Micropolix es una ciudad falsa en la que todo parece verdadero para que los niños aprendan a convertirse en ciudadanos que ganan y gastan su propio dinero. Mientras los niños corren de un lado a otro y tratan de imaginarse cómo es el mundo adulto, aprendiendo a hacer de bomberos, policías, banqueros, médicos, arquitectos, presentadores, abogados, músicos, pilotos o actores, los padres esperamos sentados en los bancos con cara de aburrimiento.
Hay mucho aburrido sentado que no logra cambiar de cara aunque juegue con el iPhone.
Si los niños fueran un poco más observadores, descubrirían que todo eso esconde algo y que el verdadero trueque en el mundo adulto no es el que se produce entre trabajo y dinero y las cosas que puedes comprar con el dinero, sino en esa ilusión y energía que la vida te quita para dejarte así, con esa cara, sentado en un banco mientras los niños van corriendo de un lado a otro. ¿A cambio de qué? Pues no lo sé, sinceramente no lo sé.
Veo a un tipo de mi edad sentado en un banco sujetando las cuerdas de dos globos. Una rato después sigue ahí, incapaz de decidir qué hacer con su tiempo o con los globos. Pero espabila, coño.
Es que damos tanta pena.
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