El juicio del maître : Aunque somos los
primeros en llegar, el maître nos asigna una mesa que se encuentra justo entre
la zona iluminada y la que tiene las luces apagadas. Como no entendemos su
criterio, asumimos que es la que se debe ofrecer a los que no se presentan a cenar
con el espíritu limpio del todo y sin propósitos de enmienda pendientes. Qué le
vamos a hacer. Le ha bastado con mirarnos a los ojos y después pasar el dedo por
las paredes de nuestra alma para, negando lentamente, mostrarnos que no ha
salido limpio. Cómo va a salir limpio, pienso, pero me callo.
Poco a poco van llegando los demás
comensales. A todos los va repartiendo por las mesas de la zona iluminada, en
las que el vino parece más rico, el pan más crujiente, las servilletas recién
dobladas y el mantel más blanco. Busco sobre sus cabezas una paloma blanca con
una rama de olivo en el pico. Que no consiga verla no quiere decir que no esté
ahí. La comida está buena, pero no termino de entregarme del todo a este placer
porque no me abandona la sensación de culpa que parece asomarse a mis ojos.
Trato de portarme bien para evitar que en cualquier momento el maître vuelva,
valore de nuevo la situación, y empuje la mesa hacia la parte más oscura de la sala.
Un rato después, el maître nos
recomienda un plato fuera de carta que nos habría salido por veintinueve
euracos si no hubiéramos hecho la reserva con El Tenedor. Algo así hay que
comentarlo, hombre de dios, por muy bueno que vaya a estar, pero el maître se
queda en la descripción del secreto, que, más que cocinarlo, parece que el chef
lo estuviera pintando sobre lienzo creando un nuevo estilo artístico. Y como ya
nos perdimos la transición del románico al gótico, decimos que sí, que lo
traiga, que así seremos testigos del paso del post-postmodernismo a esta nueva
época. Todo lo damos por bueno para que nos deje terminar la cena sin juzgarnos
de nuevo.
Mientras esperamos los segundos, veo que una
pareja se sienta en una de las mesas de la zona oscura. Eso hace que me relaje.
Efectivamente, la situación podía haber sido peor. Los miro varias veces para
tratar de descubrir qué es lo que el maître ha podido ver en ellos para que
hayan terminado así. Parecen dos personas majas. Me caen bien, pienso. Después
me obligo a pensar que no me caen bien para así eliminar cualquier identificación
con ellos que pudiera dejar más en evidencia esa falta que desconocíamos hasta
que entramos a cenar aquí, en esta mesa.
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