Once porciones idénticas: A la chica
que me atiende le digo que sí a todo lo que me propone añadirle al café. Tiene
que durarme dos horas en esa mesa que está libre. Nata. Canela. Extra de leche.
Asiento sin dudarlo y pago por esa taza que casi tengo que llevar con las dos
manos, como si fuera una ofrenda a una diosa griega, un importe que se acerca a
los tres euros. Poca cosa si se tiene en cuenta que cuanto más tiempo esté ahí,
más barato será el minuto.
Los cumpleaños ya no son lo que
eran. De celebraciones multitudinarias en las que se seguían encontrando niños
días después de terminadas, a estas reuniones selectas entre amigos elegidos
que se agotan pronto porque el nivel de diversión depende de la cantidad de
invitados. Sé que cuando vuelva ya le habrán entregado el regalo al homenajeado
y un camarero estará retirando los platos con las pizzas y los perritos
calientes fríos mientras algún padre, por lástima, se comerá un trozo de tarta
para que no acabe en la basura.
Coloco el café en el centro de la
mesa, bien a la vista, como el ticket de la hora, y enciendo el Kindle para pasar dos
horas con Carver dándole un sorbo al café entre cuento y cuento. Lo estiro todo
lo que puedo y cuando llega la hora de marcharse lo apuro. Me habría pedido algo
para acompañarlo, pero ése que, ahora, se está comiendo una porción de
tarta, soy yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario