Al salir del trabajo, ya es de noche por culpa del cambio de hora. Dicen que se han hecho cálculos y que esa hora sirve para ahorrar energía, pero creo que debe ser la misma que perdemos todos los que salimos del trabajo y descubrimos que ya es de noche. Que se adelante la hora un fin de semana, de noche, transmite la sensación de que los que han tomado la decisión saben que no están haciendo algo bueno.
Subliminalmente, más que un tema de ahorro de energía, parece una muestra de poder. Ahora os cambiamos la hora, deciden, y nosotros cambiamos la hora. Qué mansos y obedientes somos.
Lo único bueno de este momento es ver la luz que sale de la caseta del vigilante, un argentino que responde al buenos días con un buen día, como si viniera de un mundo en el que hubiera que asegurarse el día presente antes de pensar en el siguiente. La luz tiene cierto toque navideño ahora que los del Corte Inglés están sacando las bombillas de las cajas de cartón y las están poniendo ya en las fachadas del centro comercial mientras pasan el paño por las cajas registradoras y se aseguran de que tienen suficiente cambio. Por lo demás, apenas quedan coches aparcados, las farolas están apagadas, como si todavía no las hubieran programado para encenderse a una hora distinta, no veo gente por la zona, los escalones parecen húmedos, se nota frío y el chorro del estanque no funciona, lo que hace que se me cambie el humor y que suelte un joder que no llego a pronunciar mientras me subo la cremallera y empiezo a caminar más deprisa. La función a la que servía este decorado hace unas horas que ha dejado de representarse.
Al pasar junto al vigilante me despido a pesar de que tiene la ventana cerrada. El, sin abrirla, se despide también.
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