El irrelevante recuerdo de un viaje : Es fácil llevarse
bien con el resto de la familia cuando ellos son más de blanco y de moscato en
el postre y tú de tinto. Todavía más fácil si, sea del vino que sea, las copas siempre
están llenas. Es sencillísimo, en fin, que la celebración, no importa cuál, funcione
si la curiosidad sigue estando detrás de las nuevas etiquetas que se ven en la
mesa.
Vamos dejando los corchos en una
esquina de la mesa del salón. Como lo importante ya se cuenta en el día a día,
ahora se habla de temas absurdos, de esos que, como las chucherías a por las
que vienen los niños a la mesa, están ricos pero no alimentan. Un programa de
televisión. Un restaurante. El recuerdo de un viaje.
Cualquiera puede coger el
sacacorchos y abrir una botella sin preguntar. Se vuelven a servir las copas
como se alimenta un fuego cuando la casa ya está caldeada, por el placer de
verlo. Un artículo comprado en una tienda de chinos. Una aplicación estúpida
para el móvil. Una serie. También se celebra que no exista un único tema que por
su gravedad exija nuestra atención y podamos tirar de retales.
Los niños van terminando lo que hay
en las bandejas hasta que solo queda un solitario sándwich, la señal para que
se apaguen las luces y el anfitrión y cocinero venga con la tarta de crepes.
Para saber la edad solo hay que contar las velas. Para comprobar que, como era
de esperar, todo ha ido bien, basta con contar los corchos que hemos ido
acumulando.
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