sábado, 31 de agosto de 2013

Antropología de aficionado




Antropología de aficionado : Alguien, Intentando suavizar el oxímoron que plantea, ha pintado de blanco el cartel que anuncia la prohibición de poner carteles. Podría haberlo quitado, pero eso habría dado a entender que la pared está ahí dispuesta para todo el que quiera anunciar algo. La solución me parece elegante y el resultado, de profesional.

A pocas calles de distancia se puede encontrar un muro en el que se van acumulando anuncios de corridas de toros, fiestas en discotecas y consignas políticas en el que un tipo sonriente, mirando hacia el horizonte (el suyo, no el tuyo) te pide el voto para un puesto que ya dejó atrás con sus correspondientes escándalos.

Me parece bien que coexistan estas dos formas de enfrentarse a un muro para que, dependiendo del día, te sumerjas en la contemplación zen de una superficie en blanco o eches un vistazo a la historia viva del pueblo para hacer un poco de antropología de aficionado.

Pero hoy, viendo los preparativos de las fiestas, mis simpatías van hacia este muro vacío. No entiendo cómo, año tras año, se sigue decorando las calles como las mismas banderas, cómo se montan las mismas atracciones, cómo se gasta el dinero en preparar otra corrida en la plaza de toros. Se me hace extraña esa rutina de la alegría, esa necesidad de que alguien desde fuera lo prepare todo y nos diga : ahora sí que, oficialmente, podéis divertiros.

Esquivando esas calles decoradas termino aquí, descubriendo el cartel y haciéndole una foto como el que encuentra una prueba de la existencia de esa realidad paralela que más de una vez ha intuido.

viernes, 30 de agosto de 2013

El sol se pone más despacio el viernes




El sol se pone más despacio el viernes : Para comprobar que el sol se pone más despacio el viernes, solo hace falta ir en coche a través de uno de esos paisajes de horizonte liso por los que a veces se cruza una señal, un árbol, un poste del tendido eléctrico con un penacho de hierba seca a sus pies.

Conviene ir sin prisa (la cena empieza cuando tú llegues) por un camino que las ruedas se sepan de memoria para poder prestar una atención distraída a todas esas cosas que no te necesitan para suceder. La puesta de sol, por ejemplo. Al sol le importa bien poco que estés ahí para admirarlo, en plan rollo tranquilo en Ibiza, o que te pille preparando dos tortillas francesas para la cena, en plan rollo nada tranquilo en casa. Toca atardecer y él se pone sin esperar al poeta que necesita un poco de inspiración o a la pareja que va a celebrar su aniversario.

Veo cómo el cielo se va cubriendo con ese color naranja que en las páginas de compra de entradas te indica que quedan pocas localidades. Tono "quedan pocas localidades", pues. Es bonito. La Naturaleza, cuando te esfuerzas por describirla, te abre los matices de su belleza.

Salto de la imagen del sol (a mi derecha) a la conversación con la conductora (a mi izquierda) sobre cosas del trabajo. Ese tipo de charla en el que se pasa de una anécdota a una queja como el que va sacando las cosas del lavavajillas y las coloca en su sitio para olvidarse de ellas. Cuando vuelvo a mirar al sol compruebo que apenas se ha movido. El matiz del cielo es "casi todo vendido". Parece haber derretido el punto del horizonte que tiene debajo. Poco más.

Regreso a la conversación, que sazono con unas cuantas palabras importantes (crisis, dinero, futuro) y algunas menos trascendentes (vino, fotos, libro). Hecha mi aportación, vuelvo a mi experimento con el sol. Sigue inmóvil. Un color "no hay entradas" fascinante, pero inmóvil. Tampoco me extraña. Los viernes yo mismo me demoro cuando termina la jornada: el resto de la semana se sale corriendo del trabajo para llegar a este momento, así que una vez alcanzado no hay por qué apresurarse. Igual que el corredor de maratón que parece frenarse unos metros antes de pasar por meta.

jueves, 29 de agosto de 2013

Algo que no le encargarías a Superman



Algo que no le encargarías a Superman : Dos dependientes atentos a su pantalla no llegan más lejos que yo con mi iPhone. Ellos miran, acuden a la estantería y me dicen que no encuentran el cómic. Yo consulto en el móvil los nombres de los autores, la editorial, y sigo fielmente el abedecedario hasta que llego a la G de Goodwin,Archie y saco, como si fuera el final de un truco, el ejemplar de "Alien" que buscaba. Me marcho contento de la librería porque puedo cumplir la promesa que le hice a Daniel de que se lo compraría. Ha sido en la tercera tienda, lo que le ha dado más emoción                                   
            
"Alien, la historia ilustrada", basado en la película, no es un cómic para niños. Eso ya lo sé, pero precisamente por eso se lo compro. Para que experimente esa sensación de estar leyendo algo que no debería tener entre las manos, la misma que yo buscaba cada vez que pasaba por el cine en el que estrenaron la película y al que no me dejaban pasar por su calificación “S”. Que los hijos superen a los padres y esas cosas.                                            
            
Porque si espero a que tenga unos cuantos años más es probable que lo que ahora es una historia fascinante con un monstruo indestructible se convierta en un mero paseo espacial en el que un bicho viscoso se merienda a la tripulación hasta que la del gato le da al botón del motor. Todo tiene su momento justo y tanta serie dañina de Disney Channel me hace sospechar que lo peor que puedo es darle precisamente lo que se supone apropiado para su edad.                                    
            
Que se fascine con Alien, pues, a pesar del pequeño chorro de sangre que cubren las dos páginas en las que el monstruo sale de la tripa de Kane y de cierto lenguaje inapropiado que se suele soltar cuando una máquina de matar de la que desconoces todo te persigue.
                                                                                                             
La tarde es buena y camino de una cena aprovecho para callejear y perderme un poco. Doy así con una calle en la que me encuentro con más tiendas de cómics ahora que ya no las necesito. Tomo nota de ellas porque si las sumo a las que ya he visto, obtengo una buena ruta para hacer con Daniel, al que quiero aficionar a este mundo. Tal vez su habilidad para el dibujo requiera otros modelos y esta pretensión mía sea como regalarle un disco de Motörhead a alguien que tenga inquietudes musicales, pero por probar este camino no vamos a perder nada.

Tienen buena pinta estas tiendas: me fijo en todos los detalles de lo que exponen. Me parece un mundo sugerente para un niño de nueve años. Todos esos superhéroes y sus poderes. Todas sus luchas eternas. Todas sus alianzas. Todo ese barullo de patio de colegio que se mantiene en pie porque lo aceptamos así y que se viene abajo con una pequeña pegatina: la de la empresa de seguridad que colocan en el escaparate junto a un dibujo tamaño real de Superman, como si puestos a defender lo nuestro todos supiéramos qué es lo que conviene hacer.

Justo la pegatina de la que hay que mantener alejados a los niños.                   

miércoles, 28 de agosto de 2013

La jaula de cristal y sudor




La jaula de cristal y sudor : Incluso en la ciudad, hay deportistas de verdad y de mentira. Yo, para andar sin rodeos, soy del segundo grupo.

A los de verdad los veo desde el gimnasio correr por la pendiente que tengo delante con la soltura y la ligereza del que avanza con una misión mientras yo sudo en la cinta como si estuviera rodeado de lava.

Lo que nos dicta la conciencia del esfuerzo es que salgamos, que nos unamos a ellos, que aceptemos los cambios de temperatura, de rasante, de velocidad, el verte a diez kilómetros de casa cuando estás agotado o torcerte un pie por un camino por el que no pasa nadie. Encajar el sufrimiento, añadir un poco de riesgo. Que el cerebro también sude. Esas cosas.

Pero nos quedamos en el gimnasio, en una farsa que aceptamos y que no criticamos, como si fuéramos todos del mismo partido y nos tapara la boca la obediencia a las siglas. No voy a decir que sea mejor quedarse en la cama que venir, pero sí que estos ejercicios esconden la trampa del sucedáneo.

Para que no le demos vueltas a la cabeza, tenemos música, pantallas con distintas cadenas y monitores que, cuando te ven desfallecer, se acercan corriendo a charlar para que no pienses qué haces aquí dentro:

-¿Viste cómo Pinkman rociaba de gasolina la casa de Walter?

La cosa suele funcionar porque los monitores saben de qué tienen que hablar con cada uno. Son muy buenos: creo que hasta se reparten las series para abarcarlas todas y poder decirte algo de "Aquí no hay quien viva" o de "The Wire", según toque. Ahí sí que son profesionales. A veces creo que igual que en Hollywood todos los camareros son actores en prácticas, aquí los monitores son aspirantes a guionistas. El día que alguien se desmaye en spinning o se parta el esternón con una pesa mal cogida, se verá si además saben de todo esto.

-Estaba jodido el Pinkman, ¿eh?

Pero jodidos estamos los de esta jaula de cristal y sudor viendo a los deportistas al aire libre ejercitarse con una profesionalidad de anuncio, envueltos en la lírica de la voluntad y con un sudor tan puro que podría embotellarse, mientras que el nuestro solo sirve para empapar una toalla que muchas veces no puede reanimar ni la lavadora.

En fin. Aquí seguimos. Sudamos, vale, pero nuestras ganas de aventuras siguen entre las sábanas de la cama, estirando un poco más el descanso. Como legalmente no está bien visto que acabemos con todos los deportistas que están del otro lado del cristal, lo que nos queda es esperar a que lleguen los días cortos, a que empiece ya el frío y solo queden los que no van a casa ni para descansar.

Cuando salgo hoy, ya está anocheciendo. Muy bien.

martes, 27 de agosto de 2013

Sobre las chocolatinas no se filosofa




Sobre las chocolatinas no se filosofa : Durante muchos años, las bolsas de chocolate que nos traían de Suiza eran Suiza: algo que uno se comía poco a poco, en una lucha entre el hambre y el cargo de conciencia del que va acabando con un recuerdo, como el que añade detalles a bolígrafo a las fotografías de la familia. Es lo malo de un país en el que se tiene familia y que se dedica a producir cosas que se comen.

Las bolsas terminaban vacías, pero tampoco voy a ponerme trágico porque estamos hablando de Suiza y la verdad es que había siempre más chocolates que recuerdos, por lo que,  al coger uno, a veces te venía a la cabeza el mismo o ninguno. No importaba. Se establecía una buena conexión entre el chocolate y la memoria, y no sé si a veces me comía uno por hambre o por morriña de esa tierra que he visto como mi Galicia particular.

Esa relación con la memoria empezó a romperse cuando empezaron a encontrarse las mismas bolsas por todas partes, como si hubiera un plan oculto para inundar el mundo de chocolatinas. Venían de Suiza pero ya no eran Suiza. El sabor era el mismo, si bien su capacidad para evocar detalles del país de las vacas con relojes iba disminuyendo con la misma velocidad con la que yo, liberado de esa culpa inicial, me las comía de dos en dos, de tres en tres, peladas y sin pelar. La anorexia de la memoria quedó compensada por el  tamaño de mi tripa.

Me iba alejando de Suiza.

Estas no son cosas en las que uno piensa cuando echa gasolina o se pone a preparar la cena. Ni siquiera sabe que han sucedido así hasta que hoy mi madre me trae una de esas bolsas tras pasar dos semanas por Suiza. Las bolsas son para los mellizos, pero eso no impide que le dé un par de vueltas al tema después de dejarlas en la nevera. Supongo que acabaremos comiéndolas porque tampoco son rosas, y ya lo afirmaba Goethe : “Sobre las rosas se puede filosofar, tratándose de patatas hay que comer”

lunes, 26 de agosto de 2013

Fortaleza interior




Fortaleza interior : Vencemos un ataque de pereza y decidimos ir a cenar a un restaurante de Chueca. Con hijos, el diámetro de la ciudad que terminas abarcando es bastante pequeño: no existe ninguna limitación objetiva, pero te ves buscando aquellos sitios que se encuentran cerca de casa. Nuestra pereza, por ejemplo, tiene las dimensiones de ese diámetro y descubrimos que, aun sin hijos, las primeras opciones que se nos ocurren para cenar no van más allá de esa línea que tenemos marcada en el cerebro. Damos un pequeño salto sobre la frontera y nos vamos a Chueca.

La reserva es a las nueve y media y como en agosto apenas hay tráfico, llegamos con tiempo de dar una vuelta. Siempre hay algo en lo que fijarse porque aquí hay vida, aunque sea la del escaparate de una sex-shop donde exponen los maniquíes de un hombre y de una mujer sin ropa. El del hombre solo lleva puesto un calzoncillo, así que resulta imposible no fijarse en él. Y me fijo.

Y mientras me fijo, me doy cuenta de que es bastante probable que los maniquíes vestidos que viven en los demás escaparates no lleven ropa interior. Se exponen completos pero fallan en lo básico, por lo que básicamente están desprotegidos. Este del calzoncillo, por el contrario, parece seguro de sí mismo: tiene los puños cerrados con fuerza y el cuerpo ofrecido al curioso, como desafiando a aquellos que piensan que no hay nada peor que quedarse en calzoncillos.

Me marcho con la sospecha de que tengo que hacer una limpieza urgente en mis cajones, que la amplitud de ese diámetro en el que te mueves también depende de lo primero que te pones al salir de la ducha. Ahí está todo. La piedra sobre la que edificas el resto del día.    

domingo, 25 de agosto de 2013

Redes de secano



Redes de secano : Ya quedan pocas tardes con un sol como éste, así que extendemos el toldo como el que lanza las redes para atrapar todo el color que sea posible. También hay que ir despidiéndose de la pequeña piscina y de sus contrastes: la inmovilidad de los que toman el sol en las tumbonas de plástico y la agitación de los niños, que no dejan de improvisar juegos con los que medir sus fuerzas. Entre esos dos extremos se mueve el verano.

Estamos en la mesa sin mucho que decir. Se acaban también estos momentos que no hay que llenar con ninguna conversación.

Sí habría que conservar la intuición que vive bajo este sol : las cosas no necesitan imponerse, les basta con sugerirse.

sábado, 24 de agosto de 2013

El código de los globos



El código de los globos : Gimnasio tres días a la semana para este momento: cojo los globos de la bolsa, los lleno con dos golpes de pulmón y luego les hago un nudo, prieto como el de un chorizo, para que no se escape nade de aire. Aire sano envasado. ¡Ja!. Si hubiera comprado más bolsas, los habría inflado uno tras otro hasta crear una nube multicolor que se hubiera visto desde el espacio. Y más globos y los habríamos atado a todas partes provocando que la misma tierra se hubiera desplazado de su eje.

Los mellizos me miran. Llenar los globos así es una forma de decirles que todo va bien y así va a seguir aunque haya que ir tres días cada semana al gimnasio. 

viernes, 23 de agosto de 2013

El pastelero de Carver




El pastelero de Carver : Nada habría pasado si yo no fuera despistado y la dependienta de la pastelería no hubiera sido incompetente.

El nombre que me habían dado como referencia pertenecía a otra pastelería y yo dije que sí sin prestar mucha atención, pensando que era el de la que voy a primera hora, antes de ir al trabajo. Una vez dentro, envuelto por el olor a bollos y pasteles, me doy cuenta de que ésta es una de las mejores formas de empezar un día. Especialmente si es uno de esas jornadas en las que te pueden caer marrones de todas partes.

Ahí me encuentro con varias tartas de chocolate. Cualquiera habría valido, pero Lucia sabe bien la que quiere : una con un bizcocho suave. La dependiente se acerca y le pido que me explique de qué está hecha cada una. La pregunta le sorprende. Alguna vez, supongo, lo supo. En otras circunstancias, le habría dicho que cualquiera me valía porque no soy de los que disfrutan viendo que alguien lo pasa mal y menos si se trata de una dependiente guapa y menos un viernes por la mañana porque, al fin y al cabo, el chocolate es chocolate. Pero Lucía, en fin. Insisto. Ella se marcha a preguntar.

Llega el pastelero. Vestido de blanco y con un gorro que hace que al instante me caiga bien. Ayuda bastante que sonría y que se acerque a las tartas como si agradecería que alguien quisiera saber qué llevan. Igual que esos futbolistas que vuelven al campo vacío a contarle al periodista todos los pasos que le llevaron a meter un gran gol. Me detalla cada una de ellas con cuidado porque hay gente que no hace el trabajo para salir del paso. Al final me decido por la que creo que Lucía hubiera elegido.

Entonces el pastelero me pregunta si quiero que escriba algún texto. Me lo tiene que decir dos veces porque la primera vez, pensando que no había nada más que hablar, había vuelto a ese territorio en el que cultivo mi despiste. Le contesto que sí, le digo los nombres de Daniel y de Lucía y los años que cumplen.

Y en ese instante me descubro dentro de un cuento de Carver. No es que lo recuerde. Estoy dentro de él. Es probable que después de mí entre una madre a encargar una tarta con otro texto. Ya sé lo que dirá el texto. Ya sé que el niño del cumpleaños tendrá un accidente. Ya sé que el pastelero llamará varias veces a la madre para decirle que la tarta está lista. Ya sé que el niño morirá. Ya sé que los padres irán finalmente a la pastelería para que acaben esas llamadas insistentes. Ya sé que el pastelero se disculpará, que compartirá su dolor, que les sacará unos pasteles del horno para que los prueben porque eso es lo único que puede hacer.

jueves, 22 de agosto de 2013

Raulista de conveniencia




Raulista de conveniencia : Cruzo La Castellana una hora antes de que empiece el homenaje a Raúl. Veo a un madridista con el siete a la espalda y dejo que regresen algunos recuerdos en lo que espero que el semáforo se ponga en verde. En casi ninguno aparece Raúl directamente : está mi padre, poco amigo de Raúl, a mi izquierda y esa pareja de raulistas convencidos a mi derecha. A mí me gustaba sacar el comentario preciso para animar la conversación como el árbitro que lanza el balón al aire después de una falta y luego se retira unos pasos atrás. Si veía que el equilibro de fuerzas se rompía, me ponía de la parte más débil para mantener el juego también en la grada. Nos pasábamos buenos partidos así, buenas risas. Si pudiera revivir aquello, sí que sería yo el que vestiría esa camiseta que veo. Pero es que la muerte es así de puta y, además, mi corazón ya se lo di a Zizou. Verde.

miércoles, 21 de agosto de 2013

La bienvenida de las cebollas




La bienvenida de las cebollas : Abro la nevera, pero no la encuentro en el punto en el que la dejé. El frío ralentiza el tiempo, pero no lo detiene: algunas cosas hay que tirarlas, como ese cartón de leche que dejamos casi lleno o un par de huevos a los que se les pasó la fecha hace un par de días.

Las cebollas son una excepción. Está ahí, listas, como si estuvieran esperando. Las que no tienen una fecha impresa en la piel son las que más aguantan. Esa piel tersa que parece decir : mira, nos hemos apañado bien sin ti.

martes, 20 de agosto de 2013

Nadie arranca la etiqueta de un tirón




Nadie arranca la etiqueta de un tirón : Hay valientes (e irresponsables) que piensan que pueden pasar de la playa a la mesa de la oficina en unas cuantas horas. Cargan el coche, se detienen solo para ir al baño y en unas horas ya están en casa, revisando los mails en el portátil para presentarse en el trabajo a la mañana siguiente sin tiempo que perder.

Pero las cosas no son tan sencillas. Pasar de las vacaciones al trabajo requiere un tiempo de descompresión. Si no se respeta, es bastante probable que uno explote por dentro sin darse cuenta y continúe con su vida normal sin ser consciente de que, básicamente, está muerto.

Hay que tenerse un poco más de cariño y escucharse un poco. Igual que uno no se planta en la playa con el mismo aplomo el primer día que pasada una semana, obligado a vencer una inercia de traje y corbata que no reconoce las primeras olas aunque te cubran los pies, lo mismo sucede con el proceso contrario. Con esa decisión de romper bruscamente con la sombrilla y el chiringuito y los cubos de plástico, uno se lleva el cuerpo pero se deja lo fundamental de sí mismo tumbado en la toalla, como si todo el año fuera agosto.

Esas cosas hay que hacerlas con más tacto, como cuando se quita la etiqueta con el precio de un regalo. Si se hace con paciencia, acaba saliendo, pero si se abandona uno a las prisas, solo arranca un poco, dejando el resto como prueba de que no fuimos muy cuidadosos con el regalo, lo que acaba diciendo más de nosotros que el propio regalo.

Con suavidad, pues. Poco a poco. Podemos marcharnos, sí, pero rascando con cuidado con la uña para arrancarnos suavemente de la playa, del sueño sin despertador, de las comidas con vino, de los caprichos en los puestos del paseo. Así, poco a poco. Nos metemos en el coche pero damos varias vueltas alrededor de nuestro hotel, como buscándonos en la playa antes de meternos en carretera.

Y ya en la autovía, conviene pararse bastante a menudo en las gasolineras con cafetería. Igual que ofrecen los lavabos o una tienda con artículos básicos, ahora han dispuesto unas mesas y unas sillas para que te sientas como si estuvieras en un chiringuito. En vez del olor a mar, te llega el de la gasolina y si quieres comer algo, no esperes un plato de calamares, solo un sándwich de atún. No importa. Quédate ahí un rato, combinando los dos mundos. Dándote tiempo a alcanzarte a ti mismo, a arrancar la etiqueta un poco más, a descomprimirte. 

lunes, 19 de agosto de 2013

El delantero de las manos en los bolsillos




El delantero de las manos en los bolsillos : Aunque me fijo en las banderas con la cabeza de un león sobre los colores de Jamaica, y me sumerjo en el olor dulzón que cubre la playa, y leo sobre  el Rototom en el periódico, y me paro a escuchar la música que emiten los altavoces montados en una tienda, y observo a los grupos que protegen sus rastas bajo las sombrillas y a los que no las protegen tumbados en la arena, no me hago una idea de la filosofía de este festival.

Me sé la teoría, pero no la hago mía hasta que esta mañana, paseando, veo a un hombre con barba charlando con la gente de la playa con el aire despreocupado de un poeta buscando la inspiración sin prisas. Lleva puesta una camiseta del Madrid con el 7 de Butragueño a la espalda. Me giro para comprobarlo : efectivamente, el 7, y, encima, Butragueño. La camiseta está entera y hasta conserva ese tomo morado de las letras.

Supongo que no le tratarían igual si vistiera una de esas camisetas falsas que por la noche venden en los puestos clandestinos. Neymar. Messi. Benzema. Ronaldo. Con ellas te debe entrar cierta urgencia de tiburón. Pero lo de Butragueño era distinto. Hay que recordarlo en esa famosa delantera, en esos tiempos en los que lo que se valoraba no era la mirada de piedra, sino cierta tranquilidad en la que iba acumulando la energía que luego soltaba, como el que despreocupadamente va enrollando la cuerda alrededor de la peonza para hacerla bailar en el momento justo.

domingo, 18 de agosto de 2013

Una oficina en la arena




Una oficina en la arena : Daniel y yo queremos dar un paseo por el mar en la banana gigante de plástico. Nos hemos fijado estos días desde la orilla y parece divertido : una lancha la lleva de un lado a otro y de vez en cuando gira bruscamente para tirar a los que van encima y dejar los puntos rojos y amarillos de los chalecos flotando en el agua. Si permito que Daniel tenga que insistir un poco antes de ceder es para ganar unos cuantos puntos, porque yo soy el primero que quiere probarlo.

Me paso por la caseta para informarme. La puerta está cerrada. Doy un rodeo y veo a un hombre y a una mujer sentados en la arena. Él es el que pilota la lancha. Me mira desde abajo como si no hubiera mejor sitio para estar. Y tal vez tenga razón : el mar, el sol, y los clientes acercándose mientras tú te relajas mirando el horizonte.

-Es necesario un grupo mínimo de seis personas para salir a dar un paseo – me dice.

Le cuento que nosotros somos dos, que si hay alguna forma de arreglarlo. Claro, dice, nos dejas un número de móvil y te llamamos. Le pregunto si hay problemas en crear grupos y me dice que no, que no hay problemas. Ella se gira a por una libreta gruesa, la abre, y anota mi móvil y mi nombre con buena letra. Ese gesto, no sé por qué, me basta para convencerme de que ya está todo hecho.

Supongo que habrá mucha gente que, al llegar una mañana de noviembre a la oficina, se diga que tiene que hacer algo para cambiar su vida. El hombre, que se despide levantando la mano, parece ser de los que después de decírselo, diseñó un plan y, ya puestos a cambiar totalmente de vida, decidió apostarlo todo al que más le apetecía, al más absurdo, al que le debería llevar a estar una mañana de agosto sentado en la playa, esperando a los clientes

sábado, 17 de agosto de 2013

La lectora del códice




La lectora del códice: Otra buena razón para levantarme pronto es ver en la pastelería el expositor con todos los periódicos ordenados y con varios ejemplares. Una imagen importante para construir mi verano. Ahí coincido con más gente que, como yo, acude para comprar el desayuno y llevarse el periódico. Lectores quizás acostumbrados a informarse en Internet, pero convencidos de que en la playa hay que dejar atrás la pantalla e irse de vacaciones al papel.

Hoy, una mujer, con gafas de sol y un perrito atado a su silla, tiene desplegado el periódico encima de su mesa, junto al café. Lo lee con una atención que resulta fascinante. Como si fuera el momento más importante del día. A su lado los relojes deben ir más despacio. Lleva el pelo recogido en una coleta y es probable que tenga mi edad. La veo pasar las páginas con el cuidado del que tiene en sus manos un códice. Me pregunto si manejará su vida con esa intensidad que parece ajena a lo que la rodea. 

viernes, 16 de agosto de 2013

Happylandia




Happylandia : Los edificios, altos y estrechos, cada uno con su nombre, parecen buscar la independencia con lo que los rodea. En cierto modo lo logran porque, en sólo unos días en este apartamento, ya siento la diferencia entre mi bloque y los demás. Mi bloque, tengo que admitirlo, está por encima del que tenemos enfrente.

El bloque de enfrente es entretenido. Si no leo más (me limito a twitter, qué pena de verano lector) es porque me gusta apoyarme en la barandilla de la terraza y desde la altura de este séptimo piso, fijarme en los vecinos que tengo enfrente. No es espiar porque cuando uno hace la vida en la terraza, sabe que se expone a que lo miren y, en cierto modo, se ofrece a ese análisis curioso. Cada terraza es un capítulo : uno pinta la barandilla de color naranja (no sé si es el oficial del bloque), otro mira la televisión con una inmovilidad que me obligaría a llamar a urgencias, otros comen en una mesa inmensa que se demora en una eterna sobremesa, una mujer plancha concentrada, unos niños se pasean disfrazados (de pingüino y de Harry Potter), una chica joven se queda mirando un pequeño sofá y lo mueve, lo mira, vuelve a moverlo.

Un bloque entretenido por el que siento un afecto literario que desaparece cuando sobre las siete ponen la música como si no existiera nadie más, como si mandaran un mensaje a otras civilizaciones (sospechando que el de la sonda no ha llegado a su destino), como si con esas ondas buscaran destrozar a los demás edificios volviendo sordos a sus habitantes. Conmigo casi lo consiguen por el volumen y la selección : “The Final Countown”, “Gangnam Style”, “El baile del gorila”. Lo peor del verano presentado por una voz que se debió educar anunciando muñecas chochonas en las ferias.

Nuestro bloque, por el contrario, es tranquilo. Hasta la socorrista de la piscina parece más preocupada por mantener un nivel bajo de gritos, como si no le importara que nos ahogáramos siempre que pidiéramos ayuda en voz baja, en un susurro educado.

A las siete, pues, se enfrenta el silencio refinado de nuestro edificio con el ataque sonoro y de mal gusto del de enfrente. Hoy la excusa es una fiesta de disfraces para los niños. La narran con una pasión que parece buscar que, después del FIB y del Rotatom, a esta zona se la conozca por este concurso de disfraces. Esos gritos deben haber alejado la pesca hasta las aguas de Italia.

Tras atender de forma obligatoria a todo el concurso, cuando llega el momento de anunciar al ganador (eloúnico que despierta mi interés), se comunica que, tras una larga deliberación, los miembros del jurado han decidido que los ganadores son todos los niños.

Happylandia.

Las nubes se abren en ese momento para que surjan unos bonitos rayos de sol. No sé si interpretarlo como una bendición a esa solución o como la advertencia de que, con estas ñoñas decisiones, no vamos a ningún lado.

En nuestro edificio, esas cosas no pasarían.

jueves, 15 de agosto de 2013

Cemento en el cerebro



Cemento en el cerebro : En la entrada de una de las torres levantadas junto a la playa, los ladrillos están expuestos para que puedas ver el interior, como mostrando su calidad. Siempre se habla del ladrillo, así, en singular, como si fuera un concepto intangible, matemático o filosófico. La definición de este país, la raíz del mal de la economía, la causa de la alucinación en la que hemos vivido durante muchos años. Es bueno dejar toda esa abstracción de lado y poder tocarlo, meter un dedo dentro y comprobar, como hago, que no muerde. El ladrillo, amigos, es inofensivo. El problema está en los que construyeron estas torres tan feas: en su cabeza, por lo que se ve, no había hueco ni siquiera para que pasara un poco del aire fresco del mar.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Un año clavado en la arena




Un año clavado en la arena: En la playa, aunque uno piense lo contrario, todo transcurre rápidamente. Basta con levantarse pronto y ver cómo, igual que cantaban los Crowded House, se suceden las cuatro estaciones en un día con esa quieta velocidad a la que hacía mención Eloy Tizón en uno de sus cuentos.

Las sombrillas de playa, fijas en la arena, reproducen todo ese ciclo en nueve horas. Sobre las ocho y media, con solo el tronco y el sombrajo, peladas, son la representación del invierno. Luego les salen las primeras toallas, bolsas de playa o periódicos con el último fichaje. Frutos típicos de la primavera que rompe en verano cuando surgen, a cientos, las tumbonas, las bolsas de patatas, las chanclas cubiertas de arena y las gafas de sol. Un verano largo que deja paso al otoño cuando la arena se vacía, el sol se pone, y en la arena apenas queda un nostálgico como tú, de los que quieren percibirlo todo por si fuera a desaparecer. ¡Como si eso fuera posible tras este continuo y excitante elogio al cambio!

martes, 13 de agosto de 2013

Demasiado teatro en el área pequeña




Demasiado teatro en el área pequeña : Cambiamos el Fringe por el Rototom. Los edificios de piedra por unas construcciones que se debieron planificar y construir con los ojos cerrados. El sándwich del Greggs por la hamburguesa del Pinguins. El chubasquero por la toalla. El bullicio de las compañías de teatro por las fiestas infantiles en la sala de la comunidad de al lado. Las libras por los euros. La distancia por los titulares deportivos. La cámara de fotos por la pala de plástico. El césped del parque por el de la piscina. La mirada tensa del vigilante del pub por la relajada de la socorrista. El olor a gel de hotel por el de la crema para después del sol; el de cerveza por el de mar. El paso rápido hacia los venues por el paseo tranquilo hacia las olas. La exigencia de cada día por la entrega al despertarse. El silencio por los programas infantiles. El frío del atardecer por el bochorno que no calma el paseo. La Castle St por la Avenida Ferrandis Salvador.

Pero cuesta verse aquí cuando no nos hemos ido del todo de allí. En el partido de futbolín que jugamos después de cenar, Lucía mantiene al portero al revés durante todo el tiempo. Así estamos todos: deberíamos tener ya los pies en el suelo, pero el cuerpo nos sigue pidiendo teatro. No dejan de entrar goles, claro, pero no podemos parar de reír.

lunes, 12 de agosto de 2013

Un pequeño rodeo de doce años




Un pequeño rodeo de doce años : La última vez que vinimos al Fringe fue en el 2001. Vimos 18 obras, de las que recuerdo “Medea”, “Three dark tales” y “The notebook”. El descubrimiento del festival de ese año fue Gregory Burke, el escritor de “Gagarin way”, cuyo último trabajo había sido de controlador de los cartuchos de tinta en Lexmark. Se me quedó ese detalle porque me pareció un salto lógico: el futuro no dejaba de pasar por delante de sus narices, como los platos en algunos restaurantes japoneses.

Algunas cosas más de ese año: El precio medio de una entrada era de 10 libras (este año ha subido a 15); Lizz Francke, director del Festival Internacional de Cine de Edimburgo, aprovechaba una entrevista para recomendar a Lorrie Moore, de la que compré “Anagrams”; el Scotsman titulaba “Foreign prostitutes flocking to Edimburg Festival”; y descubrí que en el Waterstones se podía comprar el Marca. Comidas, venues, paseos y días de lluvias.

Doce años después hemos vuelto y la impresión es que hemos retomado todo donde lo dejamos. Como si apenas hubieran pasado unos meses. Hemos asistido a menos obras, casi todas infantiles, y el gasto, al ser cuatro, ha sido bastante más alto que en el 2001. No importa: descubrirles a dos mellizos de nueve años que algo como el Fringe existe es una de las mejores formas que se me ocurre de gastarse el dinero. Les hemos dado el arranque de una historia a la que espero que le vayan añadiendo futuros capítulos.

domingo, 11 de agosto de 2013

Aquí arriba las calles se vacían




Aquí arriba las calles se vacían : En Edimburgo me gusta fijarme en las cañerías que salen de sus edificios de piedra. En muchos casos podrían haberse cubierto o solucionado el problema de una forma que no las hubiera dejado tan al descubierto, pero parece haberse elegido esa opción como un recordatorio de todo lo que fluye por dentro: una incisión en la piedra para mostrar esas venas metálicas en un detalle de intimidad.

Inmersos en el Fringe, adquieren un significado adicional, representando todo lo que pasa en pequeñas locales de los que no llega nada al exterior. Las calles se vacían, comienza a hacer frío y algunas ventanas sin cortinas se iluminan. En decenas de salas se suceden las obras. Quizás baste con acercar el oído a algunas de esas cañerías para escuchar lo que allí pasa.

sábado, 10 de agosto de 2013

Al calor de un escaparate




Al calor de un escaparate: Decir que mi calle favorita de Edimburgo es la Cockburn St no aporta demasiado porque no se trata de un rincón oscuro asociado a una leyenda interesante, qué va. La Cockburn, que sale de la rotonda en la que termina el Waverley Bridge, es una calle sinuosa y ascendente que va a parar a la Royal Mile en el punto en el que se reúnen todos los actores novatos y sus compañías novatas. Precisamente por eso, es la calle que recomendaría para asomarse a la Royal Mile cuando se llega al Fringe de Edimburgo porque sus locales, además, son una buena introducción. Pero allá cada cual.

Además de ese recorrido práctico, mi relación con esa calle es semejante a la de los niños con esas cajas que en Navidad esconden un chocolate detrás de cada día. Aquí no hay ni Navidades, que estamos en agosto, ni chocolates ni leches, pero la imagen todavía sirve si detrás de cada local coloco una historia. Y es que cada vez que venimos nos vamos vinculando a una tienda o a un restaurante a través de un hecho o de una anécdota (soy de los que cumplen las normas, así que dejaremos en esto la historia). Una gran foto, que lo es, de un hombre descargando cerveza delante de “The Malt Shovel”. Un par de libros en la tienda de fotografía que ahora ocupa otra de objetos vintage. Cosas así.

Esta vez nos acordaremos de una cena en “Dello´s kitchen” y de la botella de vino que compré en “Mama said”, la tienda de enfrente, para acompañarla porque no servían alcohol pero no prohibían beberlo si te lo traías. Así que, ni pensarlo. Y de las compras en “Lava”.

Pero el momento especial se da esta noche a las nueve y media frente a la “Cutie House” una tienda en la que nos hemos parado varias veces para ver las figuritas de “Mi vecino Totoro” que exponen. Ya ha anochecido y del escaparate de la tienda, con una fachada de madera blanca que necesita un buen lijado y un par de capas de pintura, sale una luz perfecta que parece decir: si tienes frío, solo tienes que acercarte un rato. 

viernes, 9 de agosto de 2013

Sin riesgo, no hay Fringe




Sin riesgo, no hay Fringe : Hay muchos consejos que se pueden dar al que llega al Fringe y quiere saber qué espectáculos ver. Puede uno fiarse de las salas (Assembly, Pleasance, Traverse..), de las críticas (de The List o de The Scotsman, por señalar dos) o del boca a boca (que acertó plenamente este año con los consejos de una familia catalana de ver “Cumbayon” y “l'Après-midi d'un Foehn”), por citar tres criterios.

Siempre hay formas de orientarse, pero en última instancia es aconsejable dejar un hueco al azar o a la intuición, porque el Fringe, por definición, no se deja atrapar. Este año, por ejemplo, acabamos viendo el espectáculo que más nos gusta por un error. En el primer intento de comprar las entradas de “l'Après-midi d'un Foehn”, el chico del mostrador se fijó en la primera parte del título “Crying Out Loud presents l'Après-midi d'un Foehn” y marcó las de “Crying Out Loud presents Flown”, que saltó los controles porque ambas se representaban a la misma hora.

Así que terminamos hoy en el Underbelly, en Bristo Square, asistiendo a “Flown”,un espectáculo de “Pirates of the Carabina” en formato de circo que nos sorprende por la originalidad y fluidez de los números, por la presencia de distintos personajes, por el ritmo, por el humor (de varios colores), por las acrobacias, por la música y, sobre todo, por el talento de un pequeño grupo que parecía tener como consigna darle valor a cada segundo de la representación buscando siempre la forma de salirse del camino trillado. Vuelvo a escribirlo: darle valor a cada segundo de la representación buscando siempre la forma de salirse del camino trillado. Un puto reloj funcionando a la perfección durante sesenta minutos que deja al final esa euforia que transmiten las cosas que se han cuidado y que funcionan.

Esa euforia que sabe tan bien cuando llega como un regalo.

jueves, 8 de agosto de 2013

La fuente de la eterna inspiración




La fuente de la eterna inspiración : El Canal de Caledonia, en el que se invirtió una cantidad de dinero astronómica para que los barcos pudieran cruzar Escocia en su camino hacia los países del norte, apenas se utilizó cincuenta años. La revolución industrial y la aparición de la máquina de vapor supusieron el desarrollo de un nuevo tipo de barco que ya no podía ni necesitaba utilizar ese canal.

Esta zona, en la que el canal se une con el Lago Ness, está repleta de turistas, como si lo que no pudo lograr la ingeniera lo estuviera compensando la historia del monstruo. “Si existe”, dice un cartel, “debe medir unos nueve metros de largo”. Añade que el lago tiene una profundidad de 227 metros en su punto más profundo y una longitud de 37 kilómetros, lo que equivaldría a 4.000 monstruos Ness.

Todo eso lo explican también en el paseo que se puede dar por el lago en barco. Hablan de un animal que salía del lago para comerse a las personas y del sacerdote al que mandaron llamar para calmarlo: tan bien hizo su trabajo que hasta hoy, salvo en un montaje periodístico o en la trompa del elefante de un circo, no ha vuelto a asomar la cabeza.

Como nos queda un poco de tiempo, caminamos hacia una orilla. Amarrados cerca del lago hay varios barcos de recreo caros. En la cubierta sus dueños parecen esforzarse en realizar acciones cotidianas, como si no le dieran importancia a la cantidad de dinero sobre la que navegan. Esas sillas de plástico, por ejemplo, las podrías ver en cualquier terraza.

Daniel y yo metemos las manos en este lago. El gesto se queda incompleto porque deberíamos haber bebido de esa agua: me da por pensar, en el autobús de vuelta, que el que lo haga tendrá garantizada de por vida la capacidad de contar historias, asegurándose además que los momentos en blanco serán pasajeros.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Un suave movimiento de manillar




Un suave movimiento de manillar : Edimburgo es una ciudad preparada para las bicicletas, pero creo que el peregrino del Fringe debe hacer todo su recorrido a pie porque eso le acercará más a las indulgencias del santo, si es que hay santo, si es que tiene indulgencias.

Hay que andar porque aquí el camino es importante. Van surgiendo cafés con todas sus mesas diferentes, gente que quiere comentar contigo el final de Breaking Bad al ver tu camiseta, tiendas de libros con títulos sugerentes (tiendas en las que al minuto de entrar sientes la necesidad no de comprar un libro, sino de ponerte a estudiar algo, lo que sea), grupos de actores de camino a su obra, venues en lugares en donde no esperarías encontrarlos, fumadores tranquilos a la puerta de un pub, vendedores de perritos calientes, turistas con mochilas cargadas, autobuses de dos pisos recomendándote que visites el Britannia, que veas la segunda película de los pitufos, que te subas a ellos para el paseo fantasma, restaurantes donde combinar haggis y whisky, expositores de sándwiches en Greggs, posters sobre la exposición de Doig, parques con gente tumbada en el césped o aprendiendo a hacer juegos malabares, estatuas con una gaviota en la cabeza o humoristas que consiguen que un grupo de gente les preste atención.

Hay que andar, pues, sabiendo que en el mapa del catálogo todo parece más lejos de lo que en realidad está. Uno de los grandes placeres es creer que la distancia a un venue todavía es grande y encontrarse, a pocos metros, con un cartel que lo anuncia. Se relajan las piernas, se frena el paso, se anuncia a los niños que no queda nada, se cierra el catálogo y se pone uno en disposición de disfrutar.

Y, en medio de todo ese barullo, la figura del ciclista de la ciudad que es capaz de esquivarlo todo con un suave movimiento de manillar, sabiendo que en septiembre las calles volverán a ser suyas.

martes, 6 de agosto de 2013

La revancha de las gaviotas




La revancha de las gaviotas : Hace unos diez años, era muy fácil encontrar una obra de Chéjov en el programa del Fringe. ¿No era lo lógico en un festival dedicado al teatro?. Podías coger unos cuantos flyers, lanzarlos al aire y en los pocos que atrapabas seguro que leías “Tío Vania”, “El jardín de los cerezos” o “Las tres hermanas”, obra ésta que un año acabamos en gaélico escocés en un lejano venue en el que, en el intermedio, unas atentas damas repartían dulces entre los participantes como el que ofrece una bebida energética al que acaba un maratón. Así nos sentíamos nosotros.

En todo este tiempo las cosas han cambiado y no me cuesta relacionar esa sensación de extrañeza que tengo con la ausencia de Chéjov. Ya no es un nombre que aparece en los titulares, sino en alguna columna de interior. Las compañías, por lo que veo, no solo han dado la espalda a Chejov, sino a otros autores como David Mamet (antes podías ver una representación diferente de “Oleanna” cada día). La gran mayoría escribe sus textos, como si lo más lógico para esta generación acostumbrada a controlarlo todo mediante la tecnología fuera ser dueña también de lo que representa. El resultado es que gran parte de lo que me ofrecen no me interesa: si quieres saber por dónde se mueve el teatro actual, basta con pasarse por las salas del Traverse, dejando a los chicos de la Royal Mile de lado.

Quizás ese silencio acerca de Chéjov tenga relación con algo que este año me llama la atención : la gran cantidad de gaviotas que hay en la ciudad y su ausencia de miedo. Cientos de gaviotas que hacen de gallos a primera hora, que te persiguen como palomas en el parque, que hurgan en las basuras como ratas cuando las calles están todavía desiertas. Su actitud no es solo una forma de supervivencia, sino la revancha de unos animales que ven cómo el autor que les dedicó una obra parece no tener sitio en el festival de teatro de su ciudad. 

lunes, 5 de agosto de 2013

El dedo brillante de Hume




El dedo brillante de Hume : En la parte más elevada de la Royal Mile, ya cerca del castillo, está la estatua de Hume con el dedo gordo de su pie derecho brillante, como el morro del jabalí de Florencia. A su lado suele ponerse algún gaitero a que los turistas le hagamos fotografías. Ese es el punto en el que empieza la zona abarrotada de la calle en la que las compañías de teatro te acosan con sus flyers para que vayas a verlas. El Fringe en ebullición. En unos metros puedes ver más técnicas de venta que en un libro de Kotler. Todo un espectáculo. Del tímido al grupo que baila. Del que te corta el camino al que te ofrece una galleta si lo escuchas. Del que se recorre la fila de los que esperan para comprar entradas al que te regala una si vas a verle dentro de media hora. Es un ambiente de fiesta final de COU que Hume, en un extremo, y David Smith, en otro, parecen vigilar, como diciendo : cosas de chicos, ya sabemos qué es lo importante.

No sé cuál es el rito de ese dedo, pero lo toco para asegurarme de que no pasen tantos años antes de volver a vivir todo esto a pesar de que antes me mostrara lo que podría ser y ahora sirva para recordarme lo que podría haber sido. Bendita ebullición. 

domingo, 4 de agosto de 2013

A orillas del Sena




A orillas del Sena : En el trayecto Madrid-Edimburgo me da tiempo a leer dos veces “La leyenda del Santo Bebedor”, de Joseph Roth. La primera vez, deprisa; la segunda, muy despacio. Me parece un libro muy apropiado para comenzar unas vacaciones, esos días que te entregan y de los que te sientes obligado a responder, como le ocurre al protagonista con los trescientos francos que le piden que devuelva en una iglesia pasados unos días.

Ya es de noche y, pasada la excitación de los primeros minutos, los niños del avión se han calmado. El ruido de los motores, la luz amortiguada, la seguridad de ir avanzando hacia el destino crean el entorno perfecto para una lectura en la que se mezclan, con una facilidad que me estimula, temas tan densos como la religión, la culpa, la amistad, el pasado, el honor, el azar, la bebida, los milagros o el aspecto dinámico del dinero.

"De modo que pasó el resto del día en diversas tabernas, y ya se había resignado a que el tiempo de los milagros que había vivido hubiera terminado, definitivamente terminado, y que se hubieran reanudado sus viejos tiempos. Y decidido a este lento hundimiento al que siempre se muestran propensos los bebedores (¡los sobrios jamás conocerán esta sensación!), Andreas se encaminó de nuevo a las orillas del Sena, allá bajo los puentes." (Página 52)

Podría empezarlo una tercera vez, pero prefiero que todas las escenas tengan tiempo de  asentarse y que los símbolos vayan apareciendo poco a poco. La historia permite varias interpretaciones: me quedo con todas ellas hasta que llegue el momento de decidirse por alguna. ¿Por qué descartarlas ahora?

Así que levanto la vista del libro y me fijo en el techo del avión. Un libro es también el lugar en el que se lee. Sé que, de haberlo hecho en otro sitio, no habría sido tan receptivo a todas las sugerencias, dejándome llevar por la facilidad de la historia como el que es transportado en un avión sin preguntarse qué es lo que lo mantiene en el aire.

"Así que el billete de mil francos cambió de propietario. En vista de ello, Andreas continuó algún rato en el mostrador y se tomó tres vasos de vino blanco; a modo de gratitud para con el destino." (Página 55)

sábado, 3 de agosto de 2013

Para acabar con la procrastinación




Para acabar con la procrastinación : Cuando estaba a punto de enfrentarme al hecho de dejar todo para más tarde, descubro que existe un término preciso: procrastinación. Que te designen con una palabra así es como colgarte una medalla de bronce por llevar toda la vida entrando en la meta cuando ya no había nadie para recibirte. Algo que enseñarle a los más íntimos. Algo que puede animar una conversación cuando todos se quedan mirando sus copas y uno recuerda :

-Pues yo conozco a un tipo que procrastina.

Y con ese nombre, lo que era un defecto, se convierte en algo que hay que cuidar.

Hasta que tienes delante una rueda pinchada. Una rueda pinchada que te afecta, por muy despacio que lata tu corazón, y te obliga a actuar: más cuando es de tu propio coche. El mundo dejaría de girar si todas las ruedas estuvieran pinchadas. La veo hundida y admito que no puedo dejarlo para mañana. Soy un procrastinante de mierda. Qué le vamos a hacer.

Primero pienso en sacrificar al coche, como si fuera un caballo. Después recuerdo que existe una segunda opción y abro el maletero, saco la rueda de repuesto, el gato y lo coloco todo junto al libro de instrucciones del coche. Parezco un médico a punto de operar y de perder su trabajada medalla de bronce. 

viernes, 2 de agosto de 2013

No imprimen dinero nuevo para las vacaciones



No imprimen dinero nuevo para las vacaciones : Empiezan las vacaciones. Ya sabemos que toda la distancia que dejemos entre nosotros y el trabajo quedará anulada con el móvil : la única forma de defender esos kilómetros sería destrozarlo a martillazos. Pero da igual. En esa ciudad del norte de Europa, por ejemplo, las cañerías del subsuelo seguirán llevando tus problemas y cada vez que pagues entregarás billetes usados, añorando ese otro tiempo en el que el dinero parecía nuevo, ilimitado.

jueves, 1 de agosto de 2013

Aquí arriba el dinero pierde peso




Aquí arriba el dinero pierde peso : Desde esta terraza se tiene una buena vista del centro de Madrid. Dentro de poco atardecerá, así que basta con prestar un poco de atención para ver los cambios de color en los tejados y las fachadas.

Apenas hay mesas libres. La gente entra a comprar la comida y la bebida en cualquiera de los puestos que hay dentro y salen sosteniendo la bandeja con cuidado y dando pequeños pasos. Eso es lo que hacemos : elegimos un puesto y pedimos unas tostas y un par de bebidas que pagamos por adelantado. Los nombres están escritos en unas pizarras con buena letra.

La chica que me atiende me hace una señal. Delante tiene una bandeja y lo primero que pienso es que es algo que nos sirven mientras esperamos. Un buen detalle. Luego me doy cuenta de que no es así y me sorprende que hayamos pagado tanto por eso. Es mucho dinero por una tosta del tamaño de un canapé. No se sí la chica habrá visto reacciones como la mía, pero ella no cambia el gesto.

Yo también sostengo la bandeja con cuidado. Yo también doy pequeños pasos. Ahora veo esto como un refugio en el que parece jugarse a quitarle valor al dinero, a humillarlo entregándolo a cambio de nada para domesticarlo. No se está sólo por encima de la ciudad, también de las reglas que el dinero impone abajo.

Acabamos pronto con los canapés. El atardecer es fotografiado con los móviles. Esas cosas. Pero esta estrategia no nos convence y volvemos a entrar a por unas hamburguesas en ese puesto al que acudimos los que no nos sentimos del todo cómodos aquí arriba.