El instinto del tenedor : En el restaurante “The knife”, Lucía abre la bolsa
que se ha traído y saca los dos tenedores con los que está tricotando una
pulsera a base de gomas. Puestos a elegir, yo preferiría hacer un puzzle de mil
piezas con un paisaje nevado a ponerme con el reto de esa pulsera. Ella
aprovecha cualquier momento para avanzar: por el esfuerzo que le está
dedicando, esta pulsera debería pasar de generación en generación. Con su
tranquilo movimiento de dedos con las gomas parece reprocharme que con un
tenedor a mí solo se me ocurra buscar un sitio en el que clavarlo. ¿Pero qué
otra cosa voy a hacer si delante tengo cuadril, entraña, vacío, y picana?. Con
la boca llena, le digo que la pulsera está muy bien pero que aquí hay que dejar
que el tenedor desarrolle sus instintos primarios. Aunque lo hayamos
domesticado con manualidades, conviene recordarle de vez en cuando cuáles son
sus orígenes por si se encontrara con un cuchillo salvaje como los que se usan aquí.
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