Formas de perder
: Una flecha en el suelo, para los que salen mirando al suelo. Otra, en la
pared, para los que llevan la cabeza alta. En ambos casos vas a hacia el mismo
sitio, apeado de la Copa del Rey, pero si marcas un gol como el segundo de esta
noche de Benzemá y consigues frenar los relojes en el Camp Nou, puedes
marcharte con una sonrisa.
El partido de esta noche lo jugaba
el Madrid contra sí mismo, aunque estuviera el Barça enfrente. Una especie de
formulario en el que volver a anotar las cosas básicas, como el que sale de un
accidente y trata de averiguar si es capaz de orientarse : Nombre, edad, estado
civil y esas cosas. Algo que se da por supuesto y que por cuestiones internas
ya nadie debía tener muy claro en un equipo en el que a veces parece que cada
uno tenga un escudo bordado de diferente tamaño y calidad.
Cada jugador se enfrentaba a su
doble. Pepe contra Pepe. Cristiano contra Cristiano. Y así hasta abarcar a la
gente del banquillo. Esa lucha frente al espejo incluía a los madridistas
que nos enfrentábamos al partido sin saber si íbamos a poder aguantar hasta el
final, dudando entre ser fieles o apagar la televisión cuando llegara el
segundo gol del Barça, con el que todos contábamos antes de que los jugadores
se bajaran del autobús.
Era, pues, un momento para colocarse
junto al marco de la puerta y hacerse una señal para ver hasta dónde se ha
crecido. Para eso necesitábamos al Barcelona, porque para estos ejercicios no
sirve cualquier marco ni cualquier puerta. Esta nos venía bien porque nadie se
entrena en una piscina de agua. Un Camp Nou lleno y dispuesto a gritar ante
cualquier cosa de color blanco es un buen fondo en el que preparar un plato.
Pero todos esos gritos quedaban en
un segundo plano porque cada jugador andaba pendiente de estar a la altura de
su sombra, o, más bien, de superar esa marca que señala la mejor crítica que ha
recibido uno en su vida. En el fondo, no hay amenaza más grande que ésta,
porque las malas son fáciles de superar. Pocas cosas deben ser más peligrosas
que un titular de trazo grueso anunciando que eres la gran esperanza blanca y
quien más y quien menos llevaba ya en el cuello esa frase, que de medalla se
había acabado convirtiendo en soga.
Como había que hacer las cosas
bien, según el guión, el equipo recibió sus dos goles del Barça : las dos pesas
que se colocan en la barra para demostrar que se va en serio, que no se ha
venido a calentar. El primer tiempo sirvió para preparar el gimnasio. El segundo,
para levantar el peso. Y, en el descanso, es posible que Mourinho, en vez de
discurso, les colocara un espejo a cada uno delante y les fuera repartiendo el
mismo escudo a cada uno, para que todos salieran en igualdad de condiciones.
Todos se lo pegaron y se pasaron la mano por la soga antes de salir al campo.
Lo que pasó después no estaba
escrito en ninguna de las crónicas que ya debían estar listas en los
periódicos. El Madrid se ató con fuerzas las botas y comenzó a sudar y cada uno
fue recordando lo mejor que de él habían dicho, como si cada frase fuera una
partitura. El Barça no tardó en darse cuenta de que las cosas no iban contra
él. O, mejor dicho, que las cosas iban a pesar de él, lo que empezó
inquietándolo y acabó desmoralizándolo porque es difícil pelear contra alguien
que no quiere hacerlo.
Todos pasaron su prueba particular
sin importarles el entorno y convencidos de que, pasara lo que pasara en el
marcador, se estaban haciendo bien las cosas. En ese despliegue, el gol de
Benzemá, digno de Zidane, no era tanto un mensaje al Camp Nou como el detalle
final que el cocinero deja en el plato antes de servirlo.
En el marcador, un empate a dos. El
dos culé está pegado con celo. El nuestro fijo con clavos. Y en el marco de la
puerta, una nueva señal, aunque al terminar el partido tengamos que seguir el
camino de salida.
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