Chucherías
literarias: Yo pensaba que mi cerebro, esa especie de monarquía de neuronas,
por independiente, no se veía afectado por mis comportamientos más o menos
anárquicos en temas de lectura. Que, hiciera lo que hiciera, las copas
seguirían brillantes, los suelos perfectos y hasta los silencios oscuros de la
despensa ordenados. Que su influencia sobre el resto del cuerpo, como una
mansión cuidada hace con las casas que la rodean más allá del muro (donde yo me
muevo), se mantendría con la eficacia de un Anthony Hopkins asistido por Emma
Thomson.
Pues no. Hoy pico de todo (twitter,
blogs, artículos) con una voracidad propia del que pasa de la anorexia a la
bulimia en temas de lectura. Seguramente todo sea una cuestión de esa falta de
tiempo que me impide mantener una disciplina lectora que evite situaciones como
ésta. Hoy no paro porque todo lo que leo tiene buen nivel y, lejos de saciarme,
me anima a seguir leyendo. No paro.
Ya en casa me doy cuenta de que he
abusado de lecturas y que el dolor de cabeza no es nada más que una indigestión
de frases, ideas rápidas, e imágenes que no guardan ninguna relación entre sí.
Demasiada chuchería. Los libros me recuerdan cuál es la dieta apropiada. Me
digo que sí, que lo haré. Es una promesa seria que me hago cuando me tumbo en
la cama. Si la buena de Emma o el servicial Anthony tuviesen a bien apagar esa
luz que me molesta y, sentados en la cama, me leyeran un texto de Berger como
el que te ofrece un caldo caliente. Unas pocas páginas serían suficientes. De cualquier libro suyo.
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