Sano egoísmo navideño: Normalmente consulto
los tuppers de la nevera como el entrenador que echa un vistazo a un banquillo
del que no espera nada. Tras el lento análisis, los alimentos casi siempre se
dividen en dos grupos: los que ya han caducado y los que no me apetece comer,
que acabarán en el primer grupo. Después, también despacio, como si abandonara
una sala de convalecientes, cierro la puerta de la nevera.
A veces, sin embargo, hay
excepciones: un tupper especial al que le dedico el ático de la nevera porque,
como un buen vino, trato de reservarlo para un momento especial. En este caso, se
trata del que conserva los restos del rape de la cena de navidad. Como me he
quedado solo, decido echar mano de él para la cena porque así no tengo que compartirlo y puedo
comérmelo directamente de la sartén. No es un comportamiento muy navideño, pero así me aseguro de que esta prórroga conserve el gran nivel gastronómico
del resto del partido.
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