Los escondrijos del frío : A veces, pocas, no hace falta abrir la puerta para
entrar ya en casa. Basta con salir del ascensor al rellano y reconocer un olor que
viene a buscarme para decirme que a partir de ese momento el día va a ser más
acogedor. Que ya puedo abandonarme. Sin dejar las llaves en el cuenco de la
entrada, me asomo a la cocina para ver el horno encendido y fijar la mirada en una
quiche que crece lentamente con el agradecimiento del que se acerca a un
pequeño fuego en invierno. De esos fuegos que te ayudan a medir el tamaño de un
frío que traías del pasado y al que no le habías prestado atención.
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