A través del calendario : En la esquina
de una planta del inmenso edificio está la mercería. Nos cuesta encontrarla
porque no aparece en las indicaciones, reservadas para la zona Gourmet o la
lencería. Es una dependienta la que nos orienta, “justo al otro lado”, y por el
tiempo que mantiene el índice levantado tengo la certeza de que hay que
retroceder unas cuantas hojas de calendario.
Nos encontramos rodeados de
botones, cintas, cremalleras, alfileres. Lucía y yo elegimos sin prisas lo que
queremos porque aquí no corre igual el tiempo. Basta con fijarse en la
diferencia entre dos botones para que el minutero se detenga y el iPhone entre
en un desconocido periodo de hibernación.
Con esa misma tranquilidad, de
paseo lunar, llegamos a la caja. Ahí están las dos ancianas que atienden la
sección. Una envuelve en dos paquetes lo que nos llevamos. La otra le tiende el
papel de celo que necesita para pegarlos. Por la mirada de las dos parece que,
por unas cuantas monedas, nos lleváramos al futuro el remedio casero
definitivo.
Y así salimos a la calle, con el
material preciso que necesitábamos para la manualidad. La compra con la que hoy
se justifica el edificio.
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