Sólo escucho a mis piernas : Con siete años, las piernas están
conectadas con el estómago. Cuando se mueven, el estómago se abre y entonces
dicen :
-Tenemos
hambre.
Y hacemos cola en un restaurante
que no merece ese nombre para que nos sirvan tres pizzas, dos botellas de agua,
dos fantas de naranja, un sándwich de pollo y otro mixto. Una chica, nerviosa
por la avalancha de padres que se suceden en el mostrador (se marcha uno y su
puesto lo ocupa otro al instante), toma nota del pedido y lo pasa a cocina,
donde lo preparan y lo colocan en una bandeja para que alguien grite tu nombre
y lo recojas y lo pagues.
La mesa que quedaba libre se mueve
un poco. Les decimos que tengan cuidado y no se apoyen demasiado. Colocamos
todas las pizas y los platos, y las patatas y los vasos aprovechando cada hueco
en un ejercicio que tiene algo de circense. Cada uno coge un trozo de pizza y
le da un bocado.
Con siete años, las piernas están
conectadas con el estómago. Cuando se paran, el estómago se cierra y entonces
dicen :
-Ya no tenemos hambre.
Sólo le han dado un mordisco.
Sostienen cada trozo de pizza con una mano, verticalmente. Afortunadamente, la
masa no se vence. Los cuatro nos miran con pena. Dentro de sus pupilas veo que
hay un pequeño reloj de arena. Es a ese reloj de arena al que le decimos.
-Dos mordiscos más y podéis seguir
corriendo.
Dan un mordisco y, sin masticar, le
dan el segundo. Y se marchan a correr.
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