La Reina de la Barbacoa de Ohio : Sigo
las instrucciones de la caja para preparar los sanjacobos. Son muy fáciles,
hombre, solo hay que tener un horno y saber leer un reloj. Allá vamos. Mientras
se hacen los cuatro sanjacobos pienso en el congelador, que es algo que está en
nuestro cerebro desde que vivíamos en las cuevas : si no como realidad, como
deseo, que es peor porque aguanta mucho más el paso del tiempo. Cómo habría
cambiado nuestra historia si hubiéramos empezado inventando la nevera en vez de
la rueda. Cuánto ansiaba el hombre de la caverna la nevera sin saber definir el
concepto, pensando en ella mientras pintaba.
-Te ha vuelto a salir otro animal.
-Es que tengo una idea muy vaga de
la nevera.
Con más tiempo para el ocio, aprovechados
los restos de la caza, nuestros antepasados le habrían dado un buen empujón a
la historia del arte y hace varios siglos que habríamos dejado ya atrás las
novelas negras suecas y la primera parte de la trilogía de la Guerra de las
Galaxias. Todo habrían sido ventajas.
Esa ancestral fijación por la
nevera debe ser la razón de que el congelador, el ser-en-sí-mismo-de-la-nevera,
siempre esté repleto. Es un homenaje al hombre de Cromañón (y no al de Neandertal,
que a pesar de tener mayor capacidad craneal y ser la versión beta, perdió ante
el prototipo Vhs del que venimos nosotros) : metemos un paquete de sanjacobos
en el congelador como si le pusiéramos unas flores a nuestros antepasados.
Diez minutos después saco los
sanjacobos del horno. Lo que veo no se parece nada a lo que anuncia la caja. Nada.
Lo que veo es como tener delante una fotografía de la Reina de la Barbacoa de
Ohio en bikini hecha sesenta años después de ganar el premio. Lo que veo sólo
se lo servirían a los confinados en celdas de aislamiento por sacar ediciones
de lujo de los tres primeros episodios de La Guerra de las Galaxias. Quizás ni
a ellos. Eso no es comida : es un reproche que recibes en la cara, es un tirón
que sientes en la pechera mientras el general te arranca las pocas medallas que
te has ganado en ocho años como padre. Sé que si sirvo eso en un plato y lo
hago pasar por cena me degradarán de padre a tío de mis propios hijos.
Me rasco la cabeza. Algo hay que hacer. Mezclo unas
latas de atún con unos pimientos, lo convierto en un picadillo muy, muy fino, y
se lo echo a un revuelto de huevo que dejo sin cuajar del todo para,
aprovechando que el horno está caliente, meterlo en unos sacos que preparo con
pasta filo.
Tal vez el hombre de Neandertal inventó la nevera, se empezó a alimentar a base de sanjacobos y, como en las cuevas no han aparecido todavía pegatinas de Domino´s pizza, se extinguió. Nosotros empezamos por el fuego y la rueda, que
era lo suyo, menos brillante pero más efectivo. Y gracias a eso esta noche yo conservo mis medallas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario