En el maletero llevamos diez botellas de vino, dos empanadas, dos bolsas con croasanes, yogures, tres paquetes de salchichas, cuatro barras de pan, tres bolsas de patatas fritas, cuatro latas de foie gras, una bandeja de palmeras de chocolate y un paquete de pan de molde.
Somos los últimos en llegar. No ha sido un viaje largo, pero sí incómodo : las obras de la nacional están mal señalizadas y de noche son un peligro. Cuando bajamos del coche, los enanos salen corriendo.
La luz de la casa invita a entrar.
La casa rural es grande y la cocina es amplia. Me gusta ver cómo se van acumulando las bolsas que todos hemos traído. En una gran mesa las mujeres, después de saludarse, van colocando toda la comida.
Abrimos cajones, puertas, armarios.
Los cinco niños van recorriendo toda la casa, entrando y saliendo de las habitaciones. Si hay algún espíritu escondido que busque el silencio, lo habrán espantado con sus risas.
Una vez que se distribuyen las habitaciones, me doy cuenta de que he vuelto a comprar el periódico y que no voy a tener tiempo para leerlo. El titular de la portada : “El fin del terror”. Encima de la cama dejo “El secreto de Christine”, de Benjamin Black.
En una mesa se colocan los platos para que cenen los niños. En la de los adultos ya hay un Legaris descorchado.
El fin de semana es una larga alfombra que se va desenrollando.
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