La mecánica del
transvase : Pedimos un Naoussa en “Dionisos”, un restaurante griego. El
camarero nos trae unas aceitunas, después la botella, después dos vasos
pequeños. El Naoussa es un vino de doce euros con cincuenta céntimos (conviene
ser exactos) y los dos vasos a su lado lo convierten en un vino de la casa.
Como una mujer que combinara un traje de fiesta con unas zapatillas blancas.
Voy a decir algo, pero como traen
ya el primer plato, empiezo a comer. No puedo masticar y pensar a la vez.
Además, el sitio, pequeño, me gusta por varios aspectos subjetivos que nunca
podrían justificar la critica gastronómica que esto no es : las mesas son de
madera, el local mantiene, no sé cómo, cierto aire de estreno a pesar de que
las cartas pierden hojas cuando las abres, en las paredes hay fotografías en
blanco y negro de Grecia que me gustan porque no son típicas, las fotografías
son grandes, las aceitunas que nos sirven al principio también son en blanco y
negro, la carta viene subtitulada en griego, los camareros son amables, como si
te hubieras sentado en su mesa favorita, todas las mesas están ocupadas y,
sobre todo, el menú infantil está presentado con cuidado. Todo esto me pone de
buen humor y me temo que el buen humor no me permite ser objetivo : todos los
críticos parecen tipos serios. A una crítica habría que acudir con cierta
severidad, igual que a la compra no se debe ir con hambre.
Entre tanto detalle tengo tiempo
para probar el vino y descubrir que me gusta. Al principio, pienso, a pesar de
los pequeños vasos de cristal. Después, conforme va creciendo el buen humor,
abarcando no sólo a la mesa en la que estamos sentados, sino a las demás, como
si todos estuviéramos aquí celebrando algo juntos y solo yo supiera el motivo
(Ese tipo de euforia que nace del estómago y que es tan sincera como finita),
después, decía, gracias a esos pequeños vasos.
En esos pequeños vasos hay un
mensaje de alguien que sabe más que tú, ya sea por pertenecer al país que es
origen de la filosofía o en el que se están ensayando las nuevas recetas de la
troika. Ese mensaje lo voy descubriendo vaso a vaso, que es como se producen
muchas veces esas revelaciones que acaban siendo fundamentales. Lo que ese
pequeño vaso de cristal grueso me dice es bastante simple. Gracias a él, la
botella de vino dura mucho más. Con una copa grande, de las que se ofrecían en
los buenos tiempos del crecimiento continuo a base de deuda y ladrillo, habría
llegado antes ese momento en el que uno se da cuenta de que la botella se ha
acabado. En este vaso, de la era de los recortes de los viernes, el vino
siempre llega al borde con un pequeño movimiento de la muñeca que hace que el
transvase de la botella al vaso sea más lento, más espaciado. El vaso lleno es
un mensaje de abundancia (algo que debe acompañar a cualquier comida) y aquí
basta con servirse un poco para lograrlos (el efecto es el mismo, curiosamente,
con una copa grande que con un vaso pequeño). Los griegos saben bastante.
Con lo que el vaso pequeño no es un
desprecio a la botella, no son unas zapatillas para el traje de noche, sino un
reconocimiento. Cuando pienso que ya no queda nada, terminados los postres, el
vaso, además, hace magia, consiguiendo volver a llenarse con un resto de la
botella que en cualquier otro restaurante uno habría despreciado.
Al terminar, como no puede ser de
otra forma, veo las fotografías en color.
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