Potaje para el siglo diecisiete : Salgo
con un poco de miedo del siglo veintiuno para darme un paseo por el diecisiete
del Buscón. Es una lectura lenta en la que me paro continuamente a deshacer los
nudos de las frases. Detengo la escena, bajo a los pies de página y después
regreso al texto. Una paciente traducción en la que releo los párrafos varias
veces.
Como resultado de estas horas leyendo,
las nubes, grandes y densas, se han detenido en el cielo, espesándolo. Ahí
están cuando salgo a ver cómo van las cosas por mi época. De vuelta a casa,
agradezco el olor a potaje que llega de la cocina porque la lectura es,
básicamente, un viaje por la historia del hambre.
“Entramos en casa de don Alonso y
echáronnos en dos camas con mucho tiento, porque no se nos desparramasen los
huesos de puro roídos de la hambre. Trujeron exploradores que nos buscasen los
ojos por toda la cara, y a mí, como había sido mi trabajo mayor y el hambre
imperial, que al fin me trataban como a criado, en buen rato no me los hallaron.
Trujeron médicos y mandaron que nos limpiase con zorras el polvo de las bocas,
como a retablos, y bien lo éramos de duelos. Ordenaron que nos diesen
sustancias y pistos. ¡Quién podrá contar, a la primera almendrada y a la
primera ave, las luminarias que pusieron las tripas de contento? Todo les hacía
novedad. Mandaron los dotores que por nueve días no hablase nadie recio en
nuestro aposento, porque como estaban güecos los estómagos sonaban en ellos el
eco de cualquier palabra”
“Historia de la vida del Buscón” –
Francisco de Quevedo
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