La reserva : Me tomo dos copas de mencía con
una compañera del programa de escritura.
Me enseña unas fotocopias con unas fotografías que ha hecho un amigo suyo.
Están bien. Pedimos ensaladilla rusa y carne al vinagre de Módena con patatas
fritas, que cómo vamos a pedir arroz aquí. Patatas. Me cuenta que esta mañana
se le han escapado las ovejas, que su hijo de cuatro años se tumba debajo de
los racimos en la vendimia para comérselos, que eso tiene que ser la felicidad,
la tierra, la luz entre las uvas; que por las mañanas trabaja de administrativa;
que en una selección de poemas que iba a presentar a un concurso faltaba el número
ocho y que lo escribió en un momento en la oficina; que prefiere el castellano
al gallego porque así no necesita un libro al lado para consultar las dudas,
que cada año aparecen nuevas normas; que no puede dejar de escribir : que no
puede dejar de escribir. Mientras hablamos, mira a la televisión, como si no
tuviera tiempo en casa para este lujo, un programa de vídeos musicales, como
una niña curiosa. Come con ganas, con cierta urgencia, y se ríe cuando corto
los filetes en trozos. Su carrera de pedagogía, la escuela a la que van sus
hijos, su ex, su novio, sus hijos de nuevo y lo mal que se sienten en la
ciudad. Me habla de la copia impresa de su ensayo, que es la única que le queda
después de que se le borrara en el ordenador. Sus vinos, sus proyectos. Que no
puede dejar de escribir, que a veces, con la azada en la mano, golpeando la
tierra, se le ocurre algo y nada más volver a la casa tiene que escribirlo en
una hoja. Esta puta maldición. Esta bendita maldición. Que no puede dejar de
escribir. Esta puta infantería blanca. La reserva.
Si ahora de pronto optase
ResponderEliminarpor no escribir (o no pudiera) y diera
el día por perdido, posponiendo
para quién sabe cuándo, y además
qué importa, la metódica
copia de mi agresividad
contra mí mismo, ¿pensaría
como Kafka (conocido empleado
de seguros) que esa dudosa obligación
no cumplida, se me iba a convertir
de alguna burocrática manera
en la razón de una desdicha irreparable?
José Manuel Caballero Bonald
Eso es, no hay más : rendirse es dar el día por perdido.
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