Son las once menos cuarto y estamos haciendo cola para entrar en una pequeña sala de teatro en la zona sur de Madrid (donde verás a más gente con la camiseta del Atlético de Madrid que con la del Real Madrid, para situarnos). Se trata de un local en el que se dan clases de teatro y esta noche de viernes unos alumnos, entre los que está una amiga nuestra, van a representar una adaptación de “La celebración”, una película de Thomas Vinterberg de 1998.
Nos ha advertido de que si tenemos un mal día, no va a ser la obra adecuada y dentro de un par de horas sabré por qué.
Me siento como si estuviéramos en el Fringe de Edimburgo. Todo tiene un aire amateur que me gusta. La chica que nos ha vendido las entradas anda un poco nerviosa, buscando a alguien entre todos los que llenamos el pequeño espacio de la entrada. La obra debería haber empezado hace quince minutos y nadie da explicaciones del retraso. Tampoco los que estamos ahí las pedimos. Son las cosas del estreno.
En la puerta de la entrada están los carteles de todas las obras que se están representando. Veo que son trabajos con muchos personajes, para que todos los alumnos tengan la oportunidad de actuar. Aparece el nombre de la compañía, el título de la obra y los actores. En ningún sitio se lee el nombre del autor.
Tampoco hay que tomárselo como algo personal, pienso. Y me fijo en una pizarra que hay junto a la mesa de la chica que vende las entradas y que sigue sin localizar a una tal María que debería haber llegado ya. Es la típica pizarra en la que puedes encontrarte la lista de precios de los platos vegetarianos de un pequeño restaurante junto con la recomendación del día. Aquí no hay platos, sino un extracto de un texto de Arthur Miller que encuentro en inglés en Internet :
“Death is wonderful too-after life. Only one like myself who has opened his mouth and spoken, only one who has said Yes, Yes, Yes, and again Yes! Can open wide his arms to death and know no fear. Death as a reward, yes! Death as a result of fulfillment, yes! Death as a crown and shield, yes! But not death from the roots, isolating men, making them bitter and fearful and lonely, giving them fruitless energy, filling them with a will wich can only say No! The first word any man writes when he has found himself, his own rhythm, wich is the life rhythm, is Yes! Everything he writes thereafter is Yes, Yes, Yes, - Yes in a thousand million ways. No dynamo, no matter how huge – not even a dynamo of a hundred million dead souls- can combat one man saying Yes”
En la pizarra se selecciona la parte que comienza con “The first word any man…”. No sé si cambiarán de cita cada mes o si funciona como el lema de la escuela. La vendedora de entradas encuentra, por fin, a la María que buscaba, que no tiene el apellido por el que ella la llamaba. Ya podemos entrar en la pequeña sala, en la que nos encontramos una mesa dispuesta para una cena y a dos camareros ajustando las copas, los platos, las sillas y los nombres de los invitados que, de un momento a otro, va a acudir a celebrar los sesenta años de Helge, el patriarca de la familia.
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