"El horizonte de la vida cotidiana era un ensueño masivo : por debajo de él quedaba todo lo que importaba" - Jonathan Lethem - "Chronic City"
Está bien cortarse el pelo en el Carrefour a las nueve de la mañana. Me parece una buena forma de empezar el día. Es algo recomendable y que sienta especialmente bien cuando debajo la orquesta del Titanic está tocando la canción de la tragedia económica. Y política. Y social.
Ahora entiendo esas escenas en las que los criminales, antes de pasearse por la ciudad a rebajar el número de vivos, se marchan a la peluquería para que un hombre mayor con chaqueta blanca, bigote, delgado, alto, con poco pelo, silencioso, sumiso, preciso y algo elegante les afeite mientras otro les limpia los zapatos aunque después vayan a ensuciarse con un poco de sangre.
O bastante, depende.
Aquí también hay sangre por todas partes. No se ve pero se huele. Todos andamos heridos aunque no lo sepamos. No lo sabemos, vale, pero lo sospechamos, que es más peligroso porque la sospecha no deja de crecer. Vamos dejando también nuestro rastro de sangre por todas partes, sin verlo, pero está ahí. Claro que está ahí.
Sentado en la silla de mi peluquera estoy un poco al margen de todo esto. Hay que buscar estrategias para protegerse y ésta solo cuesta siete euros. Me pasa la maquinilla en silencio un par de veces, parando para quitar el pelo que se va acumulando. Por lo visto da más problemas el pelo corto que el largo. Le dije que íbamos a tardar dos o tres minutos y no me equivoco. Lamento no tener el pelo largo, pero es lo que hay.
Me fijo en el espejo. Cortarse el pelo es como estrenarse un poco.
Camino de la caja, compro varias camisetas blancas. Cada una viene enrollada y protegida por una cinta ancha de cartón. Así tengo recambios para cuando todo empiece a salpicar.
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