Una gran colección de minerales falsos : Me
levanto con la misión de encontrar una ágata azul. Debo tener presente (me
recuerdo mientras me visto en silencio para no despertar a nadie en casa) que
suelen proceder de Brasil y que hay que andar con cuidado : se pueden
falsificar fácilmente introduciendo en las menos vistosas una solución
colorante azulada. Cabrones. Me tomo un café también en silencio.
Salgo a la calle con mi misión. Una
misión pequeña, pero misión (Un hombre sin misión es menos hombre; tal vez ni
siquiera sea hombre). Lo que dejé ayer al otro lado de la puerta es lo mismo
que me encuentro : Madrid. Podría haber sido Brasil y la cosa habría sido más
sencilla. Pero no : Madrid. ¿Y quién habría querido las cosas fáciles?.Salgo,
decía.
La cuestión es encontrar la mina
adecuada un domingo por la mañana, tan de mañana que todavía hay zonas en las
que es posible que sea sábado, allí donde la música sigue alta y la luz no
entra. A priori no hay muchas minas en Madrid, pero ese no es motivo para
desanimarse y dejarse llevar por lo obvio. Una mirada dócil solo ve un quiosco
donde realmente se esconde la entrada a una galería que recorre el subsuelo de
Madrid. Los periódicos son una tapadera para los no iniciados, para los que no
se atreven a acercarse al quiosquero a preguntarle si tiene minerales.
Yo voy con esa pregunta a todas
partes esta mañana. Las respuestas son negativas una y otra vez (gente que
niega mientras dispone los periódicos como si presentaran un desayuno) hasta
que, finalmente, doy con uno que asiente. Es un hombre de unos cincuenta,
delgado, con bigote canoso y un gorro de lana azul. Se mete en el quiosco y al
rato sale con una caja y dos ágatas. Parecen dos piedras que hubieran estado en
el bolsillo de alguien mucho tiempo y se hubieran quedado sin brillo. Una es
grande con unas picaduras. La otra es más uniforme, pero pequeña. Ya estamos
con las dudas. Me decido por la pequeña, que tiene toda la pinta de ser falsa y
de no haber estado nunca en Brasil.
No me importa demasiado que sea
falsa o no. La primera en la lista era una ágata verdadera. La segunda, una
falsa. Detrás, todos los objetos que un niño de ocho años pueda desear. Y son
muchos. Se trataba, en el fondo, de tener algo a lo que llamar ágata y ésta
cumple perfectamente esa condición.
Le pago al hombre, que parece
sorprendido de que no me lleve el periódico. ¿Para qué comprar miles de palabras
si me llevo justo la que quiero?. De una pequeña caja de cartón saca la moneda
de cinco céntimos del cambio.
Daniel coloca la piedra con las
demás de su colección. Yo también tengo dónde dejar la palabra cuando, por la
noche, veo un cielo que transmite serenidad y aplomo con un azul, claro, ágata.
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