La humanidad en un radio de seis metros :
Las paredes de la vinoteca están repletas de botellas vacías que alguna vez han
formado parte de su inmensa carta de vinos. Creo que el que atiende es el dueño.
“Prefiero los días normales, sin fiestas, que es cuando la gente viene a beber.
Por eso ahora cierro hasta que pasen estas fechas”. Es su forma de disculparse
cuando le pido una copa de una uva que no conozco y solo me ofrece de las tres
botellas que tiene abiertas.
Pero tengo suerte porque hoy he
quedado aquí con dos amigas y podemos saltar de la copa a la botella. Le
decimos que nos recomiende y empezamos
con un “Quixote 2007” y terminamos con un “Cerrogallina 2011”. “Hay muy buenos
vinos en todas partes. Deberíamos dejar atrás eso de pedir un riverita o un
riojita. Lo del diminutivo me pone malo y esa defensa de una zona es ridícula:
he puesto a prueba a más de uno con una cata a ciegas y no han sabido
diferenciar un ribera de un rioja. Estos os van a gustar”.
Los vinos son un acierto. No solo porque
cada copa sea un placer, sino por la sensación que compartimos de que estamos
en el sitio justo en el momento preciso. Es más: el núcleo que formamos se va
abriendo poco a poco para hacer sentir como nuestra parte de la alegría que hay
alrededor.
Esa
impresión no desaparece cuando nos despedimos. Soy más sensible a lo positivo
que me rodea en un radio de seis o siete metros. No es una comunión total con
la humanidad. Aunque el vino sea bueno, no da para tanto. Pero en ese círculo
funciona. Y al ver un montón de cajas de zapatos vacías en la acera de una
zapatería me alegro de que hayan tenido un buen día. Alguien habrá llegado a
casa cansado pero satisfecho
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