Uno frente a cien mil : Hay cien razones, o mil, ya que nos ponemos, para no tener hijos. Por motivos no será, que te vas al armario para ponerte la chaqueta de ir al cine y tiene agujeros, los pantalones de visitar museos te quedan grandes, los calcetines de pasear sin rumbo no encuentran su par, las botas de subir a la montaña te aprietan por todas partes, la cinta elástica de la ropa interior de según, sobre y mediante ha perdido fuerza, la bufanda de ir al futbol está descolorida, capaz sólo de recordar dos o tres nombres de la alineación de hace un par de temporadas, y el cinturón de las cenas especiales tiene los agujeros cubiertos por la falta de uso.
Frente a las cien mil razones de ese
ejército de la orden de la sensatez, aparece Daniel, en pijama, en la cocina. Todavía
sigo guardando la compra de ayer, y no es que me trajera muchas cosas del
supermercado, es que se me olvidó echar un poco de tiempo, ya ves. Aquí va el
atún. Aquí va la pasta. Aquí va la leche : desnatada para nosotros, normal para
Lucía, sin lactosa para Daniel. Así dentro como fuera, porque conforme se
despeja la cocina, se me va ordenando la cabeza.
-Casimiro es un nombre, ¿no?
-Sí.
-Casimiro, casi mira – me dice.
Se marcha andando por el pasillo,
muerto de risa.
Volviendo al tema del primer párrafo, también se puede decir que tener hijos
es como colocarse bolardos en la vida, pero también son el dibujo que el
bolardo lleva encima.
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