La botella desplazada : Me quedo el día en casa repasando unas cuentas
anuales. Una pérdida de tiempo porque me falta el mapeo del auditor y acabo sintiéndome
como esas pequeñas bolas de metal que se desviaban en el laberinto justo antes
de caer en el agujero. El tiempo se acelera al olfatear mi desesperación. Debería
haber terminado el viernes y ahora estar en un restaurante con María y con los
enanos, decidiendo qué comer y valorando el vino. Me levanto a por una copa.
Tengo que abrir una botella y al descorcharla vuelvo a recordar algo evidente:
el vino es algo que se comparte. Si quieres beber solo, te abres una cerveza.
Me sirvo la copa, maldigo al auditor, fantaseo con un cerebro preciso, de esos
que se aprenden el laberinto después de recorrerlo una sola vez. Un sorbo lento
con el que le digo al tiempo “vamos a tranquilizarnos todos”.
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