La risa contagiosa : La camarera termina todas las frases con un “mi
amor”. Está sola en la barra y no tiene un momento de descanso: le firma un
albarán a un hombre, cobra a una chica y me mira a los ojos para saber qué
quiero desayunar. Repetir “mi amor” parece la forma que tiene de calmarse. Me
sirve el café y, con una jarrita metálica en cada mano, me pregunta cómo quiero
la leche. Las barras tardan un poco, me dice. Cojo el periódico que ya ha sido
leído varias veces y me siento junto a una ventana. En la peluquería de
enfrente trabajan tres hombres que parecen idénticos. Calvos, con barba y
tirantes. Un cliente, sentado en una silla, no para de reírse. No dejo de
observarlo. Todavía no sé qué titular trae el periódico. “Mi amor”, oigo a mi
espalda, “mi amor”.
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