Ha llovido mucho esta tarde. Empezó con unas gotas aisladas, como las que caen cuando uno agita las manos después de lavárselas, y terminó con una lluvia que tenía más de rabia que de lluvia. Esa rabia me cayó encima camino del colegio y al salir de la pastelería con una barra para la cena y al colocarme en la fila mientras esperaba a que Lucía saliese de su clase.
-Abrochate – le digo a Lucía cuando viene hacia mí, con la ropa negra de gimnasia puesta y el abrigo encima.
Se sube lentamente la cremallera hasta el cuello, lo que la hace más alta y se pone los guantes rosas con el cuidado de un cirujano. Avanzamos bajo la lluvia con un paraguas que, sospecho, se convierte en una diana para la rabia que no deja de caer. Lucía no dice nada al verme y no dice nada mientras camina a mi lado. No sé si está enfadada conmigo o con la lluvia o con ella misma.
Por la noche, Lucía no deja de toser en la cama. Yo repaso todo lo que hizo : la cremallera, la capucha, los guantes, el paseo bajo el paraguas y no encuentro ningún motivo para que ahora tosa así. Es una tos ronca que no deja tregua y en la que puede encallarse en cualquier momento su sueño.
-Vamos a darle Bisolvón – me dice Maria.
Llevo el tapón hasta la marca apropiada y me acerco a Lucia. Niega con la cabeza al reconocer la medicina porque no le gusta nada. Tiene el pelo pegado a la cara y los ojos cerrados. Parece que hubiera identificado la medicina por el olor. Insistimos en que así dejará de toser, que es bueno para ella. Discutimos un rato en voz baja para no despertar a Daniel. Es bueno, insistimos.
-Voy a por un vaso de agua para que no se te quede el mal sabor – dice María.
Y en lo que va a por él y Lucía se decide, me doy cuenta de que no tengo ningún argumento racional con el que razonar. No sé de qué está hecho, quién lo ha fabricado, cuánto tiempo aguanta, cuáles son sus efectos secundarios, a quién no debe administrarse, cuál es la edad mínima para darlo, cómo debe conservarse, que es lo que realmente trata, con qué medicamentos es incompatible o cuántas dosis puedo darle.
Todo eso está en el prospecto, lo sé, pero ni me lo he leído ni creo que lo haga. Tengo que reconocer que actuando así me muevo más en el terreno de la fe y de la magia que en el de la ciencia. Supongo que, como a los niños, nos basta con saber que hay truco aunque no queramos que nos lo cuenten.
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