Uno de los tres camellos : La taquillera me da las tres entradas para la sesión matinal del circo. Sólo veo su cara y sus manos cortando las entradas del taco que tiene encima de la mesa, pero me la imagino con las zapatillas todavía puestas.
Mientras esperamos, los enanos
suben y bajan corriendo por un terraplén, experimentando una ley universal :
cuanto mayor el riesgo, mayor el placer. Saltan por encima de mis advertencias
como experimentados atletas olímpicos. Hace bastante frío, así que voy
espaciando mis quejas hasta que prácticamente desaparecen porque prefiero que
entren en calor.
Creo que hacemos una cola tan apretada
para sentir un poco de calor.
El circo es pequeño y está justo
junto a unas oficinas en las que trabajé. Miro el cartel por si apareciera en
él algún conocido de aquella etapa, porque no tendría problemas para encajar.
No : aquí los animales tienen pinta de animales.
Al abrir las puertas, veo que el
circo es pequeño por fuera y también por dentro, con una única pista. No somos
muchos lo que hemos venido esta mañana. Se ven más asientos vacíos que llenos,
pero todos los que pasan por esa pista central actúan como si el circo
estuviera repleto, luciendo unos trajes impecables. Así es esta gente. A pesar
de esto, tengo la impresión de que este es un circo de paso, de que algunos
artistas esperan saltar de aquí a uno más grande mientras que otros parecen
haber hecho el camino contrario.
Cuando desaparecen por el fondo de
la pista me los imagino volviendo a un café con leche y al “Marca”, al hijo
haciendo los deberes tranquilamente en la mesa de la cocina, con un vaso de
cola-cao por la mitad. Y un gato, también me imagino a un gato a los pies de
ese niño. Se ve que los domingos por la mañana me da por imaginar.
Estoy metido en los ejercicios de
imaginación cuando, sin avisar, en la pisca central aparece un domador con un
camello perfecto. Tengo que admitir que no me esperaba ver un animal así, tan
grande, tan cuidado. Su pelo parece recién cepillado mil veces por el grupo de
mujeres malabaristas del número inicial. Lleva encima un pequeño manto con las
iniciales del circo. El domador permanece en el centro de la pista, viendo cómo
el camello da varias vueltas sin hacer nada más porque no hace falta.
El domador parece decir :
-¿Veis? Esto somos nosotros.
Como un símbolo en el que mirarse para seguir actuando. Sé que los Reyes Magos no
existen, pero también sé que éste es uno de sus tres camellos. De eso no me
cabe duda.
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