Edificios en llamas : Hace mucho frío.
No sé cómo protegerme mientras espero a que Lucía salga de su clase. Es un frío
que he sentido durante todo el día. A primera hora salía de las noticias
económicas, como si acercara la cara a una nevera abierta. Después ya no se limitaba
a los titulares. Se colaba por los huecos de las teclas, como si fueran una
rendija por la que expandirse, asomándose por los cajones, agarrándose a la
silla, a los cubiertos de la comida, escondiéndose en mis bolsillos, enredándose en mi aliento, frotándose contra mis dedos hasta quitarle el calor y, poco a poco, mientras
dejaba sus huellas en la garganta, se ha metido en mi cabeza, levantando las
ideas como el que busca un jersey especial entre los que tiene dispuestos, y
ahí se ha quedado, sin hacer ruido, quieto, para conservar su temperatura.
Es, pues, un frío que siento en las
manos y los pies, pero que no puedo quitarme de la cabeza. Es la sensación de
que la tierra está congelada y de que las semillas, por mucho que las riegues,
no van a crecer porque están heladas. No hay qué esperar de esos tiestos.
Por
muchos edificios que ardan, este frío no va a desaparecer.
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