Las reglas de la ironía : Escribo un
mensaje a mi hermano “Champions, qué pereza…” y como la ironía es ese filo por
el que camina el sentido, me encuentro solo en el Bernabéu en el partido contra
el Borussia. Pago con creces esta lección sobre la precisión del lenguaje porque
me he acostumbrado a venir al campo acompañado: tener a alguien que me regañe
por mandar mensajes, que se alegre por mí en los goles (sé que no conviene
dejarse llevar por el entusiasmo porque en la Copa de Europa el valor de todo
lo que pasa depende de llevarse la décima), que se saque un sándwich del
bolsillo en el descanso, que escuche la radio para decirme cuando le pregunto
que están hablando de cualquier cosa menos del partido, que comparta mis
críticas al del puro, que también grite por mí los errores (sé que no conviene
dejarse llevar por la rabia porque en la Copa de Europa el valor de todo lo que
pasa depende de llevarse la décima), que gire la cara hacia mí tras alguno de
mis comentarios irónicos sobre lo que pasa en el césped, que me describa la última
receta que ha preparado en la escuela de cocina.
No dejo que nadie ocupe su sitio.
Limpio las pipas que caen sobre él. El Madrid mete tres goles. Y un regreso en
metro sin nadie con quien charlar.
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