La seta venenosa
: Mi madre, hoy más abuela que madre, porque ha recogido a Daniel en el colegio,
se acerca a mí y me habla. Su tono es lo suficientemente alto para que nos
incluya, como la luz en una mesa, a los dos y a Daniel, que anda delante de
nosotros.
-Ha repetido un dictado en el que ha
escrito jueves con be.
Me imagino a Daniel en un patio corriendo
entre palabras. Con unas se lleva bien. A otras, como a la palabra jueves, las
trata a patadas. Al oírla mencionar, se queda quieto y se da la vuelta. Me
gustaría saber qué le pasa con una palabra limpia, arreglada y que parece
vestida por su madre : la encuentras mona pero piensas en la del viernes. Entendería
que maltratara al lunes o al martes.
-Es que la última vez me dijiste que era
con be, yo la había escrito con uve y me dijiste que era con be.
Le digo que no y el insiste en que sí.
Insisto en que no y él me responde que sí. Se me escapa como un chino con
kimono grande en un tatami. Pienso que debería desmenuzarle páginas del diccionario
en el desayuno para ver si así ponemos un poco de orden en los cimientos.
Daniel se me queda mirando con sus ojos verdes, el pelo revuelto y la camiseta
blanca saliendo por debajo del jersey rojo.
Sé que las faltas de un hijo suben a la nube y se descargan automáticamente
en tu expediente como padre, pero tengo la duda de si afectan también al de la
abuela. Por si acaso, insisto un poco porque mi madre es en este momento más
madre que abuela y siento la necesidad de quedar bien. Que si be, que si uve,
que si uve, que si be. Para zanjar el debate le pido que, en plan flexiones, me
diga diez veces cómo se escribe jueves.
Pero no me siento cómodo en el papel
del Clint Eastwood de la ortografía porque, lo admito, las faltas me hacen
gracia. Pedirles que ahora lo escriban todo bien es como obligarles a llevar
pantalón largo y corbata al colegio. Me divierten las faltas por lo que tienen
de sorpresa, de seta, vale, venenosa, que crece en el césped perfecto de una
urbanización.
Haquí. Juebes. Aora.
Son mutaciones curiosas y, sobre todo,
personales, porque hay muchas formas de escribir mal una palabra y una sola de
hacerlo bien. Mientras sigan con las faltas, seguirán siendo niños aprendiendo
a domesticar el lenguaje y tal y como están las cosas en el exterior, tampoco
hay que darse mucha prisa.
Daniel me mira para asegurarse de que
lo nuestro con el jueves está cerrado. Le digo que sí. Le digo que puede romper
filas.
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