontramos en ella, echando mano del Marca y de las pipas. El maestro de ceremonias nos explica que el león blanco que está en la pista todavía no está domado (pero parece sumiso al hombre que le ofrece trozos de carne con un palo); nos cuenta que el hombre tiburón tiene que reducir su ritmo para aguantar cinco minutos encerrado en una caja bajo el agua (pero apenas tarda en recuperarse); anuncia que el malabarista va a añadir una pelota más al número que hace encima de la moto (pero todas le obedecen, como seducidas por su sonrisa). Entonces llega el número de los funámbulos  y los dos primeros intentos del hombre de saltar por encima de su compañera y caer de pie fracasan, obligándolo a agarrarse con las manos a la cuerda. Antes del tercero, hasta el murmullo de los niños baja de intensidad y no es difícil suponer que, por un momento, todos los que hemos ido al circo estamos realmente ahí, pendientes de todos los gestos, de cómo ella agacha un poco la cabeza, de cómo él levanta un poco ambas manos, como si pudiera impulsarse apoyándose en el aire. Somos conscientes de la distancia al suelo, de su respiración, del ligero balanceo de la cuerda, de que sus sombras azuladas al fondo de la carpa también son las nuestras. Descubrimos, en fin, que es la aleta del tiburón la que le da vida al mar.

miércoles, 2 de enero de 2013

Carros abandonados



Carros abandonados : Entre una hoja de lechuga y una par de guantes de los que se usan para manipular la fruta, otra nota más para el responsable de un hipermercado : “Ya no puedo mantenerlo. Háganse cargo ustedes”.

martes, 1 de enero de 2013

Ritos paralelos




Ritos paralelos : Recibíamos el año nuevo con champán y zumo de naranja después de que mi padre nos despertara para escuchar el concierto. De esa tradición no ha quedado ni el amor por la música clásica ni por el champán, pero sí la costumbre de hacer zumo de naranja todas las mañanas. Un zumo en el que, creo, sigo repitiendo ese rito todos los días, de una forma íntima e inconsciente : el pasado parece gobernarnos con formas sutiles.

Esta mañana, mientras en la televisión del salón retransmiten el concierto de año nuevo, me tumbo en la cama con Daniel para ver un episodio de las Supernenas : una raza de monos con el cerebro desarrollado genéticamente trata de invadir la ciudad. Daniel, que se sabe el capítulo de memoria, me lo va adelantando. Esa ventaja que tengo sobre lo que va a ocurrir me proporciona un placer especial, como si los dos realmente tuviéramos el poder de anticiparnos a lo que va a suceder. Efectivamente, uno de ellos pilota un monstruo metálico. Efectivamente, otros atacan escupiendo desde el cielo.

Tal vez no haya tanta diferencia. Como dos cañerías que transportaran la misma sustancia.