Donde el paladar
te lleve : Lo hemos pasado realmente bien comiendo. La entrada (un pequeño
trozo de salmón envuelto en un fino hojaldre casi transparente) era, más que un
estímulo para el estómago, una pequeña nota del cocinero con sus intenciones. Así,
a pesar de presentarse con nombres corrientes (pollo, chipirones, noodles,
curry) la comida ha estado muy por encima del nivel que das por bueno cuando
vas con niños : que no dejen nada en el plato.
Esta vez, los que hemos dejado los
platos vacíos, apurando el arroz con cada salsa, cada salsa con el arroz, hemos
sido María y yo. Hemos comido con esa alegre meticulosidad que provoca el
placer, que no quiere perderse ni dejarse nada, conservando la misma intensidad
desde el primer bocado hasta el final. No hacía falta decirse nada porque todo
estaba en el rostro. El cocinero proponía su música y nosotros, en silencio, la
interpretábamos, dejándonos llevar.
Finalizado el concierto, sabíamos que
la cuenta, a pesar de haber reservado con una oferta, iba a ser alta. Y es
justo. Al camarero, observador, no se le escapaban nuestros gestos : a veces
hay que pagar no por lo que te dan, sino por lo que realmente obtienes.
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