El encorche definitivo : Como es
viernes, abrimos una botella de vino en la cena. Nos queda una de las dos de “El
hilo de Ariadna” que compramos en las bodegas de Yllera. Es un vino fuerte, de
los que, con un poco de tiempo, podría hacerle un agujero a la barrica al
terminar el laberinto de su maduración. Justo lo que queremos. Le sacamos más
partido al jamón que nos comemos, claro, pero ése no es el único motivo para
tomar el vino. Conforme vamos bebiendo, se produce cierto trasvase entre
nosotros y la botella: el vino va expulsando lo que la semana ha ido dejando
dentro de nosotros, como esa basura que la rejilla impide que caiga a la
alcantarilla, y lo envía a la botella. Para que funcione bien, hay que beber
despacio, sin dar cada sorbo por hecho. Una serie infantil estúpida en la
televisión y sus tazas con leche y su tableta de chocolate en la mesa mientras los
cuatro hablamos de algún plan para la semana y los adultos seguimos con el
jamón. Si se hace bien, como si solo estuviéramos bebiendo, al acabarnos el
vino la botella ya está llena. Es imprescindible poner el corcho con fuerza
para que nada se escape.
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