Aquí y allí : Nimi
es una gata que nació ardilla o rata o peluche
-Así de pequeña era
que necesitó unos cuantos días para
ser plenamente gata. Al verla me pregunto si esta casa tan amplia, con paredes
blancas y unos grandes ventanales por los que cae una inofensiva lluvia de
sábado, está a su servicio como el marco al cuadro o es al revés. Bebo un poco
de vino y me declino por lo primero. Bebo otro poco de vino y me declino por lo
segundo. El caso es declinarse.
La gata tiene unos ojos ágiles y piel de color caro. Después de varios intentos consigo cogerla. Notos sus
huesos inquietos debajo de la piel, como si no dejaran de ordenarse. Parece un
pez envuelto en un abrigo. Le hablo como si fuera un bebé para que se
tranquilice y para que sus dueños sigan pensando que soy una persona de fiar
porque nadie vuelve a confiar en alguien en cuyos brazos un bebé rompe a llorar.
La gata se retuerce y salta al suelo, buscando refugio debajo de una mesa como
si temiera por la lluvia. Encima de la mesa hay una revista con una entrevista
a Zidane.
Si fuera mi gata, la llamaría Sisú
porque no deja de moverse de un lado a otro. Parece que Nimi estuviera
estudiando la casa y que de repente, aterrada por un pequeño olvido (la
posición exacta de una silla o la forma de la alfombra junto al sofá) sintiera
la necesidad de ir a comprobarlo de nuevo con la urgencia de la que teme que el
mundo desaparezca si ella no lo conserva en su cabeza. Así que ahora está a mi
lado, siguiendo con la cabeza el movimiento de mi índice de derecha a izquierda
y ahora está en una esquina tumbada. Nimi puede estar en dos sitios a la vez,
igual que hacía Zidane, que siempre se encontraba donde su marcador lo esperaba
y donde él realmente estaba.
-Y el otro día ponías le televisión
y había fútbol en todas las cadenas – se quejan.
Yo defiendo el fútbol y después
recomiendo algún libro o alguna serie (“Tremé”, por ejemplo) para que no me
encierren en la despensa con Nimi, a quien Daniel trata de evitar porque, dice,
le molesta tenerla siempre al lado, y que ahora tiene que soportar un leve
destierro junto al cuenco del agua y la comida. Como es tan pequeña, no tarda
en conseguir su indulto, como un banquero poderoso.
Al instante vuelve a estar junto a
mí (o yo junto a ella, que no sé quién busca a quién). Me vuelvo a fijar en sus
ojos. Pienso que, como la Loewe de Umbral, todo gato necesita un escritor y me
ofrezco para hacerla famosa. Nimi me devuelve la mirada diciéndome que es al
revés, que todo escritor necesita un gato y que, en cualquier caso, ella no
tiene prisa en escoger, que tiene mucho tiempo delante, que no se acuerda de
cuántos vasos había encima de la mesa redonda de cristal y que se marcha ahora
mismo a asegurarse.
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