La isla : Recojo
a los enanos del colegio. Como el plan era que lo hiciera María, es ella la que
tiene su merienda en el maletero. Eso es lo que les cuento a Lucia y a Daniel, ofreciéndoles
a continuación la opción de ir a merendar juntos a una cafetería. Daniel acepta
al momento. Lucía se lo piensa, con la suspicacia de un espía al que le van a
tender una trampa. Tengo que insistir bastante para lograr que la espía se fíe
de mí.
La chica que me atiende es nueva,
lo que no me sorprende en esta realidad líquida que va desapareciendo. Daniel
pide una caña de chocolate grande. Lucía, un croasán pequeño y una palmera de
una bandeja. Como no debe estar acostumbrada a servir las palmeras de una en
una, la tiene que pesar para calcular su precio. El viernes se detiene un
momento y vuelve a recuperar su ritmo cuando me tiende un pequeño plato con el
croasán y la palmera.
Daniel está enfrente de mí, comiéndose
ya la caña de chocolate con las dos manos, que parecen más pequeñas. Lucía
arranca un trozo de croasán y lo muerde con cuidado, como si dentro hubiera
otra trampa.
En ese momento, echo el azúcar en
el café y me fijo en él. Es el símbolo de la isla en la que ahora estamos los
tres, esperando que María, que ya ha salido del trabajo, atraviese el puente
que le tenderemos y se una a nosotros.
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