El
fondo de la piscina : Entre los objetos que el día deja encima de la mesa del
salón, esta noche hay un silbato de plástico. Admiro de verdad a los que luchan
por tener cada cosa en su sitio, pero la ilusión de que el agua es fiel a la
línea recta solo puede experimentarse al borde de una piscina, no cuando se
está junto a la orilla. Frente a la búsqueda del orden, la evidencia de la
entropía, que se presenta ola tras ola, trayendo de la jornada esas cosas que no
se encuentran en el fondo de la piscina. Este silbato, por ejemplo, que no había visto antes.
martes, 22 de septiembre de 2015
lunes, 21 de septiembre de 2015
La calibración de las sombras
La
calibración de las sombras : A la salida del colegio, mientras camino con Lucía,
vuelvo a comprobar que la sombra depende de la posición del sol y de nuestra
edad. Con el sol a nuestras espaldas, la sombra de Lucía es más alargada que la
mía. Si el sol se encontrara frente a
nosotros, sería lo contrario. La
geometría dirá que estas afirmaciones son falsas y que basta con echar mano de
un metro para demostrarlo. Sí, pero hay temas que solo se pueden medir con
palabras. Lucía a mi lado. No, ahora no quiere la merienda.
domingo, 20 de septiembre de 2015
El arte de la despedida
El arte de la despedida : Tanto en las terrazas como en las piscinas las sillas están ya vacías. Habría que agradecerle al verano lo que ha traído pidiendo un
helado en las primeras y bañándose después en las segundas. Conviene aprender a
perfeccionar el arte de la despedida porque conforme se van cumpliendo años se
pasa de festejar lo que va a venir a celebrar lo que ya ha pasado. Por eso por
la tarde, en una piscina vacía, me obligo a darme el último baño de la
temporada en un agua helada, insoportable, perfecta.
sábado, 19 de septiembre de 2015
La caligrafía de la buena suerte
La caligrafía de la buena suerte : Antes de que los Bambalúa lleguen con la camioneta
a descargar la escenografía de su obra en el centro cultural, me doy una vuelta
por la zona buscando un bar para tomar un café. Todos están cerrados a estas
horas de la mañana de un sábado. Pues a andar. En un muro han pintado un "Good
luck" con una caligrafía tan buena que dan ganas de recorrer las letras con un
dedo. Hazlo tres veces y puedes pedir lo que quieras menos un café, que todos
los bares siguen cerrados cuando se presentan los Bambalúa. Del centro cultural
salen dos personas: una les echa una mano, la otra es un guarda de seguridad
que les acompaña todo el rato porque ha habido algún robo. Los Bambalúa se lo
toman a broma y empiezan a montar el escenario. Solo vengo a saludarlos y me
voy antes de que empiece la función. No sé cuánta gente acudirá, pero tampoco
importa. De lo que no tengo ninguna duda es de que hay algún tipo de conexión
entre lo que gente como ellos hace y la buena letra de la pintada.
viernes, 18 de septiembre de 2015
Patatas con chocolate
Patatas con chocolate : Hay poca
diferencia en la calidad de la comida que sirven los locales del centro
comercial. Todos deben compartir el mismo guionista mal pagado. La única
excepción es el restaurante chino, en el que puedes mojar patatas fritas en una
fuente de chocolate bajo la mirada de unos camareros para los que ya no hay
ninguna combinación del bufé que pueda hacerlos reaccionar. Pero esa excitación
gastronómica está reservada para esos días en los que, después de una buena
película, nos apetece, entre otras cosas, mojar patatas en la fuente de
chocolate. Mojar, mojar y seguir mojando. No es el caso. Hoy, desgraciadamente,
hemos visto “El corredor del laberinto 2: Las pruebas”, una película infame en
el sentido de la RAE, “muy mala y vil en su especie”. De esta película los ojos
salen con hambre y lo único que se puede hacer es, por lo menos, buscar un
restaurante en la planta de arriba para poder mirar mientras se come lo mismo
que se sirve en la de abajo.
miércoles, 16 de septiembre de 2015
El marcador apagado
El marcador apagado : El baloncesto no está
entre los deportes que lamento no haber jugado en serio. Nunca me ha atraído,
ni siquiera en televisión, salvo esas finales que veo por cierta forma de
obligación. Y está bien, porque ahora, que empiezo a ser consciente de las
actividades para las que ya es tarde, agradezco que el baloncesto tampoco tenga
interés por mí.
Salvo excepciones: el campo de
baloncesto desierto, con la pista cubierta por una fina capa de agua que ha
dejado la lluvia. Quedan unos minutos para que Daniel salga de su clase de judo
y sería un placer lanzar unos cuantos tiros, sin nadie en las gradas que
juzgue. Más que por hacer canasta, por escuchar el sonido del balón al caer en
el agua.
martes, 15 de septiembre de 2015
Un paraguas sin homologar
Un paraguas sin homologar : La uniformidad del vestuario escolar no incluye a los
paraguas. Bien que lo siento cuando descubro que solo llevo en el maletero uno
pequeño y naranja de varillas débiles que el viento dobla sin problemas. Si
todos fueran iguales, pero no: debajo de algunos podría acamparse una semana,
otros absorberían un rayo sin notarlo y no faltan los que marcarán la tendencia
de la moda el año que viene. Yo solo aspiro a que las varillas, que coloco en
su sitio varias veces, aguanten para que Lucía no guarde mi imagen tratando de
poner orden en la pequeña rebelión de un paraguas de reserva.
lunes, 14 de septiembre de 2015
Yudoka de método
Yudoka de método : Al terminar la clase, veo desde la entrada que los yudokas
recogen las colchonetas. Las transportan en parejas y las van apilando junto
a una puerta para dejar libre la zona del polideportivo en la que han
practicado. Más que deportistas, parecen actores cargando de nuevo la furgoneta
para llevarse la función a otro escenario. Daniel es de los que, dependiendo
del día, se cambia o no. Yo prefiero que salga con el kimono: tengo la
impresión de que va a ser más preciso cuando le pregunte qué tal ha ido la
clase. Si viene de calle, su cabeza se dispersa y empieza a hablar de lo que a
él le interesa.
domingo, 13 de septiembre de 2015
Abajo, los mortales
Abajo, los mortales : Lucía y yo tenemos toda la planta de arriba del McDonald´s para nosotros. Hemos elegido una mesa redonda, demasiado grande para
lo que necesitamos, porque eso es lo que queremos, que el domingo abra el compás
para tener más espacio. Con el desayuno nos regalan una bebida extra a cada
uno, así que la primera nos la tomaremos caliente y la segunda templada.
Perfecto. No hay prisa y nos detenemos en los detalles para contar cuántas
hojas tienen. La miga es más abundante en la rebanada de abajo que en la de
arriba. Al pequeño envase de plástico hay que retocerle dos veces el cuello
para poder servirse el aceite. Pinchar el pan para que se impregne de tomate. O
nada de pinchar el pan para que no se impregne de tomate. Las gotas de aceite
flotando sobre el café. Sobre el cola-cao. Qué se ve desde aquí. Esta canción
es buena. Esta no. Abajo, una mujer no deja de llevarse un pañuelo a los
ojos mientras habla con otra. Un ciclista deja la bici en la entrada y se quita
el casco con cuidado. Un niño camina deprisa detrás de su madre, que avanza con
la espalda muy tiesa.
sábado, 12 de septiembre de 2015
Los regalos de los embajadores
Los regalos de los embajadores : Pedimos la mesa en la terraza para aprovechar estos
últimos días de buen tiempo. Al rato de empezar a cenar, es evidente, por
nuestros gestos, que los tres tenemos frío, pero no lo reconocemos. Hemos elegido
el bufé, del que vamos pidiendo los platos poco a poco: tiene más valor el que
trae la camarera en una bandeja, solitario, que el que se confunde con cinco o
seis más. Ni siquiera el frío, que ha ido aumentando, nos convence para
cambiar y pedir de golpe todos los que hemos decidido comernos al mirar la
carta.
viernes, 11 de septiembre de 2015
La plenitud de los objetos
La plenitud de los objetos : Tenemos unos nuevos vasos con un cristal muy fino que
se han convertido en mis preferidos para beber agua. Me gusta sentir en los
labios su borde trazando una delicada porción de circunferencia: el agua parece
un producto de la geometría, más pura. Para
el café, por el contrario, prefiero una taza de paredes gruesas y borde bien
marcado que conservo desde hace muchos años. En este caso, el café es
secundario. Necesito la contundencia de su presencia. Cuando el café se acaba
sigue haciéndome compañía. Hay objetos que, más allá de su uso, están ahí para
apuntalar el momento.
jueves, 10 de septiembre de 2015
Los actos inacabados
Los actos inacabados : La luz del
dormitorio se refleja en la portada de “Historia del alma”, de Christiane Singer, como
una pequeña luna que surgiera entre las ramas del árbol que aparece bajo el
título. Compré el libro en una oferta de un VIPS no por el título, sino por la
sinopsis que aparecía en la contraportada. “De todos los actos inacabados, de
todos los gestos que no llevamos hasta su fin, de todo ese más o menos con el
que tejemos nuestros días y nuestras noches, de todos los encuentros abortados
con uno mismo y con los otros, nace un día la crisis”. Después vinieron más
libros que iban disminuyendo la posibilidad de empezar a leer éste, que además
conservaba la pegatina con el ajuste de precio como si llevara la crítica
encima, la sospecha de un proyecto fracasado.
Quizás seamos mucho más sensibles
de lo que pensamos y exista una comunicación entre nosotros y las cosas de la
que no somos conscientes. Esa frase de los actos inacabados, por ejemplo, se convirtió
en una piedra angular en el instante de leerla. Solo era cuestión de tiempo que
volviera a dar con este libro y construyera su lectura a partir de esa piedra,
dejando otros a un lado. Algo que ya sabían mi inconsciente y el libro.
Así, hoy párrafos como éste : “Viví
veinte años con él. Nos acariciamos mil veces. Otras, estuvimos a dos dedos de
encontrarnos, y a veces la gracia de la ternura nos cogió desprevenidos. Pero
jamás dirigí toda mi atención hacia el lazo que nos unía; jamás mereció toda mi
vigilancia. No es que hubiera tenido que observar dicha vigilancia. Me refiero
a esa tensión de un solo instante que he visto hace un momento en un corzo
sorprendido por un crujido en un claro del bosque. Estremecido, cada uno de sus
nervios, cada uno de sus músculos estaba tensado por una concentración tan
aguda que el mero hecho de sostener su mirada me ha hecho vibrar. Ésa es la
tensión a la que me refiero.”
miércoles, 9 de septiembre de 2015
Pérdida de soberanía
Pérdida de soberanía : Mi madre va inspeccionando los armarios de la cocina
con cuidado. No dice nada, pero por la forma de mirarlos, como si fuera el
escenario de un crimen, sé que piensa que ella no nos educó para tenerlos así. Sólo
le falta ponerse unos guantes de plástico mientras remueve las latas con el
lógico miedo por lo que haya al fondo. Y le doy la razón : si hubiéramos
vaciado y vuelto a llenar los armarios a oscuras, seguro que el resultado
habría tenido más sentido que lo que ahora observa mi madre y que obedece al
simple criterio de “si es de comer, al primer hueco libre que haya en la cocina”.
De tener galones en los brazos, me los habría arrancado de un tirón. A pesar de
todo, y porque las madres son así, consigue ver cierta lógica en el caos,
imponiéndose sobre él con un arroz con leche que prepara con soltura. Después
de probarlo, no solo entendería la pérdida de galones, sino la de soberanía.
martes, 8 de septiembre de 2015
La visita de la doctora
La visita de la doctora : En la habitación del hospital, el reloj no sirve para
medir el tiempo. Sí las páginas leídas, las veces que se sale a la terraza para
ver pasar los coches, los paseos a la máquina del café, los canales que se
cambian con el mando, ¿quieres algo?, ¿estás bien?, los golpes de la enfermera
en la puerta antes de entrar, los carros que avanzan por el pasillo, las
consultas al móvil, las veces que se tira de la cadena, el avance del sol
filtrado por la persiana, las llamadas preguntando. Cuando se llegue a
un mínimo de cada uno, aparecerá finalmente la doctora con el informe del alta
y las dos medicinas que tendremos que comprar en la primera farmacia que
veamos.
lunes, 7 de septiembre de 2015
Esperando al quitanieves
Esperando
al quitanieves : Cuando Daniel se duerme, salgo a la terraza de la
habitación del hospital, pego una pequeña banqueta a la pared y continúo con la
lectura de “Tú ganas, Jack”, de Elmore Leonard. Una novela negra en papel me
parece hoy la mejor opción, tal vez porque la sangre de la historia casa bien
con mi recuerdo de lo que fue mi operación de amígdalas : han pasado casi
cuarenta años, pero estoy seguro de que el médico todavía niega con la cabeza para
sí al recordar, como yo, aquella palangana rebosante, aquella toalla empapada,
aquella operación que hubo que repetir un año después.
Agradezco el ruido de tráfico que
me acompaña de fondo mientras en el libro una tormenta de nieve asola Chicago y
en el restaurante de la última planta de un hotel tres ejecutivos tratan de
ligar con Karen Sisco, una Marshall que le sigue la pista a dos fugitivos. A
uno de ellos por motivos más que profesionales. Esa nieve también es una buena
razón para haber elegido este libro porque la sensación como acompañante en un
hospital es la de encontrarse atrapado por la nieve. No hay nada que hacer
salvo esperar a que el médico, como si abriera un sendero con un quitanieves,
entregue el alta. En lo que sucede, me doy el lujo de leer despacio.
domingo, 6 de septiembre de 2015
Mística a la siciliana
Mística a la siciliana : Escucho a
Franco Battiato en el teatro Price desde un asiento bastante alejado, por lo
que no puedo verle bien la cara. Ya es la cuarta o la quinta vez que asisto a
un concierto suyo. Este es prácticamente idéntico al que dio en este mismo
lugar hace unos años, lo que agradezco. Debe ser cosa de la edad: antes buscaba
novedades, ahora quiero escuchar lo mismo. ¿Por qué va a dejar su lugar a otro
un tema como “La sombra de la luz”?
Sí me hubiera gustado ver cómo
reaccionaba Battiato a sus temas, los gestos de su cara, el movimiento de las
manos. Ver cuál sigue siendo su relación con las canciones que se van
sucediendo, sobre todo las que consiguen que el público se levante para
bailarlas. Pero es imposible. Es una figura lejana a la que le pongo la cara de
la foto que aparece en una entrevista que Irene Hernández Velasco le hizo en el número nueve de la
revista Jot Down el año pasado. La nariz, los ojos y al sonrisa de la página
ciento ocho me recuerdan a Virgina Woolf. Es una entrevista interesante de la
que me voy acordando conforme escucho el concierto.
En ella admite que vive en silencio, apartado,
preparándose para una muerte mística que ha elegido; que cree en la reencarnación;
que medita dos horas diarias; que tardó un mes en terminar la letra de “La
sombra de la luz”, escribiendo cada día la frase que le venía a la mente: ”no
que pensé, sino que me vino de arriba”.
Al final del concierto suena “Cucurrucucú”. Todos los que estamos allí, muchos italianos, coreamos el estribillo
de pie, a voz en grito. Esa locura instantánea, pienso, también será el
resultado de sus atentas lecturas de Gurdjieff, Jäger Willigis o Santa Teresa
de Ávila.
sábado, 5 de septiembre de 2015
El segundo tiempo
El segundo tiempo : El abuelo les ha colgado a sus nietos el mismo columpio
que usó su hija de pequeña. Hubo un día en el que lo descolgó y decidió
conservarlo. Otro en el que se fijó en la viga de hormigón que está a un lado
del patio y recordó dónde lo había guardado: comprobó su consistencia, le quitó
el polvo y buscó una cuerda sólida. Algo que se había detenido volvió a ponerse
en marcha cuando lo vio en uso de nuevo.
viernes, 4 de septiembre de 2015
La vigilia del curioso
La vigilia del curioso : Es posible que nadie haya pasado por este callejón en
mucho tiempo porque no es práctico. Basta con caminar por la carretera para
llegar hasta aquí desde el otro lado. Es más rápido y seguro. Pero resulta difícil
resistirse a la invitación que expresa la ausencia de indicaciones. Por eso, al
final de la entrada al callejón, donde se dobla hacia la derecha, se mantiene
encendida una luz toda la noche.
jueves, 3 de septiembre de 2015
Paso a los globos
Paso a los globos : Reconozco esos globos que van atados a un palo de
plástico: son los que dan en los McDonald´s. El palo se abre al final en un
pequeño cono en el que se encaja sin problemas el lazo del globo. En el local
junto a la gasolinera al que me gusta ir los suele repartir una empleada sin
ningún motivo aparente. Siempre me había preguntado por qué los entregaban así
y la respuesta me llega cuando tres niños suben corriendo la calle con sus
globos. ¡Eh!, dicen con sus risas, apartaos, si no habéis hecho esto en su
momento, no sabéis lo que os habéis perdido, apartaos.
miércoles, 2 de septiembre de 2015
El espejo apropiado
El espejo apropiado : Pertenezco a ese grupo que en las máquinas del gimnasio no
busca alcanzar un nuevo máximo, sino conservar un mínimo con el que encontrarse
satisfecho: puede haber medallas en cualquier parte. Me siento en ellas como si
fueran parte de un circuito de chequeo que hago para controlarme. Si rebajo la
resistencia, lo noto en la autoestima, si la fuerzo, no tarda en asomarse el
aviso de un tirón o de una lesión. Mientras todo siga así, no tengo por qué
tomarme muy en serio lo que vea en el espejo.
martes, 1 de septiembre de 2015
Agua para las masas
Agua para las masas : En los anuncios de agua mineral se insiste en la
pureza de las fuentes. Manantiales transparentes y montañas por las que todavía
debe andar algún personaje de “Sonrisas y lágrimas” cantando ladera arriba, ladera
abajo. A los que echamos mano del grifo, esa lírica del origen inmaculado nos
queda un poco lejana. Sospechamos que el agua que bebemos ha sido más manoseada
que el pomo del cuarto de baño de una discoteca, pero no nos importa. A cambio,
podemos disfrutar del diseño de esas cañerías por las que nos llega a casa.
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