Al filo de lo
imposible : Cojo la bolsa del congelador y la abro usando las tijeras. Todo
bien, porque no me corto. La bolsa, como anuncia por fuera, está llena de
guisantes verdes. Están fríos. Dejo la bolsa sobre la encimera sin que ningún
guisante se salga. Al filo de lo imposible, vamos. Caliento el agua en una
cacerola hasta que empieza a hervir. Así. Miro cómo hierve el agua. Si metiera
el dedo podría quemarme. Si metiera la mano unos segundos me dolería mucho. Lo
dicho : al filo de lo imposible. No meto la mano porque sé lo que me hago y
tomo precauciones a pesar de que en las instrucciones que sigo no dice que sea
malo meter la mano en el agua hirviendo. Mejor echar los guisantes, como
recomienda. Ahí van. El agua deja de hervir. Los guisantes flotan. Están todos
apretados. La imagen es bonita, así que hago una foto a pesar de que el vapor
empaña el objetivo. Lo limpio varias veces antes de conseguir la foto que me
gusta. Dice la bolsa que tengo que esperar a que hierva otra vez el agua. La
miro fijamente, como si así pudiera acelerar el proceso, pero no tengo ese
poder. La física se toma su tiempo y yo respeto a la física. El agua, los
guisantes y el calor. Espero. Por fin el agua empieza a hervir de nuevo y los
guisantes se mueven como las bolas en el bombo de la lotería. La física puede
ser divertida. En las instrucciones dicen que debo esperar unos seis minutos
desde este instante. Seis minutos. Ni uno más. Ni uno menos. Los de la bolsa
saben bien lo que se tienen entre manos. Debe haber expertos en esa empresa que
probaron con cinco minutos y descubrieron que se quedaban duros. Con siete, el
guisante debía estar ya blando, como esas píldoras que dejas sobre el agua y se
deshacen. Seis fue el número elegido y seis es el número que yo respeto porque
uno tiene que cumplir las normas cuando está al filo de lo imposible. Los
guisantes se agitan como si estuvieran en una fiesta. Y entonces veo algo
curioso de lo que no dice nada la bolsa en la que venían. Conforme pasan esos
seis minutos, los guisantes se van hundiendo poco a poco. No lo hacen de golpe,
sino de una forma ordenada que me sorprende. De forma ordenada y continua. Uno,
y otro, y otro. Caen lentamente, como si ya pesaran más. O como si ya no
estuvieran de buen humor. O deprimidos. O rendidos. Apago el fuego cuando el
último se posa en el fondo.
Observador hasta el infinito y mucho mas.... ¿eh?
ResponderEliminarComo el protagonista de tu historia. ¡Enhorabuena por el cuento!
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