Finisterre : El contenedor
está en la calle Finisterre, que me parece un nombre apropiado : el punto más
alejado de la tierra firme, a partir del cual sólo se ven las olas de un año
que empieza ya picado.
Delante de mí, una anciana va
sacando de una bolsa las cajas de los juguetes y los va dejando en el
contenedor. Lo hace con esa decisión que veo en algunas personas mayores y que
me atrae. Como el contenedor está prácticamente lleno, tiene que empujar. Las
últimas cajas las deja en el suelo, después de mirarme como diciendo que no
puede hacer más.
Yo doy la vuelta para ver si por
detrás resulta más fácil. Doblo con cuidado las cajas, pensando que sin ellas
muchos juguetes pierden su encanto, como caniches empapados. Muy pocas veces lo
que prometen en las fotografías se parece a la realidad. Quizás por eso se
diseñen estas cajas en las que hay tantos celos, cuerdas y gomas que quitar,
para retrasar el momento en el que el juguete se quede en evidencia, sin el
playback del envoltorio.
Empujo las cajas para que quepan
dentro. Esta extraña ofrenda podría verse como un rito para calmar esas aguas
que amenazan con rugir muy pronto. Una forma de pedir que el año que viene, a
pesar de todo, también podamos comprar regalos. Es la carta que echamos los
adultos a los Reyes Magos mientras los niños juegan en las alfombras.
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