El compinche gris : Este gato callejero
es bueno. Deja que los niños lo acaricien y cuando los adulos nos agachamos
juntando el índice, el pulgar y el corazón, para llamarlo, finge que no sabe que
no le ofrecemos nada y se acerca. Se mueve despacio por el jardín, como si no
quisiera reconocerlo del todo y darse cuenta de lo pequeño que es. Tampoco le
importa que pronuncies mal su nombre, que, partiendo de Amis, admite una gran
cantidad de variaciones: no es purista.
Tiene la suerte de que su enemigo,
el que quizás le haya provocado la herida en el cuello, sea de color gris, tan
distinto a la combinación de marrón claro y blanco que presenta él. Es un gris
malo. Y basta verlo ahora, asomando la cabeza por la esquina, atraído por el
olor de la cena, para que el más pequeño de la casa le grite “ato, fuera” y
éste salga huyendo. Cada pocos minutos le repetimos el “ato, fuera”, mientras
se va poniendo la mesa en el jardín.
Nos asomamos para comprobar que el
gato malo no está por ahí. Confiados, nos sentamos a la mesa. Al lado está la
de los niños, en donde Amis está ahora subido comiéndose las salchichas de la
cena. Su paciente estrategia ha tenido premio: en vez de tirarlo, decidimos apartar
el plato para que siga comiendo. No sé si dejará algunos trozos para que esta
noche el gato gris reciba su premio por haber hecho tan bien su papel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario