El último de los barcos en alejarse : Los
del bar de enfrente salen a fumar afuera, junto a unos toneles con ceniceros.
Fuman como si echaran caladas de aire puro. Es normal. En los alrededores los
olores son bastante fuertes y desagradables, debido a lo cerca que estamos de
la Gran Vía. Cada vez que respiro siento cómo en la parte superior de los
pulmones aumenta una capa negra como la que tengo sobre la cabeza. Todo el
camino desde la salida del metro hasta aquí va ofreciendo distintos hedores,
por lo que bastaría la nariz para traerme a esta mesa, con el cortado y el
periódico.
Afortunadamente, de vez en cuando
hay una excepción, como esta mañana, y de la pescadería de la plaza, la que
solo expone cajas de langostinos congelados, sale un golpe de olor a pescado
que, con un poco de imaginación, es capaz de llevarme a alguna lonja. Es el
momento de frenar y disimular con el móvil para aprovechar ese atajo al norte,
a mares sin fondo, a gaviotas de gritos afilados y a pequeños barcos alejándose
mecidos por la confianza de los que los llevan. Si encima hablaran con acento
gallego ya sería la hostia.
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