domingo, 20 de noviembre de 2011

"Sin remite", de Los Kikolas

Es curioso que uno coja las palabra primitiva y gañán, las una, y obtenga una calle. ¿Qué podría uno esperar de una calle así?. Debe ser un riesgo coger el taxi de madrugada, con la lengua doblada sobre sí misma por culpa de un ribera y otro ribera, y decirle al taxista una dirección de la que sólo se le quede la última palabra

-Gañán

-Espera, que te voy a quitar unos cuantos dientes para que puedas pronunciar mejor.

El destino no está escrito en las estrellas. Lo tienes en el nombre de tu calle. Es así de prosaico.

Subimos por esa calle a las once y media, sorprendidos de que por ahí exista una sala de teatro. Lo dice el navegador del iPhone y nosotros obedecemos, sí, pero. Hasta que el navegador, en su infinita sabiduría, nos deja delante de una puerta metálica en la que se lee “Kubik Fabric”. Puertas como esta he conocido muchas. Sin ir más lejos, la empresa que tenía mi padre, allá por el metro de Urgel, allá por el siglo pasado, era así. Entraba por esa puerta a una nave en la que olía a productos químicos para tratar el metal y al escribir esta frase soy capaz de recordar cómo olía exactamente.

Damos varias vueltas para encontrar sitio. Nadie se mueve a estas horas por Usera. Finalmente, cinco minutos antes de que empiece la obra, encontramos dónde aparcar.

Al entrar en esta nave reciben a los enanos con un bote de sugus. La recepción, separada del resto del teatro por una gran cortina, me resulta acogedora. En vez de descubrir la empresa de mi padre, me encuentro en el Fringe, en cualquier de esos locales en los que, con más ilusión que medios, una compañía representaba su obra a cualquier hora. Me gustaría quedarme a vivir en un sitio así y si tuviera algo de confianza con la chica que me cobra las entradas le preguntaría, como el que trata de orientarse en una ciudad, cómo llegar desde donde estoy hasta un sitio como éste. Me bastarían unas cuantas indicaciones.

-Sigues recto y tuerces aquí, y aquí, y aquí y aquí y luego todo recto. Y ya está.

Mientras doy con esa ruta, me tengo que conformar con ser espectador y recibir como entrada una chapa con el nombre de la obra que vamos a ver “Sin remite”, de Los Kikolas, con los que tengo cierta unión, cosas de la vida.

En la obra, un cartero francés, despistado, recién salido de una película en blanco y negro, nos cuenta cómo es su jornada en su pequeño puesto de correos. Nadie llega y a nadie entrega el correo, como si estuviera en la última línea de “El desierto de los tártatos”. A pesar de su soledad, él trata de cumplir su rutina con la dificultad del que no acaba de entenderse bien ni con los objetos ni con su cuerpo, lo que siempre resulta peor que vivir en Primitiva Gañán. Me gusta ver cómo se maneja la gente a la que su cuerpo le resulta demasiado grande o pequeño y para la que las cosas tienen más de una lectura. El desastre que provocan no deja de ser el resultado de buscarle una lectura distinta a la realidad.

Los que más celebran los fallos del cartero son los niños, sentados en primera fila, a los que los problemas del buen hombre acaban despertando el espíritu solidario ayudándole en cuanto pueden con la pelota, la raqueta, la rueda, la carta, el sombrero, o la bicicleta que se le caen. El mensaje de fondo es un tanto subversivo : lo ineficiente es divertido.

Cuento todo esto, anticipándome a la obra, porque todavía tenemos tiempo mientras esperamos en la entrada y como me encuentro bien aquí no voy a darme prisa. Cojo un programa y leo los títulos de las obras, imaginando que alguna la he escrito yo. “El bolso o la vida”, “La voz secreta de los pájaros”, “Mejor viuda que mal casada”, “¡Vaca!”, “La puerta estrecha”, “Popol se ha ido”, Metro cúbico”, “Torvaldo furioso”, “Las criadas”, “Büro”.

Los enanos con felices con sus chapas y los sugus, entre más niños felices también con sus chapas y sus sugus, rodeados de padres felices de ver a sus hijos felices con sus chapas y sus sugus. Afuera está lloviendo. Esa lluvia de domingo que te moja por fuera y te reblandece por dentro, pero no importa. Aquí dentro estamos protegidos y levemente excitados, esperando que en un escenario alguien nos cuente algo.

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