El paseo del
joven Van Dyck : Son las seis de la tarde y ya está anocheciendo. Hago un poco
de tiempo antes de entrar en el colegio. La vista, por inercia, se me va a un panel
luminoso en el que normalmente anuncian películas infantiles, coches o campañas
de Coca-Cola. Es una gran pantalla que está entre árboles. No me encuentro lo
que esperaba, sino un retrato que me mira directamente. Esa es la impresión que
tengo en ese momento. La mirada apenas dura unos segundos porque tiene que
dejar paso al siguiente anuncio, esta vez, sí, de Coca-Cola, a los que este año
les ha dado por defender la palabra “Positividad”. Un par de campañas así y
salimos de la crisis. Me quedo de pie esperando a que vuelva a aparecer ese
retrato.
Van Dyck, autorretrato en 1615.
Vuelve a desaparecer y vuelvo a
esperar.
Van Dyck, autorretrato en 1615. “El
joven Van Dyck”. Museo del Prado.
Me gusta el contraste entre la
oscuridad que va creciendo, el brillo de la pantalla y ese tranquilo silencio que
desprenden los árboles y desde el que Van Dyck mira, como si acabara de hacer
un comentario y se girara hacia mí esperando mi respuesta. En el Museo del
Prado se encuentra el original, pero es difícil que encontrarme frente a él pueda
provocarme una impresión más intensa que ésta. El entorno compensa, sin duda,
la falta de calidad. Eso, y, sobre todo, esa sensación de encontrarme con algo
que no he buscado, como si hubiera venido hacia mí. Ese debería ser el
recorrido de los museos : salir de sí mismos y mezclarse con la realidad. Hay
más Hopper en una reproducción en un vagón de metro que va a cocheras que en el
cuadro original que se expone entre treinta más.
Van Dyck, autorretrato en 1615. “El
joven Van Dyck”. Museo del Prado. 20 de noviembre – 3 de marzo de 2013.
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