La respuesta : Es normal, tal
vez por los años, tal vez por la rutina, o tal vez no sea normal, que aparque,
salga del coche y me haga una pregunta del tipo : ¿Pero todo esto merece la
pena? Lo que ese “todo” abarque depende del cansancio, del humor, de lo que haya
comido o, ya puestos, de la capacidad que tenga de fijarme en ese agua oscura
de los charcos del garaje.
Hay días o años en los que uno está más
sensible y se le despiertan ciertas angustias.
En la Universidad me decía que ya llegaría
el momento de olvidarse de los exámenes y ese momento llegó, sólo que se
marcharon los exámenes y muchas cosas más. Cierro el coche y camino lentamente
esperando que ese oscuro enjambre se aleje volando.
Muchas cosas más, como en ese autobús
nocturno del que va bajando la gente hasta que solo queda un único viajero
dormido.
Muchas cosas más que, en el fondo, no
sé definir.
Ahí está ese charco, que esquivo antes
de abrir la puerta que da al ascensor. La abro y me encuentro con la respuesta.
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