Exceso
de velocidad : Paro en el Ahorramás a comprar algo para la cena. Veo muchas
cosas comestibles y otras que no lo son. Entre las primeras, bien presentados, dos
sobres de Lomo de Sajonia. No sé si me gusta más el nombre o el lomo en sí mismo.
No es lo mismo decir “voy a cenar cinta de lomo de cerdo en un 78,1% junto con
otras cosas que no lo son” que entrar en casa y, tras recibir los besos en una
mejilla y después en otra, decir “niños, hoy cenamos Lomo de Sajonia” (Las
mayúsculas son mías). Qué va a ser lo mismo. Razón por la cuál heme ahí en la
cola o fila, con mi cesta grande, azul y más vacía con los dos sobres de Lomo
de Sajonia que cuando no tenía nada. Nevermind, que pienso en los besos y tal.
Pienso que las chucherías siempre están junto a la caja. Pienso que a mi edad
Faulkner había escrito ya alguna obra maestra. Pienso que la cajera trabaja
despacio, pasando cada artículo con un cuidado tal que se diría que no anota su
precio, sino que se desprende de él con la dulzura de la profesora que, en el
último día de clase (último porque los alumnos se machan de verano, no porque
la profesora, enferma de enfermedad terminal vaya a morirse, que no, que no van
por ahí los tiros), les pasa la mano por el pelo a todos y cada uno, a todas y
cada una, de los chicos y de las chicas que se van. Mi paciencia se inquieta
como un hámster en un bolsillo lleno de chinchetas, pero intento que la calma y
la intimidad del momento lo conviertan en un hámster comprensivo. Sea. Ahí lo
tengo. Sí, unas cuantas obras el Faulkner, pero porque se le daban bien los
títulos y a partir de ahí ya está todo hecho : con un tipo empujándote por el
culo (esperen a seguir con la frase para no malinterpretarla), con un tipo así,
cualquiera puede subir a lo más alto de Tourmalet. Mira que hay chuches por
todas partes, y tipos que las diseñan, y las meten en un catálogo y le dicen a
un vendedor “a recorrer el territorio nacional (España, en fin) y a enseñar
estos artículos que no sirven para que la Humanidad avance pero a nosotros nos
aseguran la nómina”. Y cuánta razón. Cuántas cosas que se hacen por la nómina.
Por la nomina y los seguros sociales a cargo de la empresa, añado después de
trabajar un poco la idea. La cajera va despachando a los clientes hasta que
llega a mí. Me saluda. Pienso en un montón de ropa lista para planchar y ella
como una prenda en ese montón. Hay trabajos que. Le devuelvo el saludo y por un
momento tengo la tentación de venderme como un cliente que no le va a dar
trabajo, lo que es cierto por tres motivos. El primero es que solo tengo dos
bandejas de Lomo de Sajonia. El segundo es que, como cada una cuesta solo
cuatro euros con cincuenta, el cálculo es rápido. Podría hacerlo sin teclear. Y
el tercero (que pego a un cuarto) es que pago con tarjeta, lo que le ahorra el
cálculo y el esfuerzo de devolverme las monedas y, además, no quiero bolsa, por
lo que al gesto de las monedas no debe unir el de agacharse para sacar una
bolsa de plástico con cierto gesto de complicidad en esta época de Ley Seca de
Bolsas. Todo eso lo evito. Parece poco, pero si alguien se entretuviera en
calcular las cajeras que hay en el mundo y el tiempo que emplean en gestos como
los que ahora yo ahorro, las cifras podrían provocar algún movimiento sensible
de conciencia, una forma leve pero firme de acercarse al mundo de las cajeras. Y
cierto alivio en las emisiones de CO2. Mas no, mas andan contando billetes para
dárselos a los de Bankia, un banco sólido que únicamente necesita que el Estado
le dé la paga del fin de semana. Cien consejeros de mierda en una Caja no valen
lo que esta cajera. Qué cien, mil. Ella no sabe lo que pienso, pero parece
relajada al atenderme. También, lo noto, se despide con cariño de mis dos
sobres de Lomo de Sajonia. Y es que no puede ser de otra manera, puesto que, ya
que, van a ser la cena de mis hijos y eso no es ninguna tontería. Orgulloso,
relajado y algo ufano, sí, coloco los dos sobres de Lomo de Sajonia (que no decaiga
las mayúsculas) en el asiento del copiloto y, camino de casa, les voy contando
cosas del trabajo, de mi infancia y de mis gustos frutales (si al melón, no a
los melocotones). En esas, llegamos a casa y recibo los dos besos de rigor. Enseño
los dos sobres de Lomo de Sajonia como si fueran las orejas de un toro
dignificado por una gran corrida y ellos apenas le prestan atención. No me importa
porque los toros ni fu ni fa. Se van al baño a reblandecerse un poco por dentro
y por fuera. Mientras, escribo cualquier cosa, esto mismo. Y lo bueno del Lomo
de Sajonia es que si tienes tiempo, puedes pasarlo por la plancha y jugar a los
cocineros. Si no lo tienes, lo colocas en un plato y también vale. Los enanos
tardan en liberarse de todos los elementos poco higiénicos de su cuerpo. Más
tiempo para escribir. Un estilo que es como bajar del Tourmalet sin frenos, que
sí, que qué me van a contar. Palabra tras palabras con un ojo en la hora y otro
en los sobres de Lomo de Sajonia que tengo a mi lado para que me inspiren.
Entonces, mal hecho, le doy la vuelta a uno de los sobres para curiosear, por
que sí, qué se yo. Y entonces descubro que el Lomo de Sajonia tiene un 78,1% de
lomo de cerdo, pero, además, E-45 1i, E-450V, E-407, E-410, E-415, E-471,
E-262ii, E-270, E-250, E-331ii, E-316 y E-210. Parece el listado de autobuses
de alguna parada junto a la Cibeles, de esos que te lees mientras esperas a tu
búho un sábado a las tres de la mañana. Pero estos autobuses no sé a dónde te
llevan. Vaya nombres raros. E-262ii, por ejemplo. Me dan miedo esas dos íes del
final. Yo pensaba que el Lomo de Sajonia era otra cosa, que uno hacía un
esfuerzo para no presentarse con dos Whooper y cimentar un poco más la salud de
los míos y que ese esfuerzo se veía recompensado. Pero esto, esto, esto. Estoy
a punto de venirme abajo y de borrar esta paranoia de texto, que se ve que no
estoy digiriendo bien a Queneau, cuando, como con el gol de Drogba al Bayern (gracias,
Drogba), la salvación llega en el último minuto. Al final de los ingredientes,
veo que, también, el Lomo de Sajonia tiene sulfitos. ¡Sulfitos! ¡Como el vino!
¿Y es malo el vino? (me pregunto) ¿Lo es? (Insisto). Nadená. Que aunque te
puede hacer perder el conocimiento y pedirle matrimonio a quien no debes, es un
elemento anticancerígeno. Un plato de brócoli, un vaso de vino y un buen libro
y ya puede el sector bancario irse a tomar por culo. Qué buena noticia. A
cocinar, pues, me digo.
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