Lector
de lectores : Delante de mí, en un vagón casi vacío, una mujer lee un libro de
Ken Follet. En el metro hay que sentarse enfrente de quien tiene un libro de
papel en las manos porque da información. Qué lee, por dónde va, a qué ritmo
pasa las páginas. Uno electrónico no lo permite: su lectura permanece hermética
a los demás, impidiendo el ejercicio de leer a quien lee y robándome así la oportunidad, con la que siempre cuento, de presenciar el gesto, al levantar la cabeza, del que ha leído la última frase
de “Una caja de cerillas”. No me gusta Ken Follet, pero no me arrepiento de
estar ahí sentado, alcanzado por la concentración de la lectura.
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